11

La madrastra malvada

Lola negó con la cabeza.

—No sé por qué he dicho eso. Lo de que me llames «mamá». Por supuesto, no es en absoluto lo que espero, ni lo que quiero.

—¿Qué quiere? —preguntó Grace mientras se sentaba en la cama. Se sentía en ligera desventaja, dado que lady Lola la había pillado durmiendo—. ¿Qué hace aquí?

Lola sonrió.

—No debería haber confiado al vaquero un cometido tan importante. Oh, sé que es guapo y encantador, y sé que tú y él tenéis una cierta historia, pero, como he aprendido muy a mi pesar, y es posible que tú aprendas pronto, querida, si quieres resultados, en general es mejor que te ocupes tú misma.

Grace observó a lady Lola, su «madrastra malvada». Poseía una belleza deslumbrante. Cuando cruzó del mundo de los mortales al reino de los vampiratas, debía de rondar la cuarentena. Su piel era blanca como el alabastro, su cabello era negro azabache y sus ojos, de un aterciopelado color castaño. Tenía la fascinante belleza de las estrellas de cine o las reinas y princesas de los cuentos de hadas. Todo era perfecto, desde sus labios carnosos hasta el lunar de su pálida mejilla.

La única cosa que desentonaba era el tatuaje del corazón negro alrededor de su ojo izquierdo. Cierto que estaba muy bien dibujado y que el efecto era muy llamativo. Pero tenía algo que le ponía los pelos de punta. Le era imposible no fijarse en él. Mientras lo hacía, el corazón comenzó a difuminarse y se encontró mirando una marca mucho menos atractiva. Era una medialuna ligeramente borrosa, negra en el centro pero verde y morada en los bordes. Se dio cuenta de que estaba mirando un feo cardenal.

—¿No sabes que no está bien quedarse mirando a la gente? —La voz cristalina de Lola la devolvió al presente. La vampirata comenzó a acercarse y, de pronto, Grace percibió en toda su intensidad un olor a rosas embriagador y casi hipnótico.

Lola se detuvo junto a ella. Le puso una mano en el hombro.

—Parece que hayas visto un fantasma, Grace. ¿No deberías tomar otro sorbo de agua?

Grace dejó de mirarla, pero no cogió el vaso.

—¿Qué pasa? —preguntó Lola, sentándose en la cama y alisándose la larga falda—. ¿Qué te ha alterado tanto?

Grace vaciló, sopesando cuánto estaba dispuesta a contarle. Decidió exponerse.

—Veo cosas —dijo—. Tengo un don.

Lola asintió.

—Me han dicho que tienes muchos dones, querida. Tu padre cuenta maravillas de ti.

Grace encontró inquietante la palabra «padre».

—¿Se refiere a Sidorio?

Lola volvió a asentir.

—Así es, Sidorio. Mi esposo, tu padre. Enseguida pasaremos a él. Primero, explícame lo que has visto.

Grace volvió a vacilar, pero decidió arriesgarse.

—Veo bajo la superficie de las cosas —dijo—. He visto lo que hay bajo su tatuaje. —A lady Lola se le congelaron las facciones cuando Grace continuó—. He visto su herida.

—Fascinante —observó, un poco a la defensiva—. ¿Qué has visto exactamente?

—Solo el cardenal —respondió Grace—. Tenía forma de medialuna. —Se inclinó hacia delante—. ¿Está… relacionado con su muerte y su conversión en vampira?

Lola se cruzó de brazos.

—Recuerdo que Sid me dijo que este tema te fascinaba. ¿No estás escribiendo un libro o algo así?

Grace se quedó sorprendida, y extrañamente halagada, de que Lola supiera aquello. Hizo un gesto de confirmación.

—Me gusta hablar con todos los vampiratas que conozco y averiguar cómo cruzaron al otro lado. Sidorio fue uno de los primeros en hablar conmigo, de cómo lo mató Julio César. —Alargó la mano y abrió el cajón de su mesilla. Sacó su último cuaderno y se lo ofreció.

Lola lo abrió y hojeó las páginas con interés. Mientras lo hacía, Grace volvió a maravillarse de la belleza de su madrastra. A la luz del candil, sus largas pestañas, alargadas por las sombras, se proyectaban sobre sus pómulos salientes. Volvió a quedarse absorta en el tatuaje del corazón negro. Como por instinto, lady Lola la miró.

—Tienes una letra muy clara —dijo, sonriéndole mientras cerraba el cuaderno y lo dejaba en la colcha.

Para su sorpresa, Grace se sintió defraudada. Esperaba una reacción menos insulsa. Estaba orgullosa de las historias que había recopilado hasta la fecha. Y, más que eso, por razones que escapaban a su compresión, quería impresionar a lady Lola. Volvió a descubrirse mirando su tatuaje con forma de corazón.

—¿Qué haces? —Grace oyó su voz, pero amortiguada, como si proviniera de muy lejos. Mientras la voz se alejaba, otro ruido cobró intensidad en su cabeza. Eran cascos de caballos. Pisando tierra. También había otro sonido, más débil y suave. Lluvia. Una llovizna campestre. Alternándose con algún que otro chillido. ¿De un pájaro, quizá? Intrigada, aguzó mentalmente sus sentidos. Entonces advirtió que no eran chillidos, sino chirridos.

—¡Para! ¡No sé qué haces, pero para! —La voz ya era solo un susurro y Grace no tenía ninguna intención de parar. Su visión era cada vez más clara. Veía cascos de caballos pisando un terreno accidentado y la lluvia formando charcos en un camino vecinal. Los chirridos que había oído, advirtió, pertenecían a las ruedas de un carruaje. Estaban oxidadas y necesitaban aceite.

De pronto, sintió un dolor penetrante y su visión se disolvió al instante. Al abrir los ojos, vio a lady Lola a su lado, con la mano abierta cerca de su dolorida mejilla.

La miró con incredulidad.

—¿Acaba de darme una bofetada?

Lola no hizo ningún esfuerzo por negarlo.

—No me has dejado alternativa. Estabas siendo grosera. Para mí, los buenos modales son básicos.

—¡Buenos modales! —Grace la miró con la mejilla todavía dolorida por su bofetada—. ¡No creo que usted sea la más indicada para darme un sermón sobre eso!

Lola volvió a sentarse.

—Olvídalo, Grace. He hecho lo que debía. No tenemos mucho tiempo. Necesito que dejes de abstraerte y te concentres en lo que tengo que decirte.

Grace cruzó los brazos con aire desafiante.

—Deme una buena razón para dedicarle cinco segundos de mi tiempo.

—Oh, Grace —dijo Lola—. Sabes tan bien como yo que estás en un apuro y yo soy la única que puede ayudarte a salir de él.

Grace negó con la cabeza.

—No sé a qué se refiere.

—Eres una dampira, Grace. Mitad mortal, mitad vampira. Yo lo sé y tú lo sabes. El único problema es que, en realidad, tú casi no sabes nada de lo que significa eso. Necesitas ayuda para descubrir cómo eres de verdad, para madurar como inmortal.

—¿Y usted me está ofreciendo esa ayuda?

—Podría ser mucho peor —dijo Lola.

Grace puso los ojos en blanco, pero Lola continuó, impertérrita.

—Has pasado la mayor parte de tu vida viviendo una mentira. Creías que Dexter Tempest era tu padre. No es verdad. Pese a ser un hombre bueno, si bien nada ambicioso, que amaba a tu madre y os crió a ti y a tu hermano lo mejor que supo, no teníais ningún lazo consanguíneo.

—Dexter era mi padre —dijo Grace—. Mi relación con Sidorio no cambia eso.

Lola negó con la cabeza.

—Tu relación con Sidorio lo cambia todo. Sidorio es tu padre consanguíneo. Y Sidorio es un ser muy poderoso. Es el rey de todos los vampiratas.

Grace resopló con sarcasmo y se quedó paralizada, temiendo que Lola fuera a darle otra cruel bofetada. Pero esa vez su madrastra la miró con gesto interrogante. Grace se envalentonó.

—Sidorio es el rey de una chusma de renegados —dijo—. Los que no soportaban la disciplina de este barco o de Santuario. Desde luego, no es el rey de los vampiratas. Este es el auténtico barco vampirata, no el suyo, no el Capitán Sanguinario. Este barco, ¡el Nocturno!

Lola no estuvo de acuerdo.

—Eso era antes, quizá. Pero este barco ya ni siquiera tiene capitán. —Sonrió, sin alegría—. Veo que ni tan solo intentas negarlo.

—El capitán está… fuera —dijo Grace—. Pero volverá pronto. Y, entretanto…

—¡Basta! —Lola alzó la mano—. Antes de que gastes saliva en decirme que Mosh Zu está sustituyendo al capitán. Has vuelto a caer en la misma trampa, Grace. Estás viviendo otra mentira. Oh, ya sé que te sientes leal al pobre capitán y al resto de la tripulación. Pero el Nocturno se está muriendo, Grace. La mitad de sus marineros ha desertado para irse con Sidorio. No porque les falte disciplina, sino porque al fin se han dado cuenta de lo que son y han aceptado la naturaleza de su verdadera existencia. Para ellos ya no era apropiado responder ante un capitán que llevaba tantos años ocultándose tras una máscara, incluso antes de que desapareciera por completo de su vista. Esos tiempos han terminado.

Grace tuvo una reacción visceral a las brutales palabras de Lola.

—Mosh Zu… —comenzó a decir, pero vaciló.

Lola no desaprovechó la ocasión.

—Mosh Zu está aquí, sí. Y tiene muchos dones, Grace. Pero no es un líder. Acuérdate, Grace. ¿Qué hizo cuando Sidorio asaltó Santuario? Solo dejó que huyeran más vampiratas. El mundo de los vampiratas está cambiando, Grace, y tú tienes que tomar una decisión. ¿Vas a caer en el olvido aquí, por un sentido equivocado de la lealtad, o vas a ocupar el lugar que te corresponde junto a tu padre y tu hermano, en el centro de un nuevo imperio? El imperio que Sidorio y yo estamos construyendo juntos. Para ti y para Connor. Para todos nosotros. —La ambición le encendió la mirada—. Nuestro imperio de la noche.

Grace bajó la mirada.

—Por favor, váyase —dijo, en voz baja pero con total convicción.

—Me voy enseguida —respondió Lola—. De cualquier modo, ya es hora de que vuelva al Vagabundo. Solo hay una cosa más que quiero decir antes de irme.

Grace aguardó mientras volvía a notar su penetrante mirada atravesándola.

—Acepta quién eres, Grace —dijo—. Qué eres. —Cogió el sobre que aún estaba en la mesita de noche—. No tengas tanta prisa por rechazar una invitación por la que otros matarían. —Se la ofreció, pero Grace no hizo ningún ademán de aceptarla.

Se dio cuenta de que estaba temblando, aunque no sabía si era miedo, ira o una combinación de ambas cosas.

—Yo no he pedido esto —dijo, con la voz tensa—. Yo no he pedido ser distinta. Antes era feliz. Siendo normal y corriente. En el faro, con mi padre y Connor. En Crescent Moon Bay.

Lola resopló.

—Eso no te lo crees ni tú. Quizá no lo hayas pedido, pero el mundo que has descubierto y del que ahora formas parte te fascina. Posees unos dones excepcionales, Grace. Pero este premio tiene un precio. Tienes una obligación, contigo y con tu padre.

—¿Sidorio? —exclamó Grace—. ¡No le debo nada!

Lola tenía los ojos en llamas cuando volvió a mirarla.

—Al contrario, querida. Se lo debes todo. Le debes la vida. Le debes tu inmortalidad. No te engañes, Grace. Si hubieras sido una mortal normal y corriente, no habrías durado ni una noche en este barco antes de que alguien te hubiera chupado la sangre. Todos sabían que eras distinta, especial, desde el principio. Solo tú seguías en la inopia. —Se acercó a la cama y cogió el cuaderno de Grace. Ella la observó alarmada mientras pasaba las finas páginas. Había dedicado mucho tiempo y energía a aquel libro y no soportaría que Lola lo hiciera pedazos solo para recalcar su postura.

—Tranquila —dijo su madrastra, cerrando el cuaderno entre las palmas—. No voy a dañar tu valiosa obra. Pero ¿no lo ves, Grace? Estás tan fascinada con las historias de los demás que no lo entiendes. La tuya es la mejor historia de todas.

Volvió a dejar el cuaderno en la cama.

—He dicho todo lo que he venido a decir. Cuando estés lista para dejar de tomar apuntes y empezar a vivir tu vida, tu verdadera vida, estaremos encantados de recibirte, tu padre y yo.

Lady Lola Lockwood Sidorio, la madrastra malvada de Grace, abrió la puerta y salió del camarote. Cuando la puerta se cerró, Grace se levantó y el camarote comenzó a dar vueltas. Tuvo la sensación de que estaba atrapada en medio de voraces corrientes circulares dispuestas a hacerla pedazos.