CAPÍTULO 5
 

Escuchamos de golpe un ruido proveniente de las escaleras que se asemejaba al de unos pasos precipitados y cortitos. Tristán reaccionó con celeridad, me cogió por un brazo cuando ya estaba de espaldas a él dirigiéndome al ascensor y tiró de atrayéndome hacia el interior del inmueble. Seguí sus movimientos y de pronto, sin saber muy bien cómo, nos encontramos en una posición un tanto comprometida que hizo que el corazón de ambos empezara a latir a un ritmo desenfrenado.

Yo había quedado apoyada de espaldas contra la puerta que Tristán había cerrado a la velocidad del rayo. Sus brazos, musculados y fibrosos, se encontraban a ambos lados de mi cabeza y nuestros rostros ahora se hallaban a una distancia tal que podíamos sentir la calidez del aliento del otro en nuestra piel.

Nos miramos fijamente, sin apartar en ningún momento la vista de los ojos del otro. Tristán, con cuidado, fue a coger la botella que yo ahora sostenía con ambas manos a la altura del ombligo. Al hacerlo, rozó sin querer con su mano mi pecho, provocando que me estremeciera a causa de la descarga eléctrica que me ocasionó aquel contacto. Sin pedir permiso, continuó acariciándome con cuidado, recorriendo el contorno de mi cuerpo con gran delicadeza y yo, sin poner ningún tipo de objeción al respecto, me dejé hacer. Con la otra mano, cogió la botella y la dejó en el suelo. A continuación, volvió a subirla y a su paso, sujetó el bajo de mi camiseta y empezó a levantarlo muy lentamente, sin dejar de mirarme en ningún momento.

Nuestras respiraciones se habían acelerado hasta alcanzar un ritmo atropellado que nos impedía procesar cualquier tipo de información con claridad. Sin sentirme cohibida por lo que estaba sucediendo ―seguramente debido a la cantidad de alcohol que llevaba en la sangre― empecé a acariciar el torso del joven. Su pecho estaba cuidadosamente trabajado y sus abdominales invitaban a perderse en ellos y olvidar todo cuanto me rodeaba. Continué bajando la mano con pasmosa lentitud, sintiendo cómo su piel se erizaba a su paso y daba lugar a un escalofrío que no nos pasó en absoluto desapercibido. Llegué hasta la goma del pantalón y me di cuenta de que debajo del mismo no había nada más. Tristán no llevaba ropa interior en aquel momento y aquello provocó que mi mente se turbara hasta enloquecerme y se me anularan todos los sentidos. De golpe, Tristán pasó su mano por mi nuca ―suave y delicada― y me besó con fuerza, con deseo, con pasión. Nos fundimos en un beso que nos era desconocido, aunque para nada extraño, como si los dos lleváramos esperando aquel momento desde el primer instante en el que nuestras miradas se cruzaron.

Me separé unos instantes, volví a mirarle a los ojos y estos me devolvieron la mirada, centelleantes, como si una llama de fuego estuviera encendida en su interior. Era un brillo que nunca antes había podido apreciar en los ojos de ningún hombre. Era embriagador y atrayente, casi imposible de olvidar. De pronto, alzó su mano y la llevó directa a mi cintura, acercándome de nuevo hacia él. En ese momento, algo situado al fondo del salón llamó mi completa atención. Los músculos de mi cuerpo se tensaron y miles de explicaciones se arremolinaron en mi cabeza esperando a hacer cola de forma ordenada para poder entender qué era lo que había sucedido ahí dentro. Mis sentimientos mantenían una lucha enfurecida con mi raciocinio y me costaba posicionarme por uno de ellos. Los besos de Tristán eran de lo mejor que había probado en mucho tiempo, pero aquello no se lo iba a pasar por alto.

―Eres un imbécil, ¡¿te enteras?! ―le espeté justo antes de separarle de de un empujón.

Tristán abrió los ojos impactado, sin saber qué narices estaba sucediendo ni cuál era el origen de todo aquel escándalo.

―Eh, ¡eh! ¿Y a ti qué te pasa ahora? ―respondió descolocado mientras trataba de dar algo de sentido a mi repentina salida.

―¡¿Me puedes explicar qué hace mi maldito sillón en tu maldita casa?! ―continué ahora ya a voz de grito.

De repente, siendo aquella la reacción que menos esperaba en ese momento, Tristán empezó a reír a carcajadas dejándome totalmente atónita con ello.

―Pero, ¿y ahora de qué te ríes? ―continué mientras seguía empujándole, lo que aún parecía hacerle más gracia.

―De que ahora ya estás un paso más cerca de Narnia, Señorita Pepis. Si quieres te dejo probar con mi armario…

Tristán dio media vuelta y continuó andando sonriente, consciente de que la imagen de su cuerpo casi desnudo continuaba turbándome y me impedía pensar con claridad.

Necesité tragar un par de veces y respirar hondo otras cuantas más, pues seguía eclipsada por completo con la belleza del joven, aunque mi enfado en aquel momento estuviera manteniendo una fuerte lucha contra mi voluntad.

―Mira, Chococrispi arrogante, más te vale que durante lo que queda de día ―dije sin pensar que ya eran casi las doce de la noche― subas el sillón a mi casa. De lo contrario, te juro que me vengaré cuando menos te lo esperes y haré que te arrepientas de haberte llevado mi sillón cada día de tu selvática existencia.

Tomado prestado, novata. Los términos usados por el emisor son muy importantes para poder realizar una buena comunicación…

Dicho esto, Tristán me miró de reojo y con toda su picardía, me guiñó un ojo desde MI sillón ―¡se había atrevido a sentarse en él a pesar de lo que le estaba diciendo y encima, me había vacilado con descaro!―, invitándome con un gesto del dedo índice a acercarme de nuevo a él mientras me hacía pucheros con su más que morbosa sonrisa en el rostro.

Reconozco que por un momento, estuve a punto de ceder a sus encantos, pero hice acopio de toda mi dignidad y di media vuelta dispuesta a salir disparada de aquella casa y poner un poco de orden en mi cabeza. Tenía que vengarme de él, de eso no había duda.

―¡Por cierto…! ―gritó Tristán todavía desde el ―mi sillón.

Esperó a que me girara y cuando vio que volvía a tener toda mi atención puesta en él levantó la mano y dejó a la vista dos dedos, dibujando una “uve” con ellos justo antes de añadir―: Tristán dos, Señorita Pepis, uno. ¡Que tengas un buen fin de semana!

Cogí aire con fuerza y sintiéndome impotente al no saber qué responder ante aquella desfachatez, salí disparada del apartamento cerrando la puerta a mis espaldas con un fuerte golpe que seguramente retumbó por todo el edificio.

El espejo de #cookiecruz
titlepage.xhtml
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_000.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_001.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_002.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_003.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_004.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_005.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_006.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_007.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_008.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_009.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_010.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_011.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_012.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_013.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_014.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_015.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_016.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_017.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_018.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_019.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_020.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_021.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_022.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_023.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_024.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_025.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_026.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_027.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_028.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_029.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_030.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_031.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_032.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_033.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_034.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_035.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_036.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_037.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_038.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_039.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_040.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_041.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_042.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_043.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_044.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_045.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_046.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_047.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_048.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_049.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_050.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_051.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_052.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_053.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_054.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_055.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_056.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_057.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_058.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_059.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_060.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_061.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_062.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_063.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_064.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_065.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_066.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_067.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_068.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_069.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_070.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_071.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_072.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_073.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_074.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_075.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_076.html
CR!X195HMH3RH1VD6FHD31JBCQRSNEG_split_077.html