28
Código plateado
Cheng Li abrió la puerta de dos hojas de su camarote. Cate entró detrás de ella y cerró con cuidado.
—Siéntate —dijo Cheng Li, señalándole la mesa redonda que a menudo utilizaba, antes que su escritorio, para hablar sobre cuestiones de estrategia.
Cate tomó asiento.
—¿Agua? —La capitana alzó una botella—. O podría ofrecerte algo más fuerte de mi bar privado.
Cate negó con la cabeza.
—No gracias, capitana —dijo—. Agua está bien.
—Probablemente tienes razón —observó Cheng Li mientras se servía un vaso—. Bueno, ibas a informarme de cómo van tus clases de combate. Cuéntame.
Cate asintió.
—Las cosas van bien. Si surgiera la necesidad de defendernos de un abordaje vampirata, creo que se lo pondríamos bastante difícil…
—No se trata de «si», Cate, sino de «cuando». Y no basta con «creer» que se lo pondríamos difícil. Tengo que estar segura, lo cual significa que tienes que estarlo tú.
Cate volvió a asentir.
—Comprendo perfectamente tu postura, capitana Li —dijo—. Mi problema es que aún no hemos probado mis técnicas de combate con ningún vampirata. No tengo forma de saber con absoluta certeza si vamos por el buen camino.
Cheng Li tomó un sorbo de agua y cogió la pluma para hacer una anotación en su cuaderno.
Cate intentó leer la letra del revés, pero la interrumpieron unos fuertes golpes en la puerta.
Cheng Li frunció el entrecejo.
—He dicho específicamente que no nos interrumpieran —dijo, levantándose—. ¿Quién es? —gritó.
En respuesta, las puertas se abrieron y Jacoby y Jasmine irrumpieron en el camarote.
—Sentimos interrumpir la reunión —dijo Jacoby.
Jasmine habló.
—Tenemos un código plateado.
Cheng Li asintió.
—Cate, tendremos que dejarlo para después. Jacoby, Jasmine, ¿qué pasa?
Cheng Li entró con aire resuelto y paso firme en el suntuoso vestíbulo de la Academia de Piratas, acompañada por Jasmine y Jacoby.
—Capitana —dijo Jasmine—. Antes de entrar, ¿puedo hablar un momento contigo?
—No —bramó Cheng Li—. En un código plateado, cada segundo cuenta. Si querías plantearme algo, deberías haberlo hecho durante el trayecto.
Jasmine se ruborizó.
—Esperaba poder hablar contigo a solas, capitana —dijo—. Es acerca de Connor.
—¿Por qué quieres hablar con la capitana Li sin mí? —preguntó Jacoby.
—Ya da igual —respondió Jasmine.
—Sí —convino Cheng Li—. Lo da. Sea lo que sea, va a tener que esperar.
Jasmine y Jacoby se miraron con tirantez mientras la señorita Martingale iba a su encuentro aguijoneando el suelo ajedrezado del pasillo con sus zapatos de tacón.
—Capitana Li —dijo—. El capitán Grammont, el comodoro Black y los demás les están esperando en el sótano —dijo—. Les acompañaré. —Abrió la puerta del estudio del director, que estaba desierto. Se dirigió resueltamente al escritorio antiguo, puso la mano sobre la perforadora y apretó cinco veces. Cuando terminó, uno de los paneles revestidos de piel de la pared se abrió.
—¡Síganme! —gorjeó, girando su broche hasta que se iluminó. Bajó la escalera de caracol que conducía al sótano.
—Hoy están en la habitación número nueve —informó.
—Gracias —dijo Cheng Li—. Seguiremos solos, Frances.
La señorita Martingale se detuvo y se despidió de la capitana Li con el saludo de la Federación.
—Siempre es un placer verla, capitana —dijo—. Sean cuales sean las circunstancias.
—Lo mismo digo —respondió Cheng Li, devolviéndole el saludo y llamando a la puerta de la habitación número nueve.
—Entrez! —gritó René Grammont.
Cheng Li hizo entrar a Jacoby y Jasmine en la habitación, la cual, como muchas de sus vecinas, contenía una larga mesa de reuniones hecha con la madera de antiguos barcos piratas. A ella estaba sentada la élite de la academia y de la Federación de Piratas.
—Bienvenue! ¡Bienvenidos! —exclamó el capitán Grammont—. Dadas las circunstancias, no nos alargaremos en las presentaciones.
—Entendido —dijo Cheng Li—. Creo que todos conocen a mi segundo de a bordo, Jacoby Blunt, y estoy segura de que la alférez Jasmine Peacock tampoco es una desconocida para ustedes.
—Por supuesto que no —declaró Lisabeth Quivers—. ¡Nunca olvidamos a nuestros mejores alumnos! Tres de los cuales están ahora en esta habitación.
Hubo asentimientos y murmullos en toda la mesa.
—Por favor —dijo el capitán Grammont—. Sentaos y ponednos al corriente de las novedades.
Cheng Li y sus compañeros tomaron asiento.
—Como he indicado en mi mensaje, tenemos un código plateado. Podría haber informado a través de Cali…
—Es la agente secreta que estáis utilizando, oui? —dijo Grammont.
—Exacto —respondió Chen Li—. Podría habérsela enviado con toda la información, pero me pareció mejor comunicárselo personalmente.
—Somos todo oídos —dijo el comodoro Black, directo como de costumbre.
—Esta situación incumbe a toda la Federación de Piratas —explicó Cheng Li—. Pero a tres de nosotros más que a ningún otro. —Miró el extremo de la mesa y dijo los nombres conforme veía las caras—. Trofie Wrathe, Barbarro Wrathe y Molucco Wrathe. —Hizo una pausa—. Nuestro agente secreto nos ha informado de que mañana por la noche uno de sus barcos, posiblemente los dos, será abordado por los vampiratas.
Se oyeron bruscas inspiraciones en toda la habitación.
—Ya saben —continuó Cheng Li— que el ejército vampi rata ha abordado y requisado dos barcos de la Federación, el Redentor y, más recientemente, el Albatros. Que nosotros sepamos, los capitanes y las tripulaciones de estos dos barcos han muerto, aunque nuestro agente secreto sugiere que los vampiratas intentan revivir a determinados piratas con el propósito de integrarlos en sus filas.
—Cuando dice «agente secreto» —dijo Barbarro Wrathe—, supongo que se refiere a Connor Tempest.
Cheng Li asintió.
—Como saben, hemos convencido a Sidorio, el rey de los vampiratas sedicente, de que Connor es su hijo. Su misión va viento en popa y la información que nos manda a través de Cali es cada vez de mayor calibre.
Molucco Wrathe soltó una risa falsa.
Cheng Li lo ensartó con la mirada.
—¿Tiene algo que decir, capitán Wrathe?
—Pues sí, capitana Li. —Molucco buscó la mirada de su antigua adversaria—. Si la información del señor Tempest es tan increíble, ¿cómo explicas el hecho de que no nos haya alertado de los abordajes de los otros dos barcos de la Federación?
Cheng Li no se amilanó.
—Me gustaría que todos imaginaran por un momento la peligrosa situación de Connor. Es la primera vez en la historia de la Federación que tenemos un espía en el campamento enemigo. Connor está arriesgando el pellejo por la Federación, por cada uno de ustedes.
—Eso lo sabemos —dijo la capitana Quivers y su voz, como de costumbre, apaciguó los ánimos—. Y estamos muy agradecidos tanto por la valentía de Connor como por tu brillante idea de infiltrarlo.
Jasmine arrugó la frente. Cheng Li no había encontrado una forma de entrar en la guarida de Sidorio. La puerta ya estaba abierta. No le cabía ninguna duda. Y la capitana había mandado a Connor a aquel infierno sin pensar en su seguridad. Debía tener una charla con ella en cuanto surgiera la ocasión.
—La capitana Quivers habla en nombre de todos nosotros —intervino el capitán Grammont—. Elogiamos tu actuación, capitana Li, y la de tu joven y excepcional tripulación. —Sonrió, incluyendo a Jasmine y a Jacoby.
—Gracias —dijo Cheng Li—. El caso es que Connor no se enteró de que iban a abordar el Redentor. —Vaciló—. En lo que respecta al segundo abordaje… el del Albatros. Bueno, de hecho, lo supimos antes…
Jacoby la miró con la boca abierta. No se podía creer que hubiera revelado aquella información de tan buen grado. Decir que tenía al público cautivado era quedarse corto.
—Sí —continuó la capitana—, recibimos el aviso de que iban a abordar el Albatros, pero yo tomé la decisión de ocultar la información.
Se oyeron gritos de sorpresa alrededor de la mesa.
—¡Has mandado a la muerte al capitán Drakoulis! —exclamó Apolostolos Salomos.
Pero Cheng Li obtuvo apoyo de un sector inesperado cuando el comodoro Black trinó:
—¿No lo comprenden? La capitana Li estaba entre la espada y la pared. Si hubiera alertado a Drakoulis, podría haber salvado su barco, pero habría arruinado la tapadera de Connor. Su misión, que, como ella dice, no tiene precedentes en la historia de la Federación, habría terminado antes de empezar.
—Aun así… —protestó Francisco Moscardo.
La voz aflautada del comodoro Black también lo interrumpió a él.
—La capitana Li tomó una decisión que todo alto mando militar, yo incluido, tiene que tomar en algún momento de su carrera. Eligió perder una batalla para ganar una guerra.
Cheng Li se encontró en la poco familiar situación de sentirse agradecida y bien dispuesta hacia el comodoro Black.
—Exacto —convino.
—Y, no obstante —dijo la capitana Larsen, entrando en liza—, ¿has tomado la decisión de avisarnos hoy de que el Diablo o el Tifón son los próximos en la lista de los vampiratas?
—¿Habría preferido que se lo hubiera callado y nos hubiera dejado morir? —le espetó Trofie Wrathe.
—Por supuesto que no. —La capitana Larsen continuó con calma—. Solo estoy intentando comprender la lógica de la capitana Li. ¿Qué les hace distintos a usted y a su barco del capitán Drakoulis y el Albatros?
—Es una pregunta válida —dijo Cheng Li, mirando a Trofie, Barbarro y Molucco—. Y confieso que he tenido muchas dudas. Al avisarles, sigo arriesgando la seguridad personal de Connor, la cual, por supuesto, me tomo muy en serio, y, todavía más, el éxito de esta misión histórica. —Suspiró—. No obstante, cuando Jasmine y Jacoby me informaron de los planes de ataque, me pareció que debía comunicárselos. Uno de sus barcos, posiblemente los dos, será abordado mañana por la noche. La situación se está agravando.
El comodoro Black estuvo de acuerdo.
—Ha hecho lo correcto —declaró. Se dirigió al grupo—. Proporcionaremos a ambas tripulaciones los pertrechos para defenderse de los vampiratas ideados por la capitana Li y su equipo.
—Me quedaré encantada a describirles el nuevo armamento que hemos ideado, así como nuestras técnicas defensivas —continuó Cheng Li—. No nos llevará mucho tiempo y es mejor que leerlo en un manual.
—Gracias —dijeron al unísono Barbarro y Trofie Wrathe. Todos los ojos se posaron en Molucco.
—Hummm, gracias pero no —declaró—. Tengo asuntos urgentes que atender.
Barbarro se dirigió a su hermano.
—¿Qué diantres puede ser más urgente que preparar tu barco y a tu tripulación para el ataque inminente de estos demonios?
Molucco ya se había levantado. Puso una mano en el hombro de su hermano menor.
—¿Qué es siempre más urgente para un pirata? ¡Los tesoros! Mi nuevo ayudante en funciones acaba de encontrar una pista muy prometedora, que tengo intención de seguir, ahora mismo.
—Por favor, reconsidérelo —dijo Cheng Li—. Esto solo le robará unos pocos minutos de su tiempo. Y el trabajo que hemos hecho puede salvarles la vida a usted y a su tripulación, mis antiguos compañeros.
Molucco la miró y negó con la cabeza.
—Te he concedido más minutos de mi tiempo de los que soy capaz de soportar —declaró. Miró a los demás y agitó los brazos—. ¿No se les ha olvidado algo? La vida de un pirata siempre ha sido corta pero alegre. Ya hemos afrontado peligros y hemos vivido para contarlo.
—¡Hermano! —exclamó Barbarro, levantándose—. Este peligro es completamente distinto. ¿Has olvidado a Porfirio? Tú quizá estés listo para perder otro hermano, pero yo no, desde luego. Reconsidéralo. Al menos, llévate los pertrechos para defenderte.
—Está bien —dijo Molucco, con impaciencia—. Me llevaré los pertrechos si con eso te sientes mejor y, más tarde, después de atender mis asuntos, prometo leerme de cabo a rabo el último manual de la señorita, perdón, capitana Li.
Dicho lo cual, se dirigió a la puerta con paso altivo. Cuando pasó por delante de Cheng Li, Scrimshaw se asomó un momento por entre sus cabellos desgreñados. A Jasmine le pareció que la serpiente tenía una mirada suplicante. Negó con la cabeza: se estaba dejando llevar por su imaginación.
Cuando Molucco ya se había marchado, el capitán Grammont habló.
—Sugiero que nos quedemos todos a la sesión informativa de la capitana Li. Es evidente que la situación se ha agravado y todos deberíamos estar familiarizados con el armamento y los procedimientos.
Se oyó un coro ascendente de «sí, señor» alrededor de la mesa.
—Haremos un descanso de veinte minutos —anunció el comodoro Black—. Luego, reanudaremos la reunión.
Durante el descanso, Jasmine tuvo por fin ocasión de hablar a solas con Cheng Li en la terraza de la academia.
—Siento lo de antes —dijo—. Estaba preocupada por Connor, pero, ahora que sé que vamos a sacarlo de allí, todo está bien.
Cheng Li la miró con curiosidad mientras tomaba un sorbo de refrescante té de erizo de mar.
—Vamos a sacarlo de ahí —dijo Jasmine—, ¿no?
Cheng Li hizo un gesto negativo.
—La información que nos da es demasiado valiosa para que abortemos la misión en este momento.
Jasmine notó un dolor punzante en la cabeza. No podía dar crédito a lo que oía.
—Pero lo que has dicho ahí dentro, sobre lo mucho que te importa su seguridad…
Cheng Li asintió.
—Tengo un firme compromiso con todos y cada uno de mis marineros.
—Entonces, tienes que sacarlo de ahí —dijo Jasmine—. ¡Hoy mismo!
—No —replicó Cheng Li.
Jasmine endureció la expresión.
—Romperé filas y daré instrucciones a Cali yo misma si es necesario —dijo.
Cheng Li sonrió con dulzura y tomó otro sorbo de té.
—Jacoby ya ha ido a dar instrucciones a Cali —explicó—. Te he apartado de esa obligación. De ahora en adelante, solo Jacoby colaborará con Cali.
Jasmine buscó frenéticamente algún indicio de Jacoby en la terraza de la academia. No vio ninguno. Así que era cierto. Él ya se había marchado para a reunirse con Cali.
Negó con la cabeza.
—Lo sabías —dijo—. De algún modo, sabías que lo había descubierto. Que no te habías inventado esta brillante estratagema de que Connor es hijo de Sidorio. Es un dampiro de verdad. Tú solo has sacado el mejor partido de la situación.
Cheng Li le sonrió.
—Si alguien tenía que descubrirlo, eras tú. Sé lo unidos que estáis, aunque Jacoby no quiera verlo. Tú eres la persona más inteligente de mi tripulación. Por eso te necesito a mi lado. Como ahora. Vas a volver dentro conmigo para ayudarme a informar a los capitanes de todas nuestras rigurosas investigaciones.
Jasmine se mordió el labio.
—Dame una buena razón para no dejarte aquí y salir corriendo en busca de Jacoby. O, mejor aún, para no ir a buscar de Connor yo misma.
Cheng Li dejó la taza de té en la mesa.
—Alférez Peacock, tu honda lealtad es uno de tus mejores atributos —dijo—. Pero, uno, has jurado servirme y, dos, te has pasado la vida formándote para desempeñar un papel clave en la historia de la piratería. Desde que eras una niña de siete años y cruzaste por primera vez el arco de la academia, has estado esperando tu momento. Ese momento ha llegado. Aquí hay asuntos más importantes en juego que el bienestar de un joven pirata o, mejor dicho, de un joven dampiro.
Jasmine hizo un gesto de negación y una sola lágrima le rodó por la mejilla. Cheng Li sabía que sus palabras habían dado en el clavo. A la hora de la verdad, Jasmine estaba hecha de la misma pasta que ella. Su entrega a la causa era completa.
—Seguro que en este momento tienes sentimientos encontrados con respecto a mí —continuó Cheng Li—. Dame un voto de confianza. Esto se resolverá pronto. Y, por favor, ten por seguro que no pienso perder a Connor. Si quieres ayudar a protegerlo, quédate a mi lado y haz lo que digo.
—¿Tengo alternativa? —preguntó Jasmine mientras se enjugaba la lágrima con el dedo pulgar.
—¿La tiene alguno de nosotros? —dijo Cheng Li, dándose la vuelta y entrando de nuevo en la sala.
—Bien, Cate —dijo Cheng Li, horas después, cuando abrió la puerta de su camarote—. ¿Lista ya para una copa?
Cate negó con la cabeza.
—Sigo prefiriendo el agua. Después de tu reunión con la Federación, seguro que voy a quedarme trabajando hasta altas horas de la noche. Quiero tener la cabeza despejada. —Se sentó a la mesa de Cheng Li y se sorprendió mirando el cuaderno de la capitana y la breve nota que había escrito en su anterior reunión.
Cuando Cheng Li se sentó enfrente de ella, Cate se rió.
—¿De veras has escrito: «Siguiente paso: secuestrar vampiratas para experimentar»?
Cheng Li la miró, desconcertada.
—Sí —respondió—. ¿Tienes algún problema con eso?
Las dos mujeres se quedaron mirando. Cada vez que Cate creía haber calado a la capitana, ocurría algo que la obligaba a reconsiderar su valoración.
—Puede que ella no tenga ningún problema con eso, pero yo desde luego sí.
La voz provenía del otro extremo del camarote. Tanto Cheng Li como Cate se pusieron en guardia de inmediato y miraron a su alrededor con las espadas desenvainadas.
Fue entonces cuando advirtieron que la silla del escritorio de Cheng Li no estaba en su posición habitual. Despacio, giró hacia ellas.
—¡Tú! —exclamó Cheng Li. Una sonrisa le iluminó la cara—. Bueno, si puedo perdonar a alguien por entrar en mi camarote sin permiso, es a ti. —Miró al intruso a los ojos—. Aunque, oye, ¡tenemos que dejar de vernos así!
Él asintió, se levantó y se acercó a las dos mujeres.
—Cate Morgan —dijo Cheng Li, en tono formal—. Me gustaría que conocieras a Lorcan Furey. Alférez Furey, esta es mi asesora en técnicas de combate, Cate.
Lorcan estrechó la mano a Cate.
—Señorita Morgan, su reputación la precede —dijo—. De hecho, usted es la razón de que esté aquí. Necesito su ayuda.
Pareció que a Cate fueran a salírsele los ojos de las órbitas.
—¿Es usted el vampirata Lorcan Furey? —farfulló—. ¿Y ha venido a verme a mí?
Él hizo un gesto afirmativo, clavando en ella sus penetrantes ojos celestes.
—El mismo —respondió Lorcan—. Aunque debo informarles de que ahora nos hacemos llamar nocturnos, para diferenciarnos de Sidorio y su chusma.
Cheng Li hizo un gesto de aprobación con la cabeza. Como la última vez que se vieron, le resultaba imposible apartar los ojos del joven vampirata. Incluso parecía haberse vuelto más cautivador desde aquella visita. Le costó serenarse, pero, de algún modo, finalmente lo consiguió.
—Siéntate, alférez Furey. ¿Qué has querido decir con que necesitas nuestra ayuda?
—Quizá sería más exacto decir que he venido, en nombre de los nocturnos, los vampiratas pacíficos, por así decirlo, para proponerte una alianza.
—¿Una alianza? —Cheng Li consideró la deliciosa posibilidad de una alianza con Lorcan Furey.
—Déjeme adivinarlo —intervino Cate—. Quieren echar de los mares a ese miserable de Sidorio pero no pueden hacerlo solos.
—Bingo —dijo Lorcan, sonriéndole y asintiendo—. He pensado que podían estar en una situación similar.