37

El invitado sorpresa

Tras su doloroso encuentro con Bart, Connor salió a la cubierta del Capitán Sanguinario con el corazón encogido. No había sido fácil decir a su viejo amigo que se marchara y se olvidara de él. Lo cierto era que jamás se había sentido tan solo. Justo cuanto más necesitaba a amigos como Bart, una voz interior le decía que, para protegerlos a ellos más que a él, debía alejarlos.

La cubierta estaba desierta y agradeció ser el primero del grupo en llegar. Soplaba una fresca brisa nocturna y respiró hondo varias veces con la esperanza de que eso le ayudara a serenar su mente atormentada. Fue hasta la borda y contempló el mar. El cielo parecía terciopelo negro y el mar ya estaba adquiriendo la misma tonalidad. Era como mirar un vacío infinito. Se puso a temblar, no estaba seguro de si por aquel pensamiento o por la brisa.

De pronto, notó una mano en el hombro. De forma instintiva, arqueó la espalda cuando se volvió para ver de quién se trataba.

—Buenas noches, Connor.

Se encontró mirando los ojos fríos e inquisidores de Obsidian Darke.

—Alférez Darke, buenas noches.

—Pareces algo agitado —dijo Darke—. ¿Te preocupa algo?

—No —respondió Connor—. Solo estaba haciendo tiempo, esperando al resto para ir juntos a la refacción del Vagabundo.

—Refacción —repitió Darke—. Una estupidez, si quieres mi opinión. Un montón de vampiros actuando como si estuvieran en un cóctel. Una soberana pérdida de tiempo, incluso para los que tenemos toda la eternidad por delante.

—Si cree eso —dijo Connor—, ¿por qué se molesta en ir?

Darke consideró sus palabras y se encogió de hombros.

—Tu padre me quiere allí y todos debemos bailar al son de su flauta. ¿No es así? Él es, a fin de cuentas, el rey de los vampiratas. Por ahora, al menos.

Connor frunció el entrecejo.

—Todos tenemos que tomar nuestras propias decisiones —dijo—. Ser nosotros mismos.

Darke sonrió, aunque las comisuras de la boca apenas se le movieron.

—Qué joven eres, Connor Tempest. Qué joven. —Se apartó—. Bueno, no voy a esperar contigo al resto del grupo. Cuanto antes vaya, antes podré excusarme. —Se dio la vuelta y se dirigió al otro lado del barco, donde una pasarela comunicaba con el Vagabundo.

Connor volvió a asomarse a la borda, agradecido de haberse librado de la incómoda compañía de Darke. Sin embargo, no estuvo mucho tiempo solo. Oyó pasos y se volvió para ver cuál de los otros llegaba primero. Al alzar la vista, se le cayó el alma a los pies.

—¿Se puede saber qué haces? ¡Te he dicho que te fueras!

—Lo sé —dijo Bart—. Pero no podía irme así. Significas demasiado para mí, para todos nosotros. Tenía que venir a hablar contigo solo una vez más.

Connor negó con la cabeza.

—Hablar no va a resolver esto —replicó—. Podríamos pasarnos días hablando y no encontraríamos una solución.

—No estoy listo para darme por vencido, amigo —insistió Bart, pasándole su musculoso brazo por el hombro.

Connor se apartó y lo miró.

—Tienes que salir de este barco ahora mismo —dijo—. Cada segundo que pasas aquí nos pone a los dos en grave peligro.

Bart se encogió de hombros, se dio la vuelta y se asomó a la borda. El mensaje estaba claro: no se iba a ninguna parte. Connor arrugó la frente. ¿Qué podía hacer? Sabía que Bart actuaba de buena fe, pero aquello era de locos y muy peligroso.

Detrás de ellos, la puerta de la cubierta se abrió. Connor miró cuando salían dos figuras. Stukeley y Johnny lo vieron y lo saludaron con la mano. Se acercaron. A Connor se le heló la sangre.

—¿Quién es tu amigo? —preguntó Stukeley cuando se detuvo a su lado con Johnny.

Bart se volvió y le vieron la cara. Johnny se quedó estupefacto, pero Stukeley se puso más pálido de lo que ya era.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con frialdad.

Bart sonrió.

—Pero bueno, ¿es esa forma de saludar a tu viejo compinche? Me parece que yo te recibí mejor cuando volviste al Diablo no hace tanto tiempo.

Stukeley no se conmovió.

—Todos hemos navegado mucho desde entonces —respondió—. Ahora estás en nuestro barco y no eres bien recibido. Sobre todo ahora que formas parte de la tripulación asesina de vampiratas del Tigre. —Lo fulminó con la mirada.

Connor miró a sus amigos. Vio que Bart se encogía tranquilamente de hombros y ponía la mano en el hombro a Stukeley.

—Parece que tu memoria se está volviendo muy selectiva, compañero —dijo—. ¿No hicisteis tú y tu amigo vaquero aquí presente un trato con mi capitana, Cheng Li, la jefa del ejército asesino? ¿No aunasteis fuerzas con ella en un intento de asesinar a lady Lola Lockwood, la esposa de vuestro jefe?

Stukeley cruzó una torva mirada con Johnny antes de encararse otra vez con Bart. Nadie dijo nada más, pero estuvo claro que habían llegado a una especie de punto muerto.

—¿Viene tu amigo a la refacción? —preguntó Johnny a Connor, con voz risueña.

—No —respondió Connor.

—Sí —dijo al mismo tiempo Bart.

—No —repitió Connor, más alto.

Stukeley sonrió.

—Pues la verdad —dijo—, creo que Bart debería venir. Podría ser divertido.

Johnny sonrió.

—Bueno, no puede venir vestido así. No está presentable. Ya sabéis que Lola insiste mucho en esas cosas.

—¿Puede alguno de vosotros prestarme algo? —preguntó Bart.

Johnny volvió a reírse.

—Como puedes ver, eres un poco más grande que nosotros tres. Me encantaría dejarte ropa, pero no creo que pudieras abrochártela.

Stukeley asintió.

—Tiene toda la razón. Solo hay una persona en este barco con la misma talla que tú.

En ese momento, la puerta de la cubierta volvió a abrirse y Sidorio salió pavoneándose. Como de costumbre, iba elegantemente vestido con un traje confeccionado por el sastre favorito de Lola. El capitán se acercó al resto envuelto en una nube de su penetrante loción para después del afeitado.

—Buenas noches a todos. —Al ver a Bart, enarcó una ceja—. ¿Quién eres?

Connor intervino antes de que pudieran hacerlo los demás.

—Es mi amigo Bart —dijo—. Ha venido a visitarme. Solo por esta noche. Si a ti te parece bien.

Sidorio miró a Bart de arriba abajo y se volvió hacia Connor con una sonrisa.

—Lo que tú quieras —dijo. Ofreció la mano a Bart—. Cualquier amigo de mi hijo es bienvenido en mi barco.

Connor observó mientras Bart y Sidorio se estrechaban la mano. Aquel encuentro era surrealista. Se preguntó si Stukeley iba a hacer algún comentario sobre el lugar del que venía Bart, pero, de momento, se mordió la lengua. Fue Johnny quien rompió el silencio.

—Capitán, estábamos diciendo que Bart necesita algo más formal para la refacción. No querríamos ofender a lady Lola. Ha venido con lo puesto y le vendría muy bien que usted le prestara una camisa y unos calzones.

—¿Calzones? —bramó Sidorio, enarcando las cejas.

—Se refiere a unos pantalones —dijo Stukeley—. En su país los llaman así.

—¡Oh! —Sidorio pareció sumamente aliviado—. Connor, tú sabes dónde está mi camarote. Llévate a tu amigo y búscale algo que ponerse. Nosotros tres iremos al Vagabundo como avanzadilla. Lola, como ya sabéis, detesta que la hagan esperar.

—Sí, padre —dijo Connor de pronto. Lo que fuera con tal de mantener la paz. Advirtió que Bart se estremecía al oírselo decir.

Con firmeza, condujo a su amigo a la puerta por la que se accedía al interior del barco.

Cuando estuvieron dentro, lo miró.

—¡Esto es una locura! —exclamó—. Stukeley y Johnny se lo estarán contando todo a Sidorio en este momento.

Bart se encogió de hombros.

—Puede —admitió—. Pero doy por sentado que el capitán no conoce su pacto secreto con Cheng Li. Creo que ese cartucho de dinamita debería darme unas horas de protección, ¿no te parece? —Sonrió.

Connor negó con la cabeza.

—Ya no estás tratando con mentes mortales —declaró—. Tienes que entender que aquí las cosas funcionan de una forma muy distinta.

—No te preocupes por mí —dijo Bart—. Sé cuidarme. Vayamos por partes: paso a paso. Nuestro próximo reto es encontrarme algo que me vaya bien pero no esté hecho ni de piel ni de cota de malla. ¡Y nada de plumas!

Lola se separó de Sidorio cuando Grace entró en el camarote acompañada por Mimma y Nathalie. La capitana sonrió para sus adentros al advertir que eran como tres gotas de agua. Las chicas habían hecho una labor excepcional con su hijastra.

—Grace, querida, esta noche estás encantadora. A Sid le conmoverá que hayas vuelto a ponerte el broche de su madre. Y veo que Mimma te ha dibujado otro tatuaje.

—Sí. —Grace asintió, con los ojos brillantes—. He pensado que debería tatuarme uno de verdad.

—Supongo —dijo Lola, separándola de sus acompañantes y conduciéndola a un rincón vacío del camarote—. Necesitamos tener una pequeña charla, querida.

Grace puso los ojos en blanco.

—¿Qué he hecho ahora? —preguntó.

—Hummm —respondió Lola—. Eso digo yo. —Se cruzó de brazos—. Deja que te dé una pista. Tiene que ver con una llave, mi bodega y un determinado vaquero moreno.

Grace se dio cuenta de que no tenía escapatoria.

—Lo siento —dijo.

Lola hizo un gesto de desagrado.

—Ya te lo he dicho, Grace. Soy muy exigente con mi tripulación y lo soy incluso más con mi familia. —Dulcificó la expresión y le puso en el hombro una mano enfundada en un guante de seda—. Si querías sangre, solo tenías que pedirla. A fin de cuentas, soy la mejor experta del mundo en esta materia. Esconderse en la bodega con Johnny, bueno, ¡así no es cómo se comportan las personas como nosotros!

Grace tenía los ojos muy abiertos y la mirada ávida.

—¿De verdad me darías sangre?

—Por supuesto. —A Lola le centellearon los ojos. Hizo una seña a Jacqueline, que llevaba una bandeja de plata con una botella y dos copas. Cogió la botella y vertió una cantidad modesta del líquido rojo rubí en cada copa. Luego, ofreció una a Grace.

—¡Espera! —le ordenó en tono imperioso—. Primero inclinamos la copa, luego removemos el contenido. Después, nos deleitamos con el buqué. Y entonces y solo entonces, nos la bebemos.

Se llevó la copa a los labios y tomó un sorbo. Grace volcó la suya con avidez y se la bebió de golpe. Lola miró a Jacqueline, exasperada.

—De tal padre, tal hija —dijo— Justo lo que necesito, otro diamante en bruto.

Mimma se acercó a ellas, sonriendo con entusiasmo.

—Disculpe, capitana, pero su esposo pregunta por usted. Parece que Connor ha venido con un amigo.

—¿De veras? —A Lola se le despertó el interés. Se dirigió a Grace—. Jacqueline se ocupará de que no tengas la copa vacía durante la refacción —dijo—. Pero debes aprender a beber a sorbitos, no de golpe. Me niego a tener una bebedora compulsiva en el clan Lockwood Sidorio. —Dicho lo cual, fue a reunirse con su esposo.

—Querida —dijo él, acariciándole la rabadilla con la mano—. Me gustaría presentarte a un buen amigo de Connor, Bart Pearce. Se quedará esta noche.

Lola ofreció su mano enguantada a Bart y sonrió.

—Bienvenido al Vagabundo, Bart. —Se rió con coquetería—. He oído que el cocinero Escoffier iba servir una carne de res exquisita esta noche, pero no tenía ni idea de que se refiriera a esto.

Bart inclinó la cabeza y le besó la mano enguantada.

—Me alegro de conocerla, lady Lockwood, ¡lady Sidorio, quiero decir! Connor me ha contado muchas cosas buenas de usted.

—¿De veras? —Lola enarcó una ceja y le sonrió—. Por favor, llámame Lola. —Lo cogió por el brazo—. Vamos a buscarte algo de beber —dijo, llevándoselo con Connor y Sidorio pegados a sus talones.

Bart miró a su anfitriona con aire de disculpa.

—No pretendo ser grosero, pero me temo que no bebo lo que están sirviendo.

Lola hizo un gesto con la mano.

—Eso lo sé, tonto, pero tengo unas cuantas botellas de vino convencional en mi bodega, ¿sabes? Cuando mi esposo me ha informado de que venías, he mandado a las chicas abajo para que trajeran una botella de Shiraz 2505. Colijo que puede ser de tu agrado.

—¡Pues sí! —dijo Bart, tan sorprendido como aliviado.

Sonriendo, Lola chasqueó los dedos y Zofia apareció a su lado con una botella y una copa.

—Bart, Zofia. Zofia, Bart. Zofia se ocupará de saciar tu sed, ¿verdad, querida?

Zofia sonrió de forma encantadora. Lola dio la vuelta a Bart para que viera la mesa.

—Si me hubieran avisado antes de que venías, habría pedido al cocinero que preparara más comida.

Ambos miraron la mesa que, como de costumbre, crujía bajo el peso de las creaciones del cocinero Escoffier.

—Parece que hay mucha —dijo Bart.

Lola posó su mano enguantada en el antebrazo de él y apretó.

—Un hombre de tu envergadura necesita estar bien alimentado —dijo—. Pero no te preocupes. Grace está muy desganada en este momento, ¡así que puedes comerte su parte! Mira, ahí está, la gemela de Connor, aunque a primera vista nadie lo diría.

Bart asintió.

—Nos conocemos —dijo.

—¿De verdad? Oh, la vida es divertidísima, ¿no? El mundo es un pañuelo. ¡Bah! Son hermanos. ¡Grace! Ven a saludar a un viejo amigo.

Grace cogió a Johnny de la mano y se acercó a Bart y a Lola.

—Hola, Grace —dijo Bart, dispuesto a darle un abrazo.

Ella lo miró de un modo extraño y no lo abrazó. Tenía una mano ocupada apretando la de Johnny y la otra asiendo la copa.

—Bart, qué sorpresa verte aquí. ¿Conoces a mi gran amigo, Johnny Desperado?

Bart volvió a asentir.

—Sí, nos hemos conocido antes —respondió mientras miraba afablemente a Johnny—. ¿Qué tal tu noche?

—De maravilla, gracias —respondió el vaquero, ladeando el sombrero—. ¿Y la tuya?

—Muy instructiva —dijo Bart.

Lola alargó la mano y quitó el sombrero a Johnny. Lo arrojó al rincón del camarote, donde cayó en un sombrerero.

—Johnny, cielo, ya conoces la norma. Nada de sombreros en el camarote. Y, sinceramente, no entiendo por qué quieres esconder ese pelo tan precioso. —Pasó su mano enguantada por su abundante cabello oscuro.

Grace frunció el entrecejo y tiró de Johnny.

—¿No ibas a decirme algo en privado? —le preguntó.

Johnny la miró.

—Ah, ¿sí? Oh, esto… sí, claro. —La siguió cuando ella se lo llevó a un rincón vacío.

Lola sonrió a Bart con picardía.

—Hacen muy buena pareja, ¿verdad? —dijo—. Bueno, Bart, siéntate—. Volvió la cabeza—. Tú también, Connor. Ya sabes lo deliciosa que es la comida de este cocinero.

—Sí —convino Connor mientras tomaba asiento y sacaba la silla contigua para Bart.

—Seguiremos hablando después —dijo Lola mientras masajeaba el hombro de Bart con su mano enguantada. Tras lo cual, cogió a su esposo del brazo y se lo llevó.

Bart dio un codazo a Connor.

—Esto no está nada mal, socio —dijo—. Una comida estupenda. Un buen Shiraz. Mujeres hermosas. Y tu madrastra, lady Lola, es para partirse de risa. Cuánto me alegro de que nuestro asesinato fracasara y haya tenido la oportunidad de conocerla como es debido.

Connor hizo una mueca de desaprobación.

—Las apariencias engañan —declaró—. Y no bajes la guardia ni un instante. Podrías morir riendo.

Pero Bart le sonrió, irrefrenable como de costumbre.

—Amigo, ya te lo he dicho. Sé cuidarme. ¡Anda, pásame esas gambas gigantes e intenta relajarte!