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Me despierto soñolienta. Miro el reloj carísimo de la muñeca de Ares, que está justo a la altura de mis ojos, porque me tiene abrazada desde atrás. Compruebo que son las 7.00 de la tarde. Me levanto lentamente para que no se despierte.

Cuando toco el suelo con mis pies, siento mis piernas temblar un instante. Después de tantos años de abstinencia, pegarme de repente este maratón de sexo salvaje no es muy aconsejable. Estoy llena de agujetas.

Me acerco a la ventana y observo el paisaje. La tormenta ha cubierto todo de nieve y está más blanco aún que ayer. Me siento viva, con ganas de saltar, de reír, de bailar… Soy otra persona.

Me giro para ir a ducharme y me sobresalto al ver que Ares está despierto, mirándome.

—Hola —susurra.

—Hola. —De repente, me da vergüenza estar desnuda delante de él, me tapo con una toalla que hay a mi lado.

—¿Ya has tenido suficiente? —No le gusta nada que me haya tapado.

—Digamos que has cumplido con las expectativas.

—¿Solamente he cumplido?

—Es que las expectativas eran muy altas —le confieso tímidamente, mientras a él se le escapa una sonrisa.

Se levanta de la cama ceremoniosamente. Es imposible, pero su miembro continúa igual de erecto que la primera vez. Camina lentamente hasta mí y me arranca sin delicadeza la toalla que cubre mi cuerpo, haciéndome suspirar.

—No quiero que nada se interponga entre nosotros cuando estemos solos, ¿entendido?

Me besa para que no me dé tiempo a responder algo negativo. Entonces vuelvo a perder el control y vuelve a hacerse él con el mando.

Me agarra por las muñecas, las levanta por encima de mi cabeza y me empotra literalmente contra la pared, hace una flexión con sus rodillas para penetrarme certeramente.

Mientras devora mi cuello, continúa con su exquisita percusión, que me hace volar y olvidarme del resto del universo, gritando su nombre sin restricciones. Cuando siento llegar esa anhelada energía a mi sexo, la intento reprimir para saborear más este placer, pero finalmente me invade y hace que me quede exhausta entre su poderoso cuerpo y la pared.

Él se deja llevar también y gruñe contra mi pecho cuando termina.

Nos quedamos así unos instantes, recobrando el aliento, y él palpitando en mi interior. Yo subida a sus caderas, con las manos clavadas en la pared.

Me mira.

—Cuando volvamos, nada de esto habrá sucedido —me dice, mientras sale de mí.

—¿Qué intentas decirme? —Me pone en pie, todavía estoy un poco mareada por la sensación de flaqueza en mis piernas.

—No quiero que esto termine, pero debe ser así —lo dice como si me hablara del tiempo, mientras se quita el preservativo y le echa un nudo—. Será lo mejor para los dos.

Siento cómo me da un vuelco el corazón. Un ardor repentino invade mis mejillas. No puedo creer que me esté diciendo esto… ¡Lo que no puedo creer es que haya permitido que me lo diga!

¡Sabía que no tenía que acostarme con él!

Voy andando rápidamente al baño, me encierro para que no entre detrás de mí. Dejo caer el agua de la ducha y me meto debajo, para que las lágrimas se confundan con la lluvia que cae sobre mi cabello y así no ser consciente de que estoy llorando por un hombre. Cosa que me juré a mí misma no volver a hacer nunca.

No sé cuánto tiempo ha pasado.

He estado acurrucada en la bañera con el agua caliente recorriendo mi cuerpo un buen rato, ¿horas? No me importa.

Nadie ha llamado a la puerta.

Estoy envuelta en el albornoz, me miro al espejo, pensativa, enojada conmigo misma, me siento sucia. Estoy tan decepcionada que me da asco mirar mi reflejo. Daría lo que fuera por borrar estas últimas veinticuatro horas de mi vida.

Respiro hondo. Necesito salir de aquí como sea, me estoy asfixiando. Necesito correr.

Abro la puerta del baño para enfrentarme a lo que sea, pero mi sorpresa es que no hay nada a lo que enfrentarse. La habitación está vacía, ni rastro de Ares Hunter por ningún sitio. Ni de su maleta.

Me pongo a toda prisa unos leggins negros, con una sudadera roja amplia y mis zapatillas de correr. Voy a hacer veinte kilómetros por lo menos. Me recojo el pelo en una coleta alta y salgo por la puerta, pero algo llama mi atención antes de cerrarla. Hay algo sobre la cama, vuelvo a entrar y descubro que es una nota escrita a mano.

Leo:

 

 

 

 

Cojo la almohada y me tapo la cara para gritar con todas mis fuerzas contra ella, y justo en ese momento entran Emma y Cristian.

—¿Se puede? La puerta estaba abierta —dice Emma, asomando la cabeza temerosa.

—Sí, iba a salir a correr un poco, pero acabo de decidir que me vuelvo a Madrid, ¿os quedáis? Me llevo tu coche  y tú te vuelves con Cristian, ¿no? —Ni siquiera los miro, estoy metiendo mi ropa en la maleta convulsivamente, hecha un gurruño.

—¿A Madrid? ¿Estás bien? —Ella me conoce y sabe que algo no va bien.

—Sí, sí, no te preocupes, es solo que no recuerdo si le quedé suficiente agua a Gólum y estoy algo preocupada — cierro la cremallera de mi maleta y me acerco a la puerta—. Nos vemos allí, ¿vale?

—Te llamaré luego. —Sé de sobra que mi amiga no se lo traga.

—Vale.

Nos damos un beso las dos y me marcho.

Llevo un rato conduciendo, pero decido parar en un hotel de carretera a la altura de Zaragoza, porque las lágrimas no me dejan ver demasiado bien nada, se ha hecho de noche y no puedo conducir en este estado. Aunque ahora mismo me daría igual tener un accidente y caer por algún barranco, aunque no sería justo para las personas que me quieren.

Me asignan una habitación individual. Es pequeñita y decorada de una forma bastante casera, lo único en lo que me fijo es en que está limpia, todo lo demás no me importa. Si me hubieran metido en una habitación negra, ni siquiera la hubiera visto.

Me quito las zapatillas y me meto en la cama vestida. Me pongo los cascos con Quiero ser de Amaia Montero, repitiéndose una vez tras otra, porque en estos momentos habla por mí. Me abrazo a la almohada y me pongo a llorar con ganas, con muchas ganas. Como hacía tiempo que no lloraba, como hacía años que no me permitía hacerlo.

Hasta que me quedo dormida.

Quiero ser,
una palabra,
serena y clara
quiero ser,
un alma libre de madrugada.

Quiero ser una emigrante
de tu boca delirante,
de deseos de una noche
convertiste en mi dolor.

Quiero creer, quiero saber,
que dormiré a la verita tuya
quiero esconderme del miedo.

Y mirarte de una vez
los ojos que tiene la luna
Quiero cantar a la libertad

Y caminar cerca del mar
amarradita siempre a tu cintura
esta locura de amarte
no puede acabar.

Por mucho que de entre las dudas
de que eres tú
quien me hace tan feliz.

Quiero ser,
la que te jure amor eterno,
quiero ser
una palabra en la estación
que lleva tu nombre

Quiero ser el verbo puedo
quiero andarme sin rodeos
confesarte que una tarde
empecé a morir por ti

Quiero creer, quiero saber,
que dormiré a la verita tuya
quiero esconderme del miedo.

Y mirarte de una vez
los ojos que tiene la luna.
quiero cantar a la libertad

Y caminar cerca del mar
amarradita siempre a tu cintura
esta locura de amarte

No puede acabar
por mucho que de entre las dudas
de que eres tú
quien me hace tan feliz.

 

A la mañana siguiente, cuando abro los ojos, una mezcla de sensaciones invade mi mente.

Por un lado pienso que no debo darle más importancia de la que tiene. He conocido a un hombre que es guapo y poderoso, que me ha seducido, muy a mi pesar, y que me ha llevado a la cama. Hemos tenido sexo salvaje durante un día entero y después me ha mandado a paseo. Fin.

Pero por el otro lado, me da rabia pensar que he confiado en él y me ha traicionado. Me hizo pensar que era diferente, jugó sucio haciéndome creer que quería algo más de mí, que le importaba y hasta me ilusioné con él.

¿O todo ha sido fruto de mi imaginación?

Él no me ha engañado, me he engañado yo sola.

¿Corazones o sexo duro?

Yo quería corazones y él me los ha dado, nada más…

¿Por qué voy a ser distinta a las demás? ¿Por qué voy a tener algún derecho más que nadie?

Lo que realmente siento es decepción, pero ni siquiera con él, estoy decepcionada conmigo misma, por haberme hecho ilusiones con algo que ni siquiera quería. Por haberme montado una película en mi mente que no existe y por permitir que un hombre me trate como «el mejor polvo de su vida».

¿Quién se cree que es él para hacerme eso?

¿Qué pretende que haga la próxima vez que lo vea?

No puedo permitir que haya una próxima vez. No podría soportar otra humillación de semejante calibre. Cuando se presente acompañado de otra de sus putitas. Solamente con pensarlo, aprieto los puños con fuerza.

Sólo hay una solución.

La decisión está tomada.

El viaje de vuelta a Madrid es largo, pero lleno de esperanzas por comenzar una nueva vida y dejar atrás todo lo que tenga que ver con Ares Hunter.

Club de seducción
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