Capítulo 25

No había un solo lugar del cuerpo de Loretta que no le doliese. Su captor seguía llevándola como un fardo sobre la silla, y la barriga la tenía ya amoratada, como si le hubiesen estado dando puñetazos. La sangre se le había bajado a la cabeza y le latía la sien. Las horas pasaron. Loretta seguía boca abajo, con la mano de un extraño sobre sus nalgas. Amy estaba cerca, de vez en cuando la oía llorar. Deseó poder estar con ella, consolarla, asegurarse de que estaba bien.

¡Cazador! Si estaba vivo, Loretta sabía que vendría a buscarla. Y tenía que estar vivo. No podría soportarlo si no era así. La vida sería inconcebible. Rezó como nunca había rezado antes en su vida, sin cesar, con todo su corazón… por un hombre al que había una vez odiado.

Imploró a Dios para que le diese otra oportunidad, la oportunidad de decirle que se quedaría junto a él y lo amaría, siempre sin horizonte. Si había muerto en el ataque sin saber esto, una parte de Loretta moriría también.

Cuando por fin el grupo de jinetes se detuvo para pasar la noche, Loretta colgaba del caballo como si fuera parte del equipaje. Cayó al suelo como un montón de carne sin vida, los brazos y las piernas entumecidos e inservibles. Tenía arena en los dientes. Entrecerró los ojos para escudriñar el crepúsculo. Cazador. Ay, Dios, ¿por qué no venía? Sabía que él era capaz de alcanzar a estos hombres. Debería de estar ya allí, a menos que estuviese muerto.

—¡Levanta, muñequita!

Loretta movió la cabeza para ver lo que la rodeaba. Recorrió con la mirada las altas botas llenas de polvo, los pantalones llenos de sangre, la barriga blanda y el ancho pecho, deteniéndose en la cara de barba pelirroja. Unos ojos verdes penetraron la penumbra para mirarla, con una expresión dura y amenazante. Al ver que no se movía, se agachó junto a ella y le cogió la barbilla con la mano, cerrándole los dedos de una forma cruel y dolorosa. Loretta retrocedió dos semanas atrás en el tiempo, cuando Cazador la había cogido de esa manera, con una determinación firme pero indolora. Entonces también había tenido miedo, pero no de la misma forma. Este hombre usaba su fuerza para intimidar, y sus ojos brillaban llenos de violencia. Estaba a solo un suspiro de ser violada.

—Eres una belleza, ¿eh? —murmuró con voz ronca—. Apuesto a que ese hombretón tuyo vendrá caliente a buscarte. Eso si no está muerto.

Su hedor a hombre se le pegó a la nariz. Odiaba la expresión contemplativa de su rostro. Si admitía que estaba casada con un comanche, la consideraría perdida y se aprovecharía de ella. Después sus hombres harían lo mismo con Amy. Se le hizo un nudo en el estómago solo de pensarlo. Ella era una mujer adulta, casada con un hombre maravilloso que le había dado docenas de hermosos recuerdos. Por mucho que le hiciesen estos animales, ella sobreviviría. Pero Amy tal vez no.

—No tengo a nadie que venga a buscarme, así que no tienes de qué preocuparte —contestó con voz inexpresiva—. Afortunadamente, tú y tus hombres llegasteis a tiempo.

Él se quedó observando las ropas indias que llevaba.

—Mientes, preciosidad, ¿qué ocurre? ¿Tienes miedo de que me vuelva demasiado cariñoso si descubro que has estado dando placer a los comanches?

Trató de mantener la calma y respondió.

—Eres un hombre listo. Os he oído hablar a ti y a tus hombres. Se os ha pagado para que rescatéis a cautivos, no para que abuséis de ellos. Toca a una de nosotras y será el error más grave de tu vida. No hemos estado dando placer a nadie. Y si nos desgraciáis, te garantizo que os colgarán por ello.

Era un hueso duro de roer. Recorrió con los dedos la tira de piel que le rodeaba el cuello y sacó el medallón de Cazador de debajo de la blusa. Lo estudió con detenimiento.

—A mí me parece que te acuestas con un jefe, cariño. —Sonrió y volvió a meterle el medallón debajo de la blusa, sin quitarle los ojos de encima. A Loretta se le puso la carne de gallina al sentir el roce de sus nudillos—. Un comanche no lleva el signo del lobo a menos que sea alguien importante. El lobo es sagrado para ellos, es su hermano. Ninguna mujer lleva un medallón como este a menos que su hombre la haya marcado con él.

—Ningún sucio indio me ha puesto las manos encima —protestó Loretta. Las palabras le escocieron en la garganta, haciéndole sentirse desleal con Cazador. ¿Qué pasaría si estaba ahí fuera escondido, escuchándola?—. Uno de los guerreros me puso el medallón antes de irse de cacería. Como parece que evita que los otros me toquen a mí o a mi prima pequeña, sigo llevándolo.

Él sonrió y clavó los talones.

—¿De dónde eres?

—De una granja al otro lado del Brazos.

—¿Cerca del fuerte Belknap?

—A unas pocas horas a caballo. —Loretta se incorporó y miró por encima del hombre, rezando para que Amy estuviese bien—. ¿Es allí donde vais a llevarnos?

—Eso creo. A menos que algo te pase en el camino. Eso sería una pena, ¿no crees? Pero claro, las mujeres muertas no cuentan historias.

—Ni tampoco dan recompensas por ellas. —Loretta habló con una valentía que estaba lejos de sentir—. No creo que tus hombres apreciasen hacer todo esto sin recibir nada a cambio, ¿no crees? Lo cierto es que se podrían poner muy irascibles por ello.

Él se mojó el labio superior, chupándose la barba con la punta de la lengua mientras la miraba de arriba abajo. Loretta esperaba que Cazador pudiese venir pronto. Los hombres como este no tenían escrúpulos, ni uno solo.

Como si hubiese caído en un pozo de tristeza, Cazador se deslizó hasta el bosque, siguiendo los sonidos que provenían de allí. Sintió un escalofrío. Después de escuchar a su madre y a Guerrero todas estas horas, la canción de luto de Búfalo Rojo no debería de haberle molestado, pero lo hizo. No solo el dolor, era sobre todo la agonía. Cazador llegó hasta un claro de luna, con el corazón encogido al escuchar los persistentes lamentos.

Encontró a Búfalo Rojo arrodillado junto al río, con la cabeza caída, dándose puñetazos en el pecho. Cazador se acercó a él lentamente, el pulso latiéndole en las sienes, irregular y ensordecedor. Nunca había visto a Búfalo Rojo de esa manera y no estaba seguro de tener la fuerza necesaria para consolarle. Él también estaba de luto. Cuando la realidad le alcanzó, cuando se permitió pensar en aquellos que había perdido, el dolor había estado a punto de partirle en dos.

Poniéndose de rodillas, Cazador puso una mano en la espalda convulsa de su primo.

—Búfalo Rojo, ¿cabalgarás conmigo?

Búfalo Rojo ahogó un sollozo.

—Si buscas venganza, Cazador, ¡empieza conmigo! Es culpa mía, todo es culpa mía. Tu padre, Doncella de la Hierba Alta, Hombre Viejo. —Se tapó los ojos con una mano y ahogó otro sollozo—. ¡Los niños! Han muerto por mi culpa. Trataste de prevenirme, y yo no te escuché. ¡Incluso se llevaron a tu mujer por mi culpa! No me merezco cabalgar con los hombres.

—¿Qué quieres decir? A mi Loh-rhett-ah se la llevaron porque es una mujer tosi, no por tu culpa.

—¡No! Ella salió corriendo de los árboles para parar a un tosi tivo que iba a dispararme. Él no la hubiese visto si no hubiese sido por mí.

Esta noticia alivió un poco el dolor que sentía en su corazón. Durante todo el día, mientras trataba de aceptar el dolor de su familia mutilada y enterraba a los incontables muertos, las dudas le habían atormentado. No pudo evitar preguntarse si ella se había ido por voluntad propia con los asesinos de sus padres.

Cazador abrió los brazos a Búfalo Rojo y le atrajo hacia sí.

—Búfalo Rojo, debes dejar a un lado esos sentimientos. Te necesito, primo, como nunca antes. ¿Vas a fallarme?

—No, tú no me necesitas. Soy como el veneno, Cazador. Todos aquellos a los que amo mueren. —Sacudió los hombros con una convulsión—. Todos.

—¿Y dejarás sin vengar esas muertes? Guerrero y yo no podemos hacerlo sin ti. ¿Quién nos cubrirá las espaldas? El momento de llorar ha terminado. Ahora debemos luchar. Por Doncella de la Hierba Alta. Por mi padre. Por todos los que se han ido. —Cazador respiró con furia—. Los sabios han convocado un Consejo. No podemos permanecer pasivos. Debemos echar a los blancos de aquí. Ahora es el momento, mientras están en guerra entre ellos. Sus soldados están lejos. No tienen defensa. El pueblo debe atacar.

Búfalo Rojo dejó de llorar.

—Pero Cazador, esto es exactamente lo que tú temías que ocurriese. ¿Qué pasa con lo de sobrevivir en paz?

—Es demasiado tarde. —Cazador sintió un dolor en el centro del pecho—. Soy un soñador, Búfalo Rojo. La tierra es como un único hueso que se disputan dos perros hambrientos. Solo hay hueso para uno de ellos. La paz no se producirá nunca, nunca. Tú tenías razón y yo fui demasiado ciego para verlo.

—¡Pero tu mujer! Ella es una tosi. Hablas de echarlos de aquí. ¿Y ella?

Cazador empezó a hablar, pero no podía. Volvió a respirar hondo y lo trató de nuevo, con la voz contraída.

—La protegeré lo mejor que pueda. Los otros han accedido a no atacar sus paredes de madera. Hay ya un mensajero que ha salido para decir a las otras tribus lo del ataque de hoy y nuestra decisión de declarar la guerra. También dirá a los demás lo de mi mujer tosi.

—¿No vas a ir a buscarla? Ella es tu esposa. Su lugar está contigo.

—Un hombre no puede poseer a una mujer, primo. Solo puede… —Cazador se detuvo. En su mente se le apareció la imagen de Loretta—. …Solo puede amarla. La sangre de los tosi tivo correrá a gran altura. Obligarla a quedarse con nosotros mientras matamos a su gente sería una tortura. Antes de que esto termine, mi nombre será una maldición en sus labios.

Búfalo Rojo se apartó y levantó su desfigurada cara hacia el cielo.

—La has perdido, ¿verdad? Lo siento, Cazador. Es culpa mía.

—No es solo culpa tuya. Esto habría pasado de una forma u otra, Búfalo Rojo. Tengo que asegurarme de que mi mujer llega segura a sus paredes de madera. Solo pediré a unos cuantos hombres que cabalguen conmigo. Guerrero necesita estar aquí estos días, con sus hijos. Yo debo seguir a los tosi tivo, asegurarme de que no hacen daño ni a ella ni a su Aye-mee. Si algo sale mal, tendremos que atacar. Necesito tu brazo fuerte. ¿Puedes dejar a un lado tu odio por ella y cabalgar conmigo?

Búfalo Rojo se limpió las mejillas con el dorso de la mano.

—¿Me quieres a tu lado? ¿Después de todo lo que te he hecho?

Cazador le dio un apretón en el brazo.

—Tengo miedo de ir sin ti. Su vida depende de nosotros.

Búfalo Rojo irguió los hombros.

—Entonces estoy contigo.

Cazador asintió.

—Una vez más, hermano. ¿Sí?

Búfalo Rojo se puso en pie.

—Sí, hermano. —Estrechó la mano de Cazador y se encontró con su mirada, los ojos llenos de lágrimas—. No solo voy a ponerlo a un lado, voy a enterrarlo. Si tengo que hacerlo, moriré por ella.

Cazador trató de contener también las lágrimas.

—Ya he perdido a demasiados, primo. No hagas nada boisa para probar tu lealtad hacia mí. Protégela, sí. Pero cúbrete también la espalda.

¿Dónde estaba Cazador? Loretta se hacía esta misma pregunta una y otra vez… y los días seguían pasando. Mientras los mercenarios la escoltaban a ella y a Amy cada vez más cerca del fuerte Belknap, la inquietud de Loretta crecía. Cazador no estaba muerto. Sabía que no lo estaba. Algunas veces hubiese jurado que cabalgaba justo detrás de ellos, pero cuando se daba la vuelta, no veía nada. Otras veces sentía su mirada y levantaba los ojos convencida de que lo vería, montado en su caballo, a solo unos metros de distancia. Pero nunca estaba allí.

Para evitar las horribles pesadillas del ataque que empezaban a atormentar su sueño, Loretta se mantenía despierta por la noche junto a Amy, mirando al cielo estrellado. Por Amy, Loretta había sabido de la muerte de Doncella de la Hierba Alta, y lloraba por ella. Perder a Muchos Caballos ya había sido un golpe duro para ella, pero al menos él había tenido una vida larga y plena. Doncella de la Hierba Alta, con sus bellos ojos y su dulce sonrisa, no. Loretta rezó para que alcanzase el cielo, para que descansase en paz. Rezó también por Guerrero y sus hijos, para que Dios les diese fuerza para seguir sin ella.

Mientras rezaba agudizó el oído… necesitaba oír a Cazador, oír algún sonido que le indicase que estaba ahí fuera, porque sentía que estaba allí. Sabía, tan segura como si Cazador se lo hubiese dicho, que él estaba observándolas. Sabía que, siempre y cuando Amy y ella no sufrieran ningún daño a manos de los blancos, él se mantendría a corta distancia, observándolas sin ser visto.

La última noche su fe por Cazador fue recompensada. Cuando todo el mundo se situó para dormir, un coyote aulló en las cercanías. Su voz era como un lamento que le provocó un escalofrío en la espalda y le puso la carne de gallina. Se puso de lado, dándole la espalda al fuego para poder ver en la oscuridad. Una sombra se movió más allá de la luz que proyectaba el fuego. El coyote volvió a aullar.

Sintió una ola de calor por todo su cuerpo. De la forma más imperceptible que pudo, levantó dos dedos de la mano e hizo la señal de amistad. Si Cazador estaba ahí fuera, la vería y sabría la canción que cantaba su corazón.

Cazador sintió que se le clavaba una piedra en el estómago, pero apenas lo notó. Tumbado en el suelo, mantuvo la atención en el resplandor de la hoguera y en la pequeña mujer que yacía junto a las llamas, con la cara mirando en la dirección en la que él estaba. En su mente él estaba junto a ella, acariciándole la mejilla con la mano, susurrándole palabras de amor. Deseó ahora haberle enseñado cómo reconocer su llamada de animal para que supiera que estaba con ella, que llevaba allí seis días.

Cazador echó atrás la cabeza y volvió a aullar, dejando que el grito se propagase por el aire. Cuando bajó los ojos, vio que Loretta sonreía. Después levantó los dedos, con los ojos puestos en donde él estaba. Había reconocido su llamada. Quizá le había enseñado más de lo que creía. El dolor lo envolvió, un dolor agudo y tan hondo que no podía respirar. «El signo de la amistad.» En unos cuantos días su corazón no volvería a cantarle una canción de amistad nunca más.

Dos días más tarde, los mercenarios dejaron a Amy y a Loretta en el fuerte Belknap. Después de recibir una carta del señor Steinbach en la que se confirmaba que las chicas habían sido devueltas sanas y salvas, los rufianes se fueron al sur a pedir su recompensa. Al fin, Loretta y Amy, escoltadas por Steinbach, fueron capaces de hacer el último trecho del viaje hasta casa.

Cuando llegaron a la granja de los Masters, el viaje de Loretta y Amy se dio por concluido. Desmontaron de los caballos que les había dejado el señor Steinbach y se arrojaron en los brazos de tía Rachel que las recibió entre abrazos y besos. Rachel, demacrada y con ojeras por todo el dolor pasado, apenas podía quitar las manos de Amy y se negaba a dejar que la muchacha se alejara de su lado. Amy contestó con rodeos a las preguntas sobre su vivencia en el campamento de Santos, y Rachel tuvo que conformarse con que el tema se dejase para otro momento.

Aunque Loretta estaba contenta de ver a su tía, subió los peldaños de la casa con sentimientos encontrados, sin poder dejar de mirar atrás para ver si veía a Cazador. Él vendría a por ella ahora. Se sentía extrañamente impaciente. Tenía ganas de volver a casa, de volver al poblado, a su propia tienda, de volver a estar entre sus brazos. Esta pequeña granja había dejado de ser su casa. Su casa estaba con Cazador, fuera donde fuese, aunque significase tener que vivir con los asesinos de sus padres. Tal vez no lo olvidaría nunca, tal vez nunca lo perdonaría, pero no podía vivir la vida con la vista puesta en el pasado.

Tía Rachel y tío Henry pidieron al señor Steinbach, que había escoltado a las chicas hasta la granja, que cenase con ellos. Después de atender a los caballos, él aceptó con alegría. Aunque se sentía agotada del viaje, Loretta se lavó y ayudó a Rachel a servir la comida, sintiéndose desorientada en la cocina que una vez le resultó familiar. Las paredes y el techo bajo le parecían asfixiantes. Se moría por un poco de aire fresco y por la ventilación de la tienda de Cazador. En noches calurosas como esta, una podía levantar las cortinillas laterales y disfrutar de la brisa.

—Entonces, jovencitas, ¿cómo se siente al poder estar en casa de nuevo? —preguntó el señor Steinbach.

—Supongo que está bien —respondió solemnemente Amy—. Estoy bastante contenta de ver a mi madre.

Rachel se giró desde la chimenea.

—Amelia Rose, ¡eso ha sonado casi lúgubre! Muestra la debida gratitud. Esos hombres tan valientes arriesgaron sus vidas por rescatarte, y el señor Steinbach ha hecho un largo camino para escoltarte a casa desde Belknap.

Loretta apretó los dientes y puso la bandeja de comida en la mesa con un poco más de fuerza de la que pretendía.

—Apreciamos la ayuda del señor Steinbach, tía Rachel, de verdad que sí, pero si esperas que alguna de nosotras dé las gracias a esos mercenarios, entonces tendrás que esperar ahí sentada. Esos valientes hombres no vinieron a rescatarnos. Vinieron a matar a los indios. Mujeres, niños, recién nacidos y ancianos. La mayoría de los guerreros estaban cazando y estoy segura de que los mercenarios lo sabían. Fueron allí a torturar a gente y eso es lo que hicieron.

El silencio que siguió a sus palabras se clavó en el aire como la tormenta. Henry miró atónito a Loretta. Rachel se puso los dedos en los labios. El señor Steinbach parecía incómodo.

Amy, que estaba sentada con los hombres en la mesa, contuvo las lágrimas.

—Mataron a Muchos Caballos, al padre de Cazador, madre. Y a la mujer de Guerrero, Doncella de la Hierba Alta. Ella hizo el traje que lleva Loretta. Eran nuestros amigos.

Henry se sonrojó.

—Espero que pueda perdonar a mis chicas, señor Steinbach. Han pasado una dura prueba. Volverán a ser como antes en unos días.

Steinbach se aclaró la garganta.

—No necesita disculparse. Puede que haya muchos que odien a los indios en Texas, pero no es mi caso. Nunca he visto a un grupo más vergonzoso que esos mercenarios de Arkansas. Parecen más matones de la frontera que otra cosa. Quien los contrató debía de estar loco.

—Los comanches se llevaron a sus parientes —protestó Henry—. ¿Ha visto alguna vez lo que hacen a una mujer blanca cuando la capturan? Si me pregunta, esos indios han tenido exactamente lo que se merecen.

El señor Steinbach levantó una ceja inquisidora.

—¿Ha visto alguna vez cómo algunos hombres blancos tratan a las indias?

—No somos nosotros los que hacemos que esos indios vendan a sus mujeres sin tener en cuenta nada más.

—Las casan —corrigió Steinbach—. Los indios no venden a sus mujeres, señor Masters. Aceptan un regalo de boda por ellas, que es completamente diferente. Los regalos se aceptan de buena voluntad, y la mujer es, según sus costumbres, tomada como una mujer honrada. Esperan que sea tratada como tal.

—¡Un regalo de boda! —Henry resopló—. Es lo mismo que venderlas. Son unos animales paganos, todos ellos lo son.

Steinbach sonrió.

—Quizá. Pero ellos dirán lo mismo de nosotros y la dote que una mujer trae al matrimonio. Como ellos lo ven, pagamos para deshacernos de nuestras hijas, que es igual de pagano y no dice mucho de nuestras mujeres. —Tomó un pequeño sorbo de café y después se encogió de hombros—. Es evidente que tus chicas recibieron un buen trato por parte de la tribu de Cazador. Es una pena que esos buenos indios paguen por lo que hicieron los malos.

Amy dirigió una mirada rebelde a su padrastro, y después miró a su madre, que estaba colocando una cazuela de estofado en el fuego.

—No he terminado todavía. Cazador irá a buscar a esos mercenarios. Ya lo veréis. Morirán, no quedará ni uno. Y espero que Cazador se tome su tiempo para matarlos.

Rachel se santiguó con rapidez.

—No deberías decir algo así, Amy. Estoy segura de que no deseas un final así para nadie.

Amy se levantó de la banqueta.

—¡Lo deseé también para los comancheros! ¿Está eso mal?

—Eso es diferente.

—No, no lo es. Ellos me hicieron daño, y Cazador los mató. ¿Estás diciendo que no debería haberlo hecho?

—No. —A Rachel le tembló la mano al quitar la tapadera de la cazuela, los ojos fijos en Amy, la cara blanca—. Si Santos y sus hombres… —Se calló y tocó el hombro de su hija—. Amy, cariño. ¿Qué te…?

—¡Lo que me hicieron no importa! ¡Lo que importa es que Cazador vino y me salvó, madre! Y después luchó por mí. ¿Y dices que eso está mal?

Rachel le puso la mano en la cadera.

—No. Si Santos y sus hombres… si ellos… —Sus ojos se oscurecieron—. Deberían haber sido colgados. Aunque sé que no es mucho mejor que el que tu amigo Cazador los castigara por nosotros.

—¿Pero estaría mal que castigase a esos mercenarios?

Loretta dio un paso atrás.

—Amy, cariño, será mejor que dejemos esta conversación para después.

—¡No! ¡Quiero hablar de ello ahora!

El rostro de Rachel se había quedado blanco como la cal.

—¿A quién han hecho daño los mercenarios, Amy? Ellos están de nuestro lado.

—¿De nuestro lado? ¡Mataron a recién nacidos, madre! ¡Y a niños pequeños! ¿Estás diciendo que los niños indios no valen igual que nuestros niños?

—No, claro que no.

—Entonces, ¿qué es lo que dices? —Las lágrimas se agolparon en sus ojos—. ¡Tú no estabas allí! ¡No lo sabes! ¡Pero yo sí! Vi lo que esos hombres hicieron. Vi sus caras mientras lo hacían. Espero que mueran. Espero que mueran de una forma lenta y horrible. —Apartó la cara—. Desearía estar de vuelta con Antílope Veloz, eso es lo que desearía.

Con esto, Amy salió corriendo hacia las escaleras del altillo. Su llanto resonó por toda la casa. Loretta se encontró siendo el centro de tres miradas acusadoras. Mojándose el labio, dijo:

—Amy ha pasado una prueba muy dura. Necesitaremos un tiempo aún antes de que alguna de nosotras olvidemos, si es que alguna vez lo hacemos.

Rachel se volvió hacia las escaleras.

—No, tía Rachel, no. Déjala sola un rato. Hasta que se calme un poco.

—Pero ella me necesita, necesita hablar.

—Hablará contigo cuando esté lista —le dijo con amabilidad—. Necesita tiempo. Ella sabe que la quieres.

—Amy habla del bastardo de Cazador como si fuera uno de nosotros —bufó Henry.

Loretta se fue hacia la ventana y abrió el cuero que hacía de cortina para mirar en la penumbra. Agarró el alféizar con los dedos y clavó las uñas en la madera. Con la vista puesta en el cerro, recordó lo tierno que había sido Cazador con Amy cuando la trajo al poblado después de su terrible experiencia con Santos.

—Tío Henry, tú debes también saberlo. Ese bastardo al que tanto odias, es mi marido. —La madera se quebró entre los dedos de Loretta—. Me casé con él ante un sacerdote, y lo quiero. Apreciaría mucho que no volvieras a hablar así de él en mi presencia.

Detrás de ella, la cocina se quedó tan en silencio que Loretta podía oír a los otros respirar. Rígida, esperó la reacción. No tardó mucho en llegar.

—¿Qué has dicho? —gritó Henry.

—Que Cazador es mi marido. —Repetir las palabras le dio coraje. Se dio la vuelta y dejó a sus espaldas la ventana para enfrentarse a su tío, que se había puesto de pie—. Estamos casados, y nuestra unión ha sido bendecida por la Iglesia.

—¿Te obligó?

—A diferencia de alguien que yo sé, Cazador nunca me ha forzado a hacer nada. —Se encontró con la mirada de Henry, consciente de que su significado no le había pasado desapercibido—. Nunca me ha maltratado, nunca me ha intimidado. Me siento orgullosa de ser su mujer. Cuando venga a buscarme, me iré con él.

—Jesús bendito, se ha vuelto loca —susurró Henry. Se hundió en la banqueta, como si fuera una nube de humo a la que acabasen de dejar sin aire—. ¿Que te irás con él? ¿Con los comanches? Rachel, haz que recupere el sentido. Nunca he oído nada igual.

Haciendo un gran esfuerzo por no seguir a Amy escaleras arriba, Rachel miró a su sobrina a los ojos y después suspiró.

—Supongo que si ella lo ama, Henry, nada de lo que pueda decir va a hacerle cambiar de idea. ¿Loretta? ¿Estás segura de esto?

—Sí, lo quiero con todo mi corazón.

—Te irás con él por encima de mi cadáver —bravuconeó Henry.

—Eso puede arreglarse —contestó Loretta en voz baja.

La cara de Henry se inflamó. Volvió a levantarse de la banqueta con los puños cerrados y después recordó que tenían compañía. Pero incluso aunque el señor Steinbach no hubiese estado allí, Loretta no hubiese tenido miedo.

—¿Significa eso que no volveré a verte nunca? —preguntó Rachel con un hilo de voz.

Loretta dejó a un lado la posibilidad de que podrían irse a vivir a algún lugar remoto.

—Vendré a verte. Cazador prometió que me traería a menudo, y él nunca rompe una promesa.

—Por encima de mi cadáver… —Henry se mordió la lengua, el cuello hinchado de rabia—. Si cruzas esa puerta, Loretta Jane, nunca dejes que tu sombra vuelva a cruzarla. Ninguna mujer que se relacione con esos animales tiene el derecho de frecuentar a la gente de bien.

Loretta enderezó los hombros.

—Si es así como te sientes, entonces esperaré a mi marido fuera. —Y dándose la vuelta, se puso a andar hacia la puerta.

—Estás muy segura de ti misma, ¿eh? —ladró Henry—. Te lo digo en serio, jovencita. Sal por esa puerta y no serás bienvenida. ¿Y si él no viene?

—Vendrá.

Loretta abrió la puerta, salió al porche y cerró la puerta detrás de ella. Se sentó a esperar con la espalda apoyada en el pozo.

Una hora después, tía Rachel le trajo un cuenco con estofado. Loretta lo aceptó tratando de no mostrar su inquietud. Cazador debería de haber vuelto ya.

—Loretta Jane, si quieres volver a entrar, Henry dice que puedes. Todo lo que tienes que hacer es disculparte.

Loretta volvió a mirar en dirección al cerro. Cazador vendría.

—Gracias, tía Rachel, pero no. Ya he hecho mi elección. Además, él seguirá diciendo cosas de Cazador y prefiero estar aquí fuera antes que oírle.

—Lo amas de verdad, ¿eh? —Rachel se colocó la falda y se sentó, apoyando también la espalda en el pozo—. Cuéntame. Ayúdame a entenderlo.

Loretta sonrió.

—¿Por qué lo amo, quieres decir? —Su sonrisa se desvaneció, y suspiró—. Ah, tía Rachel, ¿cómo puede explicarse el amor? Cazador dice que proviene de un lugar secreto, y creo que tiene razón. Desde luego yo no traté de quererlo, ni siquiera de que llegara a gustarme. —Miró a Rachel un buen rato—. Odiaba a los comanches, más incluso que tío Henry, ¿recuerdas? Pero Cazador es un hombre bueno, un hombre maravilloso. ¿Qué más puedo decir? Si le hubieses visto cuidando de Amy después de… ¿Te lo ha contado ya Amy? ¿De lo que pasó con los comancheros?

—Las palabras no son necesarias. Soy su madre. Estaba ahí, en sus ojos. Tanto… odio, tanto miedo. No supe qué decirle, me cogió tan desprevenida. La violaron, ¿verdad? ¿Todo el grupo?

—Sí.

Rachel respiró hondo.

—¿Y Cazador los mató a todos?

—Hasta al último de ellos.

Cerrando los puños, Rachel apartó la cara un momento.

—Cada segundo que pasa me gusta más ese hombre.

—Cazador fue tan bueno con Amy. —La voz de Loretta se hizo más ronca conforme contaba la historia—. Amy nunca llegará a superarlo del todo. Supongo que lo que ocurrió la perseguirá siempre. Pero Cazador le devolvió su orgullo, tía Rachel.

—Lo sé. —Rachel miró a Loretta, angustiada—. ¿Quién es Antílope Veloz?

Al oír su nombre, Loretta sonrió y sintió una ola de calor por todo el cuerpo.

—El amigo especial de Amy.

—¿Especial?

—Su pretendiente. —Se aclaró la garganta, sin querer revelar demasiado—. Amy le tiene mucho cariño. Y él ha sido muy bueno con ella. Creo que es todo lo que debería decir. El resto debe contártelo Amy.

Rachel pareció aceptarlo.

—¿Es…? —Se calló y suspiró—. Dios, no puedo creer que esté preguntando esto, ¿es un joven respetable?

—Tan respetable como cualquier otro muchacho. Pero lo más importante, tía Rachel, es que a Antílope Veloz no le importa lo que los comancheros le hicieron a Amy, no de la forma en la que le importaría a un muchacho blanco. Le entristece que tuviera que pasar por algo así, desde luego, pero en su cabeza ella es aún casta y dulce, y maravillosa. Eso es muy importante para Amy, especialmente ahora, que está recuperándose. No deberías hablar mal de Antílope Veloz, ¿entiendes? Deja que las cosas sigan su curso. Los comanches creen que el pasado se lo lleva el viento. La experiencia de Amy se ha ido con él. Ella necesita creerlo así.

—Sí. —La boca de Rachel se torció, temblando—. No diré nada en contra de su Antílope Veloz. Dios sabe que necesita un amigo especial en estos momentos. —Echó la cabeza atrás y cerró los ojos. Después de un rato, pareció volver de sus pensamientos y suspiró. Cogiendo la mano a Loretta, le preguntó—: ¿Crees que le gustaré a ese Cazador tuyo?

Loretta puso el cuenco a un lado y abrazó con fuerza a su tía.

—Ah, tía Rachel, te quiero. Me hace tan feliz tener tu bendición.

De repente, Rachel se puso rígida.

—Hablando del rey de Roma, aquí viene.

Loretta se puso de pie, llena de alegría, y corrió hacia la cancela de la finca. Arriba en el cerro pudo ver la figura de los jinetes silueteada contra el cielo oscuro. Los comanches acortaron riendas y formaron filas ordenadas. Loretta se detuvo. Incluso a esta distancia y con la escasa luz pudo ver que los hombres traían la cara pintada de guerra. Se le cayó el alma a los pies. ¿No pensaría Cazador que se había marchado voluntariamente con los asesinos de su gente?

—Entra en casa, tía Rachel —dijo Loretta.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre?

—No estoy segura. Está enfadado.

—¡Entonces entra conmigo!

Loretta se tragó el miedo. Uno de los indios sobresalía entre los demás, con el pecho ancho y los hombros erguidos. Cazador. Fijó la vista en él. Un mes antes hubiese salido huyendo aterrorizada. Pero ya no volvería nunca a huir de él.

—Entra en casa, tía Rachel. Tranca la puerta. ¡Haz lo que digo!

Loretta empezó a caminar de nuevo, asustada, aunque no lo suficiente como para salir huyendo. Un grupo de comanches en pie de guerra era algo impresionante incluso para ella, pero el hombre al que amaba cabalgaba con ellos. Antes de llegar a la cancela, los guerreros avanzaron con los caballos. Sin embargo, en vez de atacar, como había temido que pudieran hacer, rodearon la propiedad a caballo, poniendo lanzas en la tierra a pocos metros de distancia. Una vez más, Cazador había venido a marcar su casa.

Casi al mismo tiempo de comprender esto, se dio cuenta también de que Cazador no marcaría la propiedad si pensase llevarla con él. Iba a dejarla. Echó a correr hacia él.

—¡Cazador! ¡Cazador, por favor…! —Llegó a la cancela y vio desesperada e impotente cómo los guerreros pasaban ante ella a toda velocidad, dejando una nube de polvo a su paso. No podía saber quién de ellos era Cazador—. ¡Cazador, al menos, habla conmigo!

Si la oyó, hizo como si no hubiese sido así. Unos momentos después, el grupo de guerreros desapareció detrás del cerro. Loretta se quedó allí de pie, mirándolos. ¿Iba Cazador a divorciarse de ella por el ataque de los tosi tivo?

Aunque se sentía muy dolida, era incapaz de sentir rencor. Era culpa suya si él la dejaba. La noche antes del ataque, había jurado que lo dejaría si él no se marchaba con ella. Había insistido para que eligiera entre ella y su pueblo. Eso era lo que había hecho. Su padre y otros muchos habían muerto. Su honor le pedía venganza.

Se puso la mano en el pecho, sobre el medallón que llevaba su marca. Echando atrás la cabeza, gritó su nombre, rezando para que la oyese y volviera. Esperó y rezó. Pero nunca volvió.

—¡Loretta! Vuelve a la finca —gritó Rachel.

Loretta se dio la vuelta, abrazándose la cintura, con el cuerpo ligeramente doblado para contener las lágrimas que la oprimían.

—¡Tía Rachel, me ha dejado, me ha dejado!

Rachel vino corriendo. Rodeándola con los brazos, gritó.

—Ay, cariño…

—¡Me abandona! —Una vez más Loretta echó la cabeza hacia atrás—. ¡Cazadooooooor!

El grito se alejó con el viento, agudo y lastimero. De repente él reapareció en lo alto, una figura solitaria a caballo, una silueta negra en contraste con el cielo. Por un momento Loretta pensó que se lo estaba imaginando de lo mucho que había deseado que volviese. Entonces, levantó el brazo en un saludo silencioso, saludándola como un guerrero saludaría a otro. Honrándola. Loretta se soltó del abrazo de Rachel y caminó tambaleándose hacia él, bebiendo de su imagen. Quería estar junto a él. Tenía que hacerle entender esto. Él no tenía que elegir entre su gente y ella. Se había equivocado, y mucho.

—¡Cazador! ¡Llévame contigo! ¡Te quiero! —gritó—. ¡No pensaba lo que decía! ¡No lo pensaba!

Él se quedó allí, con el brazo en alto, durante unos segundos devastadores. Después le hizo dar la vuelta a su semental y desapareció. Con los ojos amoratados, Loretta siguió mirando hacia allí mucho tiempo después de verle desaparecer. Le había pedido que eligiera, y lo había perdido. Sus piernas parecieron ceder ante el peso de su cuerpo, le dolía tanto el pecho que no podía respirar.

—¡Caazadoooooor!

El viento rozó sus mejillas, cogió su nombre y lo alejó de ella. Se cruzó de brazos y sofocó el llanto, con la mirada fija en el cerro. Nunca volvería a mirar en esa dirección sin ver su figura dibujada en el horizonte.

El viento le trajo su nombre, en un grito apenas audible, pero igual de estremecedor, como el susurro de un alma perdida que busca consuelo. Él detuvo el caballo y se incorporó para captar el sonido en su totalidad, los dientes apretados, los ojos cerrados, la respiración contenida luchando por salir de su garganta. Cazador. Su mujer seguía llamándole. Cuando empezase a matar a su gente, ¿seguiría llamándole del mismo modo?

Necesitó de toda su fuerza de voluntad para no volver junto a ella. Le horrorizaba tener que hacerle daño de esta manera. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer? Tenía que luchar la gran lucha por su pueblo. No tenía alternativa. Mientras estuviese ahí fuera luchando, quería que Loretta estuviese en un lugar seguro. Después del ataque a su poblado, no le cabía ninguna duda de que estaría más segura entre su gente. No podía controlar a los tosi tivo y sus ataques, pero sí podía hacer que ninguno de los suyos atacase la casa de madera de Loretta.

Otro grito atravesó la noche. ¡Cazador! Abrió los ojos, escudriñando la nube de polvo que se extendía ante él. Su honor le esperaba, pero su corazón lo dejaba atrás. Al galope, se inclinó sobre el cuello de su caballo y dejó que el viento le diera en la cara y le devolviese la voz de su amada mientras corría con los otros guerreros.