Este libro es un tributo a la nación comanche, un pueblo orgulloso, noble y a menudo incomprendido, cuya población fue prácticamente aniquilada a manos de los hombres blancos que invadieron sus tierras. Mientras lo escribía, me entristecí al pensar que una forma de vida tan maravillosa haya tenido que desaparecer y espero que algún día la humanidad empiece a aprender de sus errores: es decir, que podamos aprender que todos somos hermanos y hermanas en este mundo. Al escribir esta historia sentí una gran afinidad con los verdaderos antepasados de este pueblo, pues no en vano me unen lazos ancestrales a la tribu Shoshone, antepasados de los comanches. Nunca volveré a recorrer los bosques de pino ponderosa del centro de Oregón, los extensos cotos de caza, sin oír sus voces susurrando al viento: suvate (todo se ha cumplido).