27

Anouk me sorprendió al ofrecerse de guía hacia el Mas del Quiquet, la casa rural del cuadrito que Picasso llevaba a todas partes.

Un embarazo de ocho meses y una semana, como ella confesó, no era el mejor equipaje para una expedición por bosques y acantilados. Intenté quitarle esa idea de la cabeza pero era terca como una mula. Conocía bien los caminos, insistió, y si aparcábamos el coche bajo las Rocas de Benet no era un trecho largo.

—Es mi manera de agradecerte tu hospitalidad —suplicó—. Podemos llevarnos comida y agua, y pasar el día en Els Ports.

—Como Picasso y Pallares. ¿Quieres que juguemos a los robinsones?

—Quiero mantenerme lejos de cualquier pueblo o carretera. Es la única manera de estar fuera del alcance de Lambert.

—Vaya, así que ya tenemos su nombre —repuse mientras tomaba un macuto donde cargar nuestras provisiones—. Tan peligroso no será cuando no se atreve a meterse en el monte.

—Se metería si pudiera. Lambert nunca tiene miedo.

—No entiendo... ¿va en silla de ruedas?

—Casi. Perdió una pierna en un atentado. Se maneja bastante bien con la prótesis, pero sólo puede caminar en terreno llano.

—¿Un atentado? —repetí cada vez más desconcertado—. Creo que tienes mucho que contarme. En cualquier caso, un hombre sin una pierna no es tan peligroso como para tener que ocultarnos en una cueva.

Anouk me tomó las manos y ancló sus ojos abiertos en los míos antes de advertirme:

—No cometas el error de subestimarle.

El resto de la mañana transcurrió con la placidez de una pareja de futuros padres que aprovechan los últimos días de libertad. Llené la mochila de provisiones en una tienda de Horta y nos encaminamos hacia el coche, que volvía a estar al rojo vivo.

—¿Has llegado con esta cafetera hasta aquí? —preguntó Anouk.

—Sí, qué pasa, ¿no es lo suficientemente bueno para ti?

—No es eso, sólo que me sorprende que un americano lleve un coche tan viejo. ¡Debe de ser el primer modelo de Ibiza que se fabricó!

—Eres toda una experta, por no tener coche ni tampoco carné —bromeé mientras aceleraba hacia la salida del pueblo—. ¿O me equivoco?

—Has acertado, excepto por unos meses que viví como una princesa, siempre he sido una pobretona que no tuvo ni para pagarse el carné de conducir.

—El vestido y el perfume que llevas no son baratos.

—Son vestigios de un pasado que no puede ni debe volver —dijo apretando los labios—. Rezo al diablo para que así sea.

—Es una curiosa manera de encomendarse... —repuse al aparcar el coche en un arcén que ella me había señalado—. Eres una mujer singular, Anouk. Me encantará que me cuentes tu vida mientras seguimos las huellas de Picasso.

—Tenemos mucho tiempo para eso.

—No tanto. Dentro de cinco días debo volver con mi hija. Estoy pensando en coger el portante y regresar a California. Prefiero ser miserable en mi casa que en un país que sólo me depara disgustos.

—Entonces tienes más que contar que yo —dijo mientras me mostraba un sendero que serpenteaba entre rocas y matorrales quemados por el sol—. ¿Estás casado?

—Lo estuve.

—¿Y te has vuelto a juntar?

—Sí, pero también eso se acabó. Cuando me preguntan por mi estado civil, ahora digo que soy poliseparado.

Anouk me lanzó una mirada divertida antes de avanzar por la cuesta con un brío inesperado, hasta el punto de dejarme atrás.

—¿Cómo puedes ir tan rápido con esa barriga? —le pregunté empezando a sudar.

—Siempre me ha gustado correr. De jovencita estaba federada y todo. Era la reina de los doscientos lisos. Lo dejé a los veinte años porque implicaba un sacrificio muy grande, prácticamente dedicación exclusiva, y yo quería hacer otras cosas.

—Como estudiar la formación cubista de Picasso.

—Por ejemplo. O estudiar la formación corporal de los hombres, también se pierde tiempo con eso.

Me guiñó el ojo antes de apretar aún más el paso. La seguí, bordeando las rocas esculpidas por el río, con la alerta roja encendida. Aunque tuviera bombo y un amante torturador se hallara al acecho, empecé a sospechar que Anouk me gustaba.

Decidí guardar una distancia de seguridad antes de que fuera demasiado tarde. Más allá de la inesperada atracción, no sabía nada de ella ni de sus planes, si es que los tenía aparte de huir. Tampoco sabía cuál era el poder de aquel hombre monstruoso al que no debía subestimar.

Resumiendo, el peligro me acechaba desde todos los frentes.