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Es ya domingo por la tarde. Hemos pasado el fin de semana encerrados en el cuarto oscuro y ya me tengo que ir a casa, aunque no tengo ganas. He conocido a un Ares realmente distinto de lo que creía y me gusta, de verdad.

Antes de llevarme a casa, quiere enseñarme algo, pero no me ha dicho el qué. Las puertas del ascensor se abren y un espacio diáfano enorme se presenta ante nosotros, El cual sigue la decoración en blanco, negro y gris.

—¿A tu decorador se le terminaron las ideas? —pregunto intrigada.

—Te he traído aquí porque quiero que conozcas mi modo de vida, para que decidas libremente si quieres ser mi pareja o no. Tienes derecho a saberlo —me dice sin poder evitar estar tenso.

—Me estás asustando un poco.

—Tranquila, estás a salvo.

A no ser que comiencen a salir potros de tortura y cadenas del techo, no veo nada raro por aquí.

De pronto, una puerta, que no se distingue de la pared, se abre. Una mujer completamente desnuda aparece ante nosotros, únicamente ataviada con un antifaz, le hace una reverencia a Ares y se sitúa en un rincón, completamente quieta. La escena se repite, ante mi atónita mirada, siete veces más.

Estamos rodeados de mujeres desnudas, todas esculturales, unas morenas, otras rubias, alguna pelirroja. No hablan, ni se mueven. Solo nos observan.

Ares me mira de reojo, pero continúa sin decir nada.

Finalmente decide dar un paso al frente y todas ellas parecen ponerse tensas. Me recuerda a un domador rodeado de tigresas.

Se dirige específicamente hacia una, que enseguida corre a intentar acariciarle, pero él da un chasquido con sus dedos y ella se detiene en seco. La gira, para que se ponga de espaldas a él y ella se inclina, restregándole su culo por el pantalón.

—Ahora no. —Esa voz…

Ella se vuelve a incorporar y se pone en su sitio. Tiene una conducta altanera.

Ares se dirige lentamente hacia otra, le acaricia un pecho, ella echa la cabeza hacia atrás, mientras se acaricia su sexo. La deja.

Otra ha pulsado un botón con una sola mirada del macho-alfa y ha salido de la pared una especie de camilla con esposas. Muy moderno.

Ares Hunter vuelve a situarse en el centro del círculo femenino y hace una señal con la mano, entonces todas ellas se ponen a cuatro patas en sus posiciones.

Regresa a mi lado, mirándome muy serio.

—Esto era lo que quería mostrarte.

No consigo articular palabra. Estoy en shock. Hace rato que mi mente se ha desconectado, solamente está aquí mi cuerpo.

—Esto es lo que hago los domingos por la tarde, pasarlo bien con unas cuantas amigas.

—¿Amigas? —Ahora sí que me entra el nervio—. ¡Hacen lo que les ordenas como si fueran soldados!

—A una mujer no se la domina con la fuerza, Keira, se la domina con el placer. —Su voz ronca hace que mi instinto más básico me incite a arrodillarme junto a todas esas mujeres, por el simple hecho de obtener esos placeres que él me promete, solo por el simple hecho de que él me ame.

—¿Les gusta obedecerte?

—Es lo que necesitan, acuden a mí buscando un líder, pues sus maridos y novios no saben cómo complacerlas. Al menos un día a la semana merecen gozar.

—No creo que gocen demasiado obedeciendo órdenes de un psicópata.

Para demostrarme que las chicas están más que encantadas de obedecerle, chasquea un dedo y dice «Marta». Una de ellas se incorpora, acercándose decididamente hasta nosotros, se arrodilla delante de él y comienza a desabrocharle la bragueta, entre gemidos, sin que él ni siquiera la roce. Todo esto sucede sin que Ares aparte la mirada de mis ojos.

—Ya es suficiente, retírate. —Se sube la cremallera.

—¡Por favor! —gime la chica desde abajo, se muere por terminar lo que ha empezado.

—Luego podrás hacerlo, retírate —le dice, acariciándole el pelo.

La chica vuelve a su posición, adoptando de nuevo la postura de perrito. Por un momento, pensé que iba a ver una felación a mi «novio» en vivo y en directo, obviamente digo «novio» con ironía.

—Me he ganado su obediencia, la de todas y cada una de ellas.

—Ya veo… —Un trueno atraviesa mi mente. Se gana la confianza de cada una individualmente. Como el sexo es tan bueno, les crea dependencia, hace que lo necesiten, y entonces las trae aquí. ¡Eso es lo que ha hecho conmigo!

—Keira, ¿qué crees que es esto? ¿Qué estás pensando? Me da la sensación de que no lo estás entendiendo.

—Claro que lo entiendo, ¡eres un enfermo!

—¿Por qué?

—¡¿Por qué?! ¡Sácame de aquí ahora mismo! —Me acabo de dar cuenta de que estoy aporreando el ascensor.

—¡Keira, tranquilízate!

—¡No! ¡No me toques! —esquivo su mano—. ¡Quiero irme a casa! —Las lágrimas se derraman a borbotones por mis mejillas.

—No irás a ningún sitio sin que hablemos.

—No quiero hablar contigo, no quiero volver a verte en la vida… ¡Todo lo que me has dicho eran mentiras para conseguir sumarme a tu harén!

—¡Te equivocas!

—¡No quiero escucharte!

El ascensor se abre, entro a toda prisa, él me sigue, no tengo fuerza suficiente para luchar contra esta mole de músculos, lo único que quiero es dejar de ver a esas mujeres. Pulso el botón del cero nerviosa, comenzamos a descender. No sabe qué hacer, se está revolviendo el pelo.

—Keira, solo quería que lo supieras, no pretendo que te sumes al grupo, si no lo deseas. —Está desorientado, no es el líder que estaba ahí arriba hace unos instantes.

—¿Intentas decirme que quieres que sea tu novia, sabiendo que los domingos te vas a tirar a otras siete mujeres? ¡Estás loco! —No sé, quizás la que se está volviendo loca soy yo con todo esto.

—¡No, lo que quiero es que disfrutes de ellas tú también!

—¿¡Tengo pinta de lesbiana!?

—En el sexo no hay barreras ni etiquetas, Keira, solo las que nos ponemos nosotros mismos.

—¡No me hables, por favor! ¡Déjame en paz! —Me pongo mirando hacia la pared, no quiero verlo, ni oírlo, ni rozarlo, ni olerlo…

—¡Mierda! —Pega un puñetazo en el ascensor y rompe la pared. Eso debe doler.

Acabamos de llegar al garaje. Ares está intentando envolver su mano sangrienta con algo.

¿Y ahora qué hago?

El Lykan parece llamarme a voces. Me subo a toda prisa en la parte del conductor y las puertas se bajan misteriosamente. Las llaves están puestas… ¿Si arranco, me podría suceder algo peor que lo que acabo de vivir? Aunque pegarme un golpe con el coche sería lo que menos me importase ahora mismo.

Sin pensarlo más, pongo la marcha atrás, piso el acelerador y salgo disparada hacia la calle. ¡Qué susto!

Ares corre hacia mí, aterrorizado, creo que será por si le rayo su juguetito. Levanto el dedo corazón por la ventanilla y piso a fondo, las ruedas chirrían al derrapar, pero salgo de allí a todo gas, que es lo que necesito.

Cuando voy a toda velocidad por la autovía, miro por el retrovisor y descubro los faros de un Lamborghini Roadster rojo, que viene detrás de mí, esquivando a los demás coches como un loco.

Continuará…

Club de seducción
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