Capítulo 12
El viaje pasó como una nube ante sus ojos: desmontar por la noche, cabalgar sin descanso bajo el sol diurno y luchar inútiles batallas con Cazador por el agua. Cada hora que pasaba, su orgullo decaía un poco más y su desesperanza se hacía más grande. «Yo soy tu viento. Dóblate o rómpete. Lo que quiero, lo cojo.» Su imagen aparecía ante ella constantemente, arrogante, poderosa y siempre implacable. Su único consuelo era que por fin podría escapar de él introduciéndose en los brazos aterciopelados del sueño, para no despertar jamás.
Cuando llegaron al poblado, Loretta había perdido cualquier noción del tiempo y no podía decir el número de días que habían pasado. En los momentos de mayor lucidez, estaba segura de que habían viajado en círculos para dejar pistas falsas. Una tarde, ya de anochecida, subieron por una ladera desde donde se contemplaba el valle de un río, los prados suaves que contorneaban, de un verde brillante, el cauce, y algún punto aquí y allá del color del cactus y la yuca roja. En las márgenes del río, la brisa mecía los majestuosos álamos, y sus troncos y hojas servían de camuflaje para las incontables tiendas que se erigían entre ellos. ¿No eran las praderas Staked? Desilusionada, Loretta comprobó que su captor no solo había cabalgado mucho más rápido de lo que cualquier hombre blanco podría hacerlo, sino que la dirección que había tomado era diferente a la que Tom esperaba, lo que frustraba cualquier esperanza de que pudieran seguirlos.
Le pesaban tanto los párpados que apenas podía observar con detenimiento el poblado que se mostraba a sus ojos. No tenía ni idea de cuál era el río en el que se encontraban y tampoco le importaba. El poblado estaba ahí abajo; eso era todo lo que importaba. Y había más comanches congregados en un mismo lugar de lo que nunca antes hubiese visto. Cazador le rodeó la cintura con el brazo y la ancló junto a su pecho. Inclinándose hacia ella, susurró:
—No tengas miedo, mah-tao-yo. Yo estoy a tu lado, ¿de acuerdo?
Los otros indios echaron hacia atrás las cabezas y empezaron a dar largos y estremecedores gritos, como coyotes trastornados aullando a la luna. En unos segundos, fueron respondidos desde abajo por un centenar de voces. Unas figuras como hormigas salieron disparadas de un lado a otro por entre las casas en forma de cono. Cazador arreó el caballo y se inclinó para distribuir su peso en el animal al galopar cuesta abajo. Loretta estaba aterrorizada. El momento que tanto temía había llegado.
Los otros caballos aceleraron hacia el poblado como vacas hacia la avena. El caballo de Tom Weaver, menos entusiasmado, trotaba tranquilamente con las orejas erguidas para captar todos los nuevos olores que se mezclaban en el aire. Loretta se dio un momento de respiro y se puso a observar a la gente que se congregaba para dar la bienvenida a los guerreros. El corazón empezó a latirle muy rápido al imaginar a esos mismos cuerpos arremolinándose junto a ella. Los aullidos, las risas y el burbujeo de voces desconocidas resonaban a su alrededor.
Los hombres se abrieron paso hacia el campamento, cabalgando por los senderos que había entre las tiendas y saludando a todo el mundo. Una fila de niños sucios y a medio vestir los seguía, gritando con alborozo. Con la excitación, dos perros famélicos se pusieron a luchar y a punto estuvieron de tirar por tierra un secadero de carne. Una mujer pequeña y flaca salió detrás de ellos con un palo.
Loretta nunca había visto tanto revuelo. La gente salía de los porches de los tipis saludando y riendo. Las mujeres indias que habían estado cocinando quitaban las ollas de los fuegos para ir corriendo a recibir a sus hijos, hermanos, maridos y amantes.
Allí donde mirase, todo le recordaba al lugar en el que estaba. Los jergones de pieles fueron colocados alrededor de las hogueras. Los escudos de guerra, pintados de manera estridente, fueron colgados en unos trípodes que se situaban en la parte exterior de casi todos los tipis. Los cazos de latón pendían de los espetones. Los estómagos de búfalo llenos de agua colgaban en fila. Todo era muy comanche, la pesadilla de cualquier mujer blanca.
Cazador se adentró directamente en la multitud, cubriendo a Loretta con el brazo y tensando el cuerpo. Al ver que la gente tocaba su caballo, Loretta sintió que los hombros de él se cerraban sobre los de ella, en un gesto protector. Solo veía rostros asexuados por todos lados, una nube marrón, hostil y diabólica. Las manos se alzaban y unos dedos crueles le agarraban los bombachos, pellizcando no solo la tela sino también su piel. Horrorizada, se encogió contra su captor.
—¡Ob-be mah-e-vah, fuera de aquí! —gruñó Cazador. De un solo brazazo, apartó varios cuerpos—. Kiss! Mah-ocu-ah, kiss! ¡Parad, mujeres, parad!
Entonces Loretta sintió un dolor agudo en la cabellera. Dio un grito al sentir que tiraban de ella hacia un lado. Una mujer le había cogido un mechón de pelo y parecía determinada a arrancárselo. Con un rugido, Cazador se movió hacia atrás y plantó un pie en el pecho de la mujer, haciéndola caer espatarrada sobre la tierra. Algunos de los pelos de Loretta fueron con ella.
Entonces Loretta escuchó una enérgica voz femenina abriéndose paso entre la multitud. El grupo de gente se dividió para admitir a una mujer alta y voluminosa. Blandía una cuchara larga de madera y con ella iba pegando en la cabeza a unos y otros. Parecía muy enfadada. Cuando llegó a donde estaba Cazador, se quedó allí de pie con las piernas abiertas, los brazos en jarra y la mirada fija en Loretta. El caos que les rodeaba empezó a remitir.
Loretta presintió que iba a ocurrir algo importante, algo que tenía que ver con ella. Bajó los ojos hacia la mujer, con miedo a moverse e incapaz de tragar. Las facciones clásicas de la india le resultaron de algún modo familiares. Unos cabellos espesos le caían por los hombros, mechones plateados entremezclados con otros de color ébano. Era hermosa, aunque sin serlo, con la cara demasiado afilada y arrogante para ser enteramente femenina. El traje de ante recto que llevaba escondía las sólidas formas de su figura, revelando que el suyo era un cuerpo generosamente redondeado pero en forma. Y sus ojos… Directos, escudriñadores, extrañamente familiares… Miraron a Loretta y le pareció que no daba la talla. ¿Cuántas veces la había estudiado Cazador de esa manera?
Entonces se dio cuenta. Las facciones cinceladas, los labios carnosos y bien delimitados, la barbilla fuerte y la expresión orgullosa. Era la madre de su captor.
La mujer se encontró con la mirada de su hijo y sonrió. Después volvió a centrar la atención en Loretta.
—¿Ein mah-suite mah-ri-ich-kett?
—Mi madre, Mujer de Muchos Vestidos, pregunta si quieres comer.
Loretta sacudió enérgicamente la cabeza, apretándose contra su pecho. Si tenía que elegir entre los dos, prefería quedarse con Cazador. Él se inclinó sobre ella para que le viera los ojos.
—No tendrás miedo. Mi madre romperá cabezas. Buenas amigas, ¿eh? Confiarás.
Loretta examinó la pared de cuerpos cubiertos de pieles y, por primera vez, cogió el brazo de su captor para que la atrajera con más fuerza junto a él. La oscuridad profunda de sus ojos se hizo más cálida al encontrarse con los de ella. Una especie de sonrisa asomó a su rígida boca, y sus dedos se pegaron con fuerza a sus costillas. Levantó los ojos y dijo algo en comanche.
La mujer asintió y se dio la vuelta para apartar a los mirones a golpe de cuchara. Cazador se rio al ver la energía con la que sus madre utilizaba el arma de cocina, y su pecho vibró contra los hombros de Loretta al hacerlo. La multitud abrió camino para que pasaran y solo se retiró del todo cuando Cazador se paró delante de una de las tiendas. Al verle desmontar, Loretta se agarró a él, aterrorizada al pensar que iba a dejarla allí.
—¡Yo-oh-hobt pa-pi! ¡Yo-oh-hobt pa-pi! —gritó una niña que bailaba alrededor del caballo, los ojos brillantes como dos botones. Sacudía su pequeño trasero con tanta fuerza que parecía iba a perder los pantalones de un momento a otro—. ¿Ein mah-heepicut?
Cazador se deshizo de los dedos como garras con los que Loretta se aferraba a su brazo y bajó del caballo. Sonriendo a la niña, se inclinó sobre ella y le ató la correa de los pantalones.
—Huh, sí.
Después miró a Loretta y dijo:
—Es una pelo amarillo y es mía.
La niña pareció estar a punto de caerse y después corrió hacia la madre de Cazador.
—¡Kaku, abuela! ¡Yo-oh-hobt pa-pi, una pelo amarillo! ¿Hah-ich-ka po-mea, dónde va a ir?
Cazador levantó a Loretta del caballo y la cogió en brazos, retirando con el hombro la piel que cubría la entrada de la tienda. Su madre y su sobrina se pusieron junto a él mientras reconocía la habitación antes de acercarse a una cama elevada que había al fondo. Un lecho de pieles, blando y acolchado, se hundió bajo su cuerpo al ser colocada allí.
La abertura de la tienda se oscureció por el grupo de gente que se agolpaba para curiosear. Loretta se sentía demasiado exhausta como para pensar o fijar la vista en todo lo que la rodeaba. Parpadeó y trató de sentarse. Temía que Cazador pudiera abandonarla allí. Si lo hacía, todos esos cuerpos se abalanzarían sobre ella.
Él le puso una mano firme en el hombro.
—Te quedarás quieta. —Dándose la vuelta hacia la puerta, gritó—: ¡Mea, ir! —Loretta daba un brinco cada vez que oía su voz.
La niña se subió a la cama, acercándose a ella a cuatro patas, y le sonrió.
—¿Hein nei nan-ne-i-cut?
—¿Cuál es tu nombre? —le tradujo Cazador mientras alborotaba el pelo de diablillo de la pequeña—. Loh-rhett-ah, ¿eh? Tohobt Nabituh, Ojos Azules —le respondió Cazador y luego dijo a Loretta—: Es la hija de Guerrero, To-oh Hoos-cho, Mirlo.
Mirlo se rio y miró a su abuela, que los miraba de pie desde el otro lado de la habitación.
—¡Loh-rhett-ah!
Loretta se escabulló hacia el cabecero de la cama y apoyó la espalda contra la pared de cuero de la tienda. La niña la siguió y estiró una manita de color canela para tocarle los volantes de los calzones. Loretta se quedó mirándola. Por fin, un comanche a la que no detestaba mirar. Estuvo tentada de agarrarla y no dejarla ir nunca. Le echó unos tres años, tal vez cuatro.
Mientras Mirlo satisfacía su curiosidad y examinaba a Loretta de la cabeza a los pies, Cazador se enfrascó en una conversación incomprensible con su madre. A juzgar por los gestos que hacían, Loretta adivinó que hablaban de por qué su prisionera se negaba a comer y a beber y del hecho de que hubiese recuperado la voz. Una expresión de preocupación cruzó el rostro oscuro de la mujer. Cazador se levantó y a modo de visera, se puso la mano en la frente para mirar por el hueco para el humo que había en el centro de la tienda.
—¡Ai-ee! —Mujer de Muchos Vestidos cruzó el suelo cubierto de hierba y barro y se acercó a mirar a Loretta. Después de murmurar algo unos segundos, canturreó sin dejar de agitar la cuchara—: Nei mi-pe mah-tao-yo. —Y colocó la mano suavemente sobre el pelo de Loretta.
—Mi madre dice que la pequeña mujer no debe tener miedo.
Mujer de Muchos Vestidos miró con suspicacia a su hijo. Cuando pareció evidente que no tenía que decir nada más, levantó la cuchara hacia él.
No sin cierta resistencia se aclaró la garganta y miró a la gente que se agolpaba en la puerta. Después dijo en voz muy baja:
—No tendrás miedo de mí, ¿eh? Si levanto la mano contra ti, seré un caum-mom-se, una cabeza calva, y ella me golpeará con la cuchara. —Dudó y pareció como si le resultase difícil no sonreír—. Ella hará la gran na-ba-dah-kah, batalla conmigo. Y al final, ganará. Es una mujer mala.
Mujer con Muchos Vestidos acarició el pelo de Loretta y asintió, añadiendo algo. Antes de que acabara, Mirlo estaba riéndose a carcajadas. Dio una vuelta alejándose de Loretta y se puso la mano en el estómago. Fuera lo que fuera lo que hubiese dicho la anciana, a la niña le había parecido divertido.
—Debes comer —tradujo Cazador— y beber. Pronto te sentirás mejor, ¿de acuerdo? Y ella comprará a los comancheros una cuchara para ti. Si alguna vez causo miedo en tu corazón, puedes pegarme con ella.
Loretta estaba de acuerdo con Mirlo. Necesitaría mucho más que una cuchara para luchar con Cazador. Se apoyó con la mano para enderezarse en la cama. Era como si su espina dorsal se hubiese vuelto líquida.
Como si se diese cuenta de que Mirlo no estaba ayudándole a convencer a la mujer de pelo amarillo, Cazador sacó a la niña de la cama y la colocó debajo del brazo. La llevó a la puerta de la tienda y la puso suavemente en el suelo, pidiéndole que saliese y, a continuación, cerró después la tela de la entrada para que los demás no pudieran verlos. Mirlo asomó una vez más la cabeza y gritó.
—¡Kianceta, comadreja!
Cazador dio un gruñido y arremetió contra ella. La inesperada ferocidad sorprendió a Loretta, pero Mirlo se columpió de la tela como un pequeño armiño, riendo y chillando, sin asustarse lo más mínimo. Su tío la soltó y, dándole una palmada en el trasero, la sacó de allí. El silencio se instaló en el interior de la tienda. Un silencio incómodo.
Loretta recorrió la habitación con los ojos, esperando encontrar… bueno, no estaba segura de qué era lo que podía encontrar, pero al menos no había sangrientas cabelleras ni parafernalia guerrera, tampoco vio pieles o pilas de alforjas, cazuelas o cucharas, ni siquiera perchas para la ropa. Solo había una línea ordenada de camisas de ante hermosamente bordadas, junto a pantalones y taparrabos. Toda ropa de hombre. Este debía de ser el tipi de Cazador, pensó, y no el de su madre.
—Ein mah-suite mah-ri-ich-ket, Tohobt Nabituh? —preguntó Mujer de Muchos Vestidos.
Cazador le dio la espalda a la entrada.
—¿Comerás? Mi madre te traerá comida, ¿de acuerdo?
Loretta levantó las rodillas y se abrazó a ellas. Más allá de las paredes de cuero se oían voces extrañas hablando en un idioma extraño. Mujer con Muchos Vestidos parecía amable, pero Loretta no podía olvidar a las mujeres de afuera que la habían atacado, ni al hecho de que Cazador la considerase su posesión. Sacudió la cabeza, tan cansada que quería hundirse entre las pieles y echarse a dormir.
La expresión de Cazador se nubló. Su madre pareció afligida. Se pusieron a hablar durante un rato y después Mujer de Muchos Vestidos salió de la tienda. Habían tomado una decisión, y Loretta tenía el presentimiento de que no iba a gustarle. Cazador aseguró la tela de piel de oso de la entrada para que nadie pudiera entrar y después se acercó lentamente a la cama, con la mirada clavada en ella y los brazos cruzados.
Se puso a examinarla de tal forma, que Loretta hubiese querido hundirse en las pieles y no salir más. Después se sentó a su lado.
—Te obligaré a comer y a beber, y no morirás. ¿Todo este sufrimiento, solo para perder al final? Es boisa. —Estiró el brazo y le pasó ligeramente la mano por el pelo—. ¿Comerás, de acuerdo, Ojos Azules? ¿Un poco?
—No.
El músculo de su mandíbula se puso tenso. Sus ojos no le dejaban escapatoria.
—No puedes escapar de mí. Estás aquí. Así son las cosas.
Mirando en dirección a la puerta y conociendo los horrores que le esperaban al otro lado, susurró:
—No tengo otra opción.
—Tú elijes el lugar en el que pones tus pies, Ojos Azules. Este camino que sigues es malo, muy malo. Este comanche te enseñará, ¿eh? —Se acercó—. Aprenderás que mi mano sobre ti no es algo terrible.
Los ojos de Loretta se abrieron.
—¿A… ahora?
Enredó los dedos en sus cabellos, haciendo un suave nudo con ellos.
—No comerás. Temes mi caricia. Morirías primero. Esas son tus palabras, ¿no?
Loretta vio que los sentidos empezaban a fallarle. Ajustó los ojos para tratar de enfocar y trató también de apartarle la mano.
—Incluso aunque comiese y tú me dejaras por esta noche, no lo harías la siguiente, o la siguiente. —Se puso colorada—. Y… después de ti, todos tus amigos. ¿Crees que soy estúpida?
Él había soltado su pelo y trazaba ahora con el dedo el borde del escote de su camisa, un dedo que quemaba a su paso y le recorría la clavícula, el hueco del hombro y la garganta. Cerró los ojos, demasiado débil como para impedírselo.
—No los amigos, Ojos Azules. Tú perteneces a este comanche.
—Lucharé contigo hasta mi último aliento. —Se balanceó y trató de ponerse firme—. ¿Por qué te molestas conmigo? ¿Por qué no te buscas una mujer india?
—Es a ti a quien quiero. —Rozó con los nudillos el hueco de su pecho—. Tú piel es como la luz de la luna. Yo soy oscuro como la noche cuando estoy a tu lado. —Deslizó la mano por detrás de su cuello y la atrajo hacia sí—. Luz del sol en el pelo, luz de luna en la piel. Este comanche brilla, ¿no?
—No —contestó ella con voz dura.
—¿Comerás?
—No.
Se inclinó para saborear la piel del hueco de su garganta. Loretta se estremeció al notar la suavidad de sus labios y la calidez de sus dientes al rozarla.
—Como el armiño, mah-tao-yo. Tan suave. Y tan dulce como las flores.
Ella levantó los puños entre los dos y le golpeó el pecho con los nudillos. Al abrir los ojos, todo le dio vueltas.
—Por favor, no. Ni siquiera estoy segura de cuál es tu verdadero nombre. Por favor, no.
—Cazador —le susurró él al oído—. Cazador de Lobos, Habbe Esa. Túmbate boca arriba y cierra los ojos. Deja que te quite ese miedo. Si no tienes miedo, ya no necesitarás morir, ¿entiendes?
—No —trató de apartarle—. No.
Él la cogió por las piernas y la tumbó de espaldas suavemente. Ella se impulsó para apoyarse en los codos, tratando de escapar a sus labios que avanzaban implacables desde su cuello hasta su escote. Y aún más abajo. Empezaba a sentirse aterrorizada. No podía luchar contra él. No cuando temblaba de esta manera. Él deslizó la punta de su lengua por debajo de la camisa de ante y trazó círculos húmedos en su escote, solo un poco más arriba de sus pechos. Sintió que sus pezones se ponían rígidos al notar la piel suave que los rozaba cuando ella se movía.
Nunca antes había sentido Loretta que la sangre no le llegase a la cara como hasta ahora. Cogiendo un soplo de aire, trató de ponerse de lado pero su brazo se enredó a ella como una cuerda tensa y le bloqueó cualquier movimiento. Al intentar cambiar de posición, Cazador encontró una nueva parte de su cuerpo para explorar y mojar con sus labios: el oído. Utilizando lengua y dientes al unísono, saboreó su textura, su forma y se detuvo en las partes que creyó más sensibles. Loretta se estremeció al notar su cálido aliento.
—Habbe… —Su voz se quebró. Quería distraerle a toda costa, pero en vez de eso descubrió que era ella la que no podía concentrarse—. Tu nombre, ¿cómo… cómo te llamas? ¿Habbe qué más? ¿Qué significa?
—Habbe Esa, Camino hacia el Lobo, Cazador de Lobos. Mi hermano el lobo se me apareció en el sueño de mi nombre.
—¿El sueño de tu nombre? —Se retorció hacia un lado y apoyó la mano en su barbilla para poder sentarse—. ¿Qué es eso?
Bajó la cabeza para mirarla, con un destello en los ojos.
—Un sueño que el hombre busca cuando se convierte en guerrero. En el sueño, conoce su nombre. Una mujer no lo necesita. Ellas son nombradas por los demás.
Hundió la cabeza y le cogió el dedo pulgar con la boca. Hipnotizada, Loretta sintió la lengua del indio moviéndose rápidamente por sus nudillos. Dios mío, iba a perder el conocimiento. Y cuando pasara, él podría, él… Sintió que se caía hacia un lado. Él la cogió en sus brazos justo a tiempo.
—¿Ojos Azules?
Loretta se mordió el labio superior, tratando desesperadamente de recuperar el control sobre su cuerpo y permanecer consciente. No podía dejarse ir, no podía… Se puso colorada. Y su voz parecía tan distante.
—Hah-ich-ka ein, ¿dónde estás Ojos Azules?
Loretta parpadeó, pero no sirvió de nada. ¿Era así como se sentía cuando uno moría? ¿Como flotando y lejos de todo?
—¿Hah-ich-ka ein, dónde estás, Ojos Azules?
Intentó contestar, pero no pudo.
«¿Caldo de carne?» Se suponía que en el cielo había ángeles con alas, cánticos gloriosos, calles asfaltadas de oro y nubes esponjosas de color rosa. Loretta tragó saliva y fue volviendo al mundo de la consciencia progresivamente. Una mano enorme le sujetaba la mandíbula. Algo cálido y grueso cayó en su boca y voces humanas resonaron en sus oídos. Se contrajo para librarse de la mano que la sostenía. No debía comer. Unos trozos de carne se le metieron por debajo de la lengua. Le tembló la garganta. Y después se atragantó.
Alguien le sostuvo la cabeza mientras vomitaba. Unas manos duras. Le pasaron un trapo húmedo por la frente. Alguien pronunció su nombre. Era una voz profunda. Loretta volvió a adentrarse en la oscuridad.
—Si no la llevo de vuelta a sus paredes de madera, morirá. —Cazador miró a su padre a los ojos a través del fuego—. Y entonces, ¿qué pasará con la profecía? Vomitó todo el caldo de carne y el agua también. Está claro que morirá si sigue así.
Soat Tuh-huh-yet, Muchos Caballos, chupó de su pipa y arrojó el humo hacia el techo de la tienda primero y después hacia el suelo. Después de dar otra calada, exhaló al este, al oeste, al norte y al sur. Con la mano derecha, le pasó después la pipa a Cazador, que fumó lentamente antes de devolverla a su padre con la mano derecha para hacer un círculo completo, el cual no debía romperse nunca.
—Mi tua, pero si acabas de llegar. Dale un poco de tiempo.
—Morirá en uno o dos días. —Cazador escupió para quitarse el sabor a tabaco. Aunque no se lo dijera, detestaba el sabor de la pipa de su padre—. Lo he intentado todo, padre. He sido amable con ella. Le he prometido que mi brazo sería suyo para siempre en el horizonte, hasta que me convirtiese en polvo movido por el viento. Y he intentado negociar con ella.
—¿Cómo?
Cazador miró incómodo a su madre, que les escuchaba desde la oscuridad.
—Después de que mi madre saliera de la tienda, le dije que sería un comanche cansado cuando la luna saliese si aceptaba comer y beber algo.
—Y si no lo hacía, ¿no estarías cansado? —Muchos Caballos se rio. Él también miró hacia la oscuridad—. ¿Ese trato no le gustó?
Cazador sacudió la cabeza.
—Tal vez no sea la mujer que te conviene —dijo Muchos Caballos con dulzura.
—Es ella. Estoy seguro de ello.
—¿La voz de los espíritus te ha hablado en sueños?
—No, padre. —Con los ojos fijos en las llamas, la expresión de Cazador se volvió circunspecta—. Nadie siente un odio más encarnizado por los tosi tivo que yo. Ya lo sabes. Mi corazón estaba lleno de rabia cuando fui a recoger a la mujer de pelo amarillo. Quería matarla.
Mujer con Muchos Vestidos se inclinó y sus facciones danzaron con el reflejo de la luz del fuego. Sus ojos se encontraron con los de Cazador. Respetaba las costumbres y mantenía silencio cuando los hombres hablaban, pero cuando lo hacía, solo los necios ignoraban sus palabras.
Cazador esperó por si quería compartir sus pensamientos con ellos. Al ver que guardaba silencio, se aclaró la garganta, que se le había secado con la pipa, y continuó:
—Pero ahora no podría matarla. Me ha conmovido. Mi odio por ella se lo ha llevado el viento. Me salvó la vida. —Contó rápidamente la historia de la serpiente y cómo había roto su silencio para salvarle.
—¿Preferirías que viviese lejos de ti para siempre?
A Cazador se le encogió el corazón. Fue entonces cuando supo lo mucho que quería que la mujer estuviese con él.
—Preferiría no volver a ponerle los ojos encima antes de ver como muere. —Torció la boca—. Tiene un gran corazón para ser tan pequeña. Hace la guerra con nada, y gana.
Muchos Caballos asintió.
—Sí, Guerrero y Antílope Veloz me han dicho lo mismo.
—Llevaré a mi mujer de vuelta a su tierra —dijo Cazador—. Conozco las palabras de la profecía, ¿recuerdas? Y no contrariaré a los espíritus. Sin embargo, no veo otro camino.
La madre de Cazador se levantó para ponerse de rodillas.
—Marido, pido permiso para hablar.
Muchos Caballos miró a las sombras.
—Entonces hazlo mujer.
Se acercó al fuego y sus ojos se volvieron del color del ámbar al ser iluminados por las llamas.
—Solo cantaré una parte de la canción, así que debemos escuchar las palabras y recordarlas. —Echó la cabeza hacia atrás y se cogió las manos. Con una voz cantarina recitó:
—Cuando su odio por los Ojos Blancos sea caliente como el sol en verano y frío como la nieve de invierno, vendrá a él una dulce doncella de la tierra de los tosi tivo.
—Sí, mujer, conozco las palabras —dijo Muchos Caballos con impaciencia.
—¿Pero no escuchas? —Mujer de Muchos Vestidos fijó su mirada de anciana en el mayor de sus hijos—. Cazador, ella no vino a ti, como dice la profecía. Te la llevaste por la fuerza.
—Pia, ¿qué estás diciendo? ¿Que debía haber venido por su propia voluntad? —Cazador dejó escapar una carcajada—. ¿La pequeña de ojos azules? Nunca.
Su madre levantó una mano.
—Digo que tenía que haber sido así y lo será. Debes llevarla a su casa de madera. Los dioses la guiarán de vuelta hasta ti.
Cazador miró a su padre. Muchos Caballos puso la pipa a un lado y miró durante un rato a las llamas.
—Puede que tu madre tenga razón. Quizás hemos hecho mal por haberte enviado a cogerla por la fuerza. Quizás estaba escrito que ella vendría hasta ti libremente.
Cazador se guardó lo que pensaba de esto. Aunque no creyese que la pequeña ojos azules pudiese volver nunca al poblado de los comanches por su propio pie, sus padres habían aceptado que la llevase a casa, y eso era lo importante.
—¿Qué la guiará hacia mí, pia?
Mujer con Muchos Vestidos sonrió.
—El destino, Cazador. Guía nuestros pasos y guiará los suyos.
Loretta se acurrucó en la suavidad de las pieles para intentar escapar a la voz persistente que le sacudía el hombro y la llamaba. No por su nombre, sino por el nombre de Ojos Azules. ¿Qué clase de nombre era ese?
—Ojos Azules, despertarás ahora. Tu casa… ¿quieres ir a tu casa?
Casa. Amy y tía Rachel. Su edredón gris. Panceta y huevos para desayunar. Café en el porche cuando el sol apunta hacia el horizonte y tiñe el cielo de un intenso color rojo. Casa. Reír y amar, estar a salvo. Ah, sí, claro que quería ir a casa.
—Despierta, pequeña. Este comanche te llevará a casa. ¿Loh-rhett-ah? Despierta, Hoos-cho Soh-nips, Huesos de Pájaro, debes comer y ponerte fuerte para volver a casa. A tu gente y a tus paredes de madera.
Loretta abrió los ojos. Se dio la vuelta para ponerse mirando al techo y parpadeó. Un rostro oscuro se lo tapaba. Era curioso, pero parpadear no le hizo enfocar mejor. Se incorporó, curiosa, aunque volvió después a tumbarse sin muchas esperanzas.
—¿Me dirás palabras de miel? Haremos un pacto, uno sin tiv-ope, hablado. Comerás y te pondrás fuerte, y yo te llevaré de vuelta con tu gente.
Palabras de miel. Mentiras, según Cazador. Loretta miró hacia arriba. Se pasó la lengua por los labios y trató de tragar.
—¿A… a casa? —graznó.
—Huh, sí, Ojos Azules. A casa. Pero debes comer para que vivas y regreses. Debes beber también. Durante tres días, hasta que vuelvas a estar fuerte. —Le cogió las mejillas con los dedos y después masajeó suavemente su pelo—. Después, este comanche te llevará.
—¿Lo harás? —gimió.
—Es una promesa que te hago. ¿Comerás y beberás?
Loretta cerró los ojos. Debía de estar soñando. Pero ah, qué sueño tan hermoso. Volver a casa. Que Cazador se hubiese ofrecido a llevarla. No tener que preocuparse de que el destino de su familia estuviese en sus manos.
—Sin trucos. ¿Lo prometes?
—No trucos.
La voz del indio resonó una y otra vez en su cabeza, alta primero, después como un susurro. Trató de abrir los ojos. La oscuridad los rodeaba de nuevo.
—Entonces comeré.
Caldo de carne. Cazador la sujetaba con un brazo y con el otro le acercaba la taza humeante. Loretta le dio un sorbo. Sugarganta se resistía a tragar. Volvió a poner la cabeza en el hombro de su captor, y después se concentró para poder beber. El caldo le golpeó el estómago, como una bola.
—Ya no más. Voy a vomitar.
—Una más —le pidió—. Después dormirás.
Loretta trató de concentrarse. El borde de la taza le rozaba los labios. Dio otro sorbo al caldo y se obligó a tragar. Después sintió como si flotase entre las pieles. Dormir. Unas manos fuertes la movieron y la cubrieron con una manta muy pesada. Unas manos fuertes y cariñosas.
—Mi casa… ¿me llevarás?
—Huh, sí, pequeña. Te llevaré.
Loretta se dejó ir. La llevaría. Solo era un sueño después de todo. Pero en sus sueños, podía confiar en sus promesas.