CAPÍTULO 70
Cuando llegué a casa a media tarde, lo hice sin tener nada claro lo que me esperaba a continuación. Acababa de recibir mi primer despido y aunque no fuera fundamentado en ningún mal comportamiento por mi parte, me dolía igual. Pero aquel era un dolor diferente. Me dolía tener que abandonar lo que había sido parte de mi vida, aquello a lo que había dedicado más de diez años, toda mi juventud, mis ganas y expectativas. Pero, ¿todo aquello me había llenado? Pensé en Josefina y en su discurso, aquel que me abrió la mente de un modo distinto, permitiéndome ver otra realidad que hasta ahora había permanecido en la penumbra.
Cogí un vaso y lo llené de zumo. Me dirigí hacia el sillón y me senté en él. Cerré los ojos y traté de desviar aquel dolor de cabeza que empezaba a martillearme. ¿Sabría afrontar aquel nuevo reto? ¿Era lo que verdaderamente deseaba?
Sentí que mi corazón alteraba su ritmo, bombeando con más fuerza mientras yo pensaba en la posibilidad de presentarme de golpe en la sede de MAC. ¿Qué pintaba yo ahí? No dominaba aquel campo, tan solo me gustaba el maquillaje y cualquier producto de cosmética. ¿Cómo podían creer que yo estaría preparada para desempeñar aquel cargo?
Empecé a ponerme muy nerviosa, lo que no iba a resultar nada positivo, ni para mí ni para mi piel. Tenía la curiosa mala suerte de que se me llenara la cara de granitos cuando me ponía más nerviosa de la cuenta y aquello no lo iba a permitir ese día.
De nuevo, me puse en pie y me dirigí una vez más hacia la cocina. Calenté un poco de agua en el microondas y me preparé una tila bien cargada. Necesitaba serenarme. Aquello ya no eran nervios, había un leve rastro de miedo que no me gustaba lo más mínimo. De hecho, me aterraba la idea de presentarme el primer
día en mi nuevo puesto. Jamás había podido con aquella sensación. ¡Odiaba los primeros días de todo! Me consideraba una mujer de hábitos y costumbres, solía tener una rutina muy definida y saltármela o introducir algunos cambios solía alterarme de forma considerable. Era una especie de TOC leve, sin llegar al nivel “Sheldon Cooper”. No sé si me explico.
Con la tila todavía ardiendo, regresé de nuevo al salón y me dejé caer en el sofá. Estiré las piernas y cogí el teléfono móvil con la intención de distraer mi mente durante algunos minutos.
@CookieCruz Trato de hacer uno de tus #peinadosFácilesPa raCadaDía y lo único que consigo es crear una especie de fregona en marañada en mi cabeza. ¿Sugerencias para Dummies?
Pues aquella no era una mala idea. Podría tratar de escribir un libro sobre consejos de belleza, peinados, tutoriales fáciles y productos básicos favoritos para Dummies o principiantes. Tendría que empezar a pensar seriamente sobre el tema, tal vez con eso pudiera ayudar todavía a más chicas para que pudieran deslumbrar en ocasiones especiales, ¿no?
@MariaUnArmario Prueba de peinarte con un espejo delante y otro detrás. La vida, desde dos perspectivas, siempre se ve mejor.
¡Suerte!
La vida desde dos perspectivas se ve mejor… y aquello lo había dicho precisamente yo. Dos puntos de vista… dos opiniones. Sin poder remediarlo pensé en Tristán. ¿Qué pensaría él del tema?
¿No había luchado él por su sueño? ¿No continuaba haciéndolo todavía? Sin duda, él era el más indicado en un caso como el que se me planteaba. Érica había demostrado ser muy competente y poseer una gran mente fría a la que podías consultar cualquier cosa, pues siempre encontraba la manera de hacerte sentir mejor. Pero aquello era distinto, aquel cambio era demasiado grande, su-
ponía alterar toda mi vida, convertir mi pasión en mi trabajo… Afrontar un evento de catering no me imponía en absoluto pero,
¿y si lo hacía mal con los de MAC? No iba a tener ninguna otra oportunidad como aquella. ¿Podría volver a contratarme Aritz después de un despido como el que me había planteado? ¿Por qué estaba pensando en regresar con el rabo entre las patas? ¿Era esa la fe que tenía en mí misma?
Abrumada por toda aquella estela de pensamientos, decidí meterme en la cama y tratar de quedarme dormida, pues el dolor de cabeza era cada vez más intenso y no me estaba ayudando a pensar con claridad.
El sábado desperté de mejor ánimo. Mientras desayunaba, abrí el paquete que me había llegado unos días atrás de Primor. Aquella cadena de perfumerías iba a ser mi perdición. Tenían un montón de productos a precios de escándalo y para consumistas compulsivas como yo… no era necesario más reclamo que ese.
Me había llegado todo en perfecto estado y además, me venía un artículo sorpresa de regalo. ¡Era como recibir un regalo de cumpleaños inesperado! Con una sonrisa distraída en los labios, fui abriendo todos los productos y los fui probando en el dorso de la mano. Por fin tenía en mis manos la paleta de sombras de Makeup Revolution… ¡era toda una ganga!
Decidí hacer un nuevo vídeo, esta vez sobre las ventajas de comprar productos de belleza online, los mejores portales y páginas para hacerlo y la mejor manera de escoger los productos sin desperdiciar el dinero. Me llevó poco rato en comparación con algunos de los tutoriales, pero me sirvió para no pensar en nada más durante un buen rato.
Una vez hube terminado, me encontré en mi dormitorio con infinidad de productos esparcidos de forma ordenada sobre la cama. Sin pretenderlo, fui agrupándolos por marcas y mis ojos se dirigieron de forma instintiva hacia los de MAC. Tenía muchísimos artículos suyos, una verdadera fortuna si me detenía a pensarlo.
Confiaba en ellos. Llevaba tiempo haciéndolo… ¿Sería aquella la señal para dar el paso definitivo?
Fui guardándolo todo con parsimonia y de forma ordenada en aquella cajita con separadores en la que mantenía todos los productos organizados, mientras me convencía a mí misma de que había llegado el momento de hacerlo. No podía echarme atrás. Era mi oportunidad.
Me dirigí hacia la cocina con la intención de prepararme una ensalada de pasta fresca cuando vi sobre la mesa la carpeta que Aritz me había entregado el día anterior. La abrí con delicadeza y la ojeé por encima. Por todos los cielos, ¡aquella cifra era escandalosa! ¿Cómo podían ofrecerme una indemnización de ese calibre? Seguro que para mucha gente no sería tan exagerada, pero yo me consideraba una persona sencilla y humilde y aquello me parecía realmente alucinante. Vi que al final había un par de folios totalmente en blanco, supuse que por si se daba el caso de que yo quisiera redactar algún tipo de cláusula adicional.
Cogí uno de ellos y lo saqué del interior de la carpeta antes de dejarlo de nuevo sobre la mesa. Puse la pasta a hervir y preparé el resto de ingredientes, mientras mi mente trabajaba a marchas forzadas. Al final, cuando ya lo tuve todo listo, me senté en uno de los taburetes y cogí un bolígrafo con la mano, dispuesta a redactar una de las cartas más difíciles y especiales de mi vida.
Cuando terminé de hacerlo vi que en ella había varios tachones, alguna que otra lágrima y alguna gotita de aceite también. Pero no quise reescribirla. Aquella era la auténtica, me había costado más de una hora escribirla y había salido en su integridad de mi interior. Sin censuras, sin tapujos ni mentiras.
Terminé de comer ―pues todavía me quedaba más de medio plato― y a continuación, lo llevé todo al fregadero, donde lo dejé limpio en un par de minutos. El resto de la tarde la pasé durmiendo en el sofá. Todavía arrastraba el cansancio del jueves noche y además, escribir aquella carta me había dejado exhausta.
Cuando desperté, me permití a mí misma hacer el ganso en el sofá durante un buen rato. Estaba cansada y perezosa, a pesar de que el reloj marcaba las ocho de la tarde ya. Hacía años que no me concedía una siesta de tal magnitud.
Al final logré levantarme del sofá y vi que tenía un par de mensajes de Érica de los cuales no me había dado ni cuenta. Me decía de cenar juntas, lo que no me pareció una mala idea. Le contesté brevemente de forma afirmativa y quedamos en ir al mejicano que teníamos justo enfrente del edificio. Vivir cerca de una zona comercial tenía aquellas ventajas y estaba segura de que unos nachos con guacamole lograrían animarme.
Me di una ducha muy reconfortante y me puse unos pantalones cortos blancos y una blusa en color salmón suave de hombros caídos. Me recogí el pelo en una trenza y me maquillé un poco para darle algo de vida a mi rostro. Las siestas siempre habían tenido efectos secundarios nocivos para mis ojeras.
A las nueve y cuarto ya estaba lista para ir al encuentro de mi amiga, pero habíamos quedado a y media, por lo que todavía tenía un cuarto de hora de margen. Había decidido aprovechar ese momento para lo que tenía en mente hacer por la noche, pues no pensé que hubiera diferencia alguna en aquel detalle. Así pues, me acerqué a la cocina y cogí la carta que había escrito unas horas atrás. La releí rápidamente y al final, opté por dejarla a medias, pues volvió a removerme por dentro tanto que pensé que no sería capaz de hacer lo que realmente deseaba. En esa carta le contaba todo lo que sentía, todo lo que había vivido junto a él, toda la intensidad con la que lo había sentido todo… lo insegura que me sentía ahora, el miedo que me poseía y la falta que me hacía su presencia. Le decía toda la verdad de una vez por todas, sin tapujos ni medias tintas. Lo que mi corazón sentía cada vez que pensaba en él.
Dejé el bolso sobre la mesa, doblé el papel por la mitad, cogí las llaves y bajé hasta el tercero.
No quería entretenerme demasiado con aquello, así que me acerqué a su puerta y deslicé el papel bajo la misma. En un momento dado había pensado en dejarle la carta en el buzón, pero aquello me había parecido una idea mejor. A continuación, me di la vuelta en dirección al ascensor de nuevo cuando un ruido llamó mi atención. Debía de haber escuchado mal, pero mi instinto me decía que aquello provenía del interior de su apartamento. Permanecí inmóvil en aquella posición a la espera de que algo descartara mis dudas cuando, de pronto, un nuevo ruido se escuchó proveniente sin duda alguna del interior de su casa. Aquello no podía ser. ¿Habría algún familiar? ¿Tendría algún hermano que viniera a hacerse cargo de sus plantas? ¿Tenía plantas?
Sin saber por qué hice aquello, llamé al timbre antes de pensar siquiera qué debería decir cuando quien fuera que hubiera dentro me abriera la puerta. De hecho, me encontraba en esa tesitura cuando esta se abrió de golpe, dejándome noqueada por completo. Era él, más radiante, fuerte, guapo y agotado que antes… pero él.
―Valentina… ―dijo con la voz rasgada y el papel que le había deslizado bajo la puerta entre los dedos.
Su voz… era tan intensa que apenas podía reaccionar. Me quedé paralizada con los ojos clavados en su rostro, en aquella mirada que tantas noches había recordado, en su mandíbula, en sus marcadas facciones, en sus labios carnosos. Iba despeinado y con una barba incipiente algo más desaliñada que de costumbre. Tragué con dificultad tratando de entender qué era lo que es-
taba sucediendo y en qué momento me había perdido algo.
―¿Desde cuándo estás en la ciudad? ―atiné a decir al fin.
―Llegué ayer por la mañana… ―contestó entonces con cierto temor en la voz―. Tienes que escucharme… Necesito hablar contigo.
―¿Ayer? ―exclamé entonces sin atender a su petición―.
¿Llegaste ayer… y no has tenido el valor de acercarte a mi casa para hacérmelo saber?
―Valentina, yo… esto no es lo que crees. Debes escucharme ―volvió a añadir en tono suplicante.
―Eres un cretino. Ni siquiera sé por qué narices he perdido el tiempo pensando en ti.
―Valentina, ¡por favor! ―dijo alzando la voz cuando ya estaba casi por completo en el interior del cubículo.
―¡No! ―grité con más fuerza antes de cerrar la puerta y pulsar el botón del sexto piso, a sabiendas de que me estaba equivocando y que el dolor que sentía en el interior de mi pecho me estaba cegando por completo.
Las lágrimas se arremolinaban en la comisura de mis ojos y sentía un ardor que se concentraba en mi estómago y se esparcía hasta mi garganta, donde me oprimía con fuerza.
Cuando llegué al sexto, Érica estaba frente a mi puerta con el teléfono entre las manos.
―Eh, ¡estaba a punto de llamarte! Pensaba que estarías en casa… Oye, ¿qué sucede? ―dijo al fin cuando se dio cuenta de mi estado.
―Nada. Por favor, salgamos de aquí cuanto antes ―le pedí sin dar más explicaciones.
Érica, como siempre, tampoco las pidió. Apretó los labios en un gesto que ni ella misma se dio cuenta y me siguió hacia el ascensor cuando salí de nuevo de mi apartamento con el bolso colgado del brazo y las llaves en la mano. No volvió a preguntar, al contrario, hizo como que no había sucedido nada y trató de desviar mis pensamientos hacia otro lugar a la espera de que fuera yo misma la que sacara el tema un rato más tarde… tal y como, efectivamente, sucedió.