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Academia Nacional de Bellas Artes de San Alejandro

Le ha costado un poquito habituarse los primeros días a las clases y, sobre todo, entablar relación con el resto de estudiantes. Todos llevaban meses juntos y ya se conocían. Ella es la nueva.

Sin duda, había sido una suerte que la admitieran cuando el curso ya estaba avanzado. El director, Luis Mendoza Sandino, no era muy partidario de hacerlo, pero el secretario, Sixto Valdés, había jugado un papel decisivo. Claro que su madre había insistido mucho y le había explicado que acababan de llegar de España.

El claustro de profesores era excelente. Todos artistas de prestigio. A Rosita le gusta la forma que tienen de enseñar. Tal vez si tuviese que elegir a uno de sus maestros, se quedaría con el de anatomía, aunque el secretario, que es un estupendo retratista, les enseña colorido convirtiendo las clases en una experiencia siempre interesante. También había algunas mujeres en el claustro. De las que tiene como profesoras, Rosita prefiere a Carmen Loredo, que es quien imparte dibujo. Carmen es una buenísima paisajista y no pierde oportunidad de animarlas a seguir estudiando. Y así, aquella mañana, les recuerda lo felices que tienen que sentirse de poder hacerlo, ya que unos cuantos años antes a las mujeres se les prohibía asistir a la academia.

—¿En qué año se les abren las puertas? —pregunta Rosita.

—En 1879, hace unos cuarenta y tres años, siendo presidente Miguel Melero, que fue el primer cubano en desempeñar este cargo —contesta la profesora.

—¿Se matricularon muchas mujeres? —quiere saber otra alumna.

—Aquel año solo tres. Pero en ejercicios sucesivos, el número aumentó sin cesar. Quiero comentaros que, aunque les dejaron matricularse, luego no les permitieron asistir a las clases de dibujo con modelos desnudos.

—¿Aunque los modelos fuesen del mismo sexo? —pregunta una de las alumnas.

—Daba lo mismo —contesta la profesora—. A nosotras solo nos permitían dedicarnos a la naturaleza muerta.

—Pues menos mal que las cosas han cambiado —dice Clara, que es la más amiga de Rosita.

—Por ello os lo recuerdo. Es bueno que sepáis que hubo muchas mujeres que intentaron abrirse paso en caminos solo transitados por hombres y que debieron vencer infinidad de obstáculos para llegar a conseguir su objetivo —les dice la maestra, que añade—: Ya sé que algunas queréis dedicaros profesionalmente a pintar y a otras os mueve solo el adquirir conocimientos. A unas y a otras os recomiendo asistir a todas las exposiciones que podáis, ver mucha pintura. Que vuestro bagaje, además de la técnica que adquirís aquí en la escuela, sea muy amplio en cuanto al conocimiento de la obra hecha por infinidad de pintores, tanto clásicos como contemporáneos. ¿Habéis mirado con detenimiento los cuadros de la colección de la escuela? Se han elegido muy cuidadosamente para componer un amplio abanico que abarque las distintas tendencias: coloristas, retratistas, paisajistas… —Antes de que pudieran responder, la profesora continuó—: Observo por vuestra expresión que no ha sido así. Os dejo ahora tiempo para que los veáis y en la próxima clase hablamos de ellos.

—Perdóneme, doña Carmen, ¿usted cómo se dio cuenta de que lo suyo eran los paisajes? —le pregunta Rosita.

—Yo quería dedicarme al retrato. Pero un día ante un cuadro de Claudio de Lorena me quedé tan maravillada que decidí intentar pintar algún paisaje. Me di cuenta entonces de que se me daban mejor que los retratos.

—Gracias, doña Carmen. Observaré con atención la colección de cuadros que nos ha recomendado. ¿El cuadro que a usted le ha impresionado se encuentra entre los que integra la colección de la escuela? —pregunta Rosita.

—No. El cuadro que me impactó es el conocido como Atardecer en el puerto. Solo conozco una reproducción. El original se encuentra en el Museo del Louvre, en París. ¿Saben lo que me ha conmovido del cuadro? La luz. El autor se sirve de ella como elemento primordial para componer el cuadro. La luz de Lorena crea el espacio y el tiempo de lo que plasmará en su obra. No es una luz artificial, es directa y natural que, en este caso, proviene del sol.

—Qué interesante —comenta Rosita, interrumpiendo a la profesora.

—Una de nuestras próximas clases la dedicaremos a hablar de la luz en la pintura.

—Doña Carmen, ¿la luz utilizada por Caravaggio en sus cuadros es artificial? —pregunta Rosita.

—Maravillosa la obra de Caravaggio, pero sí, utiliza luz artificial. ¿Sabéis quién era Goethe? —les pregunta la profesora.

Rosita no tiene ni idea, de ahí que experimente un gran alivio cuando Clara dice:

—Sí, un poeta y novelista alemán. Creo que vinculado con el romanticismo.

—Así es. Goethe al contemplar los cuadros de Lorena decía: «Claudio conocía el mundo con el corazón hasta el último detalle. Se servía del mundo para expresar lo que sentía en el alma. ¡Esto es el verdadero idealismo!». Y un pintor inglés, John Constable, aludía a Claudio de Lorena como «el pintor más perfecto de paisaje que el mundo jamás vio». Y añadía que, en sus paisajes, «todo es precioso, todo es amable, todo es comodidad y reposo; el sol tranquilo del corazón».

—Con las cosas tan bonitas que nos ha dicho, estoy deseando ver alguno de sus cuadros —confiesa Rosita.

—Traeré algunas láminas suyas y analizaremos su obra en profundidad. Nos vemos el próximo día —da por concluida la clase la profesora, poniéndose en pie.

—¿Rosita, te apetece que vayamos ahora a ver los cuadros de la colección o prefieres otro día? —le pregunta Clara mientras recogen sus cosas.

—Si tú quieres, yo puedo. He quedado a la hora del almuerzo con mi amigo Javier. ¿Por qué no te animas y vienes conmigo? Son un grupo muy divertido —le comenta Rosita.