CAPÍTULO 34
Aquella gala me estaba pareciendo alucinante. Nunca me la habría imaginado tan lujosa y colmada de minuciosos detalles. La comida estaba deliciosa y el servicio era excelente. Pensé incluso en darle mi tarjeta a algunos de aquellos camareros, total, por probar no perdía nada.
―¿Te sientes cómoda? ―quiso saber Aritz mientras me entregaba una nueva copa de aquel champán que sabía a gloria.
―Bueno, no estoy acostumbrada a que sea a mí a quien sirvan los camareros, pero me gusta. Es increíble.
―Me alegro. Aunque me alegro todavía más de que aceptaras acompañarme esta noche. Esto no habría sido igual sin ti.
Por poco me atraganté con el sorbo que acababa de darle a la copa cuando mi jefe ―porque, por si nadie lo recuerda, seguimos hablando de MI JEFE― pronunció aquellas palabras. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Lo había dicho con segundas intenciones?
Le miré de reojo y vi que tenía la vista perdida en algún punto en concreto de la sala. Sin embargo, sin girar siquiera la cabeza me miró ―también de reojo― y me guiñó un ojo.
Maldije mentalmente al desequilibrado de mi vecino que me había llenado la cabeza con sus locuras pero que era incapaz de saciar el apetito voraz que se me despertaba cada vez que le tenía delante, y no precisamente en el sentido literal de la expresión.
Por su culpa, me sentía excitada, nerviosa, anhelante y necesitada las veinticuatro horas del día. Necesitada de unas manos
―a poder ser las suyas, claro― que recorrieran todo mi cuerpo y me llevaran al Nirvana. Sentí que todo mi organismo respondía al estímulo de aquellos pensamientos, de aquellas imágenes protagonizadas por Tristán y un calor frío ―curiosa sensación― se apoderó de mí.
―Tengo que ir al baño. Disculpa un momento.
No le di tiempo a contestar. Empecé a caminar en dirección al baño, sorteando a todos los invitados que me iba cruzando a mi paso. Llegué al pasillo del fondo en el que estaban situados los aseos y me encerré en su interior sintiendo un intenso temblor en las piernas.
Dejé la copa sobre el mármol y pude ver el color que tenían mis mejillas. ¡Estaba colorada a pesar de todo el maquillaje que llevaba! Puse las manos bajo el chorro de agua fría y las llevé hasta mi nuca. Hicieron falta algunos minutos antes de que mi cuerpo comenzara a rebajar aquel sofoco que estaba padeciendo, por lo que me concedí unos momentos para recapacitar sobre todo lo que me estaba pasando.
Por un lado estaba Tristán. Apuesto, divertido, loco, dulce, embriagador… pero incapaz de ofrecerme lo que tanto necesitaba en aquel instante. Joder, ¡llevaba días llevándome al límite! ¡En mi vida había estado tan excitada a todas horas!
Cada vez que llegaba a casa después de haber estado con él, tenía que dedicarme unos minutos para desfogar aquella sensación de ahogo a la que me sometía su contacto. Maldita sea,
¡estaba segura de que me había incrementado la factura del agua por culpa de las duchas frías que tenía que darme casi a diario!
Luego estaban aquellas sesiones de baile… Maldito Chococrispi, era un verdadero imán y él lo sabía. Sentí de nuevo aquel intenso calor focalizado entre mis piernas y terminé de un solo trago el contenido de la copa. Necesitaba otra con urgencia. Unas cuantas más a decir verdad.
Dejé pasar algunos minutos más y al fin, después de retocarme el maquillaje, me dirigí hacia la puerta con la intención de regresar junto a Aritz, la otra cara de la moneda.