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La fabrica de Horta es un célebre y enigmático lienzo cubista pintado por Picasso en 1909 durante su segunda estancia en el pueblo de Horta de Sant Joan.
A su regreso a la capital francesa, fue adquirido por la mecenas norteamericana Gertrude Stein, aunque actualmente se encuentra en el Museo Ermitage de San Petersburgo.
Pese a contener elementos imaginarios que han originado todo tipo de especulaciones, describe el escenario seco y desolado del pueblo que el artista decidió redescubrir una década después.
La imagen muestra una fábrica que algunos supusieron de ladrillos, aunque en Horta de Sant Joan tal edificación nunca llegó a existir.
También sorprende que en la composición haya palmeras, cuando esta especie vegetal no se da por aquellos pagos. ¿De dónde trasplantó el artista esta flora exótica? ¿Por qué lo hizo?
Ante la pregunta de su amigo Palau i Fabre sobre el origen de estas palmeras, el pintor respondió sin más explicaciones: «Las puse yo».
Algunos críticos han ligado esta respuesta al planteamiento que hizo el mismo artista sobre la aparición del cubismo en su día:
«Cuando inventamos el cubismo, no teníamos la menor intención de inventarlo. Sólo queríamos expresar lo que había en nuestro interior. Ninguno de nosotros había trazado un plan especial de batalla.»
Por consiguiente, la alta chimenea de la fábrica y las palmeras se hallaban en el imaginario de Picasso. De dónde se inspiró para introducir estos elementos en el cuadro y qué quería decir con ellos es un misterio sobre el que los críticos a día de hoy aún no se han puesto de acuerdo.
FRANZI ROSÉS
Examiné un minuto largo la reproducción de La fábrica que ilustraba aquel breve artículo. Intuía adonde me quería llevar Lorelei, pero me resistía a aceptar una explicación tan rocambolesca.
—¿Sostienes que Picasso metió las palmeras de la isla de Buda en un cuadro de Horta? —pregunté escandalizado—. Supongo, entonces, que esa chimenea es una reinterpretación cubista del dichoso faro.
—No lo había pensado pero, ahora que lo dices, es una posibilidad que no se puede descartar.
Soraya reapareció llevando una bandeja con cuatro tacitas de café. El olor pareció estimular a su hermana, que reprendió el parloteo incomprensible que había oído media hora antes.
Volví a la discusión, lo que significaba que la teoría de Lorelei no me resultaba disparatada del todo. Intenté atacarla por sus puntos débiles:
—Pero esas palmeras que metió en el cuadro podían ser de cualquier otra parte. De Marruecos, de Elche... ¿Por qué diablos se tenía que inspirar en las de Buda?
—Primero de todo, porque está mucho más cerca —respondió mientras arrojaba una cucharada de azúcar a su café—. En segundo lugar, porque el mismo Picasso se encargó de relacionar Horta con las tierras del Ebro.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Para distinguirlo del barrio de Horta de Barcelona, que por aquel entonces era un pueblo, él siempre se refería al lugar de Pallarés como Horta d'Ebre. Es un término absurdo que sólo utilizaba él, puesto que el Ebro se encuentra a más de treinta kilómetros de allí.
—Por lo tanto, sugieres que en algún momento de sus estancias en Horta d'Ebre fue a la isla y se le quedó grabado el paisaje de palmeras con el faro al fondo.
Acababa de lanzar esa deducción, cuando la vieja Patri salió del letargo y pronunció repetidamente un nombre: Eloi.