24

De Covadonga llega la primera piedra

Ha sido un domingo precioso y muy emocionante —dice Javier—, porque, aunque yo no he estado nunca en Asturias, quiero a la Santina de Covadonga como si hubiera nacido a su lado.

—Es normal —contesta Silverio—. Juan, tu padre, es un gran devoto de nuestra reina de las montañas.

—Javier, yo he estado en Covadonga —apunta Rosita—. Es impresionante, aunque no vuelva en toda mi vida, jamás su imagen se borrará de mi mente.

—Opino igual que tú, cariño —dice Marina, dirigiéndose a su hija.

Los cuatro están sentados en el jardín tomando una cena ligera. Esta noche Javier se quedará a dormir con ellos.

—Silverio —dice Marina—, no te había comentado nada, pero creo que ha sido una idea excelente celebrar hoy la colocación de la primera piedra de lo que será la futura sede de los asturianos, aunque ayer haya sido la festividad de la Virgen de Covadonga.

—Sin duda, ha sido un acierto porque, al ser domingo, hemos podido contar con una mayor asistencia. Ninguno de los socios asturianos ni sus familias querían perderse un acto tan importante y emotivo como este, al que podemos decir con orgullo que asistieron las más importantes autoridades de la ciudad.

En la mañana del domingo, 9 de septiembre de 1923, se llevó a cabo, con el mayor esplendor y en una solemne ceremonia, la fiesta de la colocación de la primera piedra del edificio social del Centro Asturiano en La Habana.

Los actos se iniciaron con la santa misa oficiada por monseñor Celestino Rivero. A continuación, el Orfeón Asturiano interpretó el himno a la Virgen de Covadonga.

—Para mí —dice Marina—, el momento más emocionante fue cuando el señor obispo de La Habana, monseñor Pedro González Estrada, bendijo la colocación de la primera piedra.

—Bien dices, madre —apunta Rosita—, porque la piedra de la cantera de Covadonga ya venía bendita.

—Así es —añade Silverio—, y esa piedra, salida de nuestras canteras de Covadonga, donde radica nuestra identidad, fue labrada con el escudo de Asturias y con una inscripción que dice: «El cabildo de Covadonga al Centro Asturiano de La Habana. 1923». Antes comentabais el momento más emocionante de la celebración, os diré que el mío fue el instante en el que introdujeron en la caja con la piedra el acta de los socios fundadores, en la que «en homenaje sagrado, expresan su absoluta adhesión a este memorable acto, símbolo de la grandeza futura de la amada institución, a la que se hallan de todo corazón unidos desde el día en que surgió a la vida de las sociedades españolas en la grande y libre América».

—Yo, como soy cubano, pero hijo de asturiano y español, cuando verdaderamente me emocioné fue al escuchar el himno nacional cubano y la «Marcha Real» española. Me pareció hermoso que sonaran juntos —dice Javier.

—Siento defraudaros —manifiesta Rosita—, me ha gustado el acto pero no me ha emocionado nada. Tal vez porque no presté la suficiente atención. Cerca de mí unas cuantas personas debatían en voz baja sobre la decisión de que no hubiera teatro en el nuevo edificio del Centro Asturiano y no parecían estar muy de acuerdo.

—También yo las escuché —apunta Javier.

—Ese tema se ha debatido y seguirá siendo centro de polémica porque los partidarios de la existencia del teatro siguen insistiendo a pesar de haber perdido varias votaciones —aclara Silverio.

—El teatro Campoamor sigue abierto —dice Marina.

—Así es, aunque pronto será demolido —informa Silverio.

—Qué pena —comenta Rosita— que un recinto de cultura y distracción desaparezca.

—Yo también estoy en contra de eliminar estos espacios, pero en este caso soy partidario de su desaparición. El Centro Asturiano no debe destinarse a rentabilizar un negocio. Debe estar dedicado, como hasta ahora, a ayudar a los necesitados y a fomentar la cultura con clases e instrucción —afirma Silverio de forma vehemente.

—Es perfecto lo que dices, pero la fuente de ingresos que puede suponer el teatro no vendría mal para mejorar la Quinta Covadonga —apunta Marina.

—Si existiera esa seguridad, sería perfecto. Pero ¿quién nos dice que de repente se pone otro local de moda y al nuestro no viene nadie y lo único que genera son gastos? De verdad creo que no debemos alejarnos de los fines para los que han sido creados los centros —dice convencido Silverio.

—Perdón, ya que alude a la Quinta Covadonga, me gustaría que me hablara un poco de ella. En cuanto me licencie —cuenta Javier—, me gustaría formar parte de uno de los equipos que allí trabajan. Tiene una fama buenísima. Hace unos días, un profesor de visita en la universidad nos comentó que los servicios sanitarios que se ofrecían en la Quinta Covadonga eran equiparables a los de Suiza.

—Poco puedo comentarte, no estoy al tanto de la actualidad sanitaria, pero hace unos días me presentaron al doctor Varona, que es el director del sanatorio Covadonga, y si quieres un día nos vemos con él —le propone Silverio.

—Cuentan maravillas del doctor Varona. Muchísimas gracias —dice Javier muy contento.

—Si no os importa, yo estoy un poco cansada y me gustaría escribirle esta misma noche a Inés. Quiero contarle la ceremonia de hoy —se disculpa Rosita—. Buenas noches.

—Buenas noches, Rosita, que descanses —contestan los tres al unísono.

—Silverio, ¿te apetece que nos quedemos un rato más? Javier, ¿nos acompañas? —les pregunta Marina.

—Perfecto —responde Javier—. Mañana no tengo nada a primera hora.

—Voy a pedir que nos sirvan unos mojitos —se ofrece Silverio.

elemento separador decorativo

No es verdad que se encuentre cansada. Pero no le apetece estar de conversación con sus padres. Javier es demasiado bueno. Si estuvieran los dos solos se quedaría hasta más tarde, pero, además, es que siente la necesidad de contarle cosas a Inés. Tiene amigas, Clara es muy buena chica, aunque como Inés ninguna. Rosita sabe que es la hermana que nunca tuvo. La quiere con todo su corazón, daría tanto porque pudiera estar con ella en La Habana…

Mi queridísima Inés:

Solo me faltas tú para sentirme totalmente feliz. Es casi medianoche. Se han quedado en el jardín mis padres y Javier, que ya te conté que es el chico más guapo y bueno del mundo. ¿Y por qué no te enamoras de él?, me preguntarías. Y te voy a contestar a la vez que reflexiono conmigo misma. Las razones son varias. Soy muy joven. Quiero sentirme libre, coquetear con quien me apetezca. Dejar que intenten seducirme algunos —que no a todos los que lo pretenden se lo permito—. Desconozco si Javier siente algún interés por mí. La verdad es que jamás he observado en él un gesto o algo que me diera alguna pista. A veces me fastidia que sea el único que no se fija en mí, aunque en el fondo lo entiendo. Le puede pasar lo mismo que a mí, los dos somos mulatos y a lo que aspiramos tanto uno como otra es a unirnos a una persona blanca. Con quien más me divierto es con su amigo Felipe. Muchas tardes nos vamos a bailar son y lo paso genial. Inés, he descubierto que el baile es una de mis grandes pasiones.

Inés, por favor, no te hagas monja. Creo que tendrías que venirte a La Habana. Ya sabes que mi madre se encarga de todo. Pasas una temporada. Ves cómo es este mundo que nada tiene que ver con Oviedo y luego tomas la decisión. Sería estupendo que me hicieras caso.

He dicho a mis padres que quería escribirte para contarte los actos de hoy del Centro Asturiano y casi estoy terminando la carta y no he aludido a ellos. Ahora te lo relataré, pero antes déjame que te diga que quiero quedarme aquí para siempre. Esta es mi tierra. En Cuba la vida es distinta. Yo siento que formo parte de ella. Todo me anima a ser feliz, a mirar la existencia con optimismo. Tengo la sensación de que mi madre no es tan feliz; sin embargo, a mi padre se le ve radiante. Él tiene muchos amigos aquí. Inés, tengo la sensación de que aquí la gente conoce el secreto de la felicidad.

Ahora te cuento el acto de hoy. Sé que te gustará que te lo describa porque la Santina y Covadonga han sido protagonistas en esta ciudad separada por un océano…

elemento separador decorativo

Está acostumbrado al campo, a las cálidas noches de Pinar del Río. Le gusta sentarse a mirar las estrellas. Javier se ha quedado solo en el jardín. Marina y Silverio se han retirado. Se siente bien con ellos; es como si pertenecieran a su familia. Rosita, ¡ay! Pensar en ella le acelera el pulso. Después de verla bailar con Felipe, algo ha cambiado en su interior. Es la única chica que ha llamado su atención y sabe que podría enamorarse de ella, pero prefiere agostar ese sentimiento antes de que nazca. Su único confidente, quien conoce su alma en profundidad, es su amigo Cayetano, que le ha dicho que es muy difícil dominar un sentimiento cuando, además, se sigue viendo a la persona que lo inspira todos los días.

Javier es consciente de ello. Su timidez le impide mostrarse normal y también le atenaza el miedo a ser rechazado. Piensa que ella lo acepta como amigo y nada más. Tiene la sensación de que Rosita aspira a mucho más de lo que él pueda ofrecerle. Procura no verla con asiduidad, pero se mueven en el mismo círculo de amigos.

Sentirá mucho la marcha de su amigo Cayetano, que este mismo mes recibirá la ordenación sacerdotal y es muy posible que lo destinen a la parroquia de Pinar, con lo cual él se quedará sin el consuelo que siempre le proporciona charlar con su amigo de la infancia.

Javier no quiere que nada lo desvíe de los estudios. Desea terminar la carrera cuanto antes. Se especializará en neumología. No hay nada que le guste más en el mundo que ayudar a los que sufren, y ha visto en su pueblo a muchas personas con problemas respiratorios. Había pensado en dedicarse a la enseñanza, pero al final se impuso la medicina.

Aunque debido a sus estudios, vive meses en La Habana, alejado de su familia, su cariño y vinculación con los suyos no ha experimentado ningún cambio. Se siente parte integrante del clan, aunque su vida va a ser totalmente distinta. Los quiere a todos, pero por quien siente auténtica debilidad es por su padre. Conoce un poco cómo fue su vida los primeros años en Cuba y cómo consiguió hacer frente a todo con honradez, tenacidad e ilusión.

A Javier le habría gustado dedicarse al negocio del tabaco al igual que su padre, solo para darle una alegría, pero comprendió muy pronto que aquella no era su vida.

Javier mira al cielo, la ausencia de la luna hace que las estrellas cobren un mayor protagonismo. Le gusta dormirse mirando al cielo. Muchas veces lo ha hecho en Pinar.

Le hace bien sentirse que es parte de la naturaleza. Esta noche, es tan agradable la temperatura y hermoso y sugerente el entorno que si estuviera solo se acostaría bajo uno de los árboles cercanos a la fuente para que el dulce y relajante sonido del agua velara sus sueños.

Javier se sonríe ante sus propios pensamientos y camina despacio hacia la casa.

elemento separador decorativo

Marina observa a su marido mientras se prepara para acostarse. A punto está de decirle si ya no se acuerda de cuando la besaba por sorpresa nada más entrar en la habitación y cómo ahora se comporta de forma distinta.

—Silverio, ¿no te parece que Javier es un muchacho admirable?

—Sí que lo es. Tenía razón su madre. Hablando con él, creo que lo estoy haciendo con su padre. La misma bondad y serenidad. La joven que lo conquiste será afortunada —comenta Silverio sonriente.

—¿No has pensado que Rosita y él hacen una pareja de cine? —le pregunta maliciosa Marina.

—Sin duda. Los dos son guapísimos. Pero el amor y la afinidad es otra cosa. Sabe Dios lo que les espera a cada uno. Marina, ya lo hemos hablado pero cada día estoy más convencido de que debemos quedarnos en Cuba por Rosita. Este es su mundo, aquí se la ve feliz. Tendremos que sacrificarnos —comenta Silverio.

—La sacrificada seré yo; porque a ti, querido, La Habana también te hace feliz. Tanto, que casi te olvidas de mí —dice Marina, medio en broma.

—No puedo creer que te sientas celosa —replica Silverio, acercándose a ella—. No existe nada en el mundo más importante que tú, Marina. Por ti lo dejaría todo. Me iría contigo al fin del mundo.

—Qué bonito. Es muy fácil decir cosas agradables —comenta riéndose Marina.

Silverio nota que está empezando a desconcertarse. Pensaba que su mujer hablaba en broma, pero algo en su expresión le dice que no es así. No comprende su reacción.

—Marina, no te habrá sentado mal que me haya decidido a participar en mi antiguo negocio junto a Mariano, ¿verdad?

—En absoluto. Soy consciente de que El Siglo XX sigue siendo un negocio rentable. Que tú tienes mucho tiempo libre y que Mariano está deseando que lo ayudes. No importa que yo me quede todo el tiempo en casa.

—Puedes hacer infinidad de cosas, pero si es un problema para ti que vuelva a trabajar, lo dejo. De verdad que no me importa —dice Silverio.

—Ni hablar. Ya buscaré ocupaciones que me hagan sentir útil. Silverio, no tengas en cuenta lo que te he dicho. Estoy un poco desconcertada por las emociones de hoy.

—Olvidado, pero estaba pensando que podrías participar en alguno de los cursos del Centro Asturiano para formar a chicos. Desarrollan muchas actividades. Creo que tienen un taller de lectura y eso seguro que te satisface —comenta Silverio, animándola.

—No te preocupes, de verdad. Por cierto, no te he comentado que fui a ver a Magdalena.

—¿Y qué tal?

—Muy bien. Es una pena que el problema de la pierna la tenga prácticamente impedida. A la calle solo sale en silla de ruedas. Es una mujer con una gran personalidad. Hemos hablado mucho de ti. Aunque no lo reconozca, yo sé que te sigue queriendo. Y lo más asombroso, Silverio, es que yo no sienta celos.

—Será porque ya no me quieres —susurra él a su oído mientras la besa en el cuello.

—Mi amor —exclama Marina—, no sabes cómo echo en falta tus manifestaciones de cariño.

Silverio la rodea con sus brazos. Sus cuerpos se reconocen…