16
Llevo dos horas dentro del jacuzzi, con el agua hirviendo. Solo mi cara asoma entre la espuma. Parece que ya voy entrando en calor. Cuando he llegado a la habitación estaba al borde de la hipotermia.
Estoy escuchando la Quinta Estación en mi iPod, específicamente la canción de Me muero, ha sonado cerca de un millón de veces en estas dos últimas horas, la letra ronda por mi mente y misteriosamente me muero por escuchar canciones con mariachis…
Muero por tus besos,
por tu ingrata sonrisa,
por tus bellas caricias eres tú mi alegría.
Pido que no me falles
que nunca te me vayas y que nunca te olvides
que soy yo quien te ama
que soy yo quien te espera
que soy yo quien te llora
que soy yo quien te anhela los minutos y horas.
Me muero por besarte,
dormirme en tu boca
me muero por decirte que el mundo se equivoca
Me muero por besarte
dormirme en tu boca
me muero por decirte que el mundo se equivoca
que se equivoca.
Muero por tu ausencia
que me hace extrañarte
que me hace soñarte cuando más me haces falta
pido por la mañana
que a mi lado despiertes enredado en la cama
hay como me haces falta
que soy yo quien te espera
que soy yo quien te llora
que soy yo quien te anhela, los minutos y horas..
Me muero por besarte
dormirme en tu boca
me muero por decirte que el mundo se equivoca ...
Solo puedo pensar en esas risas que hemos compartido antes. Estaba relajado, sin máscaras. Era otra persona completamente distinta al ser estirado, insoportable y arrogante que estoy acostumbrada a ver. Y si he de ser sincera conmigo misma, me ha gustado.
Cuando por fin creo que he conseguido recuperar la temperatura corporal de un ser humano normal, salgo del agua, me envuelvo en el albornoz y me pongo las zapatillas. Enrollo mi pelo en una toalla para salir al salón, pero me detengo en seco al escuchar hablar a gente allí. Pego mi oreja a la puerta y reconozco inmediatamente a mi visita, se trata de Emma, Cristian y… ¡Areeeees!
Echo rápidamente el pestillo en la puerta, no sé muy bien para qué, porque en estas dos horas que he estado canturreando con la música puesta y los ojos cerrados, podría haber entrado perfectamente y yo ni enterarme.
Decido secarme el pelo con el secador, así me dará tiempo para pensar cómo salgo de aquí.
Cuando termino, me miro al espejo, parece que la nieve me ha sentado bien. Tengo la piel tersa, además de un tono rosado en mis pómulos muy atractivo.
Tengo que salir, no me puedo quedar aquí.
Abro la puerta.
—Hola.
Todos me miran, pero son los ojos bañados en lujuria de Ares los que hacen que rápidamente mire hacia abajo para comprobar si he olvidado ponerme el albornoz. Para mi alivio personal, compruebo que sí que lo tengo puesto.
—¡Keira! Vaya susto nos habéis dado, no os encontrábamos por ningún sitio. —Mi amiga me abraza como un oso amoroso.
—Ya hablaremos tú y yo.
Ares está sentado en una silla, todavía con el mono mojado que llevaba antes y Cristian también está sentado sobre la cama, con ropa deportiva, pero no con el buzo de esta mañana. Por lo tanto, deduzco que Emma y él se han cambiado, pero Ares por algún motivo, no.
—Entiendo que te guste tu buzo de millonetis, pero te recomiendo que te cambies, o te cogerás una pulmonía, a tu edad ya deberías saberlo.
—Muy graciosa —me contesta serio.
—Keira, tenemos un problema —me dice Emma, lo cual me hace casi ponerme a temblar, ya que cuando ella ve un problema en su mundo de alegría, es porque realmente sucede algo gordo.
—¿Qué pasa?
Pues es que el hotel está completo, como ya sabes. Han pronosticado tormenta esta noche y la guardia civil no permite que nadie salga de aquí, así que Ares y Cristian no tienen dónde alojarse.
—Ya…
—Ares lleva todo este tiempo empapado y está tiritando, necesita cambiarse.
Lo miro más detenidamente y descubro que tiene un tono morado.
—¿Y a qué esperas? No soy tan mala, puedes usar el baño —le señalo la puerta, algo preocupada.
—Esperaba a que alguien que se estaba bañando plácidamente, mientras canturreaba canciones de amor, terminase su sesión de tres horas de belleza. Por cierto, ha dado resultado —dice, mientras avanza hacia mí sigilosamente, mirándome a los ojos fijamente, mientras se va desnudando. Intento dirigirme hacia otro sitio para no permanecer en mitad de su camino.
«¡¿Me han escuchado cantar?! ¡Oh, joderrrrr!».
—Yo también me muero por besarte… —me susurra cuando pasa a mi lado.
Creo que mis piernas han comenzado a temblar, pero no estoy segura, tengo tantas emociones acumuladas que no sé a cuál dar prioridad…
Se mete en el baño y cierra la puerta.
—Lo siento, Keira —dice Cristian demasiado serio.
—¡Vaya, pero si mi jefe tiene lengua! —digo con retintín, obligándome a salir de mi estado de idiotez extrema.
—Aunque pienses que ha sido una encerrona, en realidad ha sido pura casualidad… —se intenta excusar.
—No te molestes, Cristian —lo interrumpo—, no te voy a creer, no malgastes tus fuerzas en vano. —Abro mi parte del armario y observo que han colgado ropa de hombre al otro lado, aún así sigue sobrando mucho armario—. Vaya, gracias por contar con mi aprobación para instalaros en mi habitación.
—No tenemos más opciones, créeme, al que menos le agrada esta situación es a mí, Keira —Cristian parece avergonzado y le creo, pero el otro papanatas estará encantado.
—¿Y cómo vamos a dormir? ¿Los cuatro juntos? —Me cruzo de brazos, esperando su respuesta.
—Ahora iba a bajar a recepción para hablar con el director a ver si nos pueden facilitar alguna cama supletoria donde podamos pasar la noche, por eso no te preocupes, y si te incomoda esta situación, no nos quedaremos, podemos estar una noche sin dormir perfectamente, he visto que abajo hay algunos sillones.
La imagen del mismísimo director del Ritz y del accionista mayoritario de múltiples empresas, echando una cabezada fugaz en un sillón cutre de un hotel perdido del mundo, me viene a la mente y por algún extraño motivo no puedo permitirlo.
—No te preocupes, Cristian, no me importa —acabo cediendo.
—¡Gracias, Kei! —Emma ha estado en tensión, mientras observaba en silencio nuestra conversación y ahora por fin sonríe tranquila—. Nosotros iremos abajo a cenar, así podrás vestirte tranquila, os esperamos en el restaurante, ¿vale?
—De acuerdo, ahora voy… Quiero decir, vamos —respondo, señalando a la puerta del baño.
Cuando se han marchado los dos, abro el armario, me quito el albornoz y me pongo un conjunto negro de encaje de Victoria Secret. Siento la imperiosa necesidad de llevar encaje, no entiendo muy bien el motivo, pero cuando me pongo un conjunto de lencería sexi, me siento poderosa.
Un silbido tras de mí hace que pegue un salto.
—El agua no ha conseguido hacerme entrar en calor, pero ese cuerpo… ¡Uf!, me hace hasta sudar… —Ares está apoyado con un brazo en el marco de la puerta del baño, con una toalla envuelta en su cadera y su increíble torso desnudo, que me obligo a no mirar.
—¡No me mires, pervertido! —le grito, mientras corro por la habitación para buscar algo con lo que taparme.
—Cariño, no eres la primera mujer que veo. —Permanece en la misma postura, observándome tranquilamente, con sus ojos envueltos en negro de puro deseo, cosa que a mí me vuelve loca—. Aunque creo que sí la primera que está tan buena.
—¡Cállate!
—Esperaré dentro a que te vistas, no vaya a ser que te rompas algo por mi culpa.
Desaparece pegando un portazo.
Yo corro al armario para ponerme lo primero que encuentro, que son unos vaqueros ajustados, unas botas de peluche color beis, y un jersey azul de cuello vuelto. Cojo mi bolso y salgo corriendo de aquí, no vaya a ser que a este hombre le dé por vestirse delante de mí.
«¡Qué calor!».
17
Hemos terminado la cena. Yo me he bebido cuatro copas de vino para que me ayuden a asimilar el día. Cristian ha pedido una botella de un tinto reserva especial de no sé qué, que vale más de seiscientos euros, está tan bueno, que me lo bebo como si fuera agua.
—¿Y Ares? ¿Estará bien? Qué raro que no haya bajado todavía —dice Emma, mientras se come la tarta de chocolate del postre.
—Lo he llamado, pero no responde, no tendrá hambre —indica Cristian.
Yo no digo nada, creo que todo el mundo piensa que estamos juntos, o que al menos algo pasa entre nosotros. Como no es así, no me queda más remedio que mantenerme en silencio, y dejar que cada uno piense lo que quiera, porque de lo contrario, tendría que estar continuamente dando explicaciones.
Cuando terminamos los tres de comer, nos explica una de las camareras que hay una discoteca en el sótano, donde va todo el mundo a tomarse una copa después de la cena. A mí no es que las discotecas me gusten demasiado, pero lo prefiero a encerrarme en la habitación con una amiga traidora, mi jefe y un tarado mental.
Entramos en la disco y enseguida me explico por qué estaba todo vacío ayer, porque esto está lleno de gente. Prácticamente no se puede ni andar para entrar.
Nos acercamos los tres a la barra para pedir una copa. Yo me pido mi whisky con sprite de siempre. Cristian, como siempre, tiene un gusto demasiado refinado para cualquier sitio, le van a traer algo especial de algún lugar. Emma se pide ron con coca-cola.
Están poniendo música latina, muy bailable, reguetón, salsa, bachata, merengue… Será que en los Pirineos se baila esto… para calentar.
Observo, mientras bebo un trago de mi copa, cómo baila la gente en la pista, parecen expertos. Algunos hombres se me acercan para invitarme a bailar, pero les digo que no con el dedo, ya que la música está demasiado alta para hacerlo con la voz.
Algo atrapa mi atención al instante.
Un hombre moreno, con pantalones vaqueros oscuros, zapatos Martinelli de piel negros y camisa negra de alguna marca carísima, que le sienta como un guante, está bailando en medio de la pista, como un auténtico profesor de baile potente.
No consigo apartar los ojos de ese poderoso cuerpo, que se mueve como nunca imaginé que fuera posible en un hombre. Marca cada paso con seguridad y una masculinidad increíbles. Es como si un aura de luz lo enfocase solo a él en toda la sala.
Pero al momento descubro que no está solo, una mujer rubia espectacular, lo acompaña en el baile, demasiado entregada a la causa, para mi gusto.
—¡Madre mía, cómo se mueve ese hombre! —me dice Emma con la boca abierta.
—No es para tanto.
—Con razón dicen que los latinos tienen raza en el baile… ¡Por Dios Santo, lo que debe de hacer en la cama! —Se abanica con la mano.
—¡Emma!
—No seas rácana, Kei, todas las mujeres de esta sala estamos pensando en lo mismo, y si no, echa un vistazo.
Miro a mi alrededor, descubro que tiene razón y me doy la vuelta, buscando algún sitio donde poderme sentar, desde el que no se vea la pista, ni a ninguna mujer. No me sienta demasiado bien verlo acompañado, no puedo evitarlo.
Desde que hemos llegado, me he tomado tres «cubatas» y noto cómo el mundo comienza a ser un poco diferente al que era hace unos instantes.
Emma intenta no hacer demasiado caso a Cristian para que yo no me sienta sola, pero creo que ya les he fastidiado demasiado tiempo. Les informo de que voy al baño, así aprovecho y me subo a dormir. Mi amiga quiere acompañarme, pero insisto en que estoy bien.
De camino hacia la salida, le mando un wasap:
Keira:
Miro mi mano y veo que llevo en ella el vaso vacío, me desvío un momento de mi camino para dejarlo sobre la barra. La verdad es que ahora, al haberme puesto en pie, me doy cuenta de que estoy algo mareada, por no decir que el mundo gira demasiado rápido a mi alrededor.
Esquivo a varios hombres que me dicen cosas que ni entiendo, ya no me molesto en poner excusas, directamente ni los miro.
Cuando por fin llego a la barra, suelto el vaso vacío por allí, esto, curiosamente se había convertido en una misión súper importante para mí, y me siento aliviada de haberla cumplido con éxito. Ahora podré irme a dormir tranquila.
Me giro y me topo contra un pecho firme de hombre, con una camisa negra, que huele a gloria. Lo reconozco al instante, porque mi cuerpo se vuelve loco.
—¿Tan pronto te retiras a tus aposentos, bomboncito? —Esa voz tortura mi cordura.
—Ya sabes que Cenicienta se va antes de la media noche a casa… Y deja de llamarme bomboncito o… —Mi voz suena bastante diferente a la que tengo normalmente, pero mi nueva misión es llegar a la cama para dormir, no me importa nada más.
—¿O qué? —Me rodea la cintura con un brazo y me atrae hacia sí, me levanta la cara con un ligero roce en la barbilla, para que lo mire a los ojos.
Se produce un impacto brutal cuando nuestras miradas se encuentran. Veo mucho más allá de ese azul y me da la sensación de que a él le sucede lo mismo conmigo. Es una sensación muy extraña, parece que nos comunicamos.
—O llamaré a la rubia esa con la que estás para que vea cómo me miras. —Le doy toquecitos en el pecho con un dedo a modo de amenaza mortal.
—¿Y cómo te miro, Keira? —Su voz es ronca, me resulta increíblemente seductora.
—Así, con esos ojos… —Me detengo para observarlo más detenidamente. Sin poder evitar perderme de nuevo en la inmensidad de ese azul.
—Estos ojos son solo para ti.
—¡Ja! ¿Para mí? —Lo empujo, pero no me sirve de nada, no me suelta de sus garras—. Cada día estás con una mujer distinta, no tengo quince años, señor Hunter, ya no creo en esas mentiras.
—No son mentiras, Keira, por mucho que lo haya intentado evitar, no tengo ojos para ninguna otra desde que te besé. —Creo firmemente que ya he llegado a la cama y todo esto lo estoy soñando.
—Pues qué bien lo disimulas…
—Me vuelves loco y lo sabes de sobra, no me he escondido.
—Yo no te vuelvo loco. ¡Estás loco!
Nos miramos, retándonos. Estamos muy cerca, prácticamente nos rozamos los labios, me muero de ganas por besarlo, pero no quiero.
Como por arte de magia, comienza a sonar una canción de su paisano Carlos Rivera. En cuanto escucha los primeros acordes, me mira sin decir nada, me coge por la cintura y nos ponemos a bailar pegados, mirándonos uno al otro. Él lleva el ritmo, ¡y de qué manera! Por Dios cómo se mueve este hombre…
Su mirada, si no lo conociera, corroboraría cada palabra de la melodía.
Nunca pensé repetir la frase,
contigo aprendí que nunca es tarde
para aprender a flotar.
Muerto y sin fé me dolió quebrarme,
en ti descubrí mil formas de levantarme
y me entregué al amor.
Quédate por siempre a mi lado
es real lo que siento, mi vida lo entendí
cuando te conocí
yo que no creía más en esto
fué el poder de tu amor
lo que me hizo caer en esta fascinación.
Esta fascinación que me da tu amor.
La bendición que me dan tus besos,
solo dejo en lo único que me quedo,
cuando no estás junto a mí.
Quédate por siempre a mi lado
es real lo que siento mi vida lo entendí
cuando te conocí
yo que no creía mas en esto
fue el poder de tu amor lo que me hizo caer
en esta fascinación.
Esta fascinación que me da tu amor.
Esta fascinación que me da tu amor.
Me susurra la palabra «fascinación» al oído, haciendo que me ponga a mil.
—¿Qué ocurre aquí, Ares? —La chica rubia nos interrumpe, está detrás de nosotros, con los brazos en jarras, muy enfadada, gritando—. ¿Quién es esa? ¿Y por qué bailas con ella?
—¡Yo soy Keira! ¿Y tú quién eres, aparte de una rubia de bote? —Señalo con el dedo al azar a una de las rubias que flotan a mi alrededor.
Ares me abraza para que no me acerque demasiado a ella, no vaya a ser que nos enzarcemos en una pelea de gatitas. La rubia me grita cosas que no escucho demasiado bien, ya que cada vez la veo más lejos.
—¡Qué mal gusto tienes, Hunter! —le reprocho.
Cuando soy consciente de nuevo, estamos en el vestíbulo del hotel Ares y yo solos, esperando al ascensor. Me sostiene por la cintura.
—Vete. No quiero estropearte la noche. Estoy bien. —O al menos eso es lo que quiero decirle, no sé lo que habrá entendido entre mis balbuceos, porque ha sonado algo parecido a: «manbfduqwygfugchwsfesgjvjsdhvjdhbvj bien».
—Sí, ya veo lo bien que estás, vamos.
Me mete en el ascensor, pero casi me caigo al dar un paso hacia adelante, así es que finalmente me coge en brazos como a un bebé.
—Puedo ir yo sola, no hace falta que me cojas —le digo mientras me acurruco en su pecho.
Él no dice nada, pero siento que sus latidos se aceleran.
Las puertas del ascensor se abren y me lleva hasta la habitación.
Me tiende sobre la cama con mucha delicadeza, me quita las botas, entonces me intento levantar, no sé para qué y me caigo de cabeza contra el suelo. Ni siquiera me duele. Estoy aquí, repanchingada en el suelo junto a la cama, no me apetece mover ni un pelo, me podría dormir así sin problema.
—¡Oh, joderrrrr! —Corre a cogerme de nuevo.
—Te he estropeado el plan, Dancing Queen —le digo sonriendo, mientras me vuelvo a acomodar en su pecho.
—Yo no diría lo mismo.
—Areeees… —gimo en sueños, o lo imagino.
Creo que no sabe qué hacer conmigo, noto cómo se sienta sobre la cama con la espalda apoyada en el cabecero, yo todavía estoy encima de él, me tapa con el edredón y me acomodo mejor entre sus brazos. Me siento segura, a salvo, y por fin me quedo dormida, creo, porque no recuerdo nada más.
Los rayos del sol me despiertan cuando iluminan demasiado la habitación. Abro los ojos, pero enseguida me deslumbra la luz y los vuelvo a cerrar rápidamente para evitar quedarme ciega. Los vuelvo a abrir, esta vez más lentamente, evitando la luz directa, miro a mi alrededor y al instante me doy cuenta de dónde estoy.
Me desperezo y siento un peso inusual encima de mí, descubriendo, asombrada, que se trata de un brazo gigantesco y musculoso… ¡Oh, Dios mío!
Sigo con la mirada el recorrido del brazo, que termina en un cuerpo de quitar el hipo. Observo durante unos instantes que se trata de Ares, está durmiendo plácidamente, parece un niño pequeño, despeinado y relajado. Es tan guapo.
De repente abre los ojos y me pilla mirándolo. Yo doy un salto y grito por el repentino susto.
—Buenos días, fiera —me dice con la voz ronca y una sonrisa arrebatadora.
—¿Qué haces tú en mi cama? —Levanto su brazo para que no me roce, mientras me incorporo horrorizada.
—¿Después de todo lo que me hiciste anoche, ahora vas de recatada? —Se sujeta la cabeza en el brazo flexionado y me mira seductor. Esa mirada seguro que no le falla nunca.
—¡No! —Miro por debajo de las sábanas y descubro que solamente llevo puesto el conjunto de encaje, pero es que cuando lo miro a él, ¡descubro el monumental despertar de su entrepierna!—. ¡No puede ser!
Salto de la cama para pensar con más claridad. Supongo que si estoy de pie, seré más sensata.
—Eres una fiera, Keira, como ya me imaginaba. He disfrutado mucho, no tienes de qué avergonzarte. Es solo sexo.
—¡Y una mierda! ¡No ha pasado nada! ¡Lo recordaría! —Deambulo por la habitación en ropa interior, seguida atentamente por su mirada lujuriosa.
—Es una pena que no lo recuerdes, yo lo recordaré siempre. —Se acomoda sobre las almohadas boca arriba y coloca los brazos por encima de su cabeza. Con este simple gesto, hace que se defina cada músculo de sus abdominales y que el edredón quede estratégicamente a ras de la zona cero.
No sé si me está tomando el pelo, o es verdad que nos hemos acostado… ¡¡¡Pero él está desnudo completamente!!!
—Me estás poniendo realmente cachondo, Keira, si no dejas de contonear esas curvas por mi cara, no tendrás escapatoria. —Lo miro y sé que lo está diciendo en serio, parece un león justo a punto de atacar.
—Dime la verdad.
—¿Realmente qué te atormenta más, haberte acostado conmigo, o no recordarlo?
—¡Haberme acostado contigo! —me sale del alma.
—Tranquila, no sucedió nada —suena decepcionado.
—¿En serio?
—No acostumbro a tirarme borrachas —sentencia enfadado.
Se levanta con todo su esplendor en alto, lo que casi me hace gritar por su gran tamaño. Me obligo a mirar hacia otro sitio. Se dirige ágil, con toda la naturalidad del mundo, y sin pudor ninguno, hasta la silla donde tiene su ropa doblada escrupulosamente. Se pone los bóxer negros ajustados con gran elegancia, esos de los que hace publicidad y me mira demasiado serio.
—Creo que me he equivocado contigo. —Comienza a descolgar la ropa de su armario y a meterla en su maleta de Louis Vuitton.
—¿A qué te refieres?
—Pensé que si te obligaba a admitir que te atraigo y conseguía que te dieses cuenta de que eres capaz de desearme, dejarías atrás tus recuerdos y me darías alguna oportunidad, que podríamos comenzar de cero los dos, pero es completamente imposible acceder a ti, te cierras en banda y no me das opción a nada. Me rindo. Por mucho que me pese.
Sus palabras son tan sinceras y tan llenas de razón que se clavan como cuchillas afiladas en mi corazón.
—Ya te lo advertí y aún así has luchado —le digo abatida.
—No he luchado, he hecho el gilipollas, era una batalla perdida desde el principio. Solo espero que algún día consigas ser feliz, aunque no sea conmigo.
Está doblando la última camisa para meterla con todo lo demás.
Respiro hondo y me armo de valor. Ahora o nunca.
Rodeo la cama, me planto a su lado, y me quedo mirándole sin decir nada. Él se detiene, se incorpora y me mira también. Estoy realmente nerviosa, pero quiero hacerlo, me lo debo a mí misma. Si no lo hago, nunca sabré si me equivoqué.
Me desabrocho el sujetador y lo dejo caer al suelo. No aparto mis ojos de los suyos, pero estos se han dirigido automáticamente, y sin reparo, hacia mis pechos, ahora desnudos. Contengo las ganas de taparme, porque me da vergüenza, pero él enseguida levanta una mano y me acaricia muy tiernamente.
Siento mil sensaciones con su tacto. Me toca como si me fuera a romper en mil pedazos, con sumo cuidado. Me recuerda a un chico que nunca ha tocado antes a una mujer, cuando de sobra sé que es un expertísimo amante.
—Eres perfecta, Keira —dice mirándome a los ojos.
Su tacto se torna un poco más ávido, lo que me hace cerrar los ojos para saborear esta sensación tan placentera. Su mano recorre mi abdomen, que tiembla a su paso, anhelante. Baja mis braguitas con sumo cuidado y las deja caer junto a mi sujetador. Retrocede un paso y me observa. Yo estoy muy nerviosa. El se relame.
—No he visto nunca un cuerpo tan perfecto, sé que me vas a volver loco mujer. —Se baja su bóxer hasta que resbala por sus piernas—. Esto de aquí, es todo para ti.
—Ares…
Él avanza de nuevo y me coge la cara entre sus manos, me besa con un deseo desenfrenado, con ganas, con apetito, con sed, con furia. Yo le respondo de la misma manera. Me enloquecen sus labios, no me separaría de ellos en todo el día, besa tan bien que es imposible parar de hacerlo.
Él avanza mientras yo retrocedo. Nos chocamos contra la pared.
Entonces siento su miembro rozar mi cuerpo. Siento mil calambres recorrer mis piernas. Siento calor, mucho calor en el epicentro de mi ser. Sus manos me recorren con maestría, provocando mis gemidos a su paso y despertando mi sexualidad olvidada.
Se detiene en el punto justo y lo masajea con destreza, al ritmo oportuno. Parece que ya sabe qué me gusta y cómo me gusta, porque lo está haciendo justamente así.
No tiene prisa, mientras me besa, deleitándose en mi boca, saboreando mi lengua, continúa su dulce tortura en mi entrepierna. Yo me agarro con fuerza a su pelo. No aguanto ni un segundo más, me dejo llevar y muero de placer al sentir las contracciones de mi orgasmo en su mano.
—¡Oh, sí cariño, por fin! —gime en mi boca—, llevo soñando con esto cinco malditos años y hoy al fin se convierte en realidad.
Me levanta del suelo y enrollo mis piernas alrededor de su cintura para no caerme, sin dejar de besarnos. Siento su miembro rozar mi entrada, pero no intenta penetrar, lo que me hace desearlo con más ganas. Me lleva a la cama y me tiende sobre ella.
—¿Qué quieres de mí, Keira, corazones o sexo duro? —Sus ojos están prácticamente negros, me pone muy nerviosa cuando me mira así—. Me muero por dártelo todo.
Estoy tumbada boca arriba y él a cuatro patas sobre mí, devorándome.
—Estoy esperando —ordena feroz.
—Lo que quieras, hazlo como quieras, ¡pero hazlo!
Niega con la cabeza, sonríe, y entonces ataca.
Probablemente haya sido el mejor sexo que he tenido en mi vida, técnicamente hablando. Ha puesto unas posturas que ni sabía que existían. Me ha hecho correrme de mil maneras distintas y gritar su nombre como nunca antes lo había hecho.
Este hombre sabe lo que se hace. Conoce mi cuerpo mejor que yo misma, dónde y cuándo pulsar, meter, sacar… domina el arte amatorio como nadie.
«Pero no es él».