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Noticias del capitán

Grace estaba echada en su cama, dando vueltas al sobre que contenía la invitación de Lola y Sidorio. Tenía un revoltillo de pensamientos y emociones en la cabeza como consecuencia de la invitación y todo lo que representaba, lo cual, combinado con las visitas sorpresa de Johnny y Lola Lockwood, le había impedido dormir durante una noche y un día. ¡Como si no tuviera ya suficientes cosas en qué pensar, después de lo que había sucedido la noche del Festín!

Aún no había tenido ocasión de hablar como es debido con Lorcan sobre su decisión espontánea de acompañarlo al camarote de Oskar ni sobre su partida igual de precipitada. Era consciente de que también necesitaba hablar con Mosh Zu sobre su hambre creciente. Habían sucedido tantas cosas en tan poco tiempo que era difícil saber por dónde empezar.

Llamaron a la puerta.

—¡Adelante! —gritó. Metió el sobre entre las páginas de su cuaderno y cogió una pluma cuando Darcy abrió la puerta y entró.

—Hola, Grace —dijo, excitadísima—. ¡Oh, perdona! Espero no haberte interrumpido mientras escribías.

Grace negó con la cabeza, sintiéndose un poco culpable por haberla engañado. Cerró el cuaderno y dejó la pluma en la mesilla.

Darcy cerró la puerta y se acercó a ella con su teatralidad característica.

—He estado revisando algunos de mis viejos joyeros, ya sabes que soy como una urraca, y he encontrado estos. —Alargó la mano derecha hacia la chica, vuelta hacia arriba y cerrada. Cuando la abrió, Grace se quedó boquiabierta. En su delicada palma había unos pendientes de aguamarina increíbles. Parecían contener una variedad infinita de azules y verdes, como si los hubieran destilado de las mismas aguas oceánicas.

—Son un poco clásicos para mí —dijo Darcy—. Pero, en cuanto los vi, Grace, pensé en ti. ¡Anda, levántate el pelo para ver cómo te quedan!

—¡Son preciosos! —exclamó Grace, levantándose obedientemente el pelo. Advirtió que lo tenía larguísimo. Darcy le puso los pendientes y le colocó el pelo por detrás de las orejas.

—¡Perfectos! —proclamó con una sonrisa—. ¡Levántate y ve a mirarte en el espejo!

Grace fue al espejo. Al principio, se sobresaltó. Era como si la estuviera mirando su madre. Nunca había parecido tan adulta. Detrás de ella, Darcy sonrió y le puso una mano en el hombro.

—Estos pendientes son bonitos, Grace, pero tú eres hermosa —dijo—. No me extraña que Lorcan esté pirrado por ti.

Grace no pudo contener la lágrima que le rodó por la mejilla.

—Grace, ¿por qué lloras? —preguntó Darcy, afanándose para encontrar un pañuelo.

—Perdona —dijo ella, con nuevas lágrimas en las mejillas—. Hago lo que puedo para no ponerme sentimental, pero en este momento me están pasando muchísimas cosas.

—¡Anda, anda! —Darcy le enjugó las lágrimas que le quedaban—. ¿Por qué no te sientas y se lo cuentas todo a tía Darcy?

—¿Tía? —dijo Grace, riéndose a pesar de las lágrimas y recostándose en la cama—. ¡Eres un poco joven para ser mi tía! Es decir, pareces demasiado joven. Oh, ya sabes a qué me refiero…

—Estoy exagerando un poco, ¿verdad? —preguntó Darcy mientras se tumbaba a su lado—. Seré franca contigo, amiga mía. Sé qué te pasa algo. Los pendientes han sido…

—¿Un pretexto? —preguntó Grace, divertida.

—Un caballo de Troya, por así decirlo —respondió Darcy—. Solo quería comprobar que estabas bien y las joyas me han parecido una buena forma de entrar.

—Oh, Darcy —dijo Grace—. No te hacían falta joyas, aunque los pendientes me encantan, ¡así que no se te ocurra llevártelos! Pero tú eres mi amiga. De hecho, eres como la hermana que nunca he tenido.

—¡Oh, Grace! —exclamó Darcy, llevándose el pañuelo a los ojos—. Eso es lo más bonito… lo más bonito a secas.

Grace sonrió. La llegada de Darcy era una bendición. Podría conversar con ella para tener más clara la forma de hablar tanto con Lorcan como con Mosh Zu. Darcy siempre había sido una interlocutora magnífica.

—¿Y bien? —dijo ella, abriendo mucho sus ojos marrón chocolate y frunciendo su boquita de piñón—. Creo que ya va siendo hora de que sepa lo que te ronda por la cabeza, ¿tú no?

Grace abrió la boca para hablar, pero unos golpes en la puerta la disuadieron. Antes de que pudiera decir nada más, Lorcan entró en el camarote.

—¡Ajá! —exclamó, sonriendo—. ¡Dos por el precio de una!

—Lorcan —dijo Grace—. Pasa. Darcy y yo estábamos charlando.

—Exacto —masculló Darcy, poniéndose muy tiesa y alisándose el pelo—. Solo charlábamos. De nada importante. De nada que no pueda esperar. —Comenzó a tamborilear con los dedos en la colcha, fingiendo una paciencia que no tenía.

—Siento interrumpirlas, señoritas —dijo Lorcan—. Pero necesito que vengáis conmigo. Mosh Zu quiere vernos a los tres.

—¿Para qué? —preguntó Grace al tiempo que se levantaba de la cama.

Lorcan las miró a los ojos y habló con tono mesurado.

—No conozco los detalles, salvo que se refiere al capitán.

—¡El capitán! —A Grace le dio un vuelco el corazón. Se había ilusionado al oír su nombre, pero después sintió miedo. Hacía un tiempo que Mosh Zu no les daba noticias del capitán. La cabeza comenzó a darle vueltas y vio que Darcy estaba temblando. Le cogió la mano.

—Venga, Darcy, no estés tan preocupada —dijo Lorcan—. Ni tú, Grace. También podrían ser buenas noticias.

Darcy habló con un hilillo de voz.

—Mosh Zu nos quiere ver a los tres, las tres últimas personas que vieron al capitán en Santuario. —Negó con la cabeza—. Oh, ¿es que no lo veis? No pueden ser buenas noticias. No…

—¡Darcy! —Grace le apretó la mano con firmeza—. Mantén la calma. Por favor. Mosh Zu necesita que seamos fuertes. Y también el capitán. —La abrazó, con fuerza—. Oh, Darcy, sé lo mucho que el capitán significa para ti. Significa mucho para todos nosotros. Pero tenemos que seguir adelante juntos, nos diga lo que nos diga Mosh Zu.

Lorcan hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Tiene razón, Darcy. Estamos en esto juntos y lo atravesaremos juntos. —Se dirigió a Grace—. Creo que deberíamos ir ya, ¿tú no? Si nos quedamos aquí, solo nos llenaremos la cabeza de temores innecesarios.

Grace asintió. Pese a hacerse la fuerte delante de sus amigos, tenía escalofríos en todo el cuerpo. Le resultó imposible saber si se debían a su preocupación por el capitán o eran otra manifestación de los cambios internos que estaba experimentando. Cuando salió del camarote detrás de Lorcan y Darcy, se volvió para mirar el cuadro de sus padres. Entonces oyó la voz de su padre. «¡Confía en la marea!»

Volvió a asentir y en ese momento notó que una corriente de calma se abría paso entre su creciente pánico. Se dio la vuelta y salió al pasillo.

Cogidos de la mano, se dirigieron al camarote de Mosh Zu, la serie de habitaciones intercomunicadas que antes ocupaba el capitán sin nombre del Nocturno. Grace recordó la primera vez que había llamado a aquella puerta para hablar con el capitán, decidida a averiguar cuánto peligro corría a bordo del barco. Parecía que hubiera transcurrido mucho tiempo, que aquello hubiera sucedido en otra vida. Entonces ella había tenido una audacia sorprendente, dadas las circunstancias. Ojalá se hubiera sentido la mitad de audaz en aquel momento, a punto como estaba de conocer la suerte del capitán. Sería un golpe terrible perderlo, reflexionó. Perderlo y ni tan solo haber sabido su nombre. Absorta en aquellos pensamientos, no advirtió que Lorcan llamaba a la puerta ni que Mosh Zu les hacía pasar. Antes de que se diera cuenta, estaba dentro del camarote, asiendo aún con fuerza las manos de sus amigos. Mosh Zu se levantó para saludar a sus invitados.

—Me alegro de veros —dijo. Su expresión era, como de costumbre, imposible de interpretar—. ¿Queréis sentaros?

—¡Ahora ya lo sabemos! —gritó Darcy—. No pueden ser buenas noticias. Eso es lo que siempre dice la gente cuando tiene algo malo que contar. «Siéntate.» ¡«Tómate una taza de té»! ¡Como si eso fuera a amortiguar el golpe!

Grace vio su propio miedo reflejado en Darcy. Al mirar a Mosh Zu, lo vio sonreír con dulzura y negar con la cabeza.

—Solo he pensado que querríais estar cómodos —dijo—. Tenemos mucho de que hablar.