Capítulo 15
Loretta sujetaba las riendas de su caballo mientras escuchaba en un silencio helado como Tom Weaver y tío Henry discutían la difícil situación de Amy. Cabalgar hasta la casa de Weaver les había ya hecho perder treinta preciosos minutos. Ahora, los dos hombres divagaban sobre la situación como solo los sucios granjeros tejanos podían hacerlo: con más lentitud que dos moscas en un papel pegajoso. Loretta quería gritar de frustración y miedo. ¿Por qué no hacían algo? Cada minuto que pasaba ellos se llevaban a Amy un poco más lejos.
—No hay manera de que un pequeño grupo de hombres pueda seguirles. —Tom se frotó la bota contra el borde del porche de piedra para limpiar los restos de boñigas que se habían quedado pegados en la suela—. Se dividirán y tomarán varias direcciones. Si no tenemos un gran grupo, tendremos también que dividirnos. Y si nos dividimos en pequeños grupos, no habrá manera luego de enfrentarnos a esa gente. Esos comancheros son condenadamente buenos con las armas, Henry. Nos habrán matado antes incluso de poder sacar el arma.
Henry se pasó la mano por el pelo.
—Tenemos que hacer algo, Tom. Se han llevado a Amy. Tenemos que encontrarles antes de que… —Se calló—. Primero Loretta, y ahora Amy. ¿Qué pensará la gente? Que no puedo proteger a mi familia. Además, Rachel cada vez me tiene atado más de cerca. Si no encuentro a Amy, nunca volveré a vivir en paz. Ya has oído las historias que se cuentan de Santos. Es el más mezquino de los de su clase. No le detendrá el hecho de que Amy tenga solo doce años.
La cara de Tom se oscureció. Apoyó el hombro sobre el poste del porche y se rascó la desaliñada barba, con la mirada puesta en el pura sangre de Loretta. Loretta podía medir los segundos por el latido descontrolado de su corazón y al ver que no hablaba, le dieron ganas de agarrarlo por la camisa y sacudirle. No podía quitarse de la cabeza la imagen del sucio comanchero metiendo la mano en los pololos de Amy.
—No conozco a ningún hombre que pueda encontrar el campamento de los comancheros —dijo Tom incómodo—. He oído decir que a veces se asientan en el barranco de Palo Duro, pero nos llevan mucha ventaja si se dirigen hacia allí. En primer lugar, está muy lejos de aquí y, en segundo, es un camino muy largo para emprender una cacería a ciegas.
Loretta se abrazó la cintura, consciente de que la camisa que le había dejado tío Henry estaba llena de sudor. Al menos, ella tenía algo con lo que cubrirse. ¿Y Amy? Esos hombres le debían de haber roto ya el vestido. Tal vez… Trató de no pensar y gritó.
—Andar un camino largo es mejor que no hacer nada.
Tom sacudió la cabeza.
—No. Podríamos perder muy bien dos semanas cabalgando en condiciones muy duras, quizá tres, si queremos ir al barranco de Palo Duro. Para cuando lleguemos, ya habrán cruzado el río con Amy y la habrán vendido antes de que volvamos aquí y nos reagrupemos.
—¿Vendido? —graznó Loretta.
—En México. —Tom no quería mirar a Loretta a los ojos—. Hay hombres allí que pagarían una fortuna por una rubia de ojos azules. Me sorprende que no te llevaran a ti también. Gracias a Dios que no lo hicieron.
Loretta no tenía intención de explicar por qué la habían dejado libre. Tío Henry le arrancaría el medallón del cuello. Nunca volvería a verlo y era la única cosa que le había salvado.
Henry se golpeó la palma con el puño.
—Tiene que haber alguien que pueda encontrarla.
—Un comanche, tal vez.
Henry gruñó.
—Esos ya nos han hecho bastante.
Loretta se acercó a ellos.
—¿Los comanches los encontrarían?
—Demonios, sí. —Tom se lamió los dientes y después escupió el jugo del tabaco cerca de la parte baja de la escalinata—. Ellos comercian con los comancheros, cariño. ¿Cómo crees si no que consiguen los rifles y la munición?
El pulso de Loretta se aceleró, y un sonido de tambores resonó en sus oídos.
—¿Comercian con ellos? ¿Quieres decir que los comanches con los que yo estuve pueden encontrar a Amy? ¿Que Cazador puede encontrarlos?
Tom le clavó la mirada.
—Ni siquiera te atrevas a pensarlo.
Sin hacerle caso, Loretta rodeó el caballo y le cogió la crin para ayudarse a subir.
—Es Amy la que está ahí fuera, Tom.
Tom saltó del porche y trató de coger el caballo de Loretta por la brida antes de que ella le diera riendas. El negro animal se echó hacia atrás y evadió la mano de Tom.
—Por el amor de Dios, usa el cerebro que Dios te ha dado.
—Es lo que estoy haciendo. ¡Por eso voy a ir!
—No irás —gruñó Tom—. Vuelve, Loretta Jane, o no volveremos a verte nunca más.
—Eso no lo sabes. —Loretta tuvo que enderezarse para no caerse del nervioso animal. Cazador no había exagerado. El caballo no dejaría que nadie más lo tocase—. Él me trajo una vez de vuelta, ¿no?
—No lo hará por segunda vez. No puedo permitir que hagas algo tan estúpido.
—No te corresponde a ti impedírmelo —le espetó Loretta.
—Tal vez sabe lo que hace, Tom —intervino Henry—. Él parece estar enamorado de Loretta. Tal vez no le haga daño.
Tom estiró el brazo y cogió las manos de Loretta para que no pudiera sujetar las riendas.
—Baja de ahí, muchacha, o te juro que te bajaré a la fuerza.
Loretta le miró a los ojos.
—No puedes detenerme, Tom. Si él puede encontrarla, iré con él.
—¿Estás loca? ¿Crees que va a ir a buscarla por ti? ¿Qué es peor, chica, los comanches o los comancheros?
Henry se pasó una mano por los ojos.
—Por el amor de Dios, ¿por qué no dejas que se vaya? De todas formas, el futuro de Loretta ya está perdido.
—¿Perdido? —Con la mano puesta en la muñeca de Loretta, Tom se giró hacia su vecino—. He conocido a muchos bastardos en mi vida, pero te juro que tú eres el peor de todos. ¿Tienes idea de lo que harán con ella después de un tiempo? ¿Una mínima idea? Eso si puede encontrarlos. Lo más seguro es que se pierda por esos caminos.
Loretta se puso tensa. No había tiempo para hablar. Observó a Tom y esperó el mejor momento para esquivarle. Cuando vio que aflojaba la mano, apretó los talones con determinación en los flancos del animal. El semental se echó hacia delante en un poderoso salto, haciendo caer a Tom al suelo.
—¡Loretta Jane, vuelve aquí!
Loretta se abrazó al cuello del animal, animándole para que fuera más rápido. Tenía que ir a casa, coger algunas cosas para el viaje y salir antes de que tío Henry y Tom pudieran montar y tratar de impedírselo.
Después de reunir algo de comida para su sobrina, Rachel siguió a Loretta hasta el altillo, frotándose las manos y llorando. Deseosa de empaquetar y salir de allí lo antes posible, Loretta echó un vistazo a la pequeña habitación y metió las cosas en una cartera. «Nunca me traerá de vuelta. Nunca.» Estas palabras llenaban su cabeza, una advertencia que se negaba a escuchar. No se permitiría pensar en nada que no fuese Amy.
Loretta abrió el cajón de la mesilla de noche y cogió la peineta de diamantes de su madre y la cuchilla de afeitar de su padre. La peineta era demasiado delicada para un viaje tan duro, pero ya estaba sacrificando demasiadas cosas como para dejar atrás también sus objetos queridos.
Rachel se puso delante de ella con las manos en jarras, los ojos azules clavados en Loretta.
—No pienso dejar que vuelvas con él. No puedes hacerlo. No te lo permitiré.
—Tía Rachel… —Loretta cerró el cajón—. Cazador nunca me trató mal cuando estuve con él. Eso es más de lo que puedo decir de esos comancheros que tienen a Amy.
Rachel se puso blanca y se tambaleó como si fuera a caer.
—¿De verdad? Él es un comanche, Loretta. No puedes saber cómo se comportará. ¿Cómo podrías saberlo? No se puede predecir el comportamiento de un animal. No estás pensando con claridad.
—¡Tal vez no! Pero es algo que tengo que hacer. Tú harías lo mismo. No te quedes ahí y dime que no lo harías.
Rachel miró a Loretta a los ojos.
—Di que lo encontrarás…
—Lo encontraré. Me enseñó a seguir sus pistas.
—Será demasiado tarde para Amy.
—¿Demasiado tarde para qué? —gritó Loretta.
—Nunca volverá a ser la misma. Ya sabes lo que le harán. Nunca lo olvidará, nunca. Incluso aunque la traigas de vuelta, su futuro quedará destrozado. Ningún hombre temeroso de Dios querrá casarse con ella.
Loretta cerró la tapa de la cartera y se abrazó a ella, mirando incrédula a su tía. Una imagen de su tía de pie en el porche le pasó por la cabeza, con el rifle preparado para disparar. ¿Liberación bendita? ¿O estupidez? ¿De verdad vale tan poco una mujer para que toda su vida gire en torno a su castidad? Estaban hablando de Amy, por Dios, la dulce y valiente pequeña de ojos brillantes.
—Tú eres la que no piensas con claridad, tía Rachel.
Las lágrimas rodaron por el rostro de Rachel. Se puso la mano alrededor de la mejilla.
—Es mi niña. Nadie la quiere más que yo. Es solo que… primero te perdí a ti. Y como una bendición de Dios, volviste a casa. Ahora es Amy. Es más de lo que puedo soportar. Si te dejo salir por esa puerta, os habré perdido a las dos.
—Vamos, tía Rachel, ten fe. —Loretta sujetó a su tía por el hombro—. Las dos volveremos.
—Ese animal no volverá a traerte a casa otra vez. Lo sabes tan bien como yo. Puedo verlo en tus ojos.
Loretta no pensaba discutir, así que se quedó callada.
—Tienes razón —susurró Rachel—. Si pudiera ir, iría. Es mi hija.
—Y es mi hermana pequeña. Tal vez no de sangre, pero sí de la manera que importa. Cazador… tal vez sea demasiado tarde para salvarla completamente, pero él puede encontrarla antes de que crucen la frontera. —El estómago de Loretta se retorció de miedo, un miedo que se negaba a analizar—. Él está a solo tres días de aquí. El poblado no puede haberse movido tan rápido. Puedo encontrarlos y eso es exactamente lo que voy a hacer.
—Llévate al menos a algunos hombres para que te protejan.
—¿Contra un ejército de comanches? Los matarían a todos. Y Cazador creería que le he traicionado. Él me ha dejado pistas para que le siga. Si se las enseño a sus enemigos… —Loretta empezó a bajar las escaleras del altillo—. No, esto es algo que debo hacer sola. No puedo perder más tiempo discutiendo, tía Rachel. Tom llegará en unos minutos y tratará de detenerme.
Rachel siguió a Loretta escaleras abajo, llorando cada vez más fuerte.
—¡Al menos cámbiate de vestido. Piensa bien lo que vas a hacer!
—Me cambiaré en el camino. —Cogiendo la bolsa de comida de la mesa, Loretta se la colgó del hombro y cruzó la habitación de tres zancadas—. Ya lo he pensado bien.
—¡Esos animales mataron a tu madre! ¿Puedes olvidar eso?
Loretta se quedó fría, con la mano en el pomo de la puerta. Por un momento volvió a sentir ese antiguo temor que la paralizaba. Se volvió lentamente para mirar a su tía.
—Nunca lo olvidaré. Y nunca lo perdonaré. Pero eso no tiene nada que ver con Amy.
—Vas a tener que enfrentarte a un ejército… tú misma lo has dicho. Deja que algún otro lo haga. ¿Por qué tienes que ser tú?
—Porque —Loretta buscó las palabras adecuadas— me he pasado media vida odiándome por ser una cobarde. Ahora Amy me necesita. Si le doy la espalda… bueno, simplemente no puedo. No lo haré. Por favor, intenta entenderme, tía Rachel. ¿Acaso no es mejor arriesgar tu vida que no tenerla?
Con esto, Loretta salió corriendo por la puerta y fue a buscar a su caballo. Al mirar en dirección a la granja de Weaver, vio una nube de polvo que se acercaba en el horizonte. Tom avanzaba en esta dirección y cabalgaba rápido. Loretta aseguró la alforja y el paquete de comida en la silla y después montó. Rachel salió corriendo al porche sacudiéndose las manos.
—Adiós, tía Rachel —dijo Loretta con voz ronca—. Te quiero.
Loretta hizo girar al caballo y le clavó las botas con fuerza en los flancos. El pura sangre salió disparado en un galope armonioso. Sabía que ninguno de los caballos de Tom podría cogerle. Como su dueño, el animal corría como el viento.
El viaje se convirtió pronto en una pesadilla para Loretta. Las noches eran solitarias y aterradoras; los días, incluso peores. Cuando Cazador le enseñó a seguir pistas, todo parecía muy fácil. Pero no lo era. Él le había dejado marcas en las rocas, en los árboles, trozos de piel escondidos y marcas en las cortezas. Pero encontrar estos mensajes en la inmensidad de la tierra que le rodeaba era poco menos que imposible. Kilómetros y kilómetros de praderas, y el sol como única guía. Loretta se pasaba la mitad del tiempo aterrorizada pensando que se había perdido, y la otra mitad preocupada por Amy.
El segundo día de viaje, perdió el rastro de Cazador por completo. Después se quedó sin una gota de agua. Muy pronto empezó a sentir la sequedad de la garganta. Tenía miedo de alejarse demasiado del camino para ir a buscar agua, y ninguna de las señales que Cazador le había dicho que buscara parecían evidentes. No veía hierba que indicase una fuente. Ni caballos salvajes a los que seguir, ni avispas de las que cogen barro con la boca para hacer el nido.
Hubo un momento en el que Loretta estaba tan desesperada que se arriesgó a seguir a un coyote durante varios kilómetros con la esperanza de que la guiara hasta una fuente. No tuvo suerte. El coyote solo estaba cazando y vagabundeaba tan perdido como ella. Loretta empezó a perder toda esperanza de sobrevivir. Y fue entonces cuando la voz de Cazador le susurró al oído, con tanta claridad como si estuviera junto a ella. «Si no puedes encontrar agua, Ojos Azules, deja que sea tu buen amigo el que piense. Él la encontrará para ti.»
Limpiándose el sudor de la cara con el brazo, Loretta miró embrujada las olas de calor que vidriaban el espacio como plata fundida en la distancia. La noche anterior había pasado frío con la manta ligera que llevaba. Hoy se estaba asando. Ni ella ni el caballo durarían mucho con este calor si no encontraban agua. Las situaciones desesperadas siempre necesitaban soluciones desesperadas. Amy estaba ahí fuera, y cada día perdido, era una oportunidad menos para poder salvarla.
No le resultó nada fácil poner sus vidas en manos de un caballo, pero no tenía otra opción. Dio a Amigo, como había terminado por llamarle, rienda suelta. Él se quedó parado al principio, como si no supiese qué era lo que se esperaba de él.
—Agua, busca agua —le susurró Loretta.
Amigo la miró, poniendo los ojos en blanco. Hubiese deseado conocer la palabra comanche para agua, pero no era así. Estaba segura de que el caballo entendería mejor el comanche.
«Las palabras están en tus manos, Ojos Azules.»
Loretta suspiró y se acostó sobre el cuello del animal, obligándose a relajarse y parecer confiada.
—Ahora te toca a ti, Amigo.
El caballo estuvo unos minutos sin moverse, pero al ver que Loretta seguía en la misma postura y no terminaba de darle ninguna instrucción, se puso lentamente a caminar. Loretta rezó para que la decisión de dejarse llevar fuera la correcta. No solo por ella, sino también por el animal.
Tres horas más tarde, Amigo bajó la cabeza para beber en un pozo de agua. A lo lejos, Loretta pudo ver una manada de caballos pastando. Mientras desmontaba, vio pasar una avispa con la boca llena de barro. El abrevadero estaba rodeado de mezquites y hierbas altas de color verde oscuro. Todo lo que Cazador le había dicho que buscara se le apareció de repente.
Después de saciar su sed y llenar la cantimplora, tuvo aún que enfrentarse a otro problema. ¿Dónde estaban? Se quedó mirando la interminable extensión de terreno que se ondulaba dorado y marrón ante sus ojos. Mirase donde mirase, todo le parecía igual, y no podía encontrar nada que le sirviera de punto de referencia. Se le retorció el estómago. Sabía que iba al norte, que era la buena dirección, pero si se desviaba aunque fuera solo unos pocos grados, perdería el nacimiento del río y se pasaría del poblado de Cazador. Se encontraría cabalgando hacia ningún lado… cientos y cientos de quilómetros hacia el infinito.
Asustada y frustrada, Loretta se hundió sobre una roca y se abrazó las rodillas. «Piensa. La vida de Amy depende de ello. Y también la tuya.» Perdida. Esta palabra tomaba forma en su cabeza, fría como un témpano. Cazador había hecho que todo fuera más fácil, pero él era un comanche y ella solo una estúpida tosi tivo. ¿Cómo podía esperar encontrar las huellas de un comanche cuando algunos de los mejores rastreadores del país no lo habían conseguido?
Loretta suspiró y se puso en pie. No podía echarse atrás. Los comancheros tenían a Amy. Admitir su derrota sería como firmar la sentencia de muerte de Amy.
Amigo se había movido hasta el extremo más lejano del charco de agua y pastaba allí tranquilamente. Loretta rodeó la tierra empantanada para cogerlo. Había caminado quizás unos diez metros cuando miró hacia abajo. La tierra de este lado del charco estaba llena de marcas de pezuñas. Señales de caballos sin herrar. Una de las huellas le resultó familiar, por su forma en luna creciente.
—¡Han pasado por aquí! —gritó.
Amigo levantó la cabeza y clavó sus sorprendidos ojos en ella. Loretta empezó a reírse. No solo era una tosi tivo estúpida. Era una tosi tivo estúpida con el caballo comanche más maravilloso del mundo. Se pasó la mano por el pelo y cerró los ojos, para dejar que el miedo se alejara de ella. Cazador nunca le hubiese dicho que fuera a buscarle si no creyese que podía hacerlo. Entre ella y Amigo lo conseguirían.
Loretta montó en el caballo, sin sentirse ya tan profundamente sola. Por loco que pareciese, sentía como si Cazador cabalgase con ella.
Seis días más tarde, dos días completos después de que se le acabasen las provisiones de comida, Loretta llegó al montículo que se alzaba sobre el poblado de Cazador. Tiró de las riendas para que su montura se detuviera y miró hacia el valle. Había llegado tan lejos y había pasado por tantas cosas, rezando solo por llegar a tiempo para salvar a Amy, que no había pensado en el peligro al que tendría que enfrentarse a su llegada. Los comanches. Cientos de ellos. Una mujer blanca cabalgando hasta allí era un suicidio. Esta vez no tenía a Cazador a su lado para protegerla.
Amigo la olió y le mordisqueó el pie. Loretta sabía que estaba sintiendo su temor.
—¿Y si uno de ellos me mata? —susurró.
El caballo relinchó y le golpeó suavemente con el hocico.
—¡Para ti es fácil! ¡A ti no van a hacerte nada!
El caballo se movió de lado y resopló.
—Ay, Amigo, tú no lo entiendes. No puedo.
Tres Ave Marías después, Loretta y Amigo seguían aún inmóviles sobre la loma, sus siluetas dibujadas contra el cielo. Empezó su tercer Ave María, sin apenas oír lo que decía, mientras recorría con los ojos el puñado de tiendas que se extendían en el valle. Por favor, Dios. Tenía la esperanza de que Cazador la viese y viniese a su encuentro.
Cazador estaba sentado bajo una empalizada, jugando a los dados con algunos hombres. De repente, Mirlo llegó pasando como una exhalación por los senderos que había entre las tiendas, gritando:
—¡Es la pelo amarillo! ¡Ha vuelto, tío! ¡Ha vuelto!
Acostumbrado como estaba a las travesuras de su sobrina, Cazador la ignoró mientras terminaba su partida. Después, sentó a la niña en su regazo y rugió como un oso, mordiéndole suavemente la barriga. Supo que algo pasaba cuando vio que Mirlo no empezaba a reírse a carcajadas como solía hacer.
—¡La pelo amarillo! ¡Ha vuelto! —Mirlo le cogió la cara entre sus pequeñas manos para que no le quedase más remedio que mirarla—. No se mueve. Creo que está esperándote.
A Cazador le dio un brinco el corazón.
—Si no es más que otra de tus travesuras, pequeña sabandija, te prometo que esta vez te tiraré a una chumbera.
Mirlo movió rápidamente los ojos.
—¡Está aquí! La abuela me mandó para que te lo dijera. ¡Nabone, mira!
Cazador dejó a la niña en el suelo y salió de allí en busca de un sitio desde el que ver la meseta. Se puso una mano en la frente a modo de visera. En lo alto del cerro pudo ver la inconfundible silueta de una mujer blanca montada a caballo. Mientras recorría el camino que llevaba de vuelta a las tiendas, vio cómo la brisa levantaba el pelo de la mujer. Dorado bajo los rayos del sol.
Se le hizo un nudo en la garganta. A punto estuvo de tropezarse con Mirlo, que bailaba excitada a su lado. Le inundó una mezcla de alegría y miedo, sin poder determinar cuál de las dos emociones prevalecía. Su pequeña ojos azules había venido a él, como la profecía vaticinó. No podía evitar pensar si esto significaría que un día tendría también que dejar a su pueblo.
Movió pesadamente los pies, uno delante del otro. Llegó hasta el borde del poblado y levantó la vista hacia la meseta. Incluso a esa distancia reconoció la manera en la que montaba a caballo, la inclinación de su cabeza. No podía creer que hubiese llegado tan lejos y con tanta rapidez. El destino había de verdad hecho un círculo para que volviese a él.
Después de ordenar a Mirlo que se fuese a la tienda de su madre, Cazador aligeró el paso, sin pensar ya en las implicaciones del final de la profecía. El destino. Un mes antes había despotricado de él. Ahora estaba seguro de sus sentimientos. Resentimiento, pero también agradecimiento. Y alivio. En lo más profundo de su corazón, sentía que todo estaba bien.
El destino. Hoy le había traído a una mujer, una mujer distinta a todas las demás, con la piel tan blanca como la luna, el pelo como la miel y los ojos como el cielo de verano. Su mujer, y esta vez había venido a él por su propio pie.
Desde lo alto de la colina, Loretta vio al hombre que se acercaba a ella desde el valle. Se llenó de alivio al reconocer su elegante forma de caminar y sus caderas caídas. Se santiguó rápidamente y dio gracias a la Virgen por haber intercedido. Emocionada, azuzó a Amigo para que bajase por el barranco.
Cazador la encontró a medio camino. Loretta no podía dejar de mirarle mientras avanzaba hacia él. Aunque solo hubiese estado lejos unos pocos días, había olvidado ya lo indio que parecía. Su aspecto salvaje. Se movía con la fuerza fluida de un animal musculoso, sus hombros, sus brazos y su pecho estaban siempre en movimiento, con un juego bronceado de tendones y carne. El viento le agitó el pelo y le cubrió la cara.
Dios Santo. No llevaba pantalones, solo el taparrabos y los mocasines. Detuvo a Amigo y tragó saliva. Tía Rachel tenía razón. Era un comanche y siempre lo sería. Aun así, había ido a buscarle.
—¿Ojos Azules?
Él caminó con más lentitud al acercarse. Avanzaba con sus ojos color índigo clavados en ella, recorriendo cada detalle de su vestido, desde el escote hasta la combinación y los botines que sobresalían por debajo de su falda larga. En los ojos pudo descubrir esa cálida y familiar expresión divertida que una vez le había enfadado tanto.
Ella mantuvo la mirada fija en su cara, resistiéndose a la tentación de contarle sus problemas inmediatamente y buscando las palabras de saludo apropiadas en comanche. Quería asegurarse de que este encuentro empezaba con buen pie.
—Hola, hites —dijo, levantando la mano derecha.
Él cogió la brida del caballo y se acercó a ella. Era tan alto que tuvo que echar la cabeza hacia atrás para verle la cara. Con una sonrisa en los ojos, contestó:
—Hola.
Loretta se mordió el labio superior para que dejara de temblar. Le pareció maravilloso que él recordara su forma de saludar. Él era su amigo. Había hecho lo correcto viniendo aquí. Si alguien en el mundo podía encontrar a Santos, era este hombre.
—Necesito tu ayuda, Cazador.
Sus ojos dejaron de sonreír. Le cogió la barbilla y le giró la cara, con la vista puesta en el moratón que tenía en la mejilla. Se le endureció la mandíbula.
—¿Te ha pegado?
Loretta se había olvidado por completo del bofetón de Henry.
—No, no, eso no importa ahora.
Le cogió con fuerza.
—Te ha pegado.
—Sí, pero no es por eso por lo que… —Le sujetó los dedos que seguían inspeccionándole la cara—. No es nada, Cazador.
—Le mataré por esto.
—¡No! No estoy aquí por eso. —Le quitó la mano y se tocó la sien con la parte delantera de la muñeca—. Y no deberías hablar de esa forma. No puedes matarle.
—Sí, muy rápido.
—No, no quiero que hagas eso. Es Amy, Cazador. Por eso estoy aquí. ¡Los comancheros se la llevaron! —levantó la voz. Había practicado lo que diría una y otra vez. Pero todas esas palabras bien pensadas desaparecieron de su mente—. Ellos… solo es una niña. Y se la han llevado. Yo llevaba tu medallón, ¡y por eso dejaron que me fuera! ¡Pero se llevaron a Amy!
Levantó la ceja sorprendido.
—¿Aye-mee?
—Amy, mi prima pequeña, mi hermana. Tienes que acordarte.
—Ah, la herbi que dispara agujeros en la tierra.
—Sí. Y los comancheros se la llevaron, un hombre llamado Santos. —Loretta bajó del caballo y le cogió la mano. Lo que sintió al volver a ver a Cazador, su cansancio, los indios que había ahí debajo, nada de eso importaba ya—. Nunca encontraremos su campamento; no, si no nos ayudas. Cazador… no sabía a quién más podía acudir.
Sus ojos brillaron con un destello peligroso.
—¿Santos? ¿Se atrevió a pasar los tse-aks?
—Tío Henry quitó las lanzas y las enterró. Tenía miedo de que la gente nos llamase «amigos de los indios».
Enredó con cariño sus dedos entre los de ella. Bajó los ojos al medallón, que ella había llevado por fuera del vestido desde que entraron en territorio comanche.
—Santos no te hizo daño. Es un mexicano listo.
—¡Se llevó a Amy! —Loretta se tocó el pecho con la mano que le quedaba libre—. Mi corazón yace sobre la tierra, Cazador. Mi tío no puede encontrar a Santos. Dice que nadie que no sea comanche puede encontrarlo. Por eso vine aquí, por eso vine a buscarte.
—Es bueno que hayas venido. Estaba en la canción, ¿eh?
—No… no, no lo entiendes. Vine a pedirte un favor. —Cogió su mano con las dos suyas, mirándole a los ojos con expresión de súplica—. Por favor, ¿irás a buscar a Santos y traerás a Amy a casa?
Los músculos de su cara se endurecieron.
—¿A tus paredes de madera?
—Sí, a mi casa. Por favor.
Su sonrisa se desvaneció.
—¿Por esto has venido? ¿Para pedir este favor?
—Por favor, Cazador, no digas que no. Haré lo que quieras, cualquier cosa que me pidas.
Sus ojos se volvieron fríos.
Loretta lo miró fijamente. Había llegado tan lejos… No podía permitir que dijera que no. Amy estaba ahí fuera.
—Por favor, Cazador. Haré lo que me pidas.
Él no dijo nada. Se limitó a observarla, con una expresión de dureza en la cara.
El cansancio y la desesperanza hicieron a Loretta ponerse de rodillas. Colgada aún de su mano, bajó la cabeza.
—Por favor, Cazador, por favor. No te lo pediría si hubiese tenido a alguien a quien recurrir. Pensé que eras mi amigo.
Cazador estudió su pelo rubio, peinado en una trenza y enrollado como una serpiente en lo alto de su cabeza. Unos tirabuzones largos le caían hasta la espalda. Él había caminado hasta ella pensando que volvía a él. Y ahora descubría que solo había vuelto para pedirle ayuda, que no tenía intención de quedarse junto a él. Se sentía como un chiquillo estúpido, humillado y furioso. Pero no tanto como para querer tenerla de rodillas.
Era la primera vez que veía cómo dejaba a un lado su orgullo. Solo por esto comprendió lo mucho que amaba a la niña que había perdido. «Pensé que eras mi amigo.» Estas palabras le herían en lo más profundo. Quizá debería sentirse honrado. Había viajado una gran distancia hasta su tierra, confiándole su vida y la de la niña a la que amaba.
—Ponte de pie, Ojos Azules —le dijo con suavidad.
Ella echó la cabeza hacia atrás. Las lágrimas humedecían sus mejillas.
—Haré cualquier cosa, Cazador. Te serviré de rodillas. Seré tu leal esclava para siempre. Besaré el suelo que pisas, lo que sea.
Él le soltó la mano y la cogió por los hombros, poniéndola de pie.
—Te quiero en mis pieles de búfalo, no besando el sucio suelo.
Sus ojos se oscurecieron.
—Haré lo que quieras.
Cazador estuvo a punto de decirle que encontraría a Amy, que no necesitaba suplicárselo, pero sus últimas palabras le detuvieron. No era estúpido. Buscó su cara pálida.
—Seré tu mujer. Es eso lo que quieres, ¿no? Me quedaré contigo. Libremente. Si encuentras a Amy y me la traes de vuelta. Te lo prometo, Cazador.
Su desesperación le avergonzaba. Había venido hasta él en busca de ayuda; no podía negársela. No necesitaba que le recompensara por encontrar a su hermana. Pero quería a esta mujer. Y estaba allí, ofreciéndose.
Pasó la mirada una vez más por el moratón de su mejilla. Si le mandaba de vuelta con su padre adoptivo, ¿cuántos golpes recibiría?
—Tus promesas se convierten en mentiras, Ojos Azules.
—Esta vez no. Te lo juro, Cazador. Lo juro por Dios, seré tu mujer. Cualquier cosa por Amy.
Él le cogió la barbilla.
—¿Estás haciendo una promesa a Dios? ¿Dormirás conmigo en las pieles de búfalo?
Loretta cerró los ojos. Las palabras le golpeaban la garganta. Iba a sacrificar el respeto que sentía por sí misma. Su gente la repudiaría para siempre si se enteraba. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?
—Sí, dormiré contigo.
—Me mirarás cuando hables.
Levantó las pestañas. Él tenía una intensidad en sus ojos que no había visto nunca antes.
—Dormiré contigo. Lo juro por Dios.
—¿No lucharás la gran lucha cuando ponga mis manos sobre ti?
—No.
—¿Y comerás? ¿Te quedarás a mi lado? ¿Para siempre en el horizonte?
—Sí.
Le rozó la boca con el pulgar, recordando lo dulce que le habían parecido sus labios. Lentamente, su cara oscura dibujó una sonrisa.
—Lo dirás delante de tu Dios.
Loretta parpadeó y le devolvió la mirada.
—Lo juro por Dios: comeré y me quedaré para siempre a tu lado, siempre en el horizonte.
—¿No lucharás la gran lucha?
—No, no lucharé.
Le pasó la mano por la cintura y la atrajo hacia él.
—Ah, Ojos Azules, este comanche acaba de hacer un buen negocio.
—¿La encontrarás?
—La encontraré, y la traeré hasta ti, ¿de acuerdo?
Loretta no se había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración todo este tiempo. Respiró por fin, tan aliviada que se sintió flaquear. Cazador inclinó la cabeza y puso su cara contra el pelo de ella. Un instante después ella sintió sus labios en la nuca. También sintió que le pasaba la mano por detrás. Frustrado por su cuello alto y sus faldas, agarró con el puño el pedazo de tela.
—Demasiada wannup. ¿Dónde estás, Ojos Azules?
Empezó a levantarle el vestido. Loretta le cogió la mano.
—¿Qué… qué estás haciendo?
Él levantó la cabeza, con los ojos encendidos y llenos de picardía.
—Busco a mi mujer. Estás ahí dentro.
—Aún no soy tu mujer. ¿No tienes decencia? A plena luz del día. La gente puede vernos.
—Verán que eres mi mujer.
—¡Verán mis calzones, eso es lo que verán!
Le soltó la falda para pasarle la mano por la espalda.
—No huesos. Eso es bueno.
Loretta se sonrojó al darse cuenta de que se refería a los huesos de ballena del corsé. Ningún hombre decente diría algo así.
—Aún no me has traído a Amy —le recordó—. Nuestro trato no empieza hasta que lo hagas.
—Lo he dicho. Está hecho.
—Primero Amy.
Antes de que se diera cuenta de lo que iba a hacer, la levantó en brazos y la puso en el caballo. Después se sentó detrás de ella. Rodeándole la cintura con un brazo, bajó la cabeza y dijo.
—Este comanche la encontrará rápido.