CAPÍTULO 13
 

Por la mañana me levanté con una sensación extraña en el cuerpo. Mi primer pensamiento fue para él. Recordé todo lo vivido la noche anterior y supe que lo que estaba por llegar sería todavía peor. Aunque dudo que encontrara la manera de que así fuera.

Todavía me sentía nerviosa. Nerviosa y frustrada, para ser más exactos, pues gracias a mi ocurrencia, continuaba sola en mi cama cuando podría haber estado muy bien acompañada.

Me levanté al fin y me dirigí a la cocina con la intención de prepararme un café, a ver si lograba despertar de una vez. Me miré en el espejo que había en el armario de mi dormitorio tras haber encendido la luz del techo y sonreí ante mi reflejo. Tenía el pelo enmarañado y algún que otro rastro de rímel bajo mis ojos. Decidí dejarme el pijama puesto. Era domingo y no tenía ningún plan en mente. Tal vez escribiera una entrada para el blog sobre cómo disimular los estragos que una noche movidita dejan en el rostro y en las ojeras, pero no lo tenía muy claro.

@CookieCruz Si tuviera que maquillarme y peinarme a diario la mitad de bien que lo haces tú… no existirían horas de sueño en mi vida. ¿Realmente tardas diez minutos en conseguir un look tan per fecto como el de este vídeo?

 

Realmente hago un vídeo de diez minutos porque de lo contrario, no tendría seguidores. Pero no, las dos horas que me ha llevado elaborar este tutorial nada tienen que ver con los diez minutos finales de vídeo. Pero no se lo dije, podría destruir gran parte de la ilusión que tanto me costaba construir con cada una de las entradas que elaboraba. A también me faltaban horas de sueño, pero ser presumida era uno de mis grandes defectos… ―¿se

podía considerar a la vez como una ventaja?―. Supongo que para los creadores de los correctores de ojeras, las chicas como yo éramos su mayor fuente de ingresos… ¿no creéis?

@MeFaltanHoras No desesperes, siempre tendemos a “maqui llar” un poquito las cosas. ¡Todo es cuestión de práctica!

 

Me hallaba en la cocina cuando un fuerte olor de tostadas recién hechas llegó a mi nariz e inundó por completo la estancia, provocando que mi estómago rugiera de forma descontrolada. Abrí un poco más la ventana de la cocina ―que daba al patio de luces de la comunidad― y aspiré todavía más fuerte aquel aroma. De pronto, empecé a escuchar música ―bastante animada para tratarse de un domingo― y mi curiosidad despertó todavía más.

Era salsa o bachata, estaba segura de ello. Me encantaba bailar y ese tipo de música en concreto siempre conseguía alegrarme el día. Saqué con cuidado la cabeza por la ventana y conté las ventanas que me separaban del origen de aquella improvisada fiesta matutina. Venía del tercero. ¿Coincidencia?

Pensé que aquello era demasiada casualidad y volví a contar. Sí, efectivamente ese era el tercero. Pero bueno, no tenía por qué ser él. Podía tratarse del vecino del tercero primera, ¿no?

Me quedé allí pasmada durante un buen rato. Me gustaba aquella canción y mis pies seguían el ritmo casi con vergüenza. De pronto, la ventana que había justo enfrente de la mía se abrió y una soñolienta Érica hizo una aparición estelar. La imagen fue tan cómica que tuve que detenerme a contemplarla con absoluta fascinación.

Me di cuenta de que ella no había reparado en mi presencia y la observé en silencio con una sonrisa en los labios.

―¡¿Pero qué clase de problema tenéis los domingos?! ¡Algunos queremos dormir hasta ahogarnos en nuestra propia pereza matutina! ―gritó entonces con medio cuerpo fuera y poseída por algún tipo de criatura extraña.

Tuve que taparme la boca para silenciar la carcajada y continué observando sus movimientos mientras mis ojos se inundaban de divertidas lágrimas. De pronto, desapareció durante un par de segundos, pasados los cuales volvió a aparecer con algo en la mano. Creo que era un trozo de pan duro. Apuntó durante unos instantes con un ojo cerrado y a continuación, lanzó con fuerza el proyectil en dirección a la ventana en cuestión. Y acertó, ya lo creo que acertó.

En ese momento levantó la vista y reparó en mi presencia. Nuestras miradas se cruzaron y tras unos instantes de silencio, rompimos a reír a grandes carcajadas. Ambas todavía en pijama, yo con pelos de loca y ella con unos rulos que le quitaban cualquier tipo de glamour a su juvenil apariencia. Esa tía estaba muy loca, lo juro, y yo necesitaba a una amiga así en mi vida. O tal vez no, que para locuras ya había demostrado en los últimos días que me bastaba solita.

De golpe, escuchamos que alguien se acercaba a la ventana del tercero y pudimos ver, gracias a su sombra, que pretendía asomarse al patio de luces al igual que lo habíamos hecho nosotras.

―Pero, ¿qué demonios…? ―dijo de pronto aquella voz.

Érica reaccionó a gran velocidad ―como si esa no fuera la primera vez que hacía aquello― y se escondió en el interior de su apartamento. Sin embargo, yo no fui tan rápida ―quizá por eso siempre me pillaban en el colegio como si yo fuera la causante de todas las travesuras que sucedían en clase― y sus ojos se clavaron en mí.

―Hombre, novata. Ya veo que nos hemos levantado con el pie izquierdo. ¿Una mala noche? ―dijo aquella conocida voz en un tono cargado de múltiples intenciones, a cual peor.

―No tanto como la de otros, me temo. ¿Desahogando tus frustraciones con música sabrosona? contesté apoyándome sobre el alféizar y manteniendo una pose de fingida sobriedad.

―¿Sabes? Tienes poca credibilidad con esos ojos de mapache malherido.

Recordé de pronto mi aspecto y sentí que mi mundo se derrumbaba a mis pies. El rubor apareció en mis mejillas casi al instante pero ya no podía huir, tenía que permanecer ahí y aguantar el tipo.

―Anda, deja esa taza que llevas en la mano y baja, te invito a desayunar. Pero ―añadió entonces haciendo una pausa significativa que casi me provocó un paro cardíaco― tendrás que venir en pijama. Así será como si hubiéramos dormido juntos.

Pude ver desde la distancia cómo me guiñaba un ojo antes de meterse de nuevo en el interior de su apartamento. Levanté de nuevo la vista, todavía sonrojada, y me encontré de frente con el rostro de Érica. Era la viva imagen de la confusión. Permanecía inmóvil, con los ojos abiertos como platos y la boca que se abría y se cerraba de forma intermitente, como si buscara una explicación lógica a lo que acababa de presenciar, aunque fuera de lo más evidente.

―¡Ya estás tardando! ―dijo entonces desde la distancia que nos separaba.

―Pero, ¿tú te has vuelto loca? ¡Mira cómo voy! ¡Ni muerta me dejaría ver así por un tío!

―¿Es que no has visto esos abdominales? Por Dios, ¡debería de estar prohibido!

Puse los ojos en blanco en una expresión de resignación mientras recordaba uno a uno todos y cada uno de los detalles de aquellos músculos. ¿Qué si los había visto? ¡Llevaba soñando con ellos desde hacía días!

Ve o te arrepentirás. ¡Cualquier mujer en su sano juicio pagaría por una proposición así!

Le dediqué una mirada furibunda que ella aguantó con entereza y al final, la señalé de forma acusatoria con el dedo índice mientras la sentenciaba tratando de evitar sonreír.

―Me las pagarás, ¡bruja!

Sin más explicaciones, giré la palanquita de la ventana que tornaba los cristales en opacos y me sorprendí a misma son-

riendo. Me negaba a aparecer con aquel aspecto.

Corrí hacia el baño y terminé de desmaquillarme bien con la ayuda de unas toallitas impregnadas en una loción limpiadora y me cepillé la larga melena antes de recogerla de nuevo en una coleta despeinada.

Me dirigí al armario y busqué el pijama de seda, aquel que solo usaba en ocasiones especiales ―es decir, aquellas únicas veces en las que había permitido que un tío se quedara a dormir en casa―. Iría en pijama como había solicitado, pero por encima de todo, lo haría con clase. Que no me pasaba toda la semana yendo en tacones a todos lados como para perder todo el orgullo en cuestión de segundos.

Eché un último vistazo al espejo de mi habitación y sonreí ante la imagen que este me mostraba. Sí, ahora que estaba en condiciones. Me puse una gota de perfume en la parte interior de mi muñeca y la esparcí con diligencia por mi cuello. Menos mal que me había dado por ducharme la noche anterior, aunque todavía no entendía cómo se me había pasado por alto desmaquillarme mejor.

Me puse unas sandalias de goma de color oscuro que venían de regalo con la revista Cosmopolitan de julio ―ideales para looks informales― y me dirigí hacia el recibidor. Una vez allí, cogí las llaves, respiré hondo y salí al rellano.

El espejo de #cookiecruz
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