5
La vuelta a casa
—¡Ya he vuelto! —Una voz familiar resonó en el puente del Capitán Sanguinario cuando la puerta se abrió.
Jez Stukeley y Johnny Desperado, los dos ambiciosos alféreces de Sidorio, se levantaron para saludar a su capitán cuando este entró y se acercó a ellos. Les sorprendió un poco descubrir que Sidorio llevaba un abrigo de piel de zorro plateado y un gorro que hacía conjunto. Desde su Gran Romance con lady Lola Lockwood, sus gustos en ropa se habían vuelto un poco estrafalarios.
—¡Es estupendo volver! —declaró Sidorio mientras dejaba dos pesadas maletas en el suelo. Se puso en jarras y sonrió a sus dos segundos de a bordo.
—¡Bonito gorro, capitán! —exclamó Stukeley—. Deduzco que no se han ido de luna de miel a los trópicos.
—No, a Ucrania —respondió Sidorio mientras se desabrochaba el abrigo—. Lola quería unas vacaciones invernales.
—Qué… raro —masculló Stukeley, mientras hacía un gesto de asentimiento.
Sidorio se quitó el abrigo y lanzó el gorro al aire, que cayó en uno de los salientes del timón.
—¿Cómo va todo? —preguntó, al tiempo que se frotaba las manos con brío—. ¿Ha ocurrido algo en mi ausencia de lo que debería enterarme? ¿Alguien se ha portado mal? ¡Contádmelo todo!
Johnny negó con la cabeza y miró a su camarada.
—Todo ha ido sobre ruedas, ¿verdad, Stuke?
Stukeley asintió y colocó una mano en el timón con aire posesivo.
—Lo hemos tenido todo bajo control, capitán.
—Bien hecho, chicos —dijo Sidorio mientras se dirigía resueltamente al timón y lo agarraba con ambas manos—. Sabía que podía confiar en que os hicierais cargo de todo durante mi ausencia. —Sonrió e inspeccionó el vasto casco del barco y a la nutrida tripulación. Luego, cambió de postura y Stukeley no tuvo más remedio que soltar el timón—. He vuelto —añadió, en voz baja pero con una autoridad incuestionable— y todo puede volver a la normalidad.
Detrás de él, Stukeley hizo una mueca a Johnny.
Johnny sabía cuánto había disfrutado su compañero gobernando el barco durante la ausencia del capitán. Era innegable que él también se lo había pasado bien, y no cabía duda de que, bajo su mando, la tripulación había estado más organizada. La pregunta era: con Sidorio de nuevo al timón, ¿seguiría reinando el orden o retornaría el caos de siempre? Podían suceder ambas cosas. A él le daba bastante igual. Era más que capaz de dejarse llevar. Pero últimamente había observado en Stukeley una ambición que desconocía. Sabía que habría tensión cuando regresara el capitán; pero no esperaba que aflorara tan pronto.
Se devanó los sesos para encontrar una forma de relajar aquel ambiente de tensión. De pronto, tuvo una idea luminosa y preguntó a Sidorio:
—Capitán, ¿dónde está su encantadora esposa?
—Lola está en su barco —respondió Sidorio. Percibió la mirada de sorpresa de su alférez y añadió—: Ella tiene su barco y yo tengo el mío. Igual que antes de casarnos.
Aquello avivó el interés de Stukeley.
—Entonces, ¿lady Lola no vendrá a vivir al Capitán Sanguinario?
—Por ahora, no. —Sidorio negó con la cabeza. Luego, agitó la mano como si apartara una mosca—. No perdamos tiempo comentando mis asuntos domésticos. Estoy seguro de que hay cosas mucho más interesantes de las que hablar.
—Claro —convino Stukeley, cruzando una mirada furtiva con Johnny—. Siempre que lady Lola esté bien y se haya recuperado del todo del espantoso ataque que sufrió en su boda. —Ambos alféreces observaron atentamente la reacción de su jefe. Al fin y al cabo, habían sido ellos los que habían instigado aquel «espantoso ataque», aunque lo hubieran perpetrado los piratas. ¿Conocía o sospechaba Sidorio la verdad?
De hacerlo, no daba ninguna muestra de ello. Y la sutileza no había sido nunca su fuerte. Se limitó a asentir afablemente.
—Lola está mejor que nunca, gracias por preguntar. Pronto lo verás con tus propios ojos. Os ha invitado a los dos al Vagabundo esta noche para tomar una refacción.
—¿«Refacción»? —Stukeley parecía desconcertado—. ¿Qué demonios es eso?
Sidorio se encogió de hombros.
—Ni idea. Yo no puedo estar al tanto de todo lo que le pasa por la cabeza a esa mujer. Lo único que sé es que tenéis que estar allí… —miró el reloj del barco—, oh, hace unos diez minutos.
Stukeley no hizo ningún ademán de marcharse. Por el contrario, preguntó con aire despreocupado:
—¿Sabe por qué quiere vernos su esposa?
Sidorio negó con la cabeza.
—Supongo que quiere conoceros mejor. A fin de cuentas, ahora trabajáis para ella además de para mí.
—¿Trabajar para ella? —Esa vez, Stukeley no pudo disimular la irritación en su voz.
—Es mi esposa —bramó Sidorio, volviéndose hacia sus segundos de a bordo—. Lola y yo gobernamos este imperio juntos. Ahora respondéis ante ella además de ante mí.
Stukeley se esforzó por contener su enfado. Sidorio y Johnny lo observaron mientras su cara sufría diversas contorsiones.
El capitán esbozó una sonrisa que dio paso primero a una risa y luego a una sonora carcajada.
—Te lo has creído, ¿verdad? No ha cambiado nada, ¡tontaina! Sigo siendo el que está al mando de todo. Pero ahora tengo una esposa y debo hacerle creer que las cosas son distintas. Es el secreto de un matrimonio feliz.
De inmediato, el alivio fue patente en la cara de Stukeley.
Sidorio sacudió la cabeza, alzó su recio brazo izquierdo y atrajo a su segundo de a bordo hacia sí para abrazarlo.
—¿De veras pensabas que iba a degradarte, amigo? ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos? Tú fuiste el primer vampiro que creé, ¿recuerdas? Siempre tendrás un lugar en el centro de mi imperio.
Agarró a Stukeley como si le estuviera haciendo una llave de cabeza, alzó el otro brazo y cogió a Johnny de la misma forma.
—Tú también, vaquero. Llegaste después, pero supe que tenías madera de líder desde el principio, como si lo llevaras escrito en la frente. —Se rió entre dientes—. No, nada ha cambiado. Vosotros dos sois mis amigos además de mis alféreces, y así es como va a seguir siendo. ¡No os preocupéis! Incluso cuando mis hijos se hayan unido a nosotros, aquí siempre habrá sitio para vosotros dos.
A Stukeley se le volvieron a helar las facciones.
—¿Sus hijos? —preguntó con voz ronca.
Johnny parecía igual de estupefacto.
Sidorio liberó a los dos muchachos y ambos salieron despedidos hacia delante. Giraron sobre sus talones para mirarlo mientras él proseguía con su explicación.
—Mi hijo, Connor, y mi hija, Grace, pronto se unirán a nosotros. Bueno, de hecho, Connor se alojará aquí y Grace se quedará con Lola en el Vagabundo. Estamos convencidos de que eso será lo mejor…
—Disculpe —interrumpió Stukeley, frunciendo el entrecejo como si le estuviera doliendo muchísimo la cabeza—. ¿Nos está diciendo que Connor es su hijo?
Johnny miró a Sidorio y ladeó la cabeza.
—¿Grace es su hija?
Stukeley siguió farfullando:
—¿Connor Tempest? ¿Mi antiguo compañero, Connor Tempest?
—Sí —bramó Sidorio—. Aunque, en rigor, se llama Connor Sidorio.
—¿Y Grace también? —preguntó Johnny mientras Sidorio volvía a asentir—. Pero ¿cómo?
—Es largo de contar —respondió el capitán, cerrando sus ojos oscuros un momento antes de volver a abrirlos—. La madre de los gemelos era una donante del Nocturno. Mi donante.
—No lo había mencionado nunca —dijo Stukeley, devanándose los sesos—. Y usted y Connor ya han tenido algún desencuentro. Más que desencuentros. ¡Intentó matarle! ¡Y también a mí, ahora que lo pienso!
Sidorio asintió.
—Es cierto.
—Y Grace… —añadió Johnny—, no es precisamente su mayor admiradora. Intimamos bastante durante su estancia en Santuario y me confío muchas cosas.
Sorprendentemente, ante aquella avalancha de objeciones, Sidorio no perdió un ápice de su calma y habló con ecuanimidad.
—Nadie niega que hemos tenido nuestras diferencias. Pero eso fue antes de que supiéramos a qué atenernos. Qué somos para el otro.
—¡Connor intentó prendernos fuego a los dos! —protestó Stukeley—. Consiguió destruir a tres de nuestros camaradas. Y el que hirió a Lola en la boda fue él… ¡Le dio dos estocadas! Capitán, decapitó a su esposa.
Johnny no fue capaz de mirar a Stukeley, pero su descaro lo maravilló. Sí, era cierto que Connor había herido a Lola, pero solo porque ellos se lo habían pedido. Habían hecho un pacto con la capitana de Connor, Cheng Li, la valiente joven pirata que lideraba el ejército asesino de vampiratas.
Sidorio se limitó a encogerse de hombros.
—Todas las familias pasan por momentos difíciles. Connor no sabía quién era yo. Ahora lo sabe: es mi hijo y mi heredero. Grace es mi hija y mi otra heredera, igual de importante. Por eso queremos invitarles a que vengan, para que podamos conocernos mejor. Ha sido idea de Lola.
—Seguro que sí —masculló Stukeley.
—Una reunión familiar —dijo Johnny, sonriendo con candor. Se le ocurrió otra cosa—: Si Grace y Connor son sus hijos, ¿son como nosotros? ¿Son vampiros?
—No. —Fue Stukeley quien respondió la pregunta. Ya conocía la respuesta—. No son vampiros, sino «dampiros», mitad mortales, mitad vampiros. Unos seres increíblemente poderosos.
—¿Qué otra cosa cabría esperar? —declaró Sidorio con orgullo—. Connor y Grace son mis hijos, carne de mi carne— No puede haber una genética más potente. Y Lola será su madrastra. —Se le iluminó la cara—. ¿Sabéis una cosa?, imagino que querrá hablaros de eso. De recibir a los gemelos con los brazos abiertos, esa clase de cosas.
—Será agradable volver a ver a Grace —dijo Johnny, sonriendo—. Siempre he pensado que teníamos una asignatura pendiente.
—Cuidado, vaquero —le advirtió Sidorio, dándole un cachete en la oreja—. Estás hablando de mi hija.
—Más vale que nos vayamos —dijo Stukeley, mientras empujaba a Johnny hacia la puerta—. No deberíamos hacer esperar más a lady Lola.
Sidorio estuvo de acuerdo.
—Exacto —dijo—. ¡Disfrutad de vuestra refacción, muchachos!
Cuando sus alféreces se marcharon, se dio la vuelta y miró de nuevo su barco, su imperio naciente. Notó una excitación extraña corriéndole por la venas. Los tiempos estaban cambiando. Tenía a Lola a su lado, y a sus leales alféreces. Pronto, también tendría a Connor y a Grace. Y Stukeley y Johnny se quedarían estupefactos cuando les revelara más información sobre el Gran Proyecto suyo y de Lola. Les saldría humo de la cabeza.