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Hace dos o tres semanas que no sucede nada nuevo, ni en el hotel, ni en ningún otro sitio.

Estamos en el hueco del café, Emma y yo nos hemos sentado en un rincón de la cafetería. Se ha traído la plantilla de las vacaciones para que le firme el permiso de los días libres de la semana que viene, porque se va a la montaña con «su Cristian». Cada día me alucina más que sigan juntos, pero veo que la llama todos los días por teléfono, que hablan durante horas, y desde que son más que desconocidos, mi jefe viene más a menudo a la ciudad. A mi amiga no se le quita la sonrisa de la cara en todo el día, y eso es lo que a mí me vale. Solo espero que no le haga daño.

—Keira, ¿por qué no te vienes con nosotros?

—¡Estás loca! ¿Para ver como os dais besitos a todas horas del día? No sé si te habrás percatado, pero sois una pareja insoportable.

—¿Insoportable por qué? —Pone cara de extrañada, como si realmente no supiera de lo que hablo.

—Porque estáis a todas horas que si besitos, que si «cuchi cuchi», que si te toco un brazo, que si risitas… ¡Ay, por favor, no podría soportarlo ni dos minutos! —Abro la boca e imito con dos dedos el gesto de darme náuseas.

—¿Y si te prometo no hacerlo? ¿Vendrías? Venga, Kei, hace mucho tiempo que no vamos juntas a ningún sitio.

—¡Ni en tus mejores sueños! Paso de estar sola todo el día, encima en un sitio donde no hay ni cobertura para poder jugar con el móvil.

—Eres una aburrida.

—Lo que tú digas.

Miro mi reloj, todavía no ha pasado la media hora, pero no me apetece seguir debatiendo con mi amiga. Me levanto de la mesa y me dirijo hacia la recepción, ella se queda allí mirando los distintos calendarios que tiene extendidos sobre la mesa, dibujando garabatos por todas partes.

Al llegar al mostrador, les doy permiso a las otras dos chicas que están conmigo en el turno, para que vayan ellas a tomarse el café también, a esta hora está todo despejado, puedo quedarme sola un rato. Aprovecharé para cuadrar las salidas y entradas de mañana.

Estoy agachada, cogiendo unos cuantos mapas turísticos de la ciudad para colocarlos en el expositor.

—Buenos días. —Esa voz…

«¡Mierda!»

Se me caen todos los folletos al suelo, no entiendo por qué mis manos de repente se han transmutado al estado gaseoso y no soy capaz de recogerlos, por más que lo intento. Tengo la sensación de que los malditos mapas se han multiplicado por mil.

No sé si ha transcurrido demasiado tiempo desde que lo he escuchado hasta ahora, o no, «¿puedo quedarme aquí escondida?». A lo mejor no me ve. «¿Y si me arrastro por el suelo hasta los baños?» Allí estaré a salvo… «podría vivir allí encerrada durante un tiempo».

Creo que lo más sensato es salir de mi escondite y afrontar la realidad, sea cual sea.

—Buenos… —balbuceo, mientras me incorporo lentamente, pero mi lengua se traba por completo en cuanto él aparece en mi campo de visión— días.

—¿Está preparada mi suite, señorita? —pregunta sin ni siquiera mirarme.

Intento disimular como buenamente puedo, me obligo a mover, sin resultados, alguna parte de mi cuerpo, pero me he quedado petrificada al verlo aquí, delante de mí, con su impoluto traje de chaqueta y una espectacular mujer morena a su lado, que, por cierto, me mira con cara de pocos amigos.

Me giro rápidamente, dándole la espalda. Necesito ganar algo de tiempo para poder recobrar el aliento. Mi pulso va a la velocidad de la luz. Disimulando, me dirijo hasta el ordenador con la excusa de comprobar si ya se puede entrar en la suite, cosa innecesaria totalmente, ya que siempre está disponible para él.

Respiro hondo y me armo de valor.

—Enseguida, señor Hunter —consigo decir finalmente. ¡Oh, qué voz de idiota me ha salido! Todo está sucediendo a cámara lenta.

—El servicio ha perdido bastante calidad desde la última vez que me trajiste, ¿no crees? —le dice su acompañante femenina, en un tono lo suficientemente alto para que yo la escuche, mientras me mira de una forma bastante despectiva.

—La calidad te la daré yo ahora —le gruñe él.

La quiero matar.

Ella suelta una carcajada y se enreda el dedo en el pelo coqueteando, es más que evidente que se ha olvidado por completo de que existo.

Ares me mira por fin y, al hacerlo, siento que todo mi cuerpo vibra. ¿Lo notará él? Le entrego la tarjeta para poder entrar en su habitación y al cogerla, me roza levemente un dedo, un escalofrío recorre mi cuerpo, desde la punta de ese dedo, hasta la punta de mis pies.

No logro ni evitarlo, ni comprenderlo… debe ser algo físico, o químico, ¡o lo que sea! Lo único que sé es que es muy desagradable.

—Espero que su estancia sea agradable —me obligo a decirle.

—Será más que eso —responde sonriente, aunque mucho me temo que esa deliciosa sonrisa va dedicada a la morena que lo espera impaciente.

Se alejan de mí alegres, y desaparecen de mi vista en cuanto toman el ascensor.

Cojo corriendo el teléfono y marco el número de mi amiga.

—¡Emma, prepara las maletas que nos vamos!

—¿Qué dices, loca?

—Que esta noche nos vamos.

—¿Dónde? ¿Quiénes?

—Tú y yo, ¡a los Pirineos!

—Keira ¿estás fumada?

—A las 11.00 de la noche, te recojo en tu casa y si no estás lista, te raptaré, así que elije qué prefieres, si ir con maletas o sin ellas, porque venir, vas a venir.

—¿Y mis vacaciones…?

—¡A la mierda todo!

Club de seducción
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