INTRODUCCIÓN

IVÁN Alexándrovich Goncharov es, junto con I. S. Turguiénev, una de las eminentes figuras de la literatura rusa de la segunda mitad del siglo XIX. Nacido el 6 de junio de 1812 en la ciudad de Simbirsk (actual Ulianovsk), a orillas del Volga, en el seno de una acomodada familia de mercaderes, cursa sus primeros estudios en un pensionado, y es enviado a la edad de diez años a Moscú, donde ingresa en la Escuela de Comercio, carrera que abandona, para pasar en 1831 a la sección de filología de la Universidad, la cual termina en 1834. Después de trabajar durante un año en la oficina del gobernador de su ciudad natal, en 1835 se traslada a Petersburgo, donde entra a prestar servicio como intérprete en el Departamento de Comercio Exterior del Ministerio de Finanzas. Al mismo tiempo da clases de literatura a los hijos de un miembro de la Academia de Bellas Artes, lo que le abre las puertas del mundo del arte y le permite probar sus fuerzas en la literatura, publicando varias poesías románticas. En 1847 entabla conocimiento con el conocido crítico V. G. Belinski y se incorpora a su círculo literario.

El desarrollo ideológico y literario de Goncharov tiene lugar durante el período de creación de la «escuela natural» bajo la influencia de las concepciones estéticas de Belinski. Su primera novela, Una historia trivial (1847), constituye una importante aportación a la literatura del movimiento progresista de entonces.

Belinski emplea por vez primera la denominación de «escuela natural» en 1847, en su artículo «Visión de la litetatura rusa», donde la considera no sólo como la que había conseguido establecer un nexo con la realidad sino que además había acometido la difícil tarea de presentar en las obras literarias a la gente vulgar, sin caer en el error de idealizarla. La «escuela natural», que no debe confundirse con el naturalismo, es la primera manifestación en Rusia de la corriente literaria que más tarde recibiría la denominación de realismo. No es extraño que al analizar la literatura del siglo XVII y de las tres primeras décadas del siglo XIX tropecemos ya con sus raíces. No cabe silenciar la abundancia de elementos realistas en Pushkin, que le convierten en uno de los precursores del realismo artístico, aun dentro de los moldes del romanticismo.

Las extensas novelas de Goncharov, que constituyen una epopeya de Rusia, son en su conjunto un todo que nos ofrece una imagen global de la vida de entonces. En ningún otro escritor las etapas de su evolución —desde sus primeros pasos hasta los últimos, que podemos considerar como agotamiento literario más que como decadencia del escritor— se perfilan con tanta precisión como en Goncharov. Si la fase ascendente corresponde a Una historia trivial (1847) y la culminación a Oblómov (1859), el final es El precipicio (1869). Mientras que las dos primeras reflejan los recuerdos de la juventud e infancia del autor, la última constituye el resumen de su concepción político-social.

En sus novelas predomina el interés del escritor por los destinos de la nobleza rusa desde el punto de vista social y de cuáles habrían de ser los estamentos que la sustituyan. Pero a diferencia de Turguiénev, estaba lejos de reconocer el papel de vanguardia que habían de representar en el desarrollo de la democracia los intelectuales no procedentes de la nobleza —los raznochintsy—. Goncharov trató, con espíritu excesivamente tendencioso, de convertir en héroes positivos a los hombres de negocios, a los empresarios. No obstante, en el proceso de interpretación literaria de sus caracteres logró superar semejante enfoque y sus obras se convirtieron objetivamente en una plataforma en favor del primer movimiento democrático. Es por eso por lo que la crítica progresista de los años cuarenta las valoró positivamente. El estilo de las novelas de Goncharov constituye una expresión particular de los principios creadores propios de la «escuela natural». A diferencia de las novelas de Turguiénev «las suyas no encierran un espíritu romántico y en ellas no hay vestigios de psicologismo». Se caracterizan por su gran objetividad y por el plasticismo de los caracteres de los individuos que retrata, y, como señala N. A. Dobroliúbov, «en la capacidad que poseen de abarcar la totalidad de la imagen del objeto, de troquelarlo, esculpirlo… radica la extraordinaria fuerza del talento de Goncharov… No le sorprende una faceta aislada de un objeto, algún momento de un hecho, sino que da vueltas a ese objeto en todos los sentidos, esperando que culminen las circunstancias del fenómeno y sólo entonces inicia su elaboración literaria. Consecuencia de ello es la precisión en la configuración incluso de los detalles más nimios». Gracias a su contenido específico y a su forma, las novelas de Goncharov ocupan un lugar preeminente en la historia del realismo crítico ruso.

Su labor literaria es resultado de los cambios que se habían producido en la sociedad rusa, los cuales dieron lugar a la aparición de una nueva «escuela», democrática en cuanto a su idea rectora —la tendencia estética—. Con la figura de Goncharov hace acto de presencia en la literatura clásica rusa el raznochinets, procedente de la burguesía. Pero incluso en el campo de la literatura y la crítica, los representantes de la intelectualidad burguesa no fueron capaces de organizar su propio movimiento y se unieron a los círculos nobiliarios de vanguardia. Todo ello se refleja en el desarrollo ideológico y literario de Goncharov. No hay que olvidar que era hijo de un rico mercader. A pesar de que al principio de su actividad literaria se sentía, de hecho, muy identificado, en lo que respecta a sus convicciones, con los intelectuales de vanguardia, procedentes de la nobleza, sin embargo, sus concepciones sociales se diferenciaban de las de los mejores representantes del liberalismo nobiliario, sobre todo de las de Turguiénev, con su pathos de la Ilustración. Goncharov era enemigo declarado del régimen de servidumbre y de la opresión por parte de la burocracia. Perseguía los ideales progresistas, la libertad cívica, los derechos generales de la propiedad y de la actividad empresarial, la instrucción de la sociedad y de las masas populares, la igualdad de la mujer. Pero no le atraían ni constituían fuente de inspiración para él las ilusiones de bienestar de todas las capas sociales, características de la Ilustración, y su actitud hacia los estamentos conservadores no se distinguía por la profunda enemistad que era propia de sus coetáneos liberales, dominados por la forma de pensar de la Ilustración. En cambio, le interesaba notablemente el desarrollo ideológico de los círculos cultivados de la sociedad rusa. En este sentido, consideraba muy importante superar el talante romántico que florecía entre la aristocracia y los raznochinets de los años treinta y adoptar puntos de vista más positivos y más cuerdos. Belinski se burlaba de los «románticos de la vida», de los «enemigos de todo lo práctico», de quienes no viven, sino que se limitan a soñar, que no comprenden que «todos, los grandes hombres son personas prácticas».

Para entonces, Goncharov había casi terminado su novela Una historia trivial, basada en la antítesis del noble romántico y el funcionario dedicado a los negocios. La contraposición entre los sueños y la realidad constituía entonces un problema nuevo y palpitante. Pero el escritor no llegó inmediatamente a la idea de aquella novela, que marca, de hecho, el comienzo de su fama como literato. Aunque ya en 1835 habían aparecido en un almanaque manuscrito cuatro poesías del incipiente autor y al cabo de tres años su relato Enfermedad perniciosa y posteriormente en otro Feliz error, todas ellas eran muy poco profundas en cuanto a su contenido. Sin embargo, ya en la primera, Goncharov se burla de la atracción sentimental que experimentaban los escritores románticos hacia la naturaleza, atracción que persistía desde los tiempos de La pobre Liza de Karamzin, y por contraste con ello, la ociosidad y la gula de que daban muestras los miembros de la nobleza. En Feliz error retrata la sociedad aristocrática. En el relato abundan las digresiones cómicas, que recuerdan en cierto modo a Gógol. En el carácter del héroe, el autor pone de relieve toda una serie de rasgos del despotismo esclavista.

A comienzos de 1840 se modifican algo los intereses literarios del escritor. En el protagonista de Iván Sávvich Podzhabrin (1842) trata de reflejar a su modo el carácter del Jlestakov de Almas muertas de Gógol, del funcionario frívolo que se dedicaba a sablear a todo el mundo, manifestaba una actitud despectiva hacia sus obligaciones y estaba dedicado por completo a disfrutar de la vida. Pero en el estilo que adopta en la obra, el autor renuncia ya al procedimiento cómico-narrativo y adopta formas de expresión más objetivas y detalladas. Considerando también que la novela no era lo suficientemente importante para editarla en un volumen aparte, la publicó tan sólo en 1848 en la revista El Contemporáneo. Seguidamente trató de reflejar la vida patriarcal de los hacendados de tiempos pasados en una obra titulada Ancianos, que pronto abandonó, y emprendió finalmente el proyecto de Una historia trivial, más aguda, dedicada a un tema de actualidad. En ella plantea a su manera la antítesis de los sueños románticos y la sobria actividad. El concepto romántico, representado en la obra por su protagonista Alexandr Adúev, es tan sólo un difuso eco psicológico de ciertos problemas del idealismo objetivo presente, desde los tiempos de Karamzín (1766-1826) y del joven Zhukovski (1783-1852), en la conciencia de los representantes más instruidos de las capas conservadoras de la nobleza rusa y en parte de los raznochintsy. Este romanticismo no iba más allá de la idealización grandilocuente del amor fraternal, la sensible amistad y la belleza del arte y de la naturaleza. Pushkin reflejó una variedad de semejante romanticismo en el carácter del joven poeta Lienski en Eugenio Onieguin. El personaje romántico de la obra de Goncharov es un joven noble, estudiante universitario, que se había convertido en adepto del idealismo filosófico-estético. Su señorial benignidad, nacida en la hacienda patriarcal, se vio alimentada posteriormente por las lecciones oídas en la Universidad y por sus lecturas sobre estética. En semejante estado, el autor traslada a su héroe al juicioso y calculador Petersburgo con el fin de que la propia vida le haga despertar y arranque de sus ojos el velo romántico. El proceso de su reconversión en un hombre práctico constituye el argumento de la novela. En el reconocimiento de las circunstancias y los resultados de semejante proceso, revela Goncharov, en lo fundamental, un «tacto bastante acertado de la realidad», pero al mismo tiempo también le traiciona algo. En la práctica del espíritu romántico de Alexandr Adúev no incluía la menor posibilidad que le permitiera emprender búsquedas ideológicas más profundas. Belinski supo captar que la tendencia fundamental en el desarrollo del carácter de Adúev radicaba en el peligro de «extinguirse en la lejanía provinciana y en la apatía y la indolencia». Pero dado su amor propio y la experiencia adquirida, no podía dedicarse a otra cosa que a la carrera de funcionario. Los jóvenes nobles, que suspiraban por el amor y la amistad ideales, se convertían en su mayoría en funcionarios, subordinándose a la convicción —del medio conservador de que procedían— de que el servicio del Estado era el campo de acción más digno y ventajoso para los miembros de su estamento.

Y, naturalmente, el ambiente oficinesco iba desarraigando de su espíritu la benignidad romántica. Con los años se volvían indiferentes y se convertían en hombres prácticos. Así es precisamente cómo se perfila en la obra el destino del protagonista. Ya a los dos años de su llegada a la capital ocupa un «lugar respetable» y goza de influencia en la revista literaria en que trabaja. En el epílogo de la obra le vemos ya con su «abultada barriguita» y con su condecoración en el cuello. Está convencido de que el amor y el matrimonio no coinciden y por eso realiza un casamiento por interés, atraído tan sólo por la dote de su esposa. El escritor no sólo retrata el proceso de desilusión del héroe romántico, sino que convierte sus vivencias románticas en objeto de implacable condena y sarcásticas burlas, que provienen de un practicismo consecuente y sensato, al que el autor quiere asegurar el triunfo definitivo. Como persona «positiva», enemiga de lo romántico, interviene en la novela Piotr Adúev, verdadero hombre de negocios y alto funcionario. Cuando se burla del idealismo de su sobrino, de su entusiasmo romántico y pomposas frases, cuando le aconseja «dedicarse a cosas prácticas», actuar razonablemente y ser útil a la sociedad, cuando pone como ejemplo su propio amor al trabajo, su deseo de adquirir conocimientos, la claridad de los objetivos que persigue, se alza por encima de Alexandr; pero cuando pone de manifiesto la frialdad de su alma y su insensibilidad, cuando considera que la pobreza es una «ignominia», que enamorarse es una extravagancia, cuando revela su interés hacia los negocios sólo por el dinero, y éste por el confort que puede proporcionar, y cuando ve el sentido de la vida en la «carrera personal y la fortuna», demuestra su limitación y no inspira más que compasión no sólo en su sobrino, sino en el autor. Pero Goncharov no se elevó subjetivamente a la altura desde la que se podía haber resuelto de forma históricamente veraz el conflicto entre lo romántico y lo eficiente. Reconocía que había algo de verdad en los puntos de vista de Piotr Adúev, pero no sabía con firmeza dónde se había convertido en mentira esa verdad. Sin embargo, refleja, en lo fundamental, con acierto el carácter de sus héroes. El significado objetivo de la novela consiste en la negación del romanticismo abstracto y en la afirmación de la diligencia burguesa, aunque socialmente limitada, como un nuevo rasgo característico de la vida rusa de entonces. La publicación de la obra en la revista El Contemporáneo hizo que Goncharov entrase en estrecho contacto con Belinski, Turguiénev y otros representantes de la «escuela natural». Debido a la particularidad de sus concepciones, no se convirtió en miembro activo del movimiento literario de 1840, pero fue uno de los escritores que más participaron en él, centrándose en la creación de la novela costumbrista-social.

La crítica valoró en alto grado la novela. Belinski escribió: «¡Qué golpe tan fuerte infligió al romanticismo, a la idealización, al sentimentalismo y al provincialismo!». El éxito de Una historia trivial animó a Goncharov. El escritor se dedica seguidamente a un género nuevo para él —el folletín—, que también cultivaba la «escuela natural», e incluye anónimamente en la revista del mismo año las Cartas de un amigo de la capital a un novio provinciano. En ellas no toca problemas sociales, pero plantea los principios positivos del «saber vivir» e intenta fundamentar la idea del «hombre decente», y aunque este ideal parecía querer referirse a la «razón» y la «justicia», todo se reducía, en resumidas cuentas, a la «delicadeza» y al «confort» de la vida.

En 1850 se aprecia en Goncharov una pasividad creativa y una falta de seguridad en sí mismo, hecho que no era en modo alguno casual y constituía, sin duda, una manifestación de la inestabilidad e inseguridad ideológicas en que vivían los amplios círculos de intelectuales liberales, incluidos muchos de los más importantes colaboradores de El Contemporáneo, consecuencia de la reacción política que reinaba en el país.

En otoño de 1852 emprende, en calidad de secretario del almirante Putiatin, un largo viaje alrededor del mundo en la fragata de guerra Pallada. El resultado de sus impresiones lo plasma en el libro de relatos titulado La fragata «Pallada», en el cual se plantea la tarea de reflejar y de transmitir de forma desembarazada y humorística todo lo visto por él. Lo fundamental que le interesaba de los pueblos de África y Asia que había visitado era la desaparición del régimen patriarcal y el surgimiento en su lugar de una civilización nueva, burguesa. Al mismo tiempo, Goncharov condena la actividad de la burguesía cuando ésta adopta un carácter de rapiña y expoliación y conduce a la regresión. En la obra ofrece con gran humor una serie de escenas de la vida de los países meridionales y de los paisajes marítimos que más le habían impresionado. Pero incluso los más importantes de ellos, como el del embravecido océano, que habían excitado la imaginación de Byron y de Pushkin, no produjeron en Goncharov vivencias románticas. La obra, que fue alabada por la crítica, alcanzó gran éxito.

Cuando regresó a su patria, hacía casi ocho años que había concebido la idea de escribir Oblómov, que era casi una continuación de Una historia trivial.

En 1859, en la revista Anales patrios ve la luz la novela, que consolida definitivamente la popularidad de Goncharov.

Los lectores esperaban con extraordinario interés la aparición de la novela, de la que se había hablado como de una obra notable, aunque la lectura de los primeros capítulos les resultó algo pesada, debido quizás a la falta de acción. Pero, según palabras de Dobroliúbov, a medida que se adentraban en el texto «el talento de Goncharov supo someter a su irresistible influencia incluso a quienes menos simpatizaban con él». El secreto de semejante éxito se debe, en opinión del crítico, «tanto directamente a la fuerza de su talento literario como a la singular riqueza de contenido de la novela».

El autor realiza en la obra una crítica aguda y profunda del parasitismo de los grandes terratenientes. Iliá Ilich Oblómov nació y creció en una hacienda de carácter patriarcal, cuyos propietarios «consideraban el trabajo como un castigo». En tan retrógrado, atrasado e ignorante ambiente fue donde se educó el héroe de la novela, lo que sirvió para desarrollar en él los rasgos de indolencia y apatía que le caracterizan y le convierten en un convencido partidario del régimen de servidumbre. Según expresión del propio Goncharov «las fuerzas de que estaba dotado se dirigían hacia su interior en búsqueda de la forma de manifestarse y se marchitaban y secaban…». La historia de Oblómov es la de la muerte espiritual de un individuo, cuyas poco comunes facultades se ven asfixiadas a consecuencia del sistema de vida de la Rusia esclavista, de la educación recibida y de su facultad de pasarse el tiempo soñando y sin hacer absolutamente nada.

El leitmotiv de la novela es la holgazanería y la apatía de Oblómov, su permanente ociosidad, su imaginación que a nada conducía. Los rasgos ancestrales del héroe no son nuevos en la literatura rusa. Basta recordar a Eugenio Onieguin, de la novela del mismo nombre de Pushkin y a Pechorin, de El héroe de nuestro tiempo de Lérmontov. Pero en Oblómov vemos que su actitud hacia la vida es distinta y adquiere un nuevo significado.

En la propia historia de la educación de Oblómov radica precisamente su apatía y falta de carácter, su aversión a cualquier actividad, de ahí su tragedia. De igual modo habían sido educados sus abuelos y bisabuelos, que jamás habían movido un solo dedo, ya que los criados lo realizaban todo por ellos. El propio Oblómov dice a su sirviente Zajar: «Tú bien conoces mi delicada educación, —sabes que jamás experimenté ni frío ni hambre, que no conozco la penuria, que nunca tuve que ganarme el pan y que, en general, nunca me ocupé en asuntos innobles».

Sin embargo, Oblómov no carecía de ambiciones y deseos, buscaba algo, poseía nobles sentimientos, pero durante toda su vida no hizo nada para conseguir sus anhelos y ambiciones; todo lo realizaban otros por él, y eso fue lo que le convirtió en un ser completamente apático.

Oblómov descubre la terrible fuerza de la tradición, poniendo de manifiesto una existencia en que su norma de vida le había sido transmitida de una vez para siempre por sus padres, los cuales la habían heredado a su vez de sus abuelos con el legado de mantenerla en su integridad, según expresión del propio escritor. Pero la novela enseñaba, por el contrario, a sus contemporáneos que a la vida no le basta con lo heredado del pasado: necesita la ruptura, la revisión y renovación de las costumbres.

Es necesario resaltar el capítulo «El sueño de Oblómov» (publicado en 1849, antes de la aparición de la novela), que es verdaderamente admirable. En él, el autor describe la infancia del héroe, la educación que le da su madre, mujer excesivamente tierna e impresionable, que no le permite desarrollarse como corresponde a un niño sano, cómo a semejante ser se le va modelando la anquilosada existencia de las personas que le rodean. Toda la vida y las costumbres de la aldea y de la hacienda aparecen ante nuestros ojos como una ciénaga.

Es precisamente en este capítulo donde hay que buscar las causas y la solución del proceso de formación del carácter del personaje. Su lectura produce verdadero placer. El autor describe con tan incomparable maestría la vida y usos de la vieja hacienda rural y de sus moradores, sus hábitos y costumbres, y su permanente somnolencia, que penetra todo y a todos, y se tiene la sensación de estar presente. No faltan, por supuesto, los encantos que encierran el extraordinario silencio y la tranquilidad reinantes. No obstante, al lector se le escapa a veces el deseo de exclamar: «¿Cuándo se despertarán, por fin, de semejante letargo? ¿Cómo es posible vivir así?».

«"El sueño de Oblómov" y algunas otras escenas de la novela —recuerda Dobroliúbov— los leí varias veces; la obra la leí casi en su totalidad dos veces y la segunda me gustó casi más que la primera».

Pero en este capítulo, el autor, al retratarnos la reciente niñez del héroe consigue hacernos vivir «tiempos remotos». Lo que sucede en su infancia había tenido lugar «siempre». Ante nosotros parecen resurgir las «tradiciones de la familia rusa», que se remontan no sólo al siglo XVIII, sino a épocas más lejanas, encubiertas por la neblina del pasado. Oblómov retrata únicamente el destino concreto de un individuo, pero esa historia individual está extraída de lo más profundo de larguísimos procesos de la vida. Incluso la solitaria existencia de Iliá Ilich en Petersburgo, donde sólo fue capaz de permanecer dos años en su empleo de funcionario, guarda relación con la vida de amplias capas de la sociedad. Junto a la aislada habitación que ocupa en la capital y junto a su voluntario cautiverio fluye la vida. La novela nos deja percibir el multifacético respirar de la contemporaneidad.

El protagonista se pasa días enteros tumbado, en bata, sin dejar de soñar estérilmente y de hacer planes, que en el fondo de su alma sabe que no llevará a la práctica. Permanecer en semejante posición no es para él una necesidad, como le sucede a un enfermo o a una persona que desee dormir, ni un hecho fortuito, como para alguien que esté cansado, ni el placer que representa para los vagos; para él se trataba de un estado normal, como lo describe Goncharov. En lo que respecta al propio Oblómov, ello constituye una fuente de sufrimiento, contra la que no sabe ni es capaz de luchar. Él mismo no comprende su vida, y cualquier cosa que se ve obligado a realizar representa una carga para él y pronto le aburre. No cabe decir que no había estudiado, ni que no había sido funcionario ni frecuentado la sociedad, pero nada de eso había dado el menor fruto; todo era consecuencia de su educación y de las circunstancias que le rodeaban. Como dice Dobroliúbov lo importante no es Oblómov sino el «Oblómovismo». «… Todos los héroes de las grandes novelas y relatos rusos pecan de no ver el objetivo de la vida y de no ser capaces de encontrar una ocupación decente. Debido a ello se sienten aburridos y experimentan aversión hacia cualquier asunto, lo que les asemeja sorprendentemente a Oblómov». Ahí radica precisamente el «oblómovismo».

No es casual que a través de toda la obra tropecemos con la inseparable pareja de dos de los héroes: Oblómov y su sirviente Zajar, que desde la niñez del primero, como siervo que era, le había sido asignado. Ambas imágenes se hallan ligadas a través del que podríamos denominar principio del complemento. El señor es incapaz de prescindir de los servicios de Zajar, ya que durante toda su vida se había visto atendido por manos ajenas, y éste no puede vivir sin su amo, a pesar de que no pierde la ocasión de echar pestes contra él. No hay que olvidar que nunca había pertenecido a sí mismo, que no había tenido la oportunidad de actuar independientemente, que todos sus movimientos habían dependido de la voluntad de los señores, por lo que todo ello resultaba para él cosa natural y completamente normal. Y al mismo tiempo Goncharov nos presenta a Oblómov como a una persona de gran alma, buen corazón, elevados sentimientos… Su naturaleza se basaba en principios plenos de bondad, de profunda simpatía hacia todo lo bueno y hacia lo que respondiera a la llamada de su sencillo, ingenuo y siempre confiado espíritu.

La línea de vida de Oblómov no es consecuente. Su existencia la constituyen «fragmentos», episodios. Se trata de una existencia desmembrada en partes, del devenir de un individuo carente de una integridad en desarrollo: su vida en Petersburgo, constantemente tumbado, su retorno mental a la infancia, el momento de su amor hacia Olga y finalmente su permanencia en el «barrio de Vyborg» de la capital. No se trata de diferentes etapas de su desarrollo interno (aunque, naturalmente, en «El sueño de Oblómov» vemos el proceso de formación de semejante ser). Se trata de momentos extrañamente aislados de una vida que se ha detenido y que no se mueve en dirección alguna. Son momentos autónomos y en cada uno de ellos acompaña al héroe un determinado círculo de personajes locales, que luego parece como si se desprendiesen de él. Es interesante señalar que acerca de los individuos y los acontecimientos relacionados con su época estudiantil es su íntimo amigo Shtotz quien los recuerda. La existencia de Iliá llich carece en todo momento de pasado y futuro. Pero en el retrato que de él hace el escritor, sus propias reacciones psicológicas raramente corresponden a un momento determinado. Con frecuencia, el autor no refleja la situación concreta por la que atraviesa el héroe, sino una situación crónica suya, permanente, resultado de la acumulación de los estados de su alma. Incluso el arrepentimiento y la pena que experimenta Oblómov por su vida no constituyen un acto especial aislado, sino una acción interna repetida, que en el transcurso del tiempo se ha convertido en una costumbre permanente. Y los monólogos del héroe no son con frecuencia el reflejo de un proceso espiritual concreto, sino la apreciación del lugar, objeto de repetidas reflexiones por su parte, que ocupa en la vida (por ejemplo, el episodio con Zajar en el capítulo VIII de la primera parte) o el cuadro de la existencia que desearía para sí mismo en su conversación con Shtolz (capítulo IV de la segunda parte). En este sentido, ocupa un lugar especial la parte de la novela relacionada con Olga, donde la voz directa del propio Oblómov se deja oír con mucha mayor frecuencia. Pero estos capítulos no hacen más que subrayar que el carácter general de la narración (dictado por la propia naturaleza del héroe) es diferente.

Para Oblómov la vida corriente a que estaba acostumbrado, sin nada que hacer, sin el menor interés, en la que no acaecía ninguna desgracia ni tenía lugar el menor trastorno dramático, en la que no se producía desviación alguna de la norma diaria le había dejado exhausto, lo que, al fin y al cabo, conduce al héroe al fracaso.

En Iliá Ilich se enfrentan dos fuerzas: por un lado, el principio activo, intelectual y emocional, encarnado en la obra por la Universidad, su amigo Shtolz y Olga y por otro su hacienda Oblómovka con su «Oblómovismo», término introducido por Shtolz en su conversación con Oblómov, cuando éste describe su concepción de la vida ideal en la aldea, en la hacienda señorial, término que se ha convertido en peyorativo y que significa la pasividad social, el espíritu poco práctico e infructuosamente visionario, la psicología esclavista, el héroe aristócrata. En la novela triunfa la vieja Oblómovka.

A Oblómov se le contrapone la imagen de Shtolz, individuo eficiente, educado de forma totalmente distinta por su padre, un alemán práctico, administrador de una finca aristocrática, que se había ocupado seriamente de la instrucción de su hijo y no sólo en el aspecto humanitarista, sino en los asuntos prácticos. Ya desde su niñez ayudaba a su padre a hacer las cuentas y se iba introduciendo paulatinamente en los problemas relacionados con su propiedad. En la novela encarna al representante del lado positivo y activo de la vida, incapaz de estériles sueños y orientado hacia acciones prácticas. Su existencia transcurre en permanente actividad, en continuos desplazamientos, enfrascado en el trabajo, manifestando gran perseverancia en la consecución del objetivo que persigue. En la descripción que hace de él Goncharov, dice: «Shtolz seguía caminando sin desmayar por el camino elegido. Nadie le veía meditar en algo con enfermiza y dolorosa tensión; diríase que nunca le devoraba la angustia de un corazón fatigado; no sufría ni se turbaba jamás en circunstancias complejas, difíciles o nuevas, sino que las abordaba como si las conociera de antemano, como si las viera por segunda vez y recorriera lugares conocidos». Es decir, era todo lo contrario a Oblómov, a pesar de lo cual se querían el uno al otro, les unían la niñez, el colegio y, finalmente, la pureza y virginidad del alma del primero ejercía sobre Shtolz tal atracción, que le obligaba a sacarle del corrosivo medio, del agua muerta en que vivía.

La tercera figura, en cuanto a su importancia, es la de Olga, joven rusa, de ideas avanzadas para su época, cuyas tendencias estaban orientadas hacia la luz y hacia el trabajo creador. La historia de su desarrollo espiritual la refleja el autor casi con igual fuerza como la de la caída de Oblómov.

Incluso la historia amorosa de Oblómov y Olga no conduce a nada, ya que Iliá es una persona incapaz de actuar y Olga lo que espera de él es precisamente acción, quiere que se dedique a hacer algo. Se enamora de Oblómov porque, según palabras del autor «… tiene una cualidad que vale más que toda inteligencia: ¡un corazón honesto y fiel! Ha conservado esos dones naturales a lo largo de toda su vida. Sufrió toda clase de golpes que le hicieron caer, perder las ilusiones, permanecer inactivo y, al fin, desencantado de todo y sin ganas de vivir, se refugió en el sueño, pero conservó su honradez y su bondad. Ni una sola nota falsa brotó de su corazón, ni se manchó de lodo. Nunca se dejará seducir por una mentira engalanada ni nada le hará seguir un camino falso. Aunque se agite en torno a él todo un océano de maldad y vileza, aunque todo el mundo esté envenenado y gire al revés, Oblómov jamás rendirá culto al ídolo de la hipocresía. Su alma seguirá siendo pura, honesta y clara… transparente como el cristal. Hay pocas personas como él, son tan escasas como perlas en medio de una muchedumbre. Su corazón es insobornable, se puede confiar en él siempre y en todo».

En la combinación de Olga y Shtolz la heroína resulta vencedora. Al compararle con su valor espiritual ella resulta gananciosa. Shtolz, al que podríamos calificar como un individuo encuadrado en el «presupuesto», creemos que no representa al héroe preferido del autor. Shtolz quiere lograr de Oblómov que realice una serie de actos concretos y de carácter práctico: leer una determinada revista, un libro, organizar sus cuentas, sustituir al encargado de su hacienda, etc. Olga, por su parte, necesita de Oblómov mucho más, aunque de forma menos concreta: que «abra» su alma, que se manifieste todo él en una nueva proyección —la proyección social—, abierta a la vida del mundo y de las personas. Shtolz ayuda a su amigo con el espíritu eficiente que le caracteriza; a Olga, aunque le asusta el fantasma del «Oblómovismo» en su propia vida, trata de profundizar en el alma de él, ya que le atrae como persona de elevadas cualidades, capaz de extasiarse hasta el infinito con la música. En toda la obra se deja notar que Shtolz es mucho más lógico que Oblómov, que nunca tiene nada que objetar a las reconvenciones que le hace aquél, pero las reflexiones de este último encierran a menudo una gran dosis de razón, mucho más fuerte que los argumentos de Shtolz, como es el caso de su confesión ante éste, que, a pesar de su agudeza, no tuvo nada que objetarle. Por eso leemos: «Shtolz no respondió esta vez con su sonrisa despectiva a las palabras de Oblómov. Le escuchaba y guardaba silencio taciturno. Se hallaba todavía bajo la impresión de la confesión y callaba. Después lanzó un suspiro».

Al recurrir a una figura como la de Shtolz, Goncharov pone de manifiesto su enorme sensibilidad hacia las nuevas exigencias de la vida y de la literatura. Dibujar el fascinante retrato de Olga le resultaba mucho más fácil: la tradición novelística rusa había marcado ya una senda muy definida: no sólo existía la imagen de Tatiana Lárina en Eugenio Onieguih, sino que ya habían iniciado la vida las heroínas de Turguiénev. Shtolz fue concebido como una figura completamente singular. El autor trata de hacerle simpático al lector a través de su atrayente actividad, de su sabio y racional practicismo —cualidades que hasta entonces no habían figurado entre las que adornaban a los héroes preferidos de la literatura rusa. Pero hay que señalar, no obstante, que, a pesar de todo, involuntariamente las simpatías del autor estaban, quizá en contra de su propia voluntad, del lado de Oblómov. Shtolz, hombre mercantil, no podía ser el héroe de Goncharov, como tampoco podía serlo Oblómov.

En Oblómov, el talento realista de Goncharov alcanza la cima de su arte. El escritor logra reflejar en la novela la degradación económica, moral y cultural de la nobleza de la época del régimen de servidumbre, el auge de las relaciones capitalistas-burguesas de Rusia. Dobroliúbov da una profunda característica del «oblómovismo». En su artículo ¿Qué es el oblómovismo? describe con enorme fuerza el sentido social de la novela. El «oblómovismo» es la mezcla de la inercia y la apatía, de la esclavitud moral y la actitud orgánica hacia el trabajo, que gravitaba sobre gran número de terratenientes-aristócratas de entonces. En el mencionado artículo, el crítico arremete contra el régimen que imperaba en Rusia, estigmatizando no sólo a los esclavistas, sino también a los liberales. La repugnancia de Oblómov hacia el trabajo, el procedimiento de hundir en un fárrago de palabras todo lo vivo, era característico de los nobles.

No podemos por menos de citar otro párrafo del mencionado artículo de Dobroliúbov, el cual considera que la historia de Oblómov «refleja la vida rusa, ofrece la realidad del tipo ruso actual, troquelado con severidad y veracidad implacables; en ella se deja oír una nueva palabra sobre nuestro desarrollo social, pronunciada con claridad y firmeza, sin desesperación y sin esperanzas pueriles, pero con plena conciencia de la verdad. Esta palabra es el «oblómovismo»; sirve de clave para descifrar muchos fenómenos de la vida rusa, y ella proporciona a la novela de Goncharov mucha más importancia social que la que tienen todas nuestras publicaciones de carácter denunciador».

La imagen de Oblómov se convirtió en un concepto peyorativo. La obra consagró la maestría de su autor en la representación de la influencia que ejerce el medio social en el individuo, en la tipificación de las imágenes, en el profundo análisis de la psicología, de sus héroes, en su talento para caracterizar de forma sintética, pero en su total plenitud, la vida y finalmente en su maestría literaria. Belinski subrayó especialmente en el lenguaje de Goncharov, su «pureza, corrección, ligereza y fluidez».

Gorki le incluyó en la pléyade de los gigantes de la literatura rusa, que escribían moldeando las palabras, «como si de arcilla se tratase, con la que modelaban, semejantes a dioses, las figuras y las imágenes de personas tan reales, que llegan a engañar…».

Después de publicar Oblómov, Goncharov revivió casi lo mismo que le había sucedido después de haber visto la luz Una historia trivial.

El éxito dio alas al autor y éste dedicó sus esfuerzos a la creación de una nueva novela, El precipicio. En las revistas comenzaron a aparecer episodios sueltos de la obra.

Si el auge experimentado por el nuevo espíritu liberal y por la reforma campesina, en la que vio el comienzo de una nueva era, habían hecho brotar en Goncharov la confianza de que en el sistema político del país se produjeran ciertos cambios, la nueva ofensiva de la reacción en 1862 da lugar a que se apaguen las esperanzas liberales y la actividad creadoras del escritor. La novela se retrasa y se prolonga una serie de años.

El final de la primera mitad del siglo corresponde a la gloria literaria de Goncharov, pero él mismo se perjudica accediendo a ocupar el cargo de censor. A partir de ese momento comienza a ascender rápidamente en su carrera y en 1865 pasa a formar parte del Consejo de Prensa y Publicaciones, órgano supremo encargado de inspeccionar las revistas y la literatura rusas. Debido a ello se convierte en enemigo del movimiento democrático y de su ideología y modifica la idea de su nueva novela. Durante el período de auge del movimiento social anterior a la reforma, quería haber reflejado en ella una pequeña hacienda nobiliaria provinciana y contraponerle los habitantes patriarcales no sólo en la persona de un joven de talante romántico-liberal —Raiski—, sino también de una representante de la nobleza —Viera—, capaz de romper decididamente con el mundo de conceptos y prejuicios caducos. La novela tenía por objeto defender las relaciones patriarcales y combatir el movimiento democrático. La hacienda la rige Berezhkova, «noble de pura cepa», que aunque actúa a la antigua, sin introducir reforma alguna, consigue que florezca. Sin embargo, junto a ella se perciben en la persona de Raiski, síntomas del despertar ideológico de la nobleza. En su imagen, el autor, trata de mostrar al individuo en cuyos ojos brilla «la luz del nuevo mundo», de las «reformas en gestación», según expresión del propio Goncharov. Se trata de un hombre liberal, de un «caballero de la libertad». Viera podría haber llegado aún más lejos, haberse liberado del poder de los principios patriarcales y morales de entonces, pero ambos tropiezan con una negación tan fuerte de esos principios, que se convierten involuntariamente en defensores suyos. Esta negación procede del confinado político Vólojov, nihilista, de quien la joven se enamora y el cual trata de seducirla sin éxito. Vólojov niega la propiedad, desprecia el Estado nobiliario, trata de minar los fundamentos de la religión, de socavar las normas de la moralidad, propagar las ideas materialistas y la libertad del amor. Y adquiere con justicia la reputación de «cínico», «paria», de individuo que había declarado la guerra a la sociedad. Las relaciones amorosas de Viera y Vólojov debían mostrar los graves peligros que amenazaban a las jóvenes nobles en los «precipicios» de su renuncia ideológica. Pero la falsa agitación de Vólojov no es más que algo efímero y transitorio. Para el autor, el futuro consiste en la conservación de los viejos principios morales y sociales.

La faz activa de ese futuro la ve Goncharov no en la parte intelectual de la burguesía, sino en las propias personas que, procedentes de la nobleza, combinan la sencillez patriarcal y la pureza de costumbres con la eficiencia y el buen modo de obrar.

Según la nueva concepción, El precipicio implicaba, por consiguiente, un enfoque distinto, el de adornar tendenciosamente la vida de las capas conservadoras y renunciar al movimiento democrático progresista. Y si el autor no hubiese logrado superar en gran parte el carácter tendencioso de su idea, la novela hubiera compartido el destino de otras análogas, a pesar del talento de su ejecución. Pero en el retrato de los héroes principales de la obra, el escritor puso de manifiesto el «tacto realista de la vida», lo que la convierte en un relato relativamente veraz en lo que respecta a su contenido ideológico. De acuerdo con su tendencia, Goncharov no sitúa en el centro de semejante mundillo al presuntuoso joven, sino a la anciana Berezhkova, que estaba terminando sus días. Nos muestra su gran sentido común, basado en las tradiciones, las viejas costumbres de la hacienda, donde todos se subordinan al poder despótico de la propietaria, a la que obedecen, sin embargo, no por miedo, sino por respeto, lo que constituye una manifestación de su conocimiento de la vida. Ella misma dice que en su casa «nadie vive asustado ni apabullado» y que deja a sus nietos en completa libertad. Y Raiski declara admirado que la abuela ocupa la «cima del desarrollo intelectual, moral y social». El autor resalta la figura de la anciana y pone de manifiesto su descontento con el poder burocrático local, con el que siempre está en desacuerdo. De hecho, la «sabiduría» de Berezhkova es aceptable únicamente dentro de los límites del mundo local. Lo que respeta sagradamente es la autoridad del poder absoluto del régimen de servidumbre, en el que se apoya por completo. Semejante contradicción entre la manera tendenciosa del autor y la fidelidad en el retrato de los caracteres se pone aún más de manifiesto en la figura de Raiski. Él reconoce que el sistema de los terratenientes no puede seguir subsistiendo si no se hacen concesiones a los «nuevos principios», si no se equipara a las concepciones burguesas. Pero él mismo está muy lejos de aceptar la sustitución radical de lo viejo por lo nuevo. Le parece suficiente «llegar a un acuerdo determinado en los problemas sociales, los derechos, la moralidad, y poner en orden los problemas relacionados con la economía». Raiski es un señor de espíritu conservador-reformista, y «liberal» tan sólo en tal sentido. Únicamente se enfrenta al sistema antiguo en lo que concierne a las cuestiones familiares. Lucha contra el «caduco siglo» desde su sillón en la habitación de la abuela. Desprecia a la vieja sociedad en calidad de intelectual habitante de la capital, pero dominado por ideales provincianos. Para él, el pueblo constituye tan sólo un accesorio dentro del cuadro de la lejana y adormecida provincia. Por eso, sus manifestaciones de «bondad, verdad, humanitarismo y libertad» no pasan de ser ideales puramente estéticos. Él cree tan sólo en los «ideales del progreso» y experimenta un «profundo malestar» al pensar que son irrealizables. Las frases estéticas de carácter liberal encubren su fláccida naturaleza señorial.

Y al reconocer este hecho se considera un «frustrado», una persona que «no sirve para nada» y que carece de «campo de acción». Y el autor no lo oculta. A pesar de simpatizar con los ideales de Raiski, desenmascara con suavidad su debilidad y presunción, llegando a veces a ridiculizarle.

Cuando apareció la novela, la crítica no captó la unidad existente entre su falsa tendencia y su veracidad realista.

Y si bien la prensa reaccionaria acogió con simpatía a sus héroes patriarcales, las revistas conservadoras manifestaron su desacuerdo con la imagen de Raiski, con su «pequeñez moral y sus relajadas costumbres».

El precipicio fue la última gran obra de Goncharov. Después de ella su actividad literaria se eclipsó y no emprendió nada nuevo. En resumen, podemos decir que su aportación a la literatura rusa se limita, en lo fundamental, a tres novelas, que se distinguen unas de otras tanto por su contenido ideológico como por su forma literaria. Comparándolas con las obras de Turguiénev cabe afirmar que en ellas predomina el interés del autor por la vida y costumbres de las capas preponderantes de la sociedad rusa, respecto a las cuales supo captar sus contradicciones internas. Por eso, el retrato que hace de los terratenientes, los funcionarios y los hombres de negocios carece casi por completo de pathos satírico y de tonos románticos. A pesar del subjetivismo del escritor en la condena de los rasgos de la vida nobiliaria que refleja en sus obras, no obstante, su valoración objetiva se orienta hacia el desenmascaramiento del parasitismo del mundo de los terratenientes y de la atroz esclavitud que encerraba el régimen de servidumbre.

El retrato literario tan veraz y tan negativo que hace Goncharov de la vida nobiliario-burguesa del siglo XIX le liga a nuestra actualidad y condiciona su importancia tanto estética como cognoscitiva y educadora.

Un capítulo importante en la biografía de Goncharov es el de sus amores, lo que no puede por menos de hallar reflejo en su obra.

El escritor experimentó siempre un gran miedo a la pobreza, sentimiento que, quizá, fuera para él un freno en la idea de casarse y fundar un hogar.

Cuando ya había rebasado los treinta años conoció en Petersburgo a Yelisavieta Vasílievna Tolstaia, joven de dieciséis años, que conquistó desde el primer momento su corazón. Habían transcurrido doce años desde su primer encuentro, cuando volvieron a tropezar en la misma casa donde habían sido presentados. Lisa se había convertido en una auténtica belleza y su ingenio e inteligencia despertaban la admiración de todos los que la conocían. Goncharov quedó prendado de los encantos de aquélla mujer, convirtiéndose en un sumiso y fiel admirador suyo, lo que le hizo relegar al olvido todas sus ocupaciones y representó un obstáculo para la culminación de Oblómov. No obstante, el amor del escritor no fue correspondido por Lisa como él hubiera deseado ni sus relaciones condujeron a un desenlace feliz, y cuando en 1857 ella contrajo matrimonio con un oficial, Goncharov despertó definitivamente de sus sueños.

Sus tormentos espirituales no se perdieron, sin embargo, para la posteridad. Lisa continuó viviendo en su pensamiento creador. Todo lo hermoso que creía haber descubierto en aquella mujer le permitió crear la figura de Olga, la heroína de Oblómov.

Lo que nos relata el escritor acerca de las relaciones de Oblómov y Olga fue vivido por el propio autor. Sus tormentos durante los años de su pasión no correspondida le permitieron relatar en la novela unas escenas de amor que elevan notablemente el valor poético de la misma, y en sus conversaciones no podemos por menos de ver al propio Goncharov.

En 1866, a pesar de su edad, vuelve a sentirse atrapado por las redes del amor. Esta vez se trataba de la joven Alejandra Kolódkina, a la que conoció en Marienbad y siguió en su viaje a París y luego en su regreso a la capital rusa, permaneciendo juntos varias semanas en Berlín. Aunque Goncharov se sentía intensamente atraído por la bella joven, sus relaciones tuvieron un súbito e inesperado fin. Ella abandonó Petersburgo sin despedirse de él, estableciéndose en Vilno.

Era evidente que el escritor estaba destinado a permanecer soltero, y en tal sentido orientó su vida. En un piso alquilado en la capital rusa pasó los treinta últimos años de su existencia.

Muchos se preguntarán, sin duda, qué hay de autobiográfico en Oblómov, pregunta que también le fue hecha en varias ocasiones al propio escritor. A este respecto, Goncharov recuerda una conversación que mantuvo a finales de 1882 en Alemania con el librero y editor M. Wolf. Hablando de por qué no se ocupaba de reeditar la novela, cuyas ediciones anteriores se habían agotado y ante su respuesta de que no había pensado en ello, le contestó Wolf: «¡Es usted un auténtico Oblómov! El mismo que tan magistralmente ha descrito». Y continuó reprochándole su apatía y su poco practicismo, a lo que Goncharov le respondió: «Sí… en el fondo está usted en lo cierto… Soy Oblómov y… Oblómov es… yo. No se ha equivocado en este sentido…».

En cierta ocasión, contestando a la duda que existía en los círculos literarios y también entre muchos de los lectores sobre si Oblómov no sería un retrato del propio Goncharov, dijo: «Sé que son muchos los que me quieren reconocer en Oblómov. Me reprochan mi abulia y están firmemente convencidos de que yo soy Oblómov en persona. A esto he de responder: he escrito sobre lo que veía en torno mío. No he inventado ningún personaje. Me llamó de modo especial la atención la abulia que anida en todos nosotros, tan evidente a mis ojos, Comprendí desde el primer momento que atribuía a mi personaje unas cualidades que son las del hombre ruso… ¡El personaje es fiel a la realidad!».

En cuanto a otra de las figuras de la novela, el criado Zajar, también está sacado de la realidad que rodeaba al escritor. Se trataba de un viejo criado, uno de los muchos que le habían servido en su juventud, que conocía muy bien el carácter y las costumbres de su señor y permaneció largo tiempo con él en Petersburgo.

No podemos silenciar las relaciones entre Goncharov y Turguiénev, dos de las más destacadas figuras de la literatura rusa del siglo XIX, cuya labor literaria se desarrolló casi paralelamente, hasta el punto de que las obras cumbres de ambos escritores, vieron la luz con un solo año de diferencia: Nido de hidalgos en 1858 y Oblómov en 1859.

Durante mucho tiempo mantuvieron estrecha amistad, incluso se leían los manuscritos y discutían sus planes para nuevas obras. Cuando llegó a oídos de Turguiénev que Goncharov no continuaba la novela Oblómov, le escribió el 11 de noviembre de 1856 la siguiente carta: «No quiero creer que haya abandonado usted su brillante pluma. He de serle sincero: su silencio puede compararse con una desgracia nacional».

Goncharov leyó a Turguiénev en varias ocasiones fragmentos de la novela e incluso el 16 de agosto de 1859, hallándose ambos en París, el manuscrito completo, aunque sin pulir, de la misma.

No obstante, a Goncharov, que era extraordinariamente sensible a su labor de escritor, le preocupaba todo lo que pudiera perjudicar su nombre como autor, y aunque orgulloso de la amistad con Turguiénev, sentía celos de él por el éxito alcanzado por Nido de hidalgos, que llegaron a envenenarle el alma hasta el punto de considerar que varias escenas de la novela eran un plagio de las de Oblómov que él había dado a conocer al escritor. La situación entre ambos amigos llegó a tal extremo, que a instancias de Turguiénev tuvo lugar un juicio, en el que actuaron como miembros del tribunal los literatos Dudkin, Drushinin y Ánnenkov. La posición de los jueces era muy ardua, ya que ellos no podían sancionar la acusación de plagio de que era objeto una de las glorias de la literatura rusa, en vista de lo cual dictaron una sentencia salomónica, en la que afirmaban, entre otras cosas, que: «Las obras de Turguiénev y Goncharov, por haber nacido ambos en la misma tierra, han de tener algo en común. El hecho de que en algunas escenas de ambas obras se expresen los mismos pensamientos y se mantengan posturas iguales, habla en favor de cada autor y justifica a ambos».

Aunque resulta difícil adoptar una postura en tal delicada cuestión hay que recordar que de Goncharov, que durante muchos años ocupó cargos de gran representatividad, nunca se pudo decir que hablara mal de nadie. Por lo demás, el propio Turguiénev confesó que varias de sus escenas de Nido de hidalgos se «parecían» a ciertas escenas de diversas obras de Goncharov…

Sin embargo, todo ello puso fin a la amistad entre ambos escritores. Quizá haya que achacar a eso la injustificada y negativa opinión emitida por Turguiénev respecto a Oblómov: «Una charla insoportable… La obra de un hombre con muchas descripciones, mucha rutina y mucha retórica. No creo que alcance el menor éxito entre los lectores. Lo único que puedo decir es que sólo entusiasmará a los estúpidos. Esta obra la ha escrito un funcionario para funcionarios y serán éstos los únicos que la lean».

Excepto Dobroliúbov, los restantes críticos de Petersburgo, siguiendo la pauta de Turguiénev, a quien no se atrevían a contradecir, atacaron despiadadamente la obra e incluso la labor de su autor como censor, limitándose en el mejor de los casos a silenciar su aparición. Ello representó para Goncharov una gran ofensa, que produjo efectos trágicos en él, de los que tardó bastante tiempo en recuperarse.

En cuanto a otros aspectos de la vida de I. A. Goncharov, hay que recordar que el 9 de septiembre de 1881 fue elegido, junto con L. N. Tolstói y el dramaturgo A. N. Ostrovski, miembro honorario de la Universidad de Kiev «por su labor en el campo de la literatura».

Su existencia, la mayor parte de la cual transcurrió en el extranjero, principalmente en Alemania y Suiza, aunque realizando también frecuentes viajes a París, refleja el largo y difícil, aunque interesante, camino recorrido por el escritor. Durante sus últimos años se agudizó el asma que le había aquejado largo tiempo; a eso hay que añadir la pérdida de la vista, la sordera y los frecuentes resfriados que contraía. Ello dio lugar a que en 1885 perdiera por completo la vista de un ojo, todo lo cual le apartó casi por completo de la vida de sociedad.

A fines de agosto de 1891, cuando se encontraba en su casita de campo —su dacha— de Peterhof, en las proximidades de Petersburgo, cogió un fuerte resfriado, que logró superar. No obstante, debilitado en extremo, durante el traslado a su domicilio de la capital, recayó y contrajo una pulmonía, que no pudo resistir. El 27 de septiembre exhaló su último suspiro. Junto a él se hallaba su fiel amigo de toda la vida A. F. Koni. Sus restos mortales fueron enterrados, de acuerdo con su voluntad, en Petrogrado, en el cementerio de Alexandr Nievski.

Goncharov murió amargado, sin lograr imaginar que su novela Oblómov habría de constituir una de las obras maestras y uno de los monumentos imperecederos de la literatura universal.

NATALIA UJÁNOVA