32

La cacería

La nota de Lola arrancó una sonrisa a Grace. Acababa de despertarse, pero solo eran las ocho, de manera que disponía de mucho tiempo para prepararse. Se sentía llena de energía, bastante inquieta de hecho, y le pareció que salir del barco con Lola, Mimma y el resto de la cuadrilla era justo lo que necesitaba. ¿Llevarían más de aquellas deliciosas galletitas rosadas? Las había echado muchísimo de menos en las dos últimas noches.

Se fijó en el clip prendido de una esquina de la nota de Lola. Volvió la hoja y vio que sujetaba un naipe. Intrigada, lo sacó y lo acercó al candil. Parecía un naipe normal, la dama de corazones, solo que era negro. Sonrió, preguntándose si aquello era parte del juego al que jugarían después. Guardó el naipe y la nota de Lola y abrió el armario. Tenía que tomar una decisión muy importante: ¿Qué vestido y qué zapatos debería ponerse para la salida de aquella noche?

Grace estaba vestida y lista a las nueve y media. Notaba mariposas en el estómago, pero no sabía muy bien por qué. ¿Cómo podía transcurrir el tiempo tan despacio?

Llamaron a su puerta y ella corrió a abrirla, agradecida. ¿Quién podía ser? Quizá Johnny, pensó, sonriendo.

Cuando abrió, encontró a Mimma, impecablemente vestida y arreglada como de costumbre.

—Me encanta tu vestido —dijo mientras la hacía pasar.

—¡Y a mí el tuyo! —exclamó Mimma—. Creo que no te lo había visto puesto. El color te realza muchísimo los ojos.

Grace se ruborizó, orgullosa y expectante.

—Me hace mucha ilusión salir esta noche —dijo—. ¡Dime adónde vamos y qué ha pensado Lola!

Mimma sonrió.

—Todo a su tiempo, querida. Te garantizo que va a ser una noche inolvidable. —Abrió su bolso—. Como esta noche sales con nosotras, he pensado que a lo mejor querías que volviera a pintarte el corazón negro. —Sacó sus pinceles de maquillaje, lista para la acción.

—¡Oh, sí! —exclamó Grace—. Es una idea estupenda.

Mimma empezó. Como la otra vez, fue meticulosa. Por fin, dejó el pincel y llevó a Grace al espejo para que valorara su obra.

—¡Queda genial! —exclamó Grace—. Oh, pero me lo has dibujado en el ojo izquierdo. Vosotras lo lleváis en el derecho. Solo Lola lo lleva en el izquierdo.

Mimma sonrió y le puso una mano en el hombro desnudo. Grace se dio cuenta de que, por alguna razón, estaba temblando. La mano de Mimma la ayudó a calmarse.

—Tú eres especial —dijo—. Ahora eres la hija de Lola.

Las demás estaban esperando en cubierta cuando Mimma y Grace subieron cogidas del brazo. Lola se volvió y se separó del grupo. Estaba deslumbrante con un abrigo ribeteado de piel y un sombrero de cazador con un puñado de plumas exóticas en el ala.

—Buenas noches, Mimma. ¿Y quién es esta señorita tan sofisticada? —Movió lentamente la cabeza de un lado a otro—. ¿Es posible? No, no creo… pero sí… caramba, Grace Tempest. ¡Fíjate en cómo has madurado ante nuestros propios ojos!

Grace volvió a henchirse de orgullo.

—Gracias —dijo, un poco nerviosa aún—. Espero que no te importe que lleve el corazón… En el ojo izquierdo, quiero decir.

Lola sonrió y le cogió las manos.

—¡Me encanta! —exclamó. La miró a los ojos—. Querida, estás temblando. Más vale que te llevemos a un sitio más recogido. —Se volvió para dirigirse a sus marineras—. ¡Vamos! ¡Nuestras carrozas nos esperan!

Las cinco carrozas comenzaron a subir la cuesta, cada una tirada por un caballo negro. Grace pensó en Nieve y se preguntó si Johnny la estaría montando aquella noche. El cochero de su carroza no era muy distinto a él, aunque no era tan guapo, reflexionó. Los cocheros de las cinco carrozas iban vestidos de etiqueta con un esmoquin negro y un sombrero de copa.

Grace iba en la carroza de Lola, junto con Mimma y Zofia. Cada una había subido consigo lo que parecía un voluminoso maletín y ahora estaban los tres en el suelo, bamboleándose mientras las ruedas avanzaban por el accidentado camino.

—¿Lleváis la merienda? —preguntó Grace.

Sus acompañantes se rieron.

—No —respondió Mimma.

—En verdad, no va muy desencaminada —dijo Lola, volviéndose para mirar por la ventanilla—. Ya casi hemos llegado. Mira, Grace. Qué casa tan bonita, ¿verdad? No muy distinta a la casa en la que me crié.

Dio un golpecito en el cristal con su mano enguantada. Grace se inclinó hacia un lado y miró afuera. El camino continuaba hasta lo alto de la colina. Y allí, encaramada a la cima, había una mansión blanca con columnas en la entrada.

—Es preciosa —dijo, volviendo a recostarse en su asiento—. ¿Es de algún amigo tuyo? ¿Están celebrando una fiesta?

Lola sonrió alegremente.

—Sí, querida. Algo así.

Las cinco carrozas se detuvieron alrededor de la fuente ornamental que ocupaba el centro del camino particular. Cuando Grace se apeó, le pareció una escena de cuento de hadas con el reflejo plateado de la luna en el agua.

Lola se dirigió al cochero.

—Gracias, Rodrigo —dijo—. Espéranos aquí. Ya sabes lo que hay que hacer.

—Sí, señora —respondió él, descubriéndose ante la capitana.

Grace se volvió y vio varias caras conocidas apeándose de las otras carrozas: Jacqueline, Nathalie, Jessamy, Camille, Leonie y Holly. Eran dieciséis en total, todas de punta en blanco; todas con un voluminoso maletín negro en la mano.

—¿Qué son esos maletines? —preguntó a Lola—. ¿Por qué no tengo uno yo?

—No te preocupes, cielo —respondió ella—. Tú has venido, sobre todo, en calidad de observadora.

—¿Observadora de qué? —se preguntó Grace en voz alta.

Lola no respondió. Ya estaba en la puerta, llamando enérgicamente con la ornamentada aldaba de latón. Tardaron un rato en abrir. En el recibidor bien iluminado apareció un criado vestido con librea. Cuando Lola entró para hablar con él, Grace dejó de verlos. De todas formas, la distrajeron Leonie y Holly, que se habían acercado a elogiar su vestido y el «tatuaje» del corazón negro.

—Pronto llegará el momento de que te hagas uno de verdad —dijo Leonie.

Lola reapareció en los escalones de la entrada y aplaudió con brío.

—¡Entremos, señoritas! Me temo que tendremos que ir solas al comedor. Parece que el criado está «indispuesto».

Lola entró y el resto la siguió. Al pisar el recibidor, Grace vio algo en el suelo. No, no algo, sino alguien. Era el criado. Tenía la cara lívida y la sangre que le brotaba de los dos orificios del pecho había formado un charco carmesí.

—Tu sigue, Grace —dijo Holly al ver hacia donde miraba—. Ya me encargo yo. —Dicho lo cual, se agachó junto al hombre y abrió su maletín. Grace la vio sacar una serie de instrumentos. ¿Era una especie de maletín médico?

—¡Vamos! —Mimma la arrastró por el pasillo.

Era un pasillo de una longitud impresionante, pero Lola parecía saber exactamente adónde iba. Quince pares de tacones aguijonearon las baldosas de mármol. Grace volvió a notar mariposas en el estómago cuando doblaron una esquina y se dirigieron a la puerta de doble hoja del final como si fueran un dragón chino. Lola se colocó en el centro de los batientes y se arregló el sombrero y el abrigo. Jessamy y Camille cogieron un batiente cada una. Cuando Lola les hizo una señal con la cabeza, ellas los abrieron. Lola entró resueltamente en la estancia.

Jessamy y Camille hicieron pasar a sus compañeras después de Lola. Mimma tomó a Grace de la mano y la condujo hacia la mesa que ocupaba, situada en el centro de la estancia. Un grupo de personas vestidas de gala parecía hallarse al final de una cena muy refinada. Grace contó las cabezas. Doce. Luego, miró a sus compañeras de tripulación, todas preparadas con un maletín negro a su lado.

En ese momento se levantó el hombre de pelo cano sentado a la cabecera de mesa.

—¿Qué significa esta intrusión? ¿Quiénes son?

Lola se quitó el sombrero.

—Coronel Marchmain —dijo—. No puede tener tan mala memoria, ¿no? Soy Lady Lola Lockwood Sidorio, propietaria de la bodega Corazón Negro. Me cité con usted para hablarle de mi producto. No se ha olvidado, ¿verdad?

Lola advirtió que la señora mayor pero bien arreglada que ocupaba el otro extremo de la mesa estaba fulminando al viejo coronel con la mirada. Él hizo un gesto negativo.

—No recuerdo haberme citado con ninguna bodega —dijo.

Lola frunció el entrecejo.

—Bueno, esto es un poco embarazoso. Como ve, no solo me supone una molestia a mí; he traído a todo mi equipo. —Lola señaló a sus acompañantes. La tensión de la estancia se podría haber cortado con un cuchillo.

—¡Geoffrey! —exclamó la señora mayor—. No sé qué pasa aquí, pero por favor di a esta horrible mujer que se marche. ¡No voy a permitir que arruinen la pedida de mano de mi hija! ¡Échalas!

—Déjame esto a mí, Honoria —le espetó el coronel—. Lo tengo todo bajo control. —Se dirigió a lady Lola, que lo observaba con fría indiferencia y con los brazos en jarras—. Mire —continuó—, no sé cómo se ha producido esta confusión, pero no recuerdo haberme citado con la bodega Corazón Negro ni con ninguna otra. El caso es que compro todo mi vino a Clarke’s. Siempre lo he hecho. —Suavizó el tono—. Dicho lo cual, dadas las molestias que, por cualquier motivo, han sufrido ustedes, estaría dispuesto a concertar otra cita en otro momento para hablar de un pedido pequeño.

Mientras sopesaba sus palabras, Lola se quitó poco a poco los largos guantes. Luego, negó bruscamente con la cabeza.

—No hará falta otra cita, coronel. No estamos aquí para venderle vinos. Venimos, más bien, a recolectar.

El coronel la miró sin comprender. Grace notó que el corazón se le aceleraba. De pronto, comprendió qué hacían allí. ¿Cómo podía haber sido tan torpe?

Lola chasqueó los dedos.

—¡Señoritas, a trabajar!

Grace estaba en el recibidor. Se había mareado en el comedor mientras veía cómo Lola y sus marineras se aplicaban a la labor. Había sido extraño. No estaba segura de que su mareo se debiera únicamente a la repugnancia. También había notado hambre, y ya no era hambre de galletas ni de ningún alimento convencional.

Por el rabillo del ojo, vio que Holly extraía el tubo del pecho del criado. Limpió la boquilla y lo guardó en su riñonera antes de centrar su atención en las seis botellas que había junto a ella. Las tapó y las metió en el maletín negro. Grace la observó entre fascinada y horrorizada. Recordó haber pensado que los maletines podían llevar la merienda y las palabras de Lola: «No va muy desencaminada».

Un grito y unos pasos frenéticos captaron su atención. Al volverse, vio a una muchacha que corría hacia ella. El tórax le sangraba y la sangre le estaba manchando el bonito vestido de tul.

—¡Por favor! —le gritó—. ¡Socorro!

Grace asintió.

—¡Vamos! —dijo—. Te… te ayudaré. —Holly se volvió sorprendida cuando Grace cogió a la muchacha de la mano, bajó los escalones corriendo y salió a la oscuridad de la noche.

En la fuente ornamental, la muchacha se detuvo para recuperar el aliento y sollozó.

—Los han matado a todos. Y peor…

—Tranquila —dijo Grace, sujetándola para que no se cayera. Se encontró frente a frente con ella. Era bonita y no mucho mayor que ella. Recordó las palabras de la señora mayor. La miró—. Esta noche era tu pedida de mano, ¿verdad?

La muchacha afirmó con la cabeza y las lágrimas le rodaron por el cuello y se mezclaron con la sangre.

—Todo se ha acabado. Todo.

—Sí —dijo Grace.

Se sorprendió mirando la sangre caliente que seguía empapándole el escote del vestido. De pronto, solo fue capaz de concentrarse en eso. Las palabras de la muchacha, sus lágrimas, dejaron de existir para ella. Solo podía pensar en su propia hambre, apoderándose de todos sus sentidos, empujándola hacia la muchacha.

Antes de saber lo que hacía, se encontró inclinándose hacia delante, lamiendo la sangre. Notó que la muchacha se apartaba, pero, de forma instintiva, la agarró con más fuerza y la empujó contra el borde de la fuente. De pronto, sus mariposas habían desaparecido. Y también aquella extraña sensación de hambre. En ese momento, sabía exactamente qué necesitaba… Volvió a inclinarse sobre la muchacha.

Justo entonces, notó unas manos que la agarraban por la cintura.

—¡Grace! ¡Suéltala! —Era Lola.

Grace se aferró a la muchacha, pero Lola tuvo más fuerza. Cuando la separó, la joven se desplomó sobre la grava.

Lola miró a Grace y negó con la cabeza.

—Caramba —dijo—. Eres un poco glotona, ¿no? —Se metió la mano en el bolsillo, sacó un pañuelo y le limpió el círculo de sangre alrededor de la boca.

—Así está mejor —dijo—. Veamos. Deberías saber que nosotras tenemos una determinada manera de hacer las cosas. Y no es esta.

Las marineras de Lola comenzaron a salir de la casa. Se dirigieron a las carrozas cargadas con sus maletines y la grava crujió bajo sus tacones de aguja.

Lola chasqueó los dedos.

—¡Camille! Grace ha empezado aquí. ¿Puedes seguir tú?

La marinera asintió, abrió el maletín y se arrodilló junto al cuerpo de la muchacha.

—Vamos, querida —dijo Lola, apartando a Grace con firmeza—. Creo que ya has tenido bastantes emociones por esta noche, ¿tú no?

Grace estaba demasiado aturdida para hablar. Pero Lola le sonrió.

—No te avergüences, cielo. Es maravilloso que tengas más hambre. ¡Por supuesto que sí! Sid estará encantado con la noticia. Pero no puedo permitir que ningún miembro de mi tripulación, y aún menos mi propia hijastra, se comporte de un modo tan grosero. Eso arruinaría mi reputación.

Grace bajó la cabeza, pero Lola le puso la mano en el mentón y se la levantó.

—Vamos —bromeó—. ¡Volvamos a nuestra carroza antes de que se convierta en una calabaza!

Cuando echaron a andar, cogidas del brazo, Lola se detuvo.

—¿Has traído el naipe? —preguntó.

Grace hizo un gesto de asentimiento, metió la mano en el bolsillo de su falda y sacó la dama negra de corazones que Lola le había adjuntado con la invitación.

—¡Perfecto! —exclamó al cogerla. Se volvió y la arrojó sobre el cadáver de la muchacha. El naipe revoloteó como una polilla antes de posársele en la boca abierta. Lola apretó la mano a Grace.

—Es mi tarjeta de visita —explicó.

La condujo a la carroza. Mimma y Zofia ya estaban dentro, con los maletines a sus pies. Lola acompañó a Grace hasta las escaleras y luego se volvió hacia el joven cochero.

—¡Restalla el látigo, Rodrigo! —exclamó—. Aquí ya hemos terminado.