CAPÍTULO 28
Nos detuvimos en alguno de los bares que había por el paseo marítimo, ni siquiera llegué a fijarme en el nombre del local. Le esperé fuera mientras él se encargaba de comprar desayuno para dos, sentada en un banco cualquiera con vistas al mar y con Boris tumbado a mis pies.
Salió al cabo de unos minutos con una bolsa de plástico y una bandeja de cartón en la que sostenía un par de cafés en vaso de plástico al más puro estilo americano. Se acercó a mí y sin que yo pudiera esperar aquel gesto, me besó en la mejilla y me ofreció su brazo. Sorprendida por aquello y ruborizada al mismo tiempo, me agarré a él con cuidado de que no le cayera nada de las manos y empecé a caminar a su lado hacia donde fuera que quisiera llevarme.
Al cabo de unos minutos, nos detuvimos en otro banco y nos sentamos. Boris hizo lo mismo y se detuvo una vez más a nuestros pies, justo antes de tumbarse sobre ellos como si de una alfombra
―muy gruesa― se tratara.
―Te he comprado un café con leche. No sabía cuál era el que más te gustaba y he optado por un clásico ―dijo mientras me tendía uno de aquellos dos vasos gigantes.
―Gracias, es lo que pido siempre.
De pronto, me di cuenta de que me sentía muy tímida a su lado. Era como si volviera a tener quince años y tuviera cerca de mí al chico guapo de la clase. Vale que guapo lo era un rato, y más con aquellas gafas de sol que le quedaban perfectas, pero aquello no era normal. Tenía ya treinta y dos años como para comportarme como una adolescente en plena edad del pavo. Aquello debía llegar a su fin cuanto antes.
Estuvimos charlando despreocupados durante un buen rato, mientras desayunábamos aquella especie de bollo relleno de
crema que tan bien sabía. Era como morder a un ángel: suave, esponjoso y delicioso.
Le di un sorbo al café que sostenía entre mis manos y me maravillé de su sabor. Era intenso, dulce y amargo al mismo tiempo. Adoraba el café, a cualquier hora del día.
―Te he echado de menos estos días.
Y lo dijo tan de sopetón que poco me faltó para derramar todo el contenido de mi vaso sobre el lomo del perro que había a nuestros pies. ¿Había oído bien?
Me giré hacia él y vi que tenía la mirada perdida en el horizonte. No podía verle los ojos por culpa de las gafas de sol, pero intuía su mirada y la dirección de la misma.
―Yo también te he echado de menos. ―Confirmado, volvía a tener quince años, ya no había duda. ―¿Qué hacías en Madrid?
―Fui a firmar un contrato para una agencia de modelos. A partir de ahora soy oficialmente ―y lo dijo acompañando aquella palabra de un gesto de comillas con las manos― la imagen de Homme.
―Entonces, ¿vas a dejar de sorprenderme cada semana con tus disparatados disfraces?
―No creo que nunca pueda dejar de sorprenderte. Resulta demasiado tentador.
Aquellas palabras contenían un mensaje oculto que yo quería descifrar. Me encantó el tono en el que las dijo, así como la promesa implícita de pasar más tiempo a su lado.
―Vaya, veo que la falta de sueño te convierte en un tío romántico y sensible… ―quise añadir en tono de guasa para romper un poco la tensión de aquel momento.
―No es que sea romántico, es que me gusta la cara que se te queda cada vez que te sorprendo con alguna de mis locuras.
Cuánta razón… Aquel loco que tenía enfrente podría hacer conmigo lo que realmente quisiera.
―Es dulce y enigmática a la vez, con un deje infantil en la mirada que invita a perderse en ella y no querer recuperar la cor-
Tragué con mucha dificultad. ¿Aquello me estaba sucediendo a mí? Me sonrojé de forma considerable, pensando que mi mente me estaba jugando una mala pasada y aquellas palabras no eran más que fruto de mi imaginación.
―¿Te apetece que volvamos a casa? Tengo tanto sueño que podría quedarme dormido aquí mismo.
Pero, ¿cómo podía pasar de unas palabras como aquellas a esto? ¡Iba a volverme loca! Mi cerebro no procesaba la información al ritmo habitual y yo continuaba perdida en lo que me había dicho antes. Quería besarle. Quería abrazarle, sentirle dentro de mí y perder el miedo a que todo aquello no fuera nada más que un juego y que en un momento dado, todo pudiera escapar de mis manos.
Nos pusimos en pie y anduvimos por el paseo en dirección al monumento de Colón. Estaba cansada, pero con Boris junto a nosotros no me quedaba más opción que caminar de nuevo hasta casa, puesto que no creía posible que ningún taxi le aceptara como semi-humano. Aunque ocupara más que yo. Además, me tomaría aquello como una sesión de tonificación de fin de semana… Después de más de dos horas andando, tenía que servir de algo, ¿no?
Llegamos a nuestro edificio pasado un buen rato. Habíamos ido hablando durante todo el camino pero la cara de Tristán iba cambiando por momentos. Estaba segura de que había pasado unos días muy duros, pues sus ojeras se volvían más profundas cada minuto que pasaba despierto. Se le hundían bajo los ojos al mismo tiempo que su rostro palidecía, llegando a parecer incluso otra persona. Llegamos al sexto piso y me acompañó hasta la puerta. No supe muy bien qué iba a significar aquello, pero mis gusanos interiores se pusieron en marcha y empezaron a agitarse por todo mi estómago.
―Dame todas las cosas de Boris, no es necesario que te lo quedes más tiempo.
Miré al perro y aquellos ojitos ―casi tan grandes como los
míos― me dedicaron una mirada cargada de ternura. Me había encariñado con él en un solo día, perfecto.
―No es necesario ―dije al fin―. Ve a casa y descansa, tengo todas sus cosas aquí y sería mucho ajetreo moverlo todo y bajarlo ahora al tercero… ―¿Colaría como excusa?
―Pues entonces ―dijo mientras se acercaba a mí, salvando esos centímetros de distancia que nos mantenían separados―, podría quedarme aquí y hacerte compañía un rato. ¿Cómo lo ves?
―Tristán, ni siquiera te aguantas de pie. ¿Por qué no descansas un rato?
―Porque eso también puedo hacerlo a tu lado.