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Conflicto de lealtades

—Tienes suerte de encontrarme —dijo Cheng Li cuando Connor entró en su camarote. Estoy a punto de coger un barco taxi. —Consultó el reloj del escritorio—. ¡Que ya se retrasa tres minutos! No es la primera vez que pasa. Una huelga más y cambio de compañía.

Connor se quedó consternado. Llevaba veinticuatro horas preparándose para aquel encuentro y esperaba que haberse levantado tan temprano, cuando había más silencio en el barco, le habría permitido estar un rato a solas con Cheng Li.

—¿Adónde vas? —preguntó.

Cheng Li sonrió.

—Tengo una reunión con nuestro viejo amigo el comodoro Black. Tras el éxito de la Operación Corazón Negro, es hora de preparar nuestro siguiente movimiento contra los vampiratas.

A Connor se le cayó el alma a los pies como si fuera un peso muerto.

—¿Sabes? —dijo Cheng Li—, te veo un poco paliducho. ¿Estás enfermo? Espero que no hayas cogido esa fea gripe crustácea que ronda por el barco. Más vale que te sientes. —Señaló una silla al otro lado del escritorio. Connor vaciló y se apoyó en ella.

—Es muy importante que hablemos —dijo.

Cheng Li sonrió.

—Ya sabes que me encanta conversar contigo —observó. Pero me temo que no es el momento. Podemos quedar para esta tarde si quieres, cuando vuelva de la academia.

Connor no estuvo de acuerdo.

—De hecho, tenemos que hablar antes de que te reúnas con la Federación.

Cheng Li enarcó una ceja con gesto interrogante. Llevaban tiempo suficiente trabajando hombro con hombro para saber interpretar sus respectivos lenguajes corporales. Connor supo que tenía toda su atención. Pero iba a tener que darse prisa.

—Lola Lockwood no ha muerto.

A Cheng Li se le congelaron las facciones.

Llamaron a la puerta, la abrieron y la sonriente Bo Yin asomó la cabeza.

—Capitana, solo quería informarle de que ha llegado su taxi.

—Gracias, Bo Yin —dijo Cheng Li, con sorprendente calma y normalidad—. ¿Puedes decirle que se ha retrasado cinco minutos y que va a tener que concederme otros cinco que no tengo ninguna intención de pagarle?

—¡Sí, capitana! ¡No hay problema! —Bo Yin saludó, sonrió a Connor y se marchó alegremente para cumplir la orden de Cheng Li. Estaba claro que a Bo Yin le encantaba formar parte de la tripulación.

Cheng Li se sentó detrás del escritorio.

—Está bien —dijo—. Tenemos cinco minutos. Está claro que tienes información importante para mí. Desembucha.

—La noche de la boda no destruimos a Lola Lockwood —le informó Connor, mientras notaba que la adrenalina le corría por las venas—. La Operación Corazón Negro fracasó. Sidorio volvió a juntar la cabeza con el cuerpo de Lola y la resucitó. Está viva y coleando y, al parecer, recién llegada de una luna de miel estupenda.

Cheng Li frunció el entrecejo.

—¿Y cómo sabes tú eso?

No había tiempo que perder. Connor dejó el sobre en el escritorio.

—Stukeley vino a verme —respondió—. Me trajo esta invitación.

Cheng Li desdobló la carta y se puso las gafas de lectura. La frente se le arrugó conforme leía las palabras de Sidorio. Finalizada la lectura, dejó la carta en el escritorio, entrelazó las manos y apoyó el mentón en ellas.

—Parece que tenemos un problema —dijo.

Connor asintió.

—Lo siento. Tendría que habértelo dicho antes.

—¿Cuándo te entregó esto Stukeley?

—Anteanoche. En la despedida de Bart y Cate en la cantina de la Luna Llena. Salí por la puerta de atrás para tomar el aire y él me estaba esperando en aquella playa tan asquerosa.

Cheng Li frunció el entrecejo.

—Sé que debería habértelo dicho enseguida —dijo Connor—. Lo siento mucho.

Cheng Li lo miró.

—Tienes razón, Connor. Deberías haberlo hecho. Pero seguro que tenías buenos motivos para esperar. Solo agradezco haberlo sabido antes de presentarme ante ese estirado de Ahab Black.

Connor se asombró de lo bien que estaba encajando la noticia. Su misión, que se había planeado tan meticulosamente y que tantos elogios había granjeado a Cheng Li y su tripulación, había sido un fracaso. Arrugó la frente. Actuando como lo había hecho, había privado a Cheng Li de veinticuatro valiosas horas para reflexionar.

De pronto, ella se levantó y cogió su cartera. ¿Ya estaba? ¿Se iba ya?

—Lo siento —repitió.

—Deja de disculparte —dijo Cheng Li mientras se echaba la cartera al hombro—. Y borra esa cara de perro apaleado. Esta misión está sometida a cambios continuos. Esto era inevitable. No nos enfrentamos a un enemigo normal y corriente.

Su reacción equilibrada dejó a Connor estupefacto.

—¿Qué vas a decirles? —preguntó.

—No lo sé —respondió Cheng Li mientras abría la puerta del camarote—. Puedes ayudarme a pensarlo por el camino.

Por fin, Connor cayó en la cuenta.

—¿Quieres que vaya contigo a la reunión?

—Prueba a desayunar pescado, Connor —dijo Cheng Li—. Debería despabilarte más por las mañanas. Andando. Oficialmente llevamos un retraso de diez minutos. Será mejor que ese taxista ponga el motor a tope.

Mientras el barco taxi surcaba las olas a toda velocidad, Connor se sintió calmado por el movimiento suave y rápido de la pequeña embarcación y su proximidad al agua. Hacía calor y la espuma marina le refrescaba la cara y los brazos. Él y Cheng Li iban sentados en el lado opuesto al del barquero, donde podían seguir hablando sin que los oyera. Sin embargo, durante la primera parte del trayecto, ambos guardaron silencio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo para disfrutar de las vistas y pensar en sus cosas.

—Dime. —Cheng Li rompió el silencio—. Esa invitación de Sidorio y lady Lola. ¿Te estás planteando aceptarla? ¿Por eso no habías dicho nada?

—No —respondió Connor con sinceridad—. No, es el último sitio al que quiero ir y ellos son las últimas personas con las que quiero estar.

Cheng Li se levantó las gafas de sol.

—No te precipites, Connor. Las cosas no son blancas o negras. Después de lo que hemos descubierto sobre tu origen, diría que ambos, pero sobre todo tú, estamos pisando terreno desconocido.

Connor frunció el entrecejo. Cheng Li podía haber escogido otro momento para ser tan comprensiva. Lo que él necesitaba era su reacción típica, llena de certidumbres (haz esto, no hagas esto), no aquella nueva actitud ingenua y relajada tan impropia de ella. Si había algo que lo hiciera sentirse en terreno desconocido era eso.

—Sé que Sidorio es mi padre consanguíneo —dijo—. Y sé que eso me hace distinto. No estoy contento, nada contento, pero lo superaré. Me cueste lo que me cueste. Te agradezco mucho tu apoyo. No quiero entrar en su mundo. Quiero estar aquí. Rodeado de mis amigos y camaradas, en el mundo que conozco.

—Hummm. —Cheng Li volvió a bajarse las gafas de sol y reflexionó sobre lo que había dicho—. El caso es, Connor, que estás entre la espada y la pared. Creo lo que has dicho de tus amigos y camaradas, pero el hecho es que nuestra misión reside en destruir a los vampiratas, al menos a los renegados, lo cual incluye a Sidorio, Lola y Stukeley. Tienes que pensarte bien si quieres seguir formando parte de dicha misión, ya que puedes tener un conflicto de lealtades que reduzca tu eficacia.

Connor notó que le hervía la sangre.

—Yo no tengo ningún conflicto de lealtades —le espetó—. Ninguno en absoluto. Ellos no significan nada para mí. Significan menos que nada para mí. Quiero destruirlos tanto como tú. Probablemente más. —La miró a los ojos—. Estoy preparado para presenciar la destrucción de todos los vampiratas y participar en ella. Tienes que creerme.

—Te creo —dijo Cheng Li, poniéndole la mano en el hombro y bajando la voz—. Pero necesitas tener una cosa clara. Incluso si nuestra misión tiene éxito y los eliminamos a todos, eso no cambiará tu genética, Connor. Seguirás siendo un dampiro, como lo es Grace, y Sidorio seguirá siendo tu padre. —Su tono era dulce y comprensivo, pero sus palabras se le clavaron como un estoque recién afilado.

—Lo asimilaré —declaró—. Primero, destruyámosles. Luego, tendré todo el tiempo del mundo para resolver mi crisis de identidad.

—De acuerdo —convino Cheng Li—, si lo tienes claro. Pero no dudes de que, si estás de mi parte en esta misión, esperaré que hagas todo lo que te pida. No puedo hacer ninguna excepción contigo a causa de nuestro secreto.

—No quiero ningún trato especial —dijo Connor—. Estoy comprometido al ciento por ciento con esta misión. Lo único que te pido es que no cuentes mi secreto a los demás. Hasta que esté preparado para hacerlo yo. —Bajó la cabeza—. Si ese día llega alguna vez.

Cheng Li le ofreció la mano.

—Trato hecho —dijo.

Connor se la estrechó. Estaba temblando de emoción, pero la firme mano de Cheng Li estrechó la suya con fuerza. Aquello lo tranquilizó y, por fin, el corazón comenzó a serenársele.

El barquero les gritó desde el otro extremo del barco:

—¡Mire, jefa! Ahí está el arco de la academia. He llegado veinte minutos antes de la hora. —Abrió su boca desdentada y se rió—. Espero que sea generosa con la propina, capitana Li.

Cuando Cheng Li y Connor pisaron el conocido desembarcadero de la Academia de Piratas, Connor suspiró hondo y se despojó de parte de la tensión que acumulaba desde la visita de Stukeley. Se sentía mejor después de haber hablado con Cheng Li. Ella lo apoyaba, como había hecho siempre desde la noche que lo rescató del mar embravecido.

—Vamos —dijo ella mientras subía la ladera a buen paso—. No hagamos esperar a Black. Saludó a la diminuta figura de Lisbeth Quivers, que estaba asomada a la terraza de lo alto de la colina. Quivers era uno de los ex capitanes pirata que ahora desempeñaban un papel clave tanto en la academia como en la Federación de Piratas. Connor no sentía mucha simpatía por la mayoría de los profesores, pero sí cierto afecto por Quivers, cuya faceta humana parecía más desarrollada que la de sus compañeros.

Apretó el paso para alcanzar a Cheng Li.

—¿Has pensado qué vas a decir al comodoro Black y a la Federación? —preguntó.

—Más o menos —respondió ella mientras hacía un gesto afirmativo con la cabeza—. Estoy segura de que el resto se me ocurrirá en cuanto entremos. Tú solo acuérdate de lo que acabas de prometerme, Connor: que harás todo lo que te pida.

Él asintió con sobriedad.

—Me acuerdo, capitana. No te defraudaré.