Capítulo 26
Durante los días que siguieron, los comanches atacaron para vengar la muerte de los suyos. Llegaron noticias de que los mercenarios habían sido todos asesinados cuando se dirigían a otro poblado comanche. Las historias de Cazador que llegaron a la granja de los Masters eran horribles, algunas resultaban incluso sorprendentes. Por muy brutalmente que los indios estuviesen haciendo la guerra, Cazador seguía sin matar a mujeres y niños. Los ojos de Loretta se llenaron de lágrimas cuando una patrulla fronteriza del fuerte Belknap le dijo que en algún lugar a lo largo del río Rojo, Cazador había cabalgado hasta una mujer de pelo amarillo y la había saludado. Loretta sabía que Cazador esperaba que ella oyese de algún modo esta historia y comprendiese el mensaje que estaba enviándole.
Ella lo entendió, y lloró porque conocía el significado. Con cada ataque perpetrado por los indios, la fosa entre Cazador y ella se agrandaba.
Cuando el horror era insoportable, justificaba las acciones de los indios recordando cómo habían atacado antes su poblado. Recordaba a Muchos Caballos, un anciano frágil que murió cuando trataba de salvar a un niño. Pensaba en aquella india aterrada que corría para salvar su vida y la de su hijo, y que fue atravesada por detrás con el sable. Se dio cuenta ahora de que no había buenos ni malos, ni cosas que estuviesen bien o mal, solo gente luchando por sus vidas. Gente maravillosa, que vivía, y amaba, y reía.
Pensaba a menudo en Búfalo Rojo, aceptando finalmente lo que Cazador había tratado de explicarle tantas veces, que los hombres buenos a veces se veían impulsados a hacer cosas horribles. Búfalo Rojo había cometido actos imperdonables, pero por fin Loretta podía ahora mirar en lo profundo del hombre y tratar de entenderle. Agradecía a Dios haber podido salvar la vida de Búfalo Rojo, porque sabía que ahora él protegería a Cazador con la misma ferocidad con la que una vez había tratado de salvar a Cazador de su futuro al lado de una mujer tosi.
Casi dos meses después de que Cazador se despidiese de ella, Loretta fue una mañana al excusado que había fuera de la casa y se puso a vomitar violentamente. Se sintió tan débil que se sentó en el suelo de fuera, con la espalda apoyada en la pared del excusado. Tenía la cara empapada en sudor. Cerró los ojos, pensando que iba a desmayarse.
—Por el amor de Dios, Loretta Jane, ¿qué te ocurre?
Loretta abrió los ojos y vio a su tía que se acercaba. Trataba de elegir el mejor camino a través de la hierba, para no pincharse los pies descalzos. Llevaba puesto el camisón y la brisa de la mañana lo inflaba y le daba un aspecto voluminoso.
—Me encuentro mal. ¿Tienes algo de bergamota? Necesito uno de tus tés. Tengo el estómago fatal.
Rachel se puso en cuclillas y le puso la mano en la frente.
—No tienes fiebre. ¿Cuándo ha empezado?
Loretta frunció el ceño, pensativa.
—Esta mañana. Aunque ahora que lo pienso, me sentí también mareada hace unas cuantas mañanas.
Rachel arrugó el ceño, con la vista fija en Loretta.
—¿Vértigos?
—Ayer. Pensé que era por el calor.
—¿Desde cuándo no te viene el período?
Loretta echó atrás la cabeza, tratando de recordar.
—Creo que fue… —Abrió los ojos, y se puso la mano en el abdomen.
Rachel suspiró.
—Me temo que el té de bergamota no te ayudará. —Guardó silencio un momento—. Loretta Jane, normalmente no preguntaría esto a una mujer. ¿Quieres que vaya a buscarte algo de hierba lombriguera?
—¿Para qué?
Rachel puso la vista en el granero.
—En los primeros meses, unas cuantas dosis de esta hierba pueden librarte del problema.
¿Problema? Loretta se quedó mirando a su tía, tratando aún de asimilar el hecho de que estaba embarazada. No se sentía embarazada. Pero si lo estuviese, no se le ocurriría pensar en abortar.
—Tía Rachel, ¿pero cómo puedes siquiera preguntarme algo así?
—Que Dios me castigue con la muerte, pero tengo que hacerlo. No son buenas noticias, cariño. Ya sería malo si fuera un niño blanco, sin marido y eso. Pero ¿quedarse embarazada de un comanche sin estar casada? Eso es un desastre.
—¡Pero yo estoy casada! ¡Estoy casada con todas las de la ley!
—Cariño, no tienes anillo, ni papeles, ni testigos, ni siquiera un apellido. Y ningún hombre a tu lado. ¿Quién te creerá?
—No me importa quién me crea. Yo lo sé. Eso es suficiente.
—Para ti, tal vez. ¿Pero cómo crees que se sentirá tu hijo creciendo como un bastardo?
Loretta se sintió como si le hubiesen dado un guantazo en la cara. Un bastardo. ¡Estas palabras tenían un sonido tan horrible! Se abrazó la cintura y un intenso instinto de protección la inundó de repente. El hijo de Cazador. Lo amaría con todo su corazón.
—Ah, tía Rachel. Un niño. Cazador no me ha dejado, después de todo.
Rachel dejó caer las manos.
—Dímelo cuando intentes alimentarlo en el invierno. Henry es tan cretino que probablemente me abandonará si dejo que te quedes aquí. Las tres solas no tendremos muchas posibilidades de sobrevivir.
—Entonces me iré.
—No harás tal cosa. He dicho que no será fácil, no que sea imposible. —Irguió los hombros y perdió la vista en la distancia por un momento. Cuando volvió a mirar a Loretta, había un brillo de determinación en sus ojos azules—. Al veros a ti y a mi hija, al ver cómo habéis sobrevivido a cosas que cualquier otra mujer no hubiese podido… —Se mojó los labios—. Esa fortaleza interior proviene de vuestros antepasados, de mí. Os he enseñado a permanecer de pie y a luchar. Os he criado como mujeres orgullosas. Y últimamente, me miro en el espejo y me pregunto dónde ha ido a parar la antigua Rachel.
—Ah, tía Rachel, solo has hecho lo que pensaste que sería mejor para mí y para Amy.
Rachel asintió.
—Sí. Pero llega un momento en que debemos cruzar la línea. —Suspiró y levantó los ojos, con una sonrisa tímida en los labios—. Si esa línea está entre un recién nacido y Henry, le daré una patada en su gordo trasero y lo mandaré a la casa de placer de Jacksboro, diciéndole que no vuelva de allí nunca más.
Sorprendida, y sin saber muy bien cómo debía reaccionar, Loretta dijo:
—¿Casa de placer?
—No creerás de verdad que va allí solo para conseguir tabaco y café o para traernos el anuario femenino, ¿verdad? —Rachel tocó a Loretta en el hombro—. No me mires con esa cara de pena. Me deja sola una vez casi todos los meses. Me parece una bendición del cielo.
Loretta echó atrás la cabeza y se rio con todas sus fuerzas.
—¿Tío Henry frecuenta una casa de placer? ¡Ay, tía Rachel, apuesto a que esas mujeres doblan su precio cada vez que lo ven aparecer!
—No lo dudes —dijo Rachel con aspecto sombrío—. Henry es todo menos un amante. He perdido demasiados años de mi vida agachando la cabeza ante él. No quiero hacerlo por más tiempo. Puedo arreglármelas sin un hombre. Ya lo verás. —Se puso en pie y le tendió una mano a Loretta para ayudarla—. Vamos, pequeña madre. Te prepararé algún remedio que te quite las náuseas.
—Ah, tía Rachel, ¿crees que es de verdad?
—Y tanto. Será mejor que empecemos a coser ropa nueva. Tengo algo de franela por ahí. Nos servirá bien.
Loretta sonrió, respiró hondo y se pasó la mano por la frente.
—¡Me siento tan feliz, tía Rachel!
—Disfrútalo al menos hasta que se lo diga a Henry.
—¿Tenemos que decírselo ahora mismo?
—Cariño, si vas a vomitar por la mañana antes de llegar al excusado, se va a enterar de todas formas. Será mejor que encendamos nosotros la mecha para estar prevenidas cuando llegue la explosión.
No era posible prepararse para las explosiones de Henry. Aunque Loretta estaba preparada, saltó igual con el primer gruñido.
—¿Que estás qué?
—Voy a tener familia.
Con un tirante arriba y otro abajo, la camisa desabrochada hasta la mitad y los pies descalzos, Henry estaba listo para coger un berrinche. Las manchas de la cara se le pusieron de un morado inquietante. Los ojos se le hincharon como canicas azules y gritó:
—¿Vas a tener un bastardo comanche?
—No es un bastardo. Conozco a su padre.
Henry cerró la boca como si fuera un pez. Llevándose un dedo a la nariz, bufó.
—Te diré lo que haré si tienes un mocoso indio. Lo colgaré por los pies y le sacudiré el cerebro, eso es lo que haré.
A Loretta se le hizo un nudo en el estómago. El miedo por su hijo le hizo dar un paso atrás.
—Calla, Henry.
La voz de Rachel sonó tan suave, tan tranquila, que por un momento ni Loretta ni Henry se giraron para mirarla. Entonces Loretta registró el ruido que había oído. Su tía estaba junto al estante de los rifles. Tenía una Spencer en las manos y con el cañón apuntaba al suelo, pero estaba lista, a juzgar por su postura, a apoyar la culata contra el hombro.
—¿Qué has dicho? —dijo Henry, rechinando los dientes.
—He dicho que te calles Henry. —La voz de Rachel seguía siendo suave, pero el brillo en sus ojos eran de una persona dispuesta a luchar hasta la muerte—. He aguantado tu mezquindad durante casi nueve años. Se acabó. Vas a disculparte ante Loretta Jane ahora mismo.
—¿O si no qué?
Rachel levantó una ceja, amenazándole.
—Si no, bueno, creo que eres demasiado grande para colgarte de los pies y golpearte el cerebro. Así que tendré que dispararte. Ahora discúlpate. No admitiré ese tipo de comentarios en mi casa.
—¿En tu casa?
—Eso he dicho.
Henry hizo muy buen trabajo tratando de parecer que estaba reflexionando. Con las manos en la cadera, dobló una rodilla y miró al rifle.
—Rachel, cariño, ahora mismo tienes un arma en las manos, pero muy pronto tendrás que dejarla y ponerte a cocinar. Y cuando lo hagas, voy a ponerte como un tomate ese culo gordo que tienes. Ahora te sugiero que seas tú la que se disculpe. Si consigues ser convincente, tal vez pueda llegar a olvidar que todo esto ha pasado.
Loretta pensó que la bravuconería podía funcionar. Tía Rachel nunca había pasado demasiado tiempo enfadada, y Loretta no creía que pudiera estarlo durante más de diez minutos. En esta ocasión, sin embargo, su tía la sorprendió. En vez de disculparse, apretó la mandíbula y levantó la barbilla.
—Henry, si me tocas cuando esté cocinando, te rajaré de arriba abajo con el cuchillo de la carne. Estoy hasta las narices de ti.
—¡Dame el arma! —Henry se acercó a ella.
Rachel apuntó. La explosión cogió desprevenida a Loretta, que dio un brinco asustada. Henry saltó hacia atrás, levantando los pies del suelo todo lo que pudo.
—¡Dios Bendito, has estado a punto de dispararme en los pies, maldita estúpida!
—La próxima vez no fallaré.
Henry escupió al suelo, tan fuera de sí que parecía que iba a estallar.
—Rachel, te lo juro, pienso hacerte la vida imposible por esto.
—Tócala, tío Henry, y te golpearé la cabeza con un leño hasta que pierdas el sentido —intervino Loretta.
—Y si con eso no es suficiente, ¡yo me encargaré de terminar contigo! —gritó Amy desde las escaleras del altillo—. ¡Bien hecho, madre! ¡Dale al viejo sapo lo que se merece!
Rachel volvió a poner la Spencer en el estante.
—¿Y bien, Henry? Parece que somos tres contra uno. ¿Vas a disculparte con Loretta Jane o no? —Se encogió de hombros—. Supongo que también puedes largarte, si eso te apetece más. Pero si te quedas, tendrás que disculparte antes del desayuno.
Henry cerró los puños, temblando. Loretta se movió hacia la chimenea y cogió un trozo de leña, por si tuviera que necesitarla. Amy bajó las escaleras, lista para hacer lo mismo.
—Te juro que no sé qué es lo que le está pasando al mundo —gruñó Henry—. ¡Las mujeres rebelándose y tratando a los hombres como si se hubiesen vuelto locas! Podría acabar con vosotras tres y liarme un cigarrillo al mismo tiempo.
—Entonces sé un hombre y hazlo —le retó Amy—. Si no, di a Loretta que lo sientes, como te ha dicho mi madre.
Henry dudó, como si considerase las opciones que tenía, tal y como eran.
—¡Pues ni que hubiese ya hecho daño al niño! —gruñó—. Si Loretta Jane no tiene el cerebro para pensárselo mejor, entonces tendré que disculparme.
—Aceptadas —murmuró Loretta.
Henry se levantó el tirante izquierdo y se pasó la mano por el pelo, mirando el agujero que Rachel había hecho en la madera.
—¿Qué demonios vas a decir a la gente que nos ha pasado en el suelo, mujercita?
Rachel sonrió.
—¡Cómo! Les diré lo rápido que te ocupaste de él y lo arreglaste, Henry. No podemos tener agujeros en el suelo, ¿no crees?
Ya tarde, esa misma noche, Loretta salió y se sentó en lo alto de la valla de madera, cerca de la cancela de entrada, agitando los pies al aire y mirando al cerro. Rachel había ganado el primer asalto con Henry, pero ella aún tenía miedo de lo que pudiera ocurrirle al niño cuando naciese. Se le pasaba por la cabeza buscar a Cazador, ¿pero cómo? Podía estar en cualquier sitio, y el radio de terreno era grande. Eso, si había sobrevivido a los últimos ataques desde la última vez que tuvo noticias suyas. «Por favor, Dios, deja que Cazador viva. Tráemelo de vuelta.» El deseo de tenerlo cerca le dolía en el pecho.
Las lanzas, tumbadas como soldados borrachos en una noche de guardia, se alineaban por el perímetro de la propiedad, las plumas ondeando al viento y sus astas esbeltas negras a la luz de la luna. Henry había aprendido la lección después de la visita de los comancheros. Esta vez había dejado las lanzas donde estaban. Loretta se preguntó cuál de ellas sería la de Cazador. Si lo supiese, la cogería y la guardaría dentro de la casa. Un recuerdo para su hijo. Podría ser que el niño no tuviese nada más de su padre.
Con la cabeza hacia atrás, se quedó observando la luna. La Madre Luna, como la llamaba Cazador. El viento le acariciaba las mejillas. Loretta cerró los ojos, pensando en las cuatro direcciones. Bajo ella estaba la Madre Tierra. Por la mañana, el Padre Sol le mostraría su rostro por el este. ¿Dioses de un hombre primitivo? Loretta sonrió. Cazador adoraba las creaciones de Dios, los signos visibles de su grandeza. Un Dios con muchas caras, y cada una de las ellas miraba en una dirección.
¿Estaría Cazador allí fuera, mirando al cielo como ella? ¿Estaría rezando? «Por favor, Madre Tierra, haz que esté bien. Guíale en un gran círculo hacia mí.» En voz alta, susurró:
—Te quiero, Cazador. Te necesito. Tu hijo te necesita. —Deseó que sus palabras viajaran en el viento y le dijeran que lo amaba. Al día siguiente, cuando saliese el sol, rezaría para que la luz dorada le recordase a ella, a su mujer de cabellos dorados. «Vuelve a mí, Cazador.»
Bajando de la valla, Loretta hundió las rodillas en el suelo e hizo la señal de la cruz. Después empezó a rezar, a su Dios, a los de Cazador. Sintió una paz inmensa. Él encontraría la forma de llegar a ella.
Loretta estiró el hilo, revisó los bordes de la costura y después metió la aguja en otro trozo de tela. Podía sentir la suavidad de la franela bajo sus dedos. Se imaginó esa tela calentando a un cuerpo diminuto y sonrió. Pisando una vez más para que la mecedora siguiera moviéndose, alzó los ojos hacia su tía.
—¿Sabes? Debería empezar a pensar en el nombre. Debo estar ya de más de dos meses. El nombre es importante. Sobre todo para este niño.
—¿Por qué es especial para este niño? —preguntó Rachel, levantando la mirada del pan que estaba amasando—. Los nombres son importantes para todos.
Loretta suspiró.
—Bueno, teniendo a Cazador como padre, tengo que pensar en nombres que él aprobaría.
—Como llames a este niño Agua Corriente te desheredo.
Loretta se rio.
—No sé. Después de hacer el dobladillo a todos estos pañales, creo que Agua Corriente no le iría del todo mal.
Rachel levantó los ojos y sacudió la cabeza, con un aire de tristeza.
—A menos que el padre de este niño venga finalmente a recoger su equipaje, la criatura tendrá que crecer en la sociedad de los blancos. Ya es suficiente desgracia que no tenga padre, así que es obligatorio que tenga un nombre bonito y normal.
Amy dobló la página del libro de lecturas.
—Lo que necesitas es un bonito nombre blanco con un significado indio que le guste a Cazador.
Preocupada por el futuro de su hijo, Loretta trató de sonreír.
—¡Vaya, Amy, esa es una idea estupenda!
Rachel dejó la masa un momento y frunció el ceño.
—Soy bastante buena con los nombres. Dejad que piense en ello.
—Algo que llame la atención para un chico, mamá. —Amy se mordió el labio—. Ya sabes, como Gran Luchador. O Rey Sabio. Tienes que acordarte de cómo piensa Cazador. Ellos dan a los chicos grandes nombres.
—¿Antílope Veloz, por ejemplo? —sonrió Loretta.
—Le hace parecer que tenga una cola que mover, ¿verdad? —A Amy se le pronunciaron los hoyuelos de las mejillas—. Por supuesto, él odia el nombre de Amy, así que estamos iguales. Dice que suena como el balido de una oveja.
—En la manera en la que él lo pronuncia, desde luego que suena así.
—¿Y si llamamos al niño como su padre y su tío Guerrero juntos? —preguntó Rachel—. Chase Kelly. Chase significa Cazador y Kelly significa guerrero.
Loretta dejó descansar la costura en su regazo, con la mirada soñadora.
—Chase Kelly… Chase Kelly. Suena bien, ¿verdad?
—Estaría mejor con un apellido —comentó Rachel.
—¡Lobo! —gritó Amy—. Eso es lo más parecido a un apellido que podrás conseguir de Cazador.
—Chase Kelly Lobo. —Loretta saboreó el nombre un rato, acariciándolo con la lengua—. Me gusta. ¿Qué piensas, tía Rachel? Lobo como apellido no es tan extraño, ¿verdad?
—A mí me parece precioso. Y si Cazador viene algún día, no podrá quejarse demasiado. Cazador Guerrero es mucho mejor que Calzones Agujereados.
—¡Agua Corriente! —corrigió Loretta.
—Lo que sea —sonrió Rachel—. Si es niña, ¿qué te parece Nicole? Significa «mujer victoriosa para su pueblo».
—Ah, me gusta eso —susurró Loretta—. A Cazador le encantaría.
Rachel sonrió.
—Nicole Lobo. Si tiene los ojos de su padre, Indigo le iría perfecto. Nicole Indigo Lobo.
—No suena bien —protestó Amy—. ¡Indigo Nicole Lobo, eso me gusta más!
—Indigo Nicole. —Las lágrimas quemaron los ojos de Loretta. Una mujer victoriosa para su pueblo—. Sí, es bonito, para ambos mundos.
—Tu nombre tampoco está mal. Seguro que no sabes lo que significa. —Rachel dobló la masa y después la miró con una sonrisa burlona—. Lo elegimos tu madre y yo, sobre todo por el significado.
—Es una variación de Laura, ¿no? ¿Corona de laurel o algo así?
—Ese es el significado más conocido. Pero en el libro de nombres de tu madre, significaba otra cosa.
—¿Y bien? Suéltalo. —Loretta esperaba, sin quitar la vista de su tía—. ¿Qué significa? ¿Pecho plano y escuálida?
Rachel se echó atrás y rio.
—¿Pecho plano y escuálida? Loretta Jane, te juro que nadie podrá decir de ti que eres una prepotente. Significa «la pequeña sabia».
Loretta se quedó blanca como la pared y puso los pies en el suelo para detener la mecedora.
—¿Significa qué?
—La pequeña sabia —la sonrisa de Rachel se desvaneció—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué ocurre?
Loretta puso la costura a un lado y se puso de pie.
—Nada, tía Rachel. Na… nada. —Recorriendo la habitación con los ojos, Loretta se pasó la parte exterior de la muñeca por la frente, como si nada de lo que estaba pasando fuera real—. Yo, esto, creo que saldré a tomar un poco el aire.
Después de salir corriendo de la casa, Loretta cruzó a toda velocidad el jardín y se recostó contra la valla, su lugar favorito porque desde allí podía ver el cerro. «La pequeña sabia.» Aún un poco mareada por la impresión, puso la mirada perdida en la distancia, recordando la noche en la que Cazador le había recitado su canción. «Los antepasados la llamarán Pequeña Sabia…»
Escudriñó el cerro y por primera vez tuvo la certeza de que ella y Cazador estaban destinados a estar juntos. Trató de recordar todas las palabras de la canción. Lo consiguió a cachos. «Entre ellos se interpondrá un profundo barranco de sangre.» Y una vez había dicho que era una leyenda estúpida… Ahora pensaba de otro modo. Se habían cumplido demasiadas cosas de ella como para burlarse. Un barranco de sangre. Loretta cerró los puños. Cazador volvería con ella. No sabía cuándo, ni cómo, pero de repente estuvo segura de que la canción, que una vez había sido una maldición para ella, se había convertido en su mayor esperanza.
El olor a heno quemado impregnó las fosas nasales de Cazador. Se movió lentamente hacia la maleza, con cuidado, con la piel de gallina y los sentidos alertas como siempre que la muerte caminaba a su lado. Un tosi tivo había salido corriendo del granero para esconderse allí. Cazador lo había visto. Podía encontrárselo en cualquier momento, con el cuchillo preparado. Deteniéndose, trató de controlar la respiración y escuchar, sujetando con fuerza el hacha en una mano.
Oyó el ruido de una rama al quebrarse. Cazador localizó el sonido y se dirigió hacia él. Vio un resplandor azul que sobresalía entre una mata de hierba amarilla. Con la barriga en el suelo, se deslizó hacia delante en silencio. De repente, el hombre blanco dio un salto y se puso el rifle en el hombro. Cazador rodó de forma instintiva. La carga terminó haciendo un agujero inofensivo en el suelo. Poniéndose en pie, Cazador se lanzó hacia él antes de que pudiera cargar una segunda vez o sacar el cuchillo.
El hombre gritó mientras caía hacia atrás por el peso de Cazador. Después de un breve forcejeo, el comanche ganó ventaja, se puso a horcajadas sobre el hombre y levantó el hacha. En el instante en el que estaba listo para bajar la hoja que habría de partir al hombre en dos, Cazador fijó la vista en el rostro de su enemigo, pálido de miedo, sus ojos como dos esferas azules gigantes.
«¿Podrías levantar tu hoja contra un hombre de ojos azules y no pensar en mí, Cazador?»
El cuerpo se le puso tenso. Miró a los ojos azules del hombre y trató de bloquear el eco de la voz de Loretta en su mente. El hombre blanco lo miró a su vez, con la garganta congestionada y la piel reluciente de sudor.
—¡Cazador, date prisa! ¡Debemos reunirnos con los otros!
La voz de Guerrero le devolvió a la realidad. Tensó el brazo y trató de bajar el hacha. Pero era como si una mano invisible le sujetase la muñeca. Oyó el sonido de los pies de Guerrero al pisar la maleza. La respiración de Cazador se hizo rápida e irregular. No podía mirar a este hombre a los ojos y matarlo. Era como volver la hoja contra sí mismo.
Cuando Guerrero apareció tras la alta hierba y vio a Cazador a horcajadas sobre el hombre blanco, se detuvo.
—¡Mátalo! ¡Rápido! Veo humo que viene de la otra granja. Han terminado allí. ¡Tenemos que encontrarnos con ellos y salir de aquí!
—No puedo —carraspeó Cazador.
—¿Qué?
La pregunta de Guerrero se quedó en el aire, como una acusación. Cazador se puso en pie, con la vista clavada en el tosi tivo. El hombre lo miró sin creer lo que le estaba pasando.
—Mea-dro, vamos —gruñó Cazador.
Guerrero no se movió, mirándole con desprecio. Cazador tragó saliva. No tenía palabras para explicarlo. No estaba seguro de que Guerrero pudiera entenderlo, incluso aunque las tuviera.
—¿Vas a dejarle vivo?
—¡Sí!
—¿Por qué?
Cazador rozó a su hermano al pasar y se puso a caminar deprisa.
—Sus ojos.
Cazador llegó al caballo antes que Guerrero. Después de montar, se giró y miró hacia la pequeña granja, donde sabía que se escondían una mujer y dos niños. Guerrero se dirigió hacia allí con su montura. Los dos hermanos se miraron, extraños por primera vez en sus vidas.
—Quizá sea porque estamos muy cerca de las paredes de madera de tu Loh-rhett-ah, ¿verdad?
—Quizá —contestó Cazador con voz apagada.
Él y Guerrero azuzaron a sus caballos para avanzar, cerrando filas con los otros guerreros que los habían ayudado a perpetrar el ataque. Búfalo Rojo se puso a su altura. Por encima de la arboleda pudieron ver la nube de humo negro que se elevaba al cielo. Durante varios días los hombres de Cazador habían cabalgado con otra tribu. Hoy los dos grupos se habían separado, los hombres de Cazador habían atacado allí y los otros la granja cercana. A juzgar por el humo, los otros guerreros habían prendido fuego a algo más que a los alrededores.
Al llegar al claro, después de salir de la arboleda que rodeaba el río, el grupo de Cazador detuvo a sus caballos. Habían quemado la casa y todo lo demás, lo que significaba que no habían dejado supervivientes. Cazador fijó la atención primero en el humo negro y después en la cúpula de los árboles que había más allá. La casa de Loretta estaba a solo a unos cuantos quilómetros río abajo.
Apesadumbrado, Cazador cabalgó con sus hombres por las casas arrasadas para cerrar filas con los otros indios. Conforme iban acercándose al jardín que rodeaba la propiedad, Cazador aminoró la marcha del caballo y fijó los ojos en los cuerpos inertes que yacían en el suelo. Entonces oyó un revuelo de calicó levantado por el viento y detuvo el caballo. La rabia le secó la garganta, y le produjo un escozor en la lengua. Empezó a temblar. Una mujer y dos niños pequeños. Cazador supo sin necesidad de acercarse más que no habían tenido una muerte rápida.
Loretta seguía pensando en las palabras de la profecía. Sentada en la valla, con las piernas colgando, miraba con atención los agujeros de sus zapatos. Eran viejos, un par que había guardado solo por si los necesitaba. Los buenos de caño alto estaban en el poblado de Cazador. Echaba de menos sus mocasines y el sentimiento de libertad que su falda y su camisa de ante le daban. Ese tipo de ropa, sin embargo, provocaba miradas de asombro ahora que estaba entre los blancos. El sol de agosto le pegaba en la nuca, caliente e implacable. Sería mejor que volviese dentro. Con dos capas de muselina y el calicó por encima, una mujer podía torrarse en este calor si no se quedaba a la sombra. Además, tía Rachel estaría ya a punto de empezar a poner el pan al horno y necesitaría ayuda para empezar a preparar la cena.
Suspirando, Loretta echó atrás la cabeza. Durante varios segundos, estuvo tan absorta pensando en Cazador que no vio lo que tenía ante los ojos. Entonces fijó la vista en la nube de humo negro que flotaba en el cielo. Humo. Algo les había pasado a los Bartletts.
Se bajó de la valla de un salto y corrió hacia el granero.
—¡Tío Henry! ¡Tío Henry! Algo pasa en casa de los Bartletts. ¡Hay humo!
Henry salió corriendo del granero y se puso la mano en forma de visera para no deslumbrarse con el sol.
—¡Maldita sea! Parece como si la granja entera estuviese ardiendo.
Un temor frío y sofocante se instaló en el pecho de Loretta.
—¡Dios mío! —Se puso una mano en la barriga—. ¡No, Dios mío! ¡Los Bartletts no!
Henry rodeó el granero a la carrera para ensillar a Ida. Loretta le siguió para sujetar el potro mientras su tío le ponía la cincha de la silla y ajustaba los estribos.
—Ve a traerme la Sharps y una talega de cartuchos, Loretta Jane. Me reuniré contigo frente a la casa.
—¿No crees que deberías ir a buscar a Tom? Si son los indios, podrías meterte en problemas.
Él hizo un gesto hacia el perímetro exterior de la propiedad.
—Me llevaré una de esas condenadas lanzas. Esto me protegerá de los indios mejor que Tom.
Loretta dio media vuelta y corrió hacia la casa. Para cuando quiso terminar de contarle a tía Rachel lo del humo y hubo cogido la munición para Henry, su tío ya estaba afuera esperando. Las tres mujeres salieron al porche.
—Ten cuidado, Henry —recomendó Rachel.
—Por la cantidad de humo, diría que el ataque ha terminado.
Rachel lanzó una mirada asustada al cielo negro. Una mueca de resignación se dibujó en su pálido rostro.
—Si lo ves mal, vuelve a por nosotras. Necesitarás una mano para cavar.
Henry volvió dos horas después, con la cara llena de hollín y los ojos hundidos. Las mujeres salieron a reunirse con él. Él ató a Ida al poste del porche y subió la escalinata arrastrando los pies, con los hombros caídos. No tuvo que decir nada. Loretta bajó la cabeza. Los Bartlett. Todos. Si hubiese habido supervivientes, Henry hubiese instado a Rachel para que fuera a atenderlos.
—Creo que será mejor que vaya a enganchar las mulas al carro —dijo Loretta con voz apagada.
—Te ayudaré. —Amy saltó desde el borde del porche y después se puso a esperar a Loretta. Cuando esta la alcanzó, se puso a caminar junto a ella—. Apuesto a que han sido los comanches.
—Pero no Cazador —puntualizó Loretta—. La señora Bartlett y los niños. Tío Henry no lo ha dicho, pero deben de estar muertos.
Amy suspiró.
—No, no ha sido Cazador.
El calor del mortecino fuego golpeó a Loretta en la cara, secándole los ojos hasta tener la sensación de que se le habían pegado las pestañas. El humo le picaba en la garganta. Una ráfaga de aire levantó la falda de calicó de la señora Bartlett, que revoloteó sobre las marcas azules de sus muslos. Violada y asesinada. El tiempo volvió atrás y por un momento Loretta se encontró junto a su madre otra vez. Entrecerró los ojos y se meció un poco. El jardín de los Bartlett se ondulaba como una tromba turbulenta de agua, elevándose, cayendo, rizándose. Loretta se apartó, tan mareada que tuvo que coger algo de aire y caminar un momento para no vomitar.
Después de marcar el jardín de los Bartletts con varias lanzas para no tener que temer otro ataque, tío Henry eligió enterrar a los muertos bajo un hibisco cercano. Amy le ayudó con la pala. Rachel y Loretta prepararon los cuerpos para darles debida sepultura. Cerrando los puños, Loretta se puso manos a la obra.
Afortunadamente, no podía pensar mientras ayudaba a Rachel a preparar lo necesario. La casa era una pila de escombros, por lo que no pudieron vestir a nadie de domingo, como hubiese sido lo apropiado. Loretta los cogió de los pies y Rachel de los brazos y entre las dos los levantaron como pudieron y los arrastraron hasta el árbol. Les llevaría horas cavar seis fosas. Unas horas largas e interminables.
Después de un turno con la pala, Loretta no pudo soportar las arcadas por más tiempo y salió corriendo para buscar privacidad en el lugar más lejano del jardín. Poniéndose de rodillas, apoyó las manos en el suelo y se puso a vomitar. El mareo era insoportable. Cuando las náuseas cesaron, se incorporó sobre sus talones y miró hacia delante con una sola pregunta en la cabeza. ¿Cómo podía alguien hacer algo así a otro ser humano?
Sintiéndose aún demasiado débil para cavar, Loretta se puso en pie y caminó, respirando profundamente con la esperanza de que esto le asentara el estómago. Entonces descubrió una marca de casco en el suelo que casi le hizo perder el equilibrio. Tenía forma de luna creciente.
Notó un pitido en los oídos. Solo un hombre podía haber montado el caballo que dejaba esa marca. Cazador había estado allí. Loretta se balanceó y extendió el brazo en busca de soporte. Al no encontrarlo, la mano se agitó en el aire vacío.
—Madre está preocupada por ti y por el niño. ¿Estás bien?
La pregunta de Amy le hizo dar un respingo. Se giró y dio un paso hacia atrás, mirando aterrorizada la cara pálida de su prima.
—Amy, ¡ay, Dios! Cazador ha estado aquí.
—¡Ah, vamos! ¡No puede ser Cazador! ¡Es imposible!
Loretta señaló la huella deforme. Amy se agachó para examinarla. Si antes estaba pálida, ahora su piel tomó el color del marfil. Loretta apartó la cara para mirar el espectáculo desolador de la granja carbonizada que se alzaba ante ellas. «Cazador, no», pensó de forma inconexa. No el hombre que ella conocía, el padre de su hijo. No podía haber hecho algo así. No a la señora Bartlett y a las niñas.
—Quizá… —Amy se calló y se mojó los labios—… alguien ha robado su caballo. Sí, eso debe de ser, Loretta Jane. Alguien robó su caballo.
Loretta le agarró por la cintura.
—Nadie robaría el caballo de Cazador, al menos no un comanche. Debe de haber otra explicación. Las dos sabemos muy bien que Cazador no haría esto.
—Al menos, eso creíamos.
Loretta miró conmocionada a Amy.
—No podemos juzgarle de esta manera. Se merece un poco más de credibilidad.
Amy volvió a mirar la huella de caballo.
—Quizás estuvo aquí y las cosas se le fueron de las manos. Quizá fue incapaz de detenerlos. Antes de que se diese cuenta, la mujer ya estaba muerta.
Loreta asintió y se apartó. Le temblaba todo el cuerpo. A juzgar por lo que habían visto, la señora Bartlett y sus hijas no habían muerto tan rápidamente.
Con un sentimiento de irrealidad, Loretta se dirigió de vuelta al hibisco. Las tumbas no se cavarían solas. Al pasar por el lugar en el que la señora Bartlett yacía, se detuvo para inspeccionar el terreno y ver las huellas de mocasines que había alrededor. ¿Había estado allí Cazador? Con la pregunta, algo en su interior se quebró y murió.
Gracias a Dios, Tom Weaver había visto el humo y había acudido con otra pala para terminar de cavar las fosas. Cuando la familia Bartlett recibió sepultura, Tom cabalgó con la escopeta detrás del carro de los Masters de vuelta a su granja. Mientras los hombres guardaban en el establo a los animales, Rachel y Loretta sacaban pan y ponían la mesa. Sin embargo, nadie pareció tener apetito cuando por fin se sentaron a cenar.
Con expresión preocupada, Tom se pasó una mano por el pelo y suspiró.
—Pete Shaney y una pareja de vecinos vinieron a mi casa esta tarde cuando vieron el humo. Parece que todo el mundo de por aquí está haciendo el equipaje y marchándose a un lugar más cerca de Belknap. Se van por la mañana. Creen que será más seguro si vamos un buen grupo.
Henry levantó las cejas.
—¿Abandonan la cosecha?
—Me parece que la cosecha no vale de nada a los muertos. —Tom se encogió de hombros—. Estas últimas semanas los indios se han vuelto locos. Me da la impresión de que están tratando de echar a los blancos de este territorio. Odio decir esto, pero con todos nuestros cuatro ejércitos luchando en el norte, los indios tienen las de ganar. Están atacando granjas hacia el este todo el tiempo. Nosotros estamos muy asolados aquí. Esto hace mucho más vulnerables a las familias. La patrulla fronteriza hace un buen trabajo, pero están bastante diezmados.
—¿Tú te vas? —preguntó Henry.
—Le dije a Shaney que estaba muy apegado aquí. Pero después de lo que le ha pasado hoy a los Bartlett, creo que tal vez irse no sea tan mala idea. Al menos hasta que esta maldita guerra se termine y tengamos algo de infantería para cabalgar como antaño y mantenerlos a raya. —Tom lanzó una mirada rápida a las mujeres—. Piénsalo bien, Henry. Sé que tienes esas lanzas ahí fuera para protegerte, pero francamente, estás confiando demasiado en ellas. Esos indios pueden jugártela en cualquier momento, como están haciéndolo con todos los demás.
Henry dejó la decisión a Rachel. Ella asintió con la cabeza, de forma casi imperceptible.
—¿Viajan juntos? —preguntó Henry.
—Sí. Podemos unirnos a ellos en el camino a Belknap.
Henry sopesó la decisión un momento. Mirando a Rachel, dijo:
—Será mejor que empieces a hacer el equipaje, mujer. Elige lo que vamos a llevarnos con cuidado. El carro no soportará demasiada carga.
A última hora de la noche, cuando todo el mundo estaba dormido, Loretta se arrodilló en su litera y miró por la ventana, recordando a Cazador, su risa, su dulzura, su valentía. Ya había pensado lo peor de él una vez y luego se había arrepentido por ello. Pero no esta vez. El hombre que ella conocía nunca participaría en el asesinato de tres mujeres.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Se tumbó junto a Amy, con la vista fija en la luna. No pudo contener un sollozo. Tapándose la boca con la mano empezó a llorar. Por Cazador, por ella y por su hijo.