35

El fruto prohibido

—He venido en cuanto he podido —susurró Johnny al entrar en el camarote de Grace.

—Me alegro muchísimo de verte —dijo ella mientras cerraba la puerta.

Se le hacía extraño tener a Johnny en su camarote. Extraño pero excitante, como si, de algún modo, él fuera un fruto prohibido. Saltaba a la vista que se había esmerado por ella, como si aquello fuera una cita. Llevaba una camisa negra entallada, unos vaqueros y sus botas de montar. Cuando se acercó, Grace olió su deliciosa colonia con aroma a madera, ya familiar después de las noches que había estado acurrucada contra él a lomos de Nieve.

Advirtió que Johnny la estaba mirando con la misma intensidad que ella a él. El apuesto vaquero le sonrió y ella le vio los dientes de extraordinaria blancura. Entre ellos, estaban sus dos pronunciados colmillos. Grace ya no los encontraba nada molestos ni creía que lo afearan en lo más mínimo. Más bien al contrario.

—¿Has conseguido aguantar hasta ahora? —preguntó Johnny.

Grace asintió, sonriendo.

—¡Buena chica!

Ella se encogió de hombros.

—Bueno, te he hecho una promesa, más o menos.

Johnny estuvo de acuerdo y volvió a sonreír.

—Muy bien. Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Cómo nos colamos en la bodega sin que nadie se dé cuenta?

—Lola y las chicas vuelven a estar de cacería esta noche —explicó Grace—. Esta vez van más lejos, así que deberíamos tenerlo todo despejado durante las próximas dos horas.

Johnny hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—He visto las carrozas alejándose por la carretera de la costa mientras venía. Es estupendo que no estén. Pero ¿qué hay de la bodega? Imagino que estará cerrada con llave, ¿no?

—No creo que tengamos problemas para entrar —dijo Grace mientras se sacaba un manojo de llaves del bolsillo de la falda—. Las he cogido del camarote de mi madrastra hace un rato.

Johnny volvió a asentir, impresionado.

—¿Has hecho un viaje astral hasta el camarote o aún tienes más trucos mágicos en tu repertorio?

Grace hizo un gesto negativo.

—De hecho, solo ha sido un hurto normal y corriente. —Sonrió—. A veces, me gusta ceñirme a lo clásico.

Johnny silbó bajito.

—¿Sabes, Grace Tempest?, cuando te conocí, no tenía ni idea de lo divertida que ibas a ser. Parece que eres toda una rebelde, ¿no?

Grace se ruborizó por su halago.

—Vamos —dijo, dándole un farol y cogiendo otro—. Tenemos que colarnos en una bodega.

El Vagabundo estaba como una tumba bajo cubierta. Cuando descendieron al último nivel, Grace y Johnny no encontraron un alma.

—¡Lo hemos conseguido! —exclamó Grace mientras pasaba el farol a Johnny y probaba la primera llave de Lola. Era demasiado esperar que hubiera elegido la correcta, pero solo tuvo que intentarlo unas cuantas veces antes de que la cerradura se abriera.

—Ya está —susurró a Johnny, estremeciéndose de emoción y cogiéndole la mano. Él apretó la suya. Juntos, cruzaron la puerta y entraron en la húmeda bodega.

Se hallaban en un camarote inmenso. A Grace le pareció tan grande como el que ocupaba la base del Nocturno, el que utilizaban para el Festín. Pero, en vez de una mesa y sillas, aquel recinto, como era de esperar, estaba repleto de botellas dispuestas en hileras.

Johnny silbó cuando caminaron de la mano por la avenida de botellas.

—No sabía que Lola tuviera tantas existencias. Es decir, sabía que había aumentado la producción, ¡pero aquí hay suficiente sangre para mantenernos durante años!

Grace se detuvo y, después de soltar la mano a Johnny, sacó una botella. Llevaba el blasón de la bodega Corazón Negro en la etiqueta y, en el dorso, había unos cuantos apuntes sobre su sabor.

—Joven, afrutado, ligeramente especiado… —Miró a Johnny—. ¿Qué opinas?

—Probémoslo —propuso él arrebatándole la botella de las manos.

—¿Qué hacemos? —preguntó Grace, que notaba una extraña electricidad en el espinazo—. Es un tapón de rosca, así que ¿lo abrimos y nos lo bebemos aquí mismo? ¿O lo llevamos a mi camarote?

Johnny sonrió.

—Me apetece bebérmelo aquí —dijo—. Parece que hagamos algo prohibido, ¿no?

Grace asintió y advirtió que también estaba sonriendo.

—Tú misma has dicho que Lola y su pelotón no volverán hasta dentro de al menos dos horas. Supongo que podemos tomárnoslo con calma. —Johnny alzó su farol—. Ahí hay copas y, mira, podemos usar esa vieja manta como si esto fuera un picnic. Ponernos cómodos. ¡Vamos, compinche!

Johnny volvió a caminar por el paseo, con la botella en una mano y el farol en la otra. Grace lo siguió, sintiéndose borracha de emoción.

—Tengo que hacer esto —dijo Darcy a Lorcan—. Lo entiendes, ¿verdad?

Lorcan la miró con preocupación pero asintió.

—No estoy seguro de que sea lo más prudente —declaró—. Pero, sí, por supuesto que lo entiendo. Iría contigo, ¡pero mira qué pinta tengo! No querría que Grace me viera así. Además, nunca he terminado de dominar el arte de los viajes astrales.

—Tranquilo —dijo Darcy—. Tú quédate aquí, límpiate y tómate un merecido descanso. Nunca había visto a nadie trabajar tan duro como tú. ¡No me extraña que todas las noches te salgan músculos nuevos! —Le rozó el brazo con los dedos—. Yo iré a hablar con Grace. Estoy segura de que eso nos tranquilizará a todos.

—Eso espero —le respodió Lorcan, abriendo los brazos y estrechándolos alrededor de Darcy—. Pero ten muchísimo cuidado, ¿me oyes bien? Y asegúrate de decirle a Grace cuánto la echo de menos y cuánto deseo tenerla otra vez…

Darcy lo miró a los ojos.

—¿En tus brazos?

—Bueno, sí —respondió él, un poco incómodo.

—No te preocupes —le dijo Darcy, sonriendo—. Sé que es a Grace a quien quieres.

—Tú eres muy importante para mí, Darcy —explicó Lorcan—. Lo sabes, ¿no?

Ella dijo que sí con la cabeza.

—Somos como hermanos. ¡Antes de que te des cuenta, estaré hablando con acento irlandés! —Lo abrazó con ternura y se separó—. Me voy a mi camarote para proyectarme desde ahí, si no te importa.

Lorcan asintió.

—Ven a verme en cuanto vuelvas, ¿me oyes?

Darcy Pecios se enorgullecía de ser una de las practicantes de la proyección astral más expertas del Nocturno. Mientras que muchos vampiratas (se corrigió, muchos «nocturnos»), Lorcan incluido, tenían dificultades con los principios básicos de la proyección astral, ella poseía suficiente técnica para elegir entre dos modalidades de proyección. La primera la llevaría directamente a un lugar que ya conocía: esa era la forma en que Grace acudía a su cita diaria en el camarote del capitán. La segunda, más sutil, le permitía viajar hasta una persona, no un lugar. Así era como había viajado hasta Grace en una ocasión a bordo del Diablo y decidió que así sería como ahora viajaría hasta ella a bordo del Vagabundo.

Pero, incluso cuando eras una experta en las artes psíquicas, tenías que contar con un cierto margen de error. Mientras arrugaba la nariz por el olor a moho que de pronto la envolvió y miraba aquel lugar decididamente lúgubre, creyó que debía de haberse equivocado.

Tardó un momento en detectar las tablas del suelo, pero, siguiéndolas, se desplazó hasta el final del pasillo. Más adelante, oyó voces y risas amortiguadas.

Se animó. Una de las voces pertenecía a Grace. Fuera lo que fuera aquel lugar tan extraño, sus capacidades no le habían fallado. Se dio mentalmente una palmadita en la espalda y continuó en la dirección de las voces. Era consciente de que Grace no estaba sola, pero eso no era un problema. Si era cauta, podría observar a su amiga en silencio y, cuando no hubiera moros en la costa, enviarle alguna señal de su presencia.

Conforme su visión adquiría más nitidez, Darcy se preguntó qué podían contener los anaqueles de ambos lados. Entonces discernió las inconfundibles formas de botellas; hileras y más hileras de envases. Tardó un momento en atar cabos y le entraron muchísimas ganas de vomitar. Recordó las macabras historias de Grace sobre las cacerías nocturnas de Lola Lockwood. «Así que esta es la bodega», pensó. Tenía sentido; aquel lugar poseía una sordidez que no se debía a la falta de luz ni a la humedad, sino que provenía sin duda de todas las vidas truncadas y vertidas en las botellas que la rodeaban. Se estremeció, pero se negó a desistir. Ya sabía que aquello no iba a ser un paseo por el parque y estaba desesperada por hablar con Grace. Siempre y cuando lo consiguiera, podía soportar aquella verdadera cámara de los horrores.

Al ver un charco de luz asomando por un recodo, se detuvo. Grace debía de estar cerca. Y, no obstante, las voces y risas se habían alejado. Confundida, se desplazó hasta el final del pasillo y, armándose de valor, miró en la dirección de la luz.

Allí estaba Grace, en efecto. Yacía en una especie de manta, con una botella abierta y dos copas medio vacías a su lado. Pero no estaba sola, sino con un hombre joven. Darcy no lo veía bien porque le daba la espalda, pero estaba tendido junto a Grace. En ese momento, cambió de postura y Darcy vio lo único para lo que no estaba preparada. El joven y Grace se estaban besando.

Arrugó la frente y, de inmediato, pensó en Lorcan. Se llevó la mano a los labios. En ese momento, la pareja dejó de besarse. Darcy sabía que debía retirarse, pero, por algún motivo, no pudo. Vio que el joven se volvía y cogía la botella.

—¿Lista para otra copa? —le oyó decir.

Grace respondió enseguida:

—¡Sí, por favor! —Entonces se sentó. Vio a Darcy y contuvo un grito. Darcy se escondió de inmediato.

—¿Qué pasa? —preguntó Johnny, mirando a Grace.

—Tienes que irte —respondió ella.

—¿Por qué?

Grace se puso a pensar a la desesperada.

—Es una marinera de Lola —explicó—. Debe de haber vuelto por algún motivo.

Johnny se volvió, confundido.

—Yo no veo a nadie —dijo—. ¿Estás segura de que no te lo has imaginado?

—Créeme —insistió Grace—. Tienes que salir de aquí. —Lo conminó a levantarse de la manta.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó Johnny mientras se ponía de pie y cogía sus botas, que se había quitado para ponerse cómodo.

—Ya me inventaré algo —respondió Grace—. Pero tú tienes que irte. ¡Ya!

—¡Está bien! —dijo él—. Pero ven a verme después. Proyéctate astralmente o lo que sea, pero quiero saber que estás bien.

Grace asintió.

—Claro.

Cuando Johnny se perdió entre las sombras, Grace se levantó y echó a andar en la dirección contraria.

—Darcy —susurró—. Sé que estas ahí. Sal para que pueda verte.

—Está bien —dijo Darcy muy seria mientras se colocaba delante de ella.

Grace alargó la mano y atravesó con ella el cuello de su amiga.

—Bien. Entonces, esto solo es una visita astral.

—Sí —dijo Darcy—. Pero, de todas formas, he visto lo que he visto. —Tenía la voz ronca.

Grace frunció el entrecejo.

—Pareces incluso más decepcionada conmigo de lo habitual —respondió—. Sé que llevas varias noches muriéndote por decirme algo. Bueno, ahora no están ni Lorcan ni Mosh Zu, así que eres libre de hacerlo.

—¡He venido a verte porque estaba preocupada! —exclamó Darcy, dolida por el tono de su amiga—. Y, después de lo que acabo de ver, está claro que tenía motivos para estarlo.

—Al contrario —dijo Grace—. Yo diría que es más que evidente que sé cuidarme sola. —Sonrió—. Y que estoy haciendo nuevos amigos.

—¡Grace! —Darcy abrió los ojos de par en par—. ¿Cómo crees que se sentiría Lorcan si te oyera decir eso? ¿Si se enterara de lo tuyo con ese chico en la manta?

—Bueno —respondió Grace—. No vamos a tener que esperar mucho para averiguarlo, ¿verdad? Seguro que estás deseando volver al Nocturno para contárselo todo.

Darcy se quedó momentáneamente sin habla. Negó con la cabeza.

—Lo que Lorcan siente por ti es algo real, Grace. Contigo, se ha abierto como nunca le he visto hacer en todos los años que lo conozco. ¿De veras puedes dejarlo de lado con tanta facilidad?

—No estoy dejando a nadie de lado —contestó Grace, con desdén—. Solo estaba tomándome una copa.

—Te he visto —declaró Darcy—. Y, desde donde yo estaba, no era una copa lo que tenías en los labios.

Furiosa, Grace dio una bofetada a su amiga, pero, por supuesto, su mano solo cortó el aire. Terminó dándosela a ella misma y le dolió muchísimo.

—Te lo mereces —dijo Darcy—. De haber podido devolvértela, lo habría hecho.

—¿Porque me estoy divirtiendo un poco con Johnny? —preguntó Grace.

—Oh. —Darcy asintió—. Así que ese es Johnny, ¿no? Tendría que habérmelo imaginado.

Grace negó con la cabeza.

—¿Cómo te atreves a juzgarme? —exclamó—. ¿Tienes idea de lo que he pasado estos meses, concretamente estas últimas semanas? ¿La tienes? Creo que no. Ni tú ni Mosh Zu ni Lorcan. Estáis todos tan ocupados con vuestras «misiones importantes» que no os veo nunca excepto en nuestras reuniones diarias. Lorcan ya ni siquiera asiste. Si alguien ha dejado de lado a alguien, es él.

Darcy suspiró.

—Eso no es verdad, Grace, y lo sabes.

Grace volvió a negar con la cabeza.

—Afrontémoslo, Darcy. Es verdad y, probablemente, tú te alegras. Es decir, tú siempre has estado enamorada de Lorcan, ¿no? No te molestes en negarlo. Debió de fastidiarte cuando él me eligió a mí en vez de a ti, incluso cuando creía que era mortal. Pues ya tienes el campo despejado. Ahora estoy con Johnny y, si quieres saber la verdad, es mil veces más divertido que Lorcan Furey. Así que vuelve corriendo al Nocturno y sírvete. —Se cruzó de brazos—. Solo espero que esto termine mejor que tu desastrosa aventura con Jez Stukeley.

Darcy notó las lágrimas escociéndole en los ojos.

—¿Qué te han hecho? —preguntó—. Eras tan dulce, tan amable, antes de que Sidorio y Lola Lockwood te echaran el guante.

—Oh, sécate los ojos —dijo Grace, con crueldad—, ¡antes de que se te pudra la madera! Nunca he sido tan dulce ni amable como pretendes. Soy la hija de Sidorio. Ya sabes lo que dicen: por el árbol se conoce el fruto.

Darcy se esforzó en hilvanar una frase.

—No eres tú la que habla, Grace. No puedes serlo.

De pronto, se fijó en la mancha roja seca que Grace tenía alrededor de los labios. ¡Por supuesto! Le había sorprendido tanto presenciar el beso que había olvidado lo que había estado bebiendo Grace. Todo cobró sentido. Sonrió aliviada.

—¿Por qué me miras con esa cara de pava? —preguntó Grace.

—No eres tú la que habla. Todas esas cosas espantosas. Es la sangre.

Grace puso los ojos en blanco.

—Cree lo que te plazca, Darcy, pero, por favor, déjame en paz. Seguro que ya casi se te han agotado los poderes.

—Me voy —dijo Darcy—. Pero volveré. Te lo aseguro. —Mientras decía aquello, su imagen desapareció.

Grace se encontró sola en la bodega. La mejilla aún le dolía por su propia bofetada. Se la tocó. «¡Idiota!» Fue hasta la manta, volvió a sentarse y cogió de nuevo la copa. Cuando se la llevó a los labios y notó el sedoso líquido bajándole por la garganta, se sintió más calmada de inmediato.

—¿No crees que ya has bebido bastante por una noche?

Grace alzó la vista y le dio un vuelco el corazón al ver a Johnny delante de ella. Estaba más guapo que nunca.

—Te he dicho que te fueras —dijo, sonriendo pese a todo.

Él le devolvió la sonrisa.

—¿Sabes?, no siempre hago lo que me dicen.

—Ni yo —declaró ella, estirando las piernas y dándole su copa cuando él volvió a sentarse a su lado. Johnny tomó un sorbo.

—Así que no he podido evitar oír parte de vuestro acalorado diálogo —dijo.

Grace se ruborizó y se frotó la mejilla.

—¿Has visto cómo me he dado una bofetada? ¡Ha debido de ser divertidísimo!

—Pues la verdad es que sí —dijo Johnny con los ojos brillantes.

Grace hizo un gesto de fastidio.

—¡Me duele mucho!

—Me gustan las mujeres que saben dar puñetazos, aunque se los den a sí mismas. —Johnny dejó la copa, se acercó más y le besó la mejilla con dulzura—. ¿Crees que esto te quitará el dolor?

—No estoy segura —respondió ella—. Puede que tengas que hacerlo dos veces, o incluso tres…

Johnny se encogió de hombros.

—No hay problema. —Pero vaciló un momento y, de pronto, pareció nervioso—. Grace, no tienes que responder, pero te lo voy a preguntar de todas formas. Cuando has dicho que era mil veces más divertido que Lorcan, ¿lo has dicho en serio?

Grace miró sus ojos marrón chocolate. Negó con la cabeza muy despacio y percibió la decepción del chico, pese a sus esfuerzos por disimularla.

—No, Johnny —dijo—. No mil veces más divertido. Sino un millón.