CAPÍTULO 32
 

Pasé media mañana en la oficina con la mente muy dispersa. Me convencí a misma de que nada de aquello había sucedido y que todo había sido producto de mi imaginación. En definitiva, la única prueba de que lo de ayer había sido real era que todavía mantenía una impoluta pedicura en mis pies. ¿Era aquello suficiente?

Recordé cada músculo de su cuerpo, cada uno de sus dedos recorriendo mi piel, su aliento sobre mi nuca y su forma de bailar. Lo que Tristán era capaz de hacer con su cuerpo era puro arte, de eso ya no me cabía la menor duda.

¿Te apetece tomar un café?

La voz de Aritz me sorprendió de golpe al sacarme de forma abrupta de mis pensamientos.

―¿Ahora?

―Sí, la planta de arriba suele estar despejada. Podemos concedernos unos minutos de relax, ¿no crees?

Lo dijo muy serio, con una expresión que no sabía muy bien qué auguraba. Me miraba directamente a los ojos sin perder detalle de cada uno de mis movimientos. Pensé a gran velocidad.

¿Podía tratarse de algún tipo de emboscada? Aritz y yo tomando un café, ¿juntos? Tal vez estaba pensando en despedirme y el café no era más que una triste forma de endulzar aquella difícil decisión.

―De acuerdo ―dije al fin.

Me puse en pie y sin que me esperara aquel contacto, colocó su mano izquierda sobre uno de mis omóplatos lo que provocó que sintiera un leve escalofrío que concentraba su energía justo en aquel punto. Su fragancia me invadió y me nubló las pocas ideas claras que me quedaban hasta entonces. Olía a hombre, ni más, ni menos. Podría recrearme en qué clase de perfume llevaba, desodorante o champú, pero no cabía descripción alguna en ese

punto, aquel hombre olía a testosterona pura, lujuria y desenfreno. Di un primer paso en dirección a la puerta y en un gesto caballeroso, Aritz la abrió invitándome a cruzarla a primero. Continué andando por aquel largo pasillo hasta llegar al final, donde se encontraban las escaleras de caracol que llevaban al piso superior. Un magnífico día para llevar vestido, Valentina. Te has lu-

cido.

Como si Aritz me hubiera leído el pensamiento, me cedió el paso con caballerosidad, gesto que acepté sin rechistar. Cuando ya me encontraba a media escalera, con disimulo, eché una mirada hacia abajo y pude comprobar que, efectivamente, Aritz había dirigido una cautelosa mirada hacia mis piernas. Debo reconocer que el chico era discreto como pocos, lo cual no disminuyó el revoloteo nervioso de mi estómago.

Llegamos a la sala de descanso y cogimos un par de vasos de plástico. Aritz cogió una de las cápsulas que Nestlé nos regalaba regularmente cada mes y la introdujo dentro de la cafetera mientras esperaba que esta cogiera temperatura. Se pasó una mano por la rapada cabeza y acto seguido, se aflojó el nudo de la corbata. Dios mío, aquello tendría que estar prohibido. ¿Por qué causaba un simple traje aquel efecto en los hombres?

Me giré con disimulo en busca del azucarero mientras trataba de calmar los nervios que se estaban apoderando de mi cordura. Si seguía así tendría que dejar de trabajar con ese portento, era imposible concentrarse teniéndole al lado.

Aritz me tendió el vasito con una sonrisa y fui a cogerlo de forma despreocupada, como si mi mente en ese momento no estuviera pensando en nada más que diarios, agendas, eventos y cosas de aquellas capaces de aplacar cualquier forma de excitación.

Cuando lo tenía entre mis dedos, Aritz no soltó los suyos, tal y como era de esperar, por lo que nuestras manos entraron en contacto. Acercó su cuerpo al mío, quedando entonces nuestros pechos pegados y alargó la otra mano hacia arriba para coger algo

del armario que quedaba por encima de mi cabeza. Su cuello se encontraba a la altura de mi rostro y pude distinguir a la perfección el filo de un tatuaje que salía a través de su nuca y envolvía uno de los lados de su cuello. No supe lo que era, pero resultaba provocativo y sensual.

Tragué con dificultad y cerré los ojos de forma momentánea. Miles de imágenes cruzaron mi mente a gran velocidad, como si de todas ellas tuviera que extraer un mensaje que, en ese momento, era incapaz de descifrar.

Aritz volvió a separarse de mí, no sin antes rozar mi pelo con algunos de sus dedos. Fue… electrizante. Sin mirarme, se giró de nuevo en dirección a la cafetera y se sirvió un café para él. Cuando volvió a darse la vuelta, quedó frente a una vez más, mirándome ahora con detenimiento mientras le daba un sorbo a su café expreso.

Habría jurado que estaba sonriendo, pero sus ojos almendrados hacían que su expresión fuera difícil de descifrar.

―¿Qué haces esta noche?

Abrí los ojos hasta sentir que casi se salían de las órbitas. Creo que Aritz pudo percibir la confusión en mi rostro ―lo cual no resultaba muy difícil― pues de golpe, levantó las palmas de sus manos en señal de disculpa.

―No me malinterpretes, no te estaba proponiendo una cita. Vale, perfecto, ahora mis mejillas parecían sacadas del mismísimo infierno. Si no era para pedirme una cita, ¿qué pretendía

entonces?

―Supongo que estoy libre.

―¿Supones?

Eso parece. ―Reí, en el fondo me encantaba dejar a los hombres con la incertidumbre, se les ponía una cara muy graciosa mientras trataban de entender a qué te estabas refiriendo con aquellas palabras.

Te propongo un plan.

No, esa afirmación no podía significar nada bueno.

―Pues esto parece más una cita que cualquier otra cosa.

Todavía no me has dejado decirte sobre qué trata… Aunque, si estás disponible, no me importaría que me concedieras una.

Vale, perfecto, lo había hecho de coña. ¿Se me estaba insinuando mi jefe? ¿Me lo estaba imaginando? Calculé rápido el posible impacto de mi decisión. No tenía pareja, ¿no? ¿Podía considerarse una cita con Aritz una infidelidad hacia lo que fuera que existiera entre Tristán y yo?

―¿Cuál es tu oferta? ―dije justo antes de morderme el labio inferior de forma descarada.

Eres una maldita enferma, Valentina. Y lo sabes. Mi yo interior me estaba obligando a mantener una seria lucha conmigo misma, pero aquel hombre ejercía una poderosa atracción difícil de obviar.

―Hay un cóctel en el hotel Majestic esta noche y estoy invitado, pero no tengo acompañante. Es una cena de gala en la que nos reunimos una vez al año todas las empresas de restauración y hostelería, es como un punto de referencia del sector. Ahora que aspiras al puesto de dirección, he pensado que deberías acompañarme y ver por primera vez en qué consiste el encuentro.

Este tío se había vuelto loco. ¿Había pronunciado de una misma sentada las palabras cóctel, gala, dirección y acompañante? ¡Seré estúpida! ¿Cómo he podido pensar que pretendía meterse en mi cama? ¿En qué narices estaba pensando?

―Entonces, ¿qué me dices? añadió con la intención de romper el silencio en el que nos habíamos quedado.

Yo… Esto… No tengo ropa de gala para esta noche

pude añadir al fin, no sin cierto rastro de timidez en la voz.

―Por eso no debes preocuparte. Lo tengo todo previsto. Si aceptas, puedes terminar el turno ahora mismo. Te daré la dirección de una tienda en la que te esperan un vestido y todos sus complementos a juego y te he pedido hora en una peluquería de confianza para que te hagan cualquier recogido, manicura o todo lo que necesites para dejarte a punto para la noche.

Ahora que me había dejado de piedra. ¿En qué momento me había convertido en Pretty Woman? Mi cabeza únicamente fue capaz de asentir y mi rostro reflejaba un gesto de incredulidad que no podía pasar desapercibido.

―¿Cuento contigo entonces?

Afirmé de nuevo sin pronunciar palabra alguna y sentí que un leve hormigueo nacía en lo más profundo de mi ser ante aquella propuesta que jamás hubiera esperado.

Se acercó más entonces y puso una vez más la mano en mi espalda. Se lo permití, pues en ningún momento moví ni un solo músculo de mi cuerpo para evitar aquel gesto de confianza, confianza que, por cierto, hasta aquel momento no hubiera creído compartir con él. Sentí el roce de su aliento sobre algunos de mis mechones, que se ondearon de forma delicada, y susurró junto a mi oído lo que terminó de dejarme en estado catatónico.

―Me he encargado personalmente de escoger todas y cada una de las prendas que llevarás esta noche. Creo que las tallas son las correctas. En unas horas lo confirmaré.

Entonces me besó, como lo cuento. Un beso rápido, fugaz, casi invisible. Mi mejilla ardía tras el contacto de sus labios y un escalofrío me recorrió entera, sin olvidar ni una sola parte de mi cuerpo. Sentí que la temperatura de mi sangre ascendía de forma considerable, mi estómago se contraía y se revolvía sin parar y mi bajo vientre se ponía en guardia con una presión que no era para nada lo que más deseaba en ese instante.

―Puedes marcharte cuando quieras. Te recogeré a las nueve.

Lo dijo justo antes de desaparecer por la misma puerta por la que minutos antes habíamos entrado. Ni siquiera se había girado para hacerlo. Y ahí estaba yo, apoyada de espaldas contra el mármol de la pequeña y luminosa cocina de nuestra oficina, debatiéndome internamente sobre lo que mi persona estaba dispuesta, o no, a hacer.

El espejo de #cookiecruz
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