18
La primera estrella de la noche se abría paso entre el azul que empezaba a teñirse de negro. Con el pliego de papeles sobre el pecho, necesité un buen rato para recordar dónde me encontraba. Una grosera risotada procedente del bar bajo mi ventana me acabó de situar.
Consulté la hora en mi móvil y calculé que había dormido seis horas de un tirón. Eso me hizo sentir más descansado de lo que realmente estaba. Tras saltar de la cama, que era aparatosa e incómoda, puse sobre ella la ropa con la que iba a cambiarme.
El latigazo de agua helada, que parecía brotar de un inesperado glaciar, me acabó de devolver al mundo de los despiertos. Diez minutos después bajaba con mi ordenador portátil a la terraza del café que pondría banda sonora a mis próximos días.
Después de pedir un bocadillo y una cerveza, encendí el ordenador con la esperanza de capturar alguna señal de WiFi. Para mi satisfacción, toda la plaza, y con ello también mi habitación, contaba con conexión a Internet. Pero la fortuna me reservaba un golpe envenenado, ya que lo primero que entró en mi correo fue un e-mail de mi ex mujer:
Irresponsable Leo,
No sé dónde estás ahora mismo, pero me da mucha lástima comprobar que la huida sigue siendo uno de tus deportes favoritos. Tal vez hayas fracasado en todo lo demás, pero puedo asegurarte que en esto eres un auténtico maestro.
Ha sido una suerte que adelantara mi visita, porque no creoque Ingrid hubiera sobrevivido a tu desidia en un momento crucial como en el que se encuentra.
En tu último e-mail me comunicaste que ella había tenido algunos problemas con la policía debido a no sé qué malas compañías que rondaban el Colegio Americano, Esa versión es tan ajustada a los hechos como limitar la hecatombe de Hiroshima al incendio de una cocina.
Te llevaste a nuestra hija porque la querías lejos de la Cienciología y ella te apoyó sin conocimiento de causa.
Los resultados saltan a la vista: Ingrid es una preciosa delincuente que no sólo intentó pegar fuego a una propiedad privada. A través del director del colegio y de la psicologa, he sabido que la han pillado varias veces consumiendo marihuana en la puerta del centro, que rompió los dientes de un puñetazo a un compañero de su clase y que ya ha pasado por un aborto.
Si crees que eso es "educar en la libertad", como defendiste en el juicio por su custodia, siento decirte que aquí quien está mal de la cabeza eres tú.
Puesto que ha emprendido sin remedio la senda suicida de su padre, este último correo es para decirte que me desentiendo de Ingrid para siempre a partir de ahora. Ya no será necesario que prosiga el contacto entre nosotros.
Por eso puedo decirte, con gran alivio, HASTA NUNCA.
Una mezcla de alarma, indignación y hastío me sacudió mientras borraba el mensaje de la bandeja de entrada. Acto seguido, llamé al móvil de Ingrid. Ya me veía volviendo aquella misma noche a recomponer el desastre, cuando respondió al otro lado de la línea.
Disparé las primeras preguntas:
—¿Dónde estás? ¿Cuándo se fue tu madre?
—Estoy en Mallorca, con Angelica y su familia. Mamá se fue ayer y me ha dado permiso para hacer lo que quiera.
Aquello me calmó un poco. La tal Angelica era lo más salvable entre las amistades de mi hija. Sus padres eran accionistas de una multinacional de dietética y pasaban largas temporadas en Mallorca.
—Es decir, te ha dado permiso para hacer lo que te dé la gana. ¿Qué le has hecho para que se vaya de esta manera?
—Se nota que eres más detective que periodista —bromeó tratando de ser cariñosa—. ¿Cómo sabes tantas cosas sin estar aquí?
—Gracias a un milagro llamado e-mail. También sirve para dar malas noticias. Y ahora ponme con el padre de Angelica.
—¿Por qué? —dijo contrariada.
—Puesto que soy detective, me gusta confirmar las fuentes. Ponme con él.
—No está aquí. Ha salido a cenar con gente de su trabajo.
—Entonces quiero hablar con su madre.
Tras un golpe seco, escuché cómo su voz se alejaba gruñendo «joder». Un minuto después se puso la mujer, que me habló con un tono cercano a la histeria.
—¿El señor Vidal?
—Yo mismo. Quería agradecerle...
—Dejémonos de formalismos. ¿Cuándo piensa regresar?
Aquella pregunta me dejó descolocado. La única vez que había hablado con aquella nueva rica se había mostrado amable.
—En cinco o seis días habré concluido mi trabajo. Pero si mi hija...
—Cinco o seis días será lo máximo que Ingrid permanezca aquí —me volvió a interrumpir—. Es una mala influencia para Angelica.
Al colgar, elevé la mirada al cielo. La estrella solitaria estaba rodeada ahora por decenas de soles tan lejanos como persistentes.
Con ellos como compañía, pedí una segunda cerveza.