CAPÍTULO 20
―¿Qué pasa, tío?
―Tan puntual como siempre, ¿eh? ―añadí con sorna.
―No perdonas ni una, ¿verdad? ―espetó mientras se acomodaba en la silla que había frente a la mía.
―Demasiadas te perdono, que es muy diferente.
―Oye, ¿te pasa algo?
Miriam se acercó a nosotros y nos trajo un par de botellines bien fríos, tal y como siempre hacía. Permanecí en silencio mientras nos los dejaba sobre la mesa y hacía tiempo insinuándose y contoneándose de forma deliberada. Mantuve la mirada clavada en el botellín que me había dejado delante y esperé paciente a que Néstor dejara de seguirle el juego a la chica y de comérsela con los ojos.
―Estás muy serio ―insistió de nuevo todavía con aquella sonrisa aunque sin dejar de observar el trasero de Miriam mientras se alejaba en la distancia.
―¿Es que no puedes dejar de hacer eso? ―le solté de golpe.
―¿Y a ti qué te pasa?
Nos sostuvimos la mirada en silencio, pudiendo sentir el filo de la tensión que nos rodeaba, como si pudiéramos cortarla con un cuchillo.
―¿Por qué salías el otro día del sexto tan sonriente? ―dije entonces sin más preámbulos.
―¿Y a ti qué mosca te ha picado ahora? ―me dijo mucho más irritado.
Volvimos a mantenernos las miradas y me quedé callado mientras meditaba lo que acababa de insinuarle. No podía ser, Néstor era mi amigo, jamás me haría eso. Al final, me relajé un poco y volví a recostarme en el respaldo de la silla.
―Lo siento, llevo unos días más nervioso de la cuenta. Néstor le dio un trago a su cerveza y la dejó sobre la mesa,
sin separar la mano de la misma. A continuación, sonrió con amabilidad y decidió dar por zanjado aquel intento de discusión.
―Veo que te ha calado hondo esta chica ―añadió entonces en un tono más apaciguador ―. Jamás te había visto tan celoso por ninguna otra.
Pensé en aquella afirmación y en toda la razón que había tras ella. Durante toda mi vida había estado con varias mujeres. Con algunas había llegado a mantener una relación estable, con otras la cosa solía quedar en un simple revolcón nocturno inesperado. Pero jamás ninguna de ellas había logrado despertar los celos en mí. Quizás estuviera madurando de verdad… Dicen que a todos nos llega el día.
Me aferré a aquel pensamiento y fue Néstor el que me sacó de mi ensimismamiento al fin.
―¿Te hace un billar? ―dijo al fin, zanjando con aquella simple pregunta cualquier malentendido que hubiera surgido entre nosotros.