Capítulo 21
Los días siguientes, la vida en el poblado se convirtió en una rutina que Loretta empezó a encontrar, si no agradable, al menos sí soportable. Hasta el momento, Cazador seguía sin ejercer sus derechos conyugales. Búfalo Rojo, para alivio suyo, se fue a una cacería con un grupo de amigos, y como Cazador había prometido, Loretta vio que podía ir y venir por el poblado sin problemas.
Desde que su matrimonio con Cazador se había hecho oficial ante el fuego central, la actitud de los vecinos hacia ella había cambiado. Todos parecían dejar lo que estaban haciendo para ayudarla a sobrellevar mejor su nuevo papel como mujer de un guerrero comanche. Con la ayuda de Doncella de la Hierba Alta y la madre de Cazador, Loretta iba poco a poco aprendiendo el idioma comanche, lo que le abría una línea de comunicación con las otras mujeres y le permitía hacer amigos. La Que Temblaba, una anciana que vivía varias tiendas más allá de Cazador, se llevó a Loretta aparte una tarde para mostrarle cómo hacer pemmican, un plato principal en la dieta de los comanches, y que consistía en una mezcla de carne triturada, grasa y frutos secos. Por desagradable que pudiera parecerle, Loretta tuvo también que ayudar a las mujeres a raspar y curar la piel de un gran búfalo muerto, y ahora se encontraba haciendo su primer par de mocasines de un viejo trozo de piel que Doncella le había dado.
La actividad rutinaria del día a día afianzaba el sentimiento de pertenencia al poblado de Loretta. La habían ya incluido en la rutina nocturna del baño femenino en el río. Era tranquilizador mirar a su alrededor y reconocer las caras de las que estaban a su lado, sonreír y recibir una sonrisa a cambio.
Otro cambio que alegraba a Loretta era la recuperación visible de Amy. Apenas podía creer lo rápido que Amy parecía estar recuperando su antigua alegría y pronto se dio cuenta de que Antílope Veloz tenía mucho que ver con ello. Era evidente que el joven guerrero adoraba a Amy y pasaba horas enteras recorriendo el río con ella, forjando una amistad que devolvía el color a las mejillas de la muchacha.
Cazador, al contrario que Loretta, consideraba este período como un tiempo de prueba. Mientras Antílope Veloz hacía grandes progresos con Amy, él no veía que nada cambiase entre Loretta y él. Ella seguía tratando de evitar dormir con él, y elegía compartir la cama con Amy, que además era mucho más incómoda. Por si esto fuera poco, estaba la campaña de Estrella Brillante por atraer su atención.
Era como si cada vez que se girase, Estrella Brillante estuviese allí, parpadeando y moviendo sus hermosas pestañas, un juego evidente de cortejo que Cazador sabía que no podría pasar desapercibido a su esposa por mucho tiempo. Cazador no quería avergonzar a Estrella Brillante rechazándola. Al mismo tiempo, no quería que Loretta creyese que él estaba provocando a la chica. Ya tenía bastantes problemas en los que pensar.
Cuando trataba de encontrar la mejor manera de desanimar a Estrella Brillante, la joven intensificó su ataque hasta que, como Cazador había temido, Loretta se dio cuenta de lo que pasaba. Y cuando lo hizo, fue él quien pagó las consecuencias.
—¿Quién es esa chica? —le preguntó una noche.
—¿Qué chica? —Cazador sintió un calor que le subía por el cuello y evitó mirar el centelleo azulado que emitían los ojos de su mujer.
—Esa chica, la que parece tener algo en el ojo.
Cazador trató de agradar a Loretta dedicando una mirada de aburrimiento a Estrella Brillante.
—Es la hermana de mi mujer muerta. —Volvió a inclinarse sobre la punta de lanza que estaba afilando—. Se llama Estrella Brillante.
—No parece muy brillante. ¿Es un tic que tiene, o es que siempre guiña el ojo de esa manera?
Cazador dejó escapar una especie de risa.
—Pone ojos, ¿sí?
—¿A ti?
Él entrecerró los párpados y levantó la ceja.
—¿Crees que te pone ojos a ti?
Loretta se puso rígida.
—¿Te parece divertido? ¿No se ha dado cuenta de que estás casado…? —La furia en sus ojos se hizo más intensa—. Ah, claro, qué torpeza la mía. Olvidé que vosotros podéis tener una manada entera de mujeres.
Cazador suspiró y puso a un lado la lanza.
—Este comanche no desea una manada de esposas. Con una ya tiene bastantes problemas.
—¿Quieres decir que te hago la vida insoportable? Si es así, ¿por qué te casaste conmigo? ¿Por qué no te casaste con ella?
Cazador reconocía los celos en cuanto los veía. Todo lo demás había fallado. Tal vez había que utilizar nuevas tácticas.
—Podría haberlo hecho. Estrella Brillante cree que sería un buen marido, ¿sí?
—Puede tenerte.
Esa no era exactamente la respuesta que Cazador había esperado.
—Tú me tienes, el uno para el otro, para siempre hasta que muramos y nos pudramos. Ese fue tu deseo.
Ella carraspeó un momento, tratando de decir algo.
—¡Me obligaste a esta farsa de matrimonio!
Él volvió a encogerse de hombros.
—Y tú no quieres a tu hombre. Es algo muy triste. —Movió la mano hacia Estrella Brillante, que seguía moviendo las pestañas—. Ella quiere lo que tú no quieres. ¿Y aun así te enfadas? Es boisa, Ojos Azules.
Loretta se puso de pie de un salto, con las manos en jarras.
—Suena como si te hubiesen estafado, pobre hombre. Bien, pues deja que te diga algo.
—Aquí estoy.
Levantó la barbilla con orgullo.
—Mientras pongas los ojos en otras mujeres, esta mujer no entrará en tus pieles de búfalo por mucho que te pongas de rodillas y le supliques. ¿Te queda claro? —Movió el brazo hacia Estrella Brillante—. ¡Puedes tenerla a ella! ¡Puedes tener a todas las mujeres de este poblado! Tú mismo. Pero no podrás tenerme a mí también, ¡de eso puedes estar seguro!
Con esto, Loretta se dio la vuelta y corrió hacia la tienda. Cazador se sentó allí un momento, escuchando los sonidos sordos que provenían de dentro. Estaba llorando. Con un gruñido, cogió la punta de flecha que había estado afilando y la tiró en un arbusto cercano.
Estrella Brillante parecía afligida cuando Cazador se puso en pie y se giró hacia ella. Por su expresión, imaginó que había oído llorar a Loretta. Caminó hacia ella con lentitud. Aunque le hiciese daño, tenía que decirle que no iba a casarse con ella. Los sentimientos de Loretta eran más importantes ahora.
—¿No gusto a tu Loh-rhett-ah? —preguntó vacilante.
Cazador cogió a la muchacha por los hombros.
—No eres tú, hermana pequeña. Es una ojos blancos, ¿sí? La idea de dos mujeres en mi tienda le pone furiosa. —Cazador le acarició la barbilla—. Eres encantadora, Estrella Brillante, y me honras, pero ahora estoy casado con una pelo amarillo, debo andar un nuevo camino, ¿sí? Mi Loh-rhett-ah nunca te aceptaría. Si su corazón está triste, el mío también lo está.
Estrella Brillante dejó de mover las pestañas y volvió a ser la de siempre.
—¿De verdad crees que soy encantadora, Cazador?
Cazador juntó su frente con la de ella y la rodeó con el brazo. Su voz era cálida.
—Eres preciosa. Tu rostro me hace pensar en mi mujer que murió.
Estrella Brillante se sonrojó.
—Me dices esas palabras para alegrar mi corazón. Nunca podré ser tan bonita como mi hermana.
—Sois como dos gotas de agua.
—¿De verdad lo crees?
—Deberías ver cómo te miran los hombres.
Estrella Brillante se apartó para poder mirarlo mejor.
—¿Incluso Búfalo Rojo?
Cazador examinó el interior de sus ojos oscuros.
—¿Te gusta mi primo?
Ella se mordió el labio.
—No te molesta, ¿verdad? Nunca te he deshonrado mirándole. Solo pregunto porque, bueno, como tú no me quieres, no pensé que tú…
—¡Estrella Brillante, no! No estoy enfadado. —Aliviado, Cazador se rio y se puso las manos en la cadera—. Búfalo Rojo es un hombre solitario. Me haría muy feliz que encontrase una esposa. —La examinó a conciencia—. ¡Qué pícara! Nunca sospeché que te interesase Búfalo Rojo.
Se le suavizó la cara.
—No es guapo, lo sé. ¡Pero es un hombre valiente y fuerte! Y siempre es amable. ¿Te has fijado alguna vez en lo amable que es con los niños? Sería un buen marido, creo, si… —Una nube de incertidumbre ensombreció su sonrisa—. Si se fijara en mí. Ni siquiera creo que me haya visto.
—Créeme, te ha visto, Estrella Brillante. Creo que simplemente está pretendiendo que no te ve porque está seguro de que tú no te fijarás en él.
—Pero si es maravilloso. ¿Por qué piensa eso?
—Por sus cicatrices —suspiró Cazador—. ¿Quieres que hable con él? ¿Cuándo vuelva de la cacería?
—¡No! Pensará que soy muy directa.
Cazador levantó la mano.
—No le diré que hemos hablado. Le diré solo que creo que estás interesada en él. Si no lo hago, seguirá pasando de lado ante ti, y tendrás nieve en tu pelo antes de que él sepa lo que sientes.
Ella se relajó y sonrió.
—Bueno… —Puso la mirada fija en la tienda—. Cazador, creo que es mejor que te deje, ¿sí? Para que puedas hacer las paces con tu esposa.
Con una mueca, Cazador contestó.
—Su corazón yace sobre la tierra.
—¿Por mí? Hablaré con ella.
—No creo que sea seguro —dijo irónicamente.
Enfadada no era exactamente la palabra que describía el estado de Loretta. No solo estaba furiosa, sino también dolida. Eso le aterrorizaba. No estaba enamorada. No lo estaba. Así que, ¿qué le importaba si Cazador quería tener una docena de mujeres? ¿Qué diferencia suponía para ella? No le importaba en absoluto. ¡No le importaba! Porque ella no le quería. Así que, ¿por qué llorar?
El dolor se le agolpaba en la garganta. Cogió una sartén y trató de centrar sus pensamientos en la cena y en lo que tenía que hacer, pero seguía viendo a Cazador en su mente. Imaginaba sus ojos oscuros llenos de risa, su boca dibujando esa sonrisa que le encogía el corazón, su mano cálida cogiendo la suya. Moriría si le veía hacer todo eso con otra. ¿Qué le pasaba? ¿Cuándo se había convertido en alguien tan importante para ella?
¡No era justo! Él se había colado en su corazón, había hecho que le importara. ¡Y ahora estaba allí fuera tonteando con esa estúpida! Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Si era así como se sentía una cuando estaba enamorada, no quería formar parte de ello. Se sentía como un trapo mojado al que alguien estuviese escurriendo. Y lo peor era que tenía miedo de salir de allí y hacer algo al respecto. Si lo hacía, sería como admitir que le importaba. Y en cuanto él se diese cuenta de ello, esperaría una prueba. Miró la cama y se le hizo un nudo en el estómago. Las imágenes del pasado le atormentaban. Dio un golpe a la cazuela. No podía hacerlo, simplemente, no podía…
Cuando vio entrar a Cazador, Loretta se limpió las lágrimas y empezó a hacer ruido con las cazuelas, con tanta fuerza que le pitaron los oídos. Por muy perverso que fuera, prefería mostrar enfado antes que dejarle ver lo dolida que estaba. Era demasiado orgullosa como para mostrarle sus verdaderos sentimientos.
—Ojos Azules, tenemos que hablar —dijo él con suavidad, deteniéndose a bajar la cortinilla de la entrada.
—Vete a hablar con Estrella Brillante —le espetó, incluso aunque esta era la última cosa que quería que él hiciera.
—Hablaré contigo. —Se movió lentamente hacia ella—. Le he dicho a Estrella Brillante que no me casaré con nadie más, ¿sí?
Deseaba lanzarse a sus brazos y llorar, quería que él le dijese que todo estaba bien, como siempre hacía cuando se sentía mal. En vez de eso, se volvió contra él.
—¿Y supongo que dejaste que se compadeciera de ti por haber hecho semejante trato? Pobre Cazador, ¡atrapado con una sola mujer! —Trató de mirarle pero no pudo encontrar sus ojos—. He estado pensando mientras estabas ahí fuera coqueteando con ella. Y he decidido que una docena de esposas a mi alrededor me conviene. ¡Tienes razón! Es boisa sentirme como me siento… —Se calló y tragó saliva, sin mirarlo de frente—. No he sido una esposa para ti… —Su voz se quebró en un gemido—. Y tengo miedo de no poder serlo nunca.
A Cazador se le encogió el corazón al sentir el dolor que escondían sus palabras. No había sido su intención hacerle daño, solo había pretendido obligarla a enfrentar sus sentimientos. ¿Por qué hiciese lo que hiciese siempre lo hacía mal? Sentado en el borde de la cama, se inclinó para abrazarse las rodillas con los brazos.
—Ojos Azules, en su momento serás una buena esposa para mí —dijo con seriedad.
—No, no lo seré. —Lo miró con los ojos llenos de lágrimas—. Ah, Cazador, ¿qué es lo que me pasa?
Al mirar con detenimiento su pequeña cara, Cazador se dio cuenta de dos cosas: de que no quería que fuese como las demás, y de que, para bien o para mal, tendría que hacer que esta dolorosa espera terminase, por el bien de los dos. Por una vez, su padre no tenía razón.
—Ojos Azules… —Cazador suspiró y entrelazó los dedos con los de ella, con los nudillos hacia fuera, concentrándose para decir las palabras adecuadas—. ¿Puedes hablarme para que este comanche pueda ver en tu interior?
—Tengo miedo.
—Ah, sí, miedo —estudió los mocasines bordados que llevaba— porque soy comanche.
Ella entrecerró los párpados.
—No es por eso, ya no. ¡Eso es solo una excusa!
Con mucho cuidado le preguntó.
—Entonces, ¿qué es lo que entristece tu corazón?
Se mordió el labio superior y echó la cabeza atrás para mirar al hueco que hacía de chimenea. Después de varios segundos, se sorbió la nariz y dijo:
—Eres un hombre.
La vio tan desamparada que tuvo que contener una sonrisa. Iba a empezar a hablar, pero cambió de idea. Aclarándose la garganta, miró primero a su temblorosa boca y después a sus nerviosas manos. Tenía que descubrir de qué forma podía apartar sus miedos. La paciencia no había funcionado.
Loretta volvió a cerrar los ojos y emitió un sonido ahogado, dándole la espalda.
—Cásate con Estrella Brillante. Es lo mejor. No puedo pretender que esperes para siempre a que… —Se dio otro golpe en las mejillas y respiró hondo—. Ella es muy bonita. No serías normal si no te gustase. Y está claro que ella te quiere. ¿Por qué vas a permanecer ligado a mí?
Él se puso de pie y lentamente se acercó a ella por detrás. Al notar que le agarraba los hombros, dio un respingo.
—No quiero casarme con Estrella Brillante. Tú eres la esposa que quiero. Una esposa, para siempre.
—¿No has oído lo que te he dicho? No puedo ser una esposa para ti. Yo… —Se estremeció, y se abrazó la cintura—. Soy una cobarde, Cazador. ¡Por si no te has dado cuenta todavía! Y no voy a cambiar. Pensé que podría, ¡pero cada vez es peor! Me gustaría ser más como Amy. Después de todo lo que ha pasado, aún…
—Tú no eres Aye-mee. —La interrumpió con dulzura—. Ella es una niña, y mi brazo fuerte la protege. Cuando pasen muchos taum, se casará y tendrá que enfrentarse a sus recuerdos, ¿sí? Pero hoy se escapa de ellos. Tú no puedes seguir escapando, ¿lo entiendes? Los años han pasado y lo que te pasó sigue a tu lado.
Cazador apoyó la espalda de Loretta sobre su pecho y bajó la cabeza para notar su pelo contra su cara.
—Ojos Azules… —Pasó los labios por una de sus trenzas hasta encontrar la dulce curva de su cuello—. Hazme una pintura con tus recuerdos, ¿sí? Para que pueda ver qué es lo que temes.
—¿Qué iba a conseguir con eso?
—El miedo es un enemigo fuerte. Yo estaré a tu lado.
Ella suspiró.
—Cazador, es a ti a quien temo.
Soltándole los hombros, la rodeó con sus brazos y le puso las manos bajo el pecho. Sonrió al ver que le cogía las muñecas para asegurarse de que no movía las manos por sitios demasiado íntimos.
—¿Te doy miedo porque soy un hombre?
—No tiene gracia.
—No me río. Es triste, sí, que tu marido sea un hombre. Es una cosa horrible.
Ella le regaló una sonrisa vacilante, mirándole por encima del hombro.
—No es porque seas un hombre, exactamente. Es lo que ocurre entre nosotros porque eres un hombre.
—Todo cosas buenas. —Sintió que se ponía tensa—. Pequeña, tienes que confiar, ¿me oyes? No miento. Lo que ocurre entre nosotros es muy bueno.
—Intento creerte, de verdad. Y entonces recuerdo cosas.
—Hazme una pintura con tus recuerdos, ¿de acuerdo?
—No puedo.
Cazador la abrazó con más fuerza.
—¿Es un recuerdo de tu madre?
—Sí —admitió—. Mi madre y lo que los comanches le hicieron. Esos recuerdos me atormentan y me dan mucho miedo. Empiezo a preguntarme cómo sería, sabes, entre nosotros dos. Y entonces empiezo a preguntarme cuándo pasará. Y la primera cosa que pienso es en la noche. Y me aterroriza pensar que esta noche será la noche. Puedo sentir cómo me miras. Y tengo miedo de que te enfades porque me voy a dormir con Amy.
—Y yo he explotado como el viento, ¿eh? ¿Furioso porque no duermes conmigo?
—No. Pero sé que tienes derecho a estarlo.
—Así que esperas que me enfade y eso no ocurre. —Le dio la vuelta en sus brazos y le levantó la barbilla para poder mirarle a los ojos—. ¿Y el miedo crece, hasta que es grande como el búfalo?
—Sí —admitió ella, con un hilo de voz.
Cazador suspiró y apoyó la mejilla contra la parte alta de su cabeza.
—Ah, pequeña, he sido muy tonto. Tenemos que hablar, ¿sí? Lo que yo quería era hacer que tu miedo fuera pequeño, no grande. Que fuéramos buenos amigos, no enemigos.
—Ah, Cazador, desearía que pudiéramos ser otra vez amigos. ¿Recuerdas nuestro viaje de vuelta a mi casa de madera? Algunas veces… pienso en esos días, y… —Se calló e hizo un mohín—. Me sentía tan unida a ti entonces, y me dio tanta pena decirte adiós.
—¿Y ahora tu corazón no canta amistad por mí?
—Eres mi marido.
—Yo quiero ser tu amigo. —Se inclinó para verle la cara—. ¿No puedo ser ambas cosas? Me has robado el corazón, Ojos Azules.
—Ah, Cazador…
—¿Serás mi amiga otra vez? —preguntó con voz ronca—. Nos reiremos juntos, ¿sí? Y te tumbarás a mi lado cuando durmamos, porque mi mano es la mano de un buen amigo.
—Me gustaría que fuésemos amigos otra vez… de verdad.
—Entonces lo seremos. —Le mordisqueó la oreja.
—Pero Cazador, ¿no lo ves? Estamos casados.
—Ah, sí, estamos casados. —Cazador trató de hacer un círculo alrededor de esa palabra, tratando de imaginar qué era lo que significaba para ella—. Y buenos amigos, ¿sí? Confía. Por última vez, ¿mi mano te ha causado alguna vez dolor?
—No —susurró ella con voz ronca.
—¿Te he pegado?
—No. —Ella se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos—. Ah, Cazador, ¿qué debes pensar de mí…?
—Creo que tienes mucho miedo en tu interior.
—Sin motivo. Nunca has sido cruel conmigo, nunca, y sin embargo… —Se estremeció. Rápidamente, le dijo las veces que había oído a tía Rachel llorar por la noche—. Me digo que no será así contigo, que Henry es malo como el demonio y que por eso ella llora, pero… —Se calló y tragó saliva—. ¿Y si no es así? ¿Y si es tan horrible como parece?
Al mirarle a los ojos, Cazador se vio una vez más sonriendo. Pensó en decirle que muchas mujeres gemían cuando sus maridos hacían el amor con ellas, pero decidió que era mejor no decirlo. Le puso la mano en la espalda, deseando poder tocarle la piel en lugar de la tela de la camisa. Controló el impulso con miedo a romper el momento de confianza que parecía haberse creado entre ellos.
—No más miedo, ¿eh? Si me enfado, te traeré la cuchara de mi madre.
Ella se sorbió los efluvios y rio.
—Se necesitaría una buena cuchara.
Con un movimiento suave, la cogió en brazos y la llevó a la cama, haciendo como si no se diese cuenta de la expresión de sorpresa o la forma impulsiva en la que tiraba de la falda hacia abajo. Él se sentó con la espalda apoyada en uno de los postes retorcidos de la cama, moviéndola para que se pusiera sobre su regazo, con los hombros recostados contra el hueco de su brazo. Mirándole a los ojos, jugueteó con un rizo que le caía por la sien, maravillado por la forma en la que se enrollaba en su dedo.
—Ojos Azules, tienes que hacerme una pintura de lo que pasó el día que murió tu madre.
Uno de los músculos de sus ojos se movió y le tembló la boca.
—No puedo hablar de eso. No puedo, Cazador. Por favor, no me lo pidas.
—Mi corazón también está triste de recuerdos —le susurró roncamente—. Vamos a hacer un trato. Haré una pintura de mis recuerdos, ¿sí? Y tú harás una de los tuyos para mí.
—Mis recuerdos son horribles.
Cazador tragó saliva y echó la cabeza hacia atrás para apoyarla sobre el poste. Compartir sus recuerdos tampoco iba a resultarle fácil. Contrajo el pecho mientras trató de retroceder varios años, hasta llegar a aquella lejana noche en la que había jurado que mataría a esta mujer que ahora tenía en sus brazos. El dolor le traspasó como un rayo, pero se apagó rápido. Sus recuerdos de Sauce Junto al Río eran hermosos y dulces. Siempre los conservaría. Pero ya no podían destruirle.
Con un susurro ronco, Cazador empezó una historia que no había contado a nadie antes sin saber, una vez la hubo empezado, si sería capaz de terminarla. Aun así, las palabras salían de su boca, rudas y feas, dibujando las imágenes de la carnicería que tuvo lugar ese día, de la muerte lenta de su esposa. Cuando terminó, la tienda se quedó sumida en un inquietante silencio, y la mujer que tenía en brazos extrañamente quieta.
Por fin se revolvió y clavó sus ojos azules en él.
—Cazador, la amabas mucho, ¿verdad?
Él puso un dedo en su mejilla.
—Ese amor es de ayer.
Loretta giró la cara contra su pecho, inhalando el olor de su piel, amando la mezcla de piel, humo y aceite que una vez había encontrado tan desagradable. Cazador. ¿Cuándo se había convertido en alguien tan importante para ella? Casi podía verle, sosteniendo a su mujer muerta, un poco como la sostenía a ella ahora, los hombros caídos del dolor. Lo sentía por él, y por la joven a la que habían tan pronto arrebatado la vida esos salvajes hombres blancos. Sin preguntar, Loretta supo que Cazador había perseguido a los violadores de su mujer y había vengado su muerte. La historia que tía Rachel había oído era probablemente cierta. El collar de su esposa, el hombre que la había profanado y matado a su hijo. Sí, Loretta podía ver a Cazador lleno de odio. No podía culparle.
—¿Harás el intercambio? —susurró él.
Loretta se quedó sin respiración y tragó saliva. Por muy horribles que fueran los recuerdos de Cazador, los suyos eran mucho peores. La perseguirían siempre si no conseguía purgarlas. Lo sabía. Pero hablar de ellos le resultaba imposible.
—No puedo. Tantos hombres, hombres comanches, como tú. Cuando pienso en ello no puedo respirar.
—No son comanches como yo. —Él volvió a colocarse contra el poste—. ¿Debo culparte por lo que un ojos azules hizo a mi mujer muerta?
—No, pero…
—Yo no levanté mi mano contra tu madre, pequeña. No me tengas odio, ¿eh? Odia a los hombres que la mataron, pero no a este comanche.
—Ah, Cazador, no te odio.
—Entonces, ¿me harás una pintura?
—No sé por dónde empezar.
—Viste venir a los comanches, ¿sí? ¿Eran muchos? ¿Tenías miedo? ¿Había sol? ¿Estaba oscuro? Me lo dirás. Un poco, ¿sí?
Los recuerdos golpearon la cabeza de Loretta con una claridad cegadora. Se puso rígida, los oídos se le llenaron de ecos del pasado. Con voz vacilante, empezó a hablar. Había un rugido en sus sienes que hacía que su voz pareciese distante. Al principio no estuvo segura de si estaba en realidad diciendo las palabras que tenía en la cabeza. Entonces vio la mueca en la boca de Cazador y supo que estaba por fin hablando.
Él le puso el brazo sobre los hombros. Con una de sus grandes manos le sujetó los dos, apretándole los dedos, frotándoselos como si quisiera apartar su miedo. Consiguió traspasarle su fortaleza, reconfortarla, calentarla. Era como si pudiese enfrentarse a cualquier cosa con él al lado. A cualquier cosa… incluso a sus pesadillas.
El corazón de Cazador se encogió al escucharla. Trató de verla como había sido entonces e imaginó que debía de ser muy parecida a Amy, una niña frágil, helada de horror, testigo de lo inenarrable. Se encontró deseando poder volver atrás en el tiempo hasta ese día, poder estar allí con ella en el sótano, para que pudiese esconder su rostro en el hueco de su hombro, cubrir sus oídos y evitar que los gritos la atormentaran. Como esto era imposible, la apretó más aún contra él, haciendo lo único que sabía hacer para facilitarle el relato.
Los comanches no solo habían violado a Rebecca Simpson, sino que habían invadido su cuerpo con objetos punzantes, descargando con ella su odio por todos los de su raza, mutilándola según sus creencias religiosas, para que no pudiera dejar este mundo y entrar en el mundo de los muertos. Cazador lo había sospechado, lo sabía, pero oír la historia de sus labios lo sacó de su propia piel, lo despojó de su sentimiento comanche y lo convirtió en un niño blanco mirando el mundo a través de una cortina de horror. En esos minutos en que Rebecca Simpson se hizo real para Cazador, dejó de ser una pelo amarillo sin cara, y se convirtió en la madre de su mujer, en alguien a quien Cazador hubiese amado. Su gente la había matado, no solo de manera despiadada, sino lenta y dramáticamente.
Cazador solo podía maravillarse de que Loretta hubiese llegado a confiar en él tanto como lo hacía, lo suficiente como para dejar que la abrazara de la forma en la que lo hacía ahora, lo suficiente como para venir a pedirle ayuda cuando Santos se llevó a Amy. ¿Cómo no iban a haberle aterrorizado las mentiras de Búfalo Rojo? ¿O cómo no iba a temblar cada vez que pensaba en tener que acostarse con un comanche?
—Antes de morir, pidió a Dios que los perdonase —gimió Loretta con voz entrecortada—. Era tan buena, Cazador. No puedo recordar una sola vez en la que fuese cruel… con nadie. No se merecía morir de aquella manera.
—No.
—¡Y se merecía mucho más de mí! Me quedé allí escondida, Cazador. Ella gritó y gritó pidiendo ayuda. Y yo no hice nada, ¡nada!
Las lágrimas se agolparon en los ojos de Cazador. La cubrió con sus hombros.
—Tú eras una niña.
—¡Una cobarde, fui una cobarde! —Sollozó, casi como en un eructo. Deslizó los brazos alrededor del cuello de Cazador y hundió el rostro contra su garganta—. ¡Esto es lo que no consigo olvidar! Estar allí abajo escondida, oyendo sus gritos. Ah, ¿por qué no hice nada?
—Habrías muerto, Ojos Azules. Los comanches te habrían matado… con la misma lentitud, ¿eh? ¿Una niña pequeña contra aquellos guerreros? No hubieses podido hacer nada.
—¡Hubiese podido morir con dignidad!
—No con dignidad… sino con gran dolor. Tú no eres una cobarde.
—¡Ah, sí, claro que lo soy! ¡Mírame! Me aterra dejar que tú, mi marido, me toque. Tú has sido tan bueno conmigo y con Amy. ¡Debería haber podido superar estos sentimientos! ¡Y no lo he hecho! ¡Ni siquiera sé por qué me quieres!
Una sonrisa de tristeza se dibujó en la boca de Cazador al recordar cómo había salido sola a enfrentarse a cientos de comanches, una pequeña mujer contra un ejército.
—Haces que sonría en mi interior, por eso te quiero. En la manera en la que un hombre quiere a su esposa. —Le puso una mano en la espalda para relajar la tensión que notaba en sus músculos—. ¿Confiarás en este comanche? ¿Como hiciste cuando cabalgaste en círculo hasta mí? Una última vez, ¿confiarás? No te dolerá más allá del dolor de la virginidad… y no te avergonzarás. Es una promesa que te hago, para siempre.
Su respiración se aceleró.
—Cazador, tengo miedo.
—No hay nada que temer. Confiarás y yo haré que ese miedo desaparezca, ¿sí?
Loretta se estremeció.
—¿Te he mentido alguna vez?
—No, nunca.
—Entonces confiarás… ¿por última vez?
—¿Qué harás si te digo que no?
Cazador rezó para que no fuera así.
—Te comeré y me limpiaré los dientes con tus huesos.
Ella se rio, una risa nerviosa, insegura y llena de lágrimas.
—¿O me pegarás?
—Ah, sí. Te pegaré seguro. —Le puso los labios en la sien, sintiendo su pulso, midiendo el miedo que sentía. Cazador se puso tenso esperando su respuesta—. Ojos Azules, ¿me dirás que sí?
—¿Esta noche? ¿Ahora?
—Sí, esta noche. Antes de que este momento entre los dos pase.
Loretta se incorporó en silencio, observando a Cazador que la movió de su regazo y la puso tumbada junto a él. Ella siguió cada uno de sus movimientos, que parecían destinados a hacerle volar. Las manos de Cazador temblaron al deshacerle las trenzas e introducir los dedos en la madeja dorada que era su pelo, peinándoselo para que cayesen en una nube brillante sobre sus hombros. Después le rodeó la cara con las manos e inclinó la cabeza hacia ella, lentamente. Estaba ansioso por hacer dentro de ella una canción de felicidad. A su manera, él estaba tan asustado por sus recuerdos como ella.
Al acercarle los labios, Loretta se puso tensa. El momento había llegado, no había vuelta atrás. Solo unos centímetros separaban sus bocas, seda con seda, la misma respiración, las pestañas moviéndose y rozándose entre ellas. Loretta quería gritar al descubrir que sus sentidos empezaban a estar fuera de control. Sintió que se le contraía el vientre, que su interior temblaba de deseo. Apartó la cara, temblando al notar que la boca de él le atravesaba la mejilla y le alcanzaba la oreja.
—¿Cazador? —Le agarró los hombros en busca de apoyo, clavándole las uñas en la carne—. ¿Cazador?
—Estoy aquí. Tranquila. —Le puso la mano en el hueco del cuello y la obligó a mirarle—. Tranquila.
Loretta creyó que las piernas se le hacían agua. Al ver que la boca de él volvía a reclamarla, su mente dibujó cientos de posibilidades, todas igual de inquietantes. Entonces la fuerza de las sensaciones borró todo lo demás. Solo existía Cazador, sólido, cálido y dulce. Cazador que la sostenía en sus brazos fuertes, Cazador cubriéndole el cuerpo.
Incluso en su inexperiencia, Loretta sintió que los besos eran algo nuevo para él, que estaba dándoselos solo para agradarla. Pero después de unos cuantos mordiscos de exploración, pareció dominar la técnica y reclamar su boca con una intensidad aplastante, empujando con la lengua hasta lo más profundo, imprimiendo un ritmo tan antiguo como el tiempo. Loretta se inclinó hacia él, acariciándole el pelo, olvidando por un momento todos sus miedos. Él le pasó un brazo por la parte de abajo y la levantó para atraerla junto a él. Podía sentir los latidos de su corazón. ¿O eran los suyos? No importaba. Lo único que importaba era que parecían recorrerle el cuerpo.
Cuando por fin se apartó para coger aire, tenía los ojos oscuros llenos de ternura. Sonrió con lentitud, deslizándola entre los muslos, dejando que los pies de Loretta tocaran el suelo. Con una lentitud infinita cogió los bordes de la blusa, apartó con suavidad el ante y le rozó los pechos. Loretta buceó en los ojos de él, preparándose.
—Tengo miedo —le dijo nerviosa.
—Yo tengo más miedo que tú —murmuró él.
—¿Tú? Pero ¿por qué habrías…?
—Porque tú eres la luz del sol. Porque me haces cantar una canción de felicidad en mi interior. Tengo mucho miedo de que me dejes. —Le quitó la blusa por la cabeza y la puso a un lado. Sonriendo, le acarició el pelo, después se levantó para colocarse encima de ella, cubriéndole los pechos desnudos. Le pasó las manos por los brazos hasta encontrar el cinturón que le sostenía la falda. Se la desató rápidamente—. Nei com-mar pe ein.
Ella se agarró la falda.
—¿Qué significa eso?
—Te quiero.
—Ah, Cazador.
Le soltó la falda y dejó que cayera. Después se arrodilló ante ella, con cuidado de no mirar su cuerpo mientra le desataba los mocasines. Le puso la mano por debajo de la rodilla, y le dobló la pierna para quitarle el pie del zapato. Antes de que ella pudiera adivinar sus intenciones, hundió la cabeza entre sus muslos. Ella se tapó con las manos el triángulo de pelo dorado que separaba sus piernas.
—Cazador, no hagas eso.
Sonriendo, le quitó el otro mocasín, robándole otro sorbo del muslo. Esta vez le agarró una pierna de manera que tuviera que sostenerse en un solo pie mientras él trazaba con los labios el camino que le separaba de sus manos blancas.
Ella se tambaleó y trató de recuperar el equilibrio.
—¿Qué estás…? ¡Cazador, no!
Él mordisqueó ausente la punta de sus dedos, ofreciéndole los hombros para que recuperase el equilibrio. Ella emitió un chillido de consternación y se tambaleó de nuevo. El peso que soportaba en la pierna hacía casi imposible que pudiera mantenerse en pie. De manera instintiva, se agarró a los hombros de él para no caer, exponiendo por primera vez el lugar que él buscaba con tanto anhelo. Y Cazador, con la puntería certera que da la experiencia, entró en casa.
Agarrándole el pelo con los puños, Loretta gritó y se echó hacia atrás sobre la cama. Al momento siguiente se vio clavada en ella por noventa quilos de bronceados músculos. Sus pezones traspasaron la cortina de su pelo y se clavaron en el pecho de él cuando este se levantó para ponerse sobre ella. Tenía el corazón paralizado. Lo miró fijamente y él la sonrió como si acabara de hacer una travesura.
—Cazador, no vuelvas a hacerlo. Es… vergonzoso.
—No es vergonzoso —susurró él, inclinándose para besarle el cuello, recorriéndole los brazos con la punta de los dedos hasta hacer que su piel ardiera—. Dulce Ojos Azules. Pen-nande, miel. Confía en este comanche.
Recorrió con la boca la cuerda que sostenía el medallón y continuó hasta el pecho. Loretta podía sentir el roce de su pelo. Le hacía cosquillas y le provocaba un cúmulo de sensaciones que nunca antes había experimentado. Se cubrió los pechos con las manos y él, al encontrar semejante barrera, los rodeó, con unos labios tan suaves como una pluma y tan ligeros como las alas de una mariposa. Por fin alcanzó un lugar descubierto, un lugar en sus pechos al que ni los dedos ni las manos habían podido llegar.
—Confía en este comanche, pequeña.
Ella movió rápidamente las manos para impedir que siguiera explorándola y él cambió de táctica con la misma rapidez, besándole la zona que sus manos acababan de abandonar. Loretta se sintió como si estuvieran prendiendo fuego a su piel, como si le estuvieran arrebatando el aliento. Sabía lo que él quería y esto la horrorizaba. Se cubrió los pechos aún con más determinación, consciente solo a medias del dolor que estaba infligiéndose a sí misma con los dedos, más pendiente de las sensaciones que le provocaban sus caricias, las libertades que sabía se estaba tomando con ella.
Este juego de evasivas continuó hasta que, para consternación de Loretta, ella apartó la mano lo suficiente como para que él descubriera la punta rosada de su pecho desnudo. Una boca hambrienta se agarró a él con decisión, caliente y húmeda, y el movimiento de su lengua le provocó una oleada de sacudidas por todo el cuerpo. Se quedó sin aire y se puso rígida.
Instintivamente trató de apartarle, pero se dio cuenta de que era demasiado fuerte para deshacerse de él. Tardó poco en experimentar el delicioso empuje de su lengua y en olvidar así cualquier pensamiento racional. En vez de apartarlo, lo que hizo fue atraerlo, arqueando el cuerpo contra la sólida pared que constituía su pecho comanche. Con su brazo le rodeó la cintura y la atrajo aún más cerca, con la mano extendida sobre sus nalgas. La familiaridad de esta mano y el calor extraño que notó sobre su piel hizo que volviera a la realidad. Bajó los ojos y vio algo que siempre había creído impensable: a un hombre succionándole el pecho, su cuerpo blanco pegado al pecho bronceado de él.
—¿Qué estás haciendo? …los blancos no hacen cosas así. Estoy segura de que no lo hacen. ¡Para! ¡Por favor!
Alarmado por su tono, Cazador levantó la cabeza y la miró a los ojos. La última cosa que quería era asustarla. Los tosi tivo tenían extrañas costumbres, especialmente en lo relativo al cuerpo de las mujeres. Llegados a este punto, no estaba preocupado en cómo hacerle el amor, sino en hacérselo.
—Dime cómo lo quieres, y lo haré.
Pareció confundida.
—¿El qué?
—Dime cómo hacerlo.
Se puso colorada. Se mordió el labio, mirándole a los ojos.
—No sé cómo. Es solo que, bueno, hay ciertas cosas que estoy segura que una mujer decente no… —Tenía las pupilas encendidas, y los ojos se le oscurecieron—. Termina y ya está.
¿Que terminase? Cazador la miró unos segundos. Entonces, un brillo divertido saltó en sus ojos.
—Ojos Azules, si no sabes cómo se hace a la manera tosi tivo, entonces lo haremos a la manera comanche.
—Bueno… sí, supongo. Es solo que… ¿Cazador? —Él bajó la cabeza y condujo sus labios hasta el otro pecho, mordisqueándolo y apartándole los dedos—. ¿Ca… cazador?
—Tranquila —susurró—. Todo está bien. —Hundió la lengua en uno de sus pechos, buscando la parte más sensitiva, la que guardaba con tanto ahínco. Cuando encontró lo que buscaba, ella se puso rígida. Él pasó una y otra vez. Su garganta dejó escapar un grito. No podía pensar cuando él le hacía esto.
—Es mío —susurró él entre jadeos—. Dámelo. No hay dolor, pequeña. Confía en mí.
Y como si hubieran adquirido voluntad propia, los dedos de Loretta se abrieron. A través de ellos surgió la redondez rosada de su pezón, como una cresta dispuesta a encontrarse con él. Cazador lo sujetó suavemente con los dientes y se ocupó de él hasta que ella empezó a temblar y a gemir. Sus dudas desaparecieron. Fuera cuales fuesen sus costumbres, su cuerpo, aunque fuera el más maravilloso que hubiese visto nunca, respondía como todos los demás.
Sin dudarlo más, Cazador se metió en la boca la aureola de su pecho y tiró de ella hasta que vio que se hinchaba contra su lengua. Sonriendo, levantó la cabeza y sopló suavemente. Cuando las terminaciones nerviosas de esta parte tan sensible del cuerpo respondieron a la bocanada de aire fresco y su carne se puso firme, volvió una vez más a metérselo en la boca, tirando del pezón con los dientes. Repitió el mismo movimiento hasta que vio asomar la mirada de placer en sus ojos y vio cómo empezaba a revolverse contra él.
Loretta se giró hacia él, perdida en un halo incontenible de deseo. Con una urgencia febril, y sin estar muy segura de qué era lo que le pasaba, le puso las manos en el bulto musculoso de sus hombros, tirando de él para que se acercara, necesitando su proximidad más que nada en el mundo. Cazador. El miedo había desaparecido, y en su lugar había aparecido un calor rabioso en la parte baja de su vientre. Un calor que se expandía por todo su cuerpo y hacía temblar cada una de sus terminaciones nerviosas. Cazador. Mareada, todo le dio vueltas… y su única sujeción parecía él, él era el único capaz de levantarla una y otra vez en olas sucesivas de sensaciones.
Con cuidado, dulcemente, Cazador le puso la mano debajo del estómago, en el triángulo dorado en el que descansan sus muslos. Su abdomen vibró al sentir unos dedos que se hundían en el centro de su feminidad. Ella dio un brinco y se puso tensa. Trató de sentarse, pero él se puso sobre ella a horcajadas y la obligó a pegar la espalda a las pieles, introduciendo su dedo en el estrecho pasaje. Cazador creyó que iba a morir de deseo.
—Toquet, mah-tao-yo. —Reclamó sus labios para acallar cualquier protesta y se deleitó con el gusto dulzón de su aliento, con la manera en que habría las piernas para él, incluso aunque tuviese miedo de hacerlo. Deslizó la boca hasta alcanzarle la oreja, y le susurró para tranquilizarla. Le temblaba la sien. Dejó de ser consciente de lo que le decía, si era en tosi o en comanche, pero ella parecía tranquilizarse no ya con las palabras, sino con el tono de su voz. Cazador se sintió abrumado por tanta ternura. Loretta, su sol. Era tan dorada como los rayos, y tocase donde tocase, ella le quemaba con su luz.
Imprimiéndole un ritmo continuo a la mano, Cazador se adentró en ella. Loretta empezó a respirar a un ritmo rápido y entrecortado. Entonces, él sintió un espasmo en el estrecho pasaje del músculo y recibió la espuma caliente que empezó a brotar de su interior. Su propia respiración se hizo más intensa. Le cubrió los labios con la boca. Con los ojos cerrados y el rostro brillante, Loretta gimió suavemente en su boca al notar por primera vez el calor de la pasión.
Cazador se echó hacia atrás para mirarla, y deseó poder abandonarse él también en el deseo. Pero no podía. No esta vez. Quería que su primera experiencia fuera lo menos dolorosa posible, tan placentera como pudiera conseguir, una entrega total. Cuando terminase con ella, no tendría nada que temer.
Cambiando el peso a un codo y a la rodilla, metió una pierna entre las de ella y se movió lentamente hacia abajo, sin dejar de besarla un momento, tratando de mantener sus sentidos despiertos para que su mente no pudiera pensar en el miedo que tenía. Él ya estaba asustado por los dos. Le abrió los muslos con los hombros y bajó los labios… cada vez más abajo, hasta ese dulce lugar codiciado por tanto tiempo.
Ella gritó y se resistió cuando la lengua alcanzó su objetivo. Sin dejarse disuadir, Cazador le cogió las muñecas para que no pudiera oponerle resistencia alguna. Encontró el espacio vulnerable de carne que buscaba y lo cogió, sin prestar atención a sus protestas, utilizando el peso de su cuerpo para inmovilizarle las caderas contra las pieles. Sabía muy bien lo que quería, y fue a por ello con determinación, hasta obtener un gemido ronco de ella, hasta ver que su espalda se arqueaba de placer, y su cuerpo se retorcía ante cada movimiento de la lengua. De su lengua, por fin.
Cazador levantó la cara para mirarla y se quedó fascinado al contemplar el rubor de sus mejillas y el aturdimiento de sus ojos azules. Se bajó los pantalones con rapidez y se quitó la talega de medicina que tenía colgada al cuello. Después se colocó sobre ella, la cogió de las caderas y tiró de ella hacia él. Con cuidado y con una lentitud que le estaba matando, empujó ligeramente sobre ella. Como temía, el pasaje era estrecho, tan estrecho que estuvo a punto de echarse atrás. Se le apretó el estómago, y el miedo le recorrió la espalda en forma de temblor. No había forma posible de que pudiera ahorrarle el dolor de la primera vez. Era una mujer de constitución pequeña, estrecha de caderas. Y él era un hombre grande. El sudor le cayó por la frente.
Ella estaba tan preparada como podía estarlo. Si no la tomaba ahora, no lo haría nunca. Apretando la mandíbula, Cazador la penetró un poco más, odiándose a sí mismo porque a pesar de saber lo difícil que sería para ella, solo podía pensar en aliviar el deseo que sentía. Loretta abrió los ojos al sentir el dolor, y el color desapareció de sus labios. Ahí estaba, la barrera de la feminidad. Y Cazador dudó un instante. Después se abandonó con un empujón suave, y sintió el líquido caliente que lo envolvía.
Loretta gritó, un grito roto y tembloroso que le partió en dos. Intentó salir de allí, pero él la cubrió rápidamente con su cuerpo y la encerró entre sus brazos.
—Toquet, no pasa nada, pequeña. Ha terminado, ¿eh?
Ella jadeó, moviendo la cabeza.
—¡Duele!
—Pasará —le aseguró con voz ronca—, pasará. Es una promesa que te hago.
Se puso rígida cuando él empezó a moverse dentro de ella. Su pequeño rostro se contrajo. Las lágrimas se agolparon en los ojos de Cazador al ver que ella se abrazaba a su cuello incluso aunque era él el que le hacía daño. Le había pedido que confiara en él por última vez, y lo estaba haciendo. ¿Qué pasaría si el dolor no pasaba como le había prometido? Nunca volvería a dejar que se acercase a ella.
Sin embargo, pronto respiró aliviado al notar que su cuerpo se relajaba. Con cuidado eligió el momento de entrar aún más dentro de ella. Solo cuando Cazador la oyó emitir un grito de placer se permitió buscarlo también para sí mismo.
Volvieron lentamente a la realidad, con los miembros adormecidos, los latidos del corazón irregulares y los cuerpos cubiertos de sudor. Cazador colocó la cabeza de Loretta sobre su hombro, para que no se fuera. En su boca tenía dibujada una media sonrisa. Sabía que esta primera vez se alejaba mucho de lo que podría llegar a ser, de lo que sería la segunda vez. Los dos habían estado muy tensos, por no mencionar el dolor que le había causado. Su sonrisa se hizo más grande. Esta pequeña mujer llenaba los huecos vacíos de su interior, le hacía sentirse completo otra vez.
Con la mirada puesta en las sombras que rodeaban la tienda, Loretta escuchaba el pulso entrecortado de Cazador. Se sentía como si no tuviera huesos, exhausta. Le ardieron las mejillas al recordar las cosas que él le había hecho y la manera indecente en la que ella le había respondido. Se sentía avergonzada.
Como si él sintiese su angustia, deslizó una mano por su cadera y la subió hasta sus costillas.
—Mi corazón está lleno de un gran amor por ti —susurró.
Las lágrimas se agolparon en los ojos de Loretta. Ella no podía poner nombre a la emoción que las provocaba, y tampoco quería hacerlo. Entonces, como si fueran proyectiles de un cañón, las palabras salieron disparadas de su boca.
—Ah, Cazador, yo también te quiero.
En el momento en que lo dijo, supo que era cierto. Lo amaba como nunca había amado a nadie antes, con una intensidad que le dolía. Cazador, el fiero guerrero, el punto culminante de sus pesadillas, se había convertido en la persona más importante de su vida.