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A las 9.00 de la noche, salimos Emma y yo por la puerta del centro. Mientras los chicos de seguridad echan el cierre, nosotras nos dirigimos como muertas vivientes hacia la parada de taxis donde nos espera Pepe.

Estos primeros días estamos haciendo una maratón de horas extras, hasta que esté todo en orden y marche sobre ruedas. Después ya nos pondremos el horario que nos venga en gana a cada una, pero hasta entonces, acabamos agotadas cada día. Cosa que ahora mismo agradezco, porque me ayuda a no pensar demasiado.

Una vez saludado Pepe y ya las dos sentadas en el taxi, me dice Emma:

—Creo que necesito una copa.

—Yo necesito una botella.

—¿Vamos al Neus? —me sugiere con cara de ilusión.

—¡Sí! —De repente, he dejado de estar cansada.

—¡Pepe! —gritamos las dos.

El Neus alguna vez fue un bar de moda en Vallecas. Hoy en día es un sitio donde ponen música rock de los 80, muy oscuro, y donde solo acuden específicamente unos cuantos que saben que existe, a disfrutar de la buena música un rato.

Cuando estábamos estudiando la carrera, lo descubrimos una noche de camino al Excálibur y desde entonces no había día que no pasáramos por allí antes de meternos en el mundo oscuro, para bebernos unas cervecitas tranquilamente y contarnos qué tal ha ido el día. Era nuestro punto de encuentro, al principio de Emma y mío, después, de muchos amigos que fuimos haciendo durante aquellos años.

Entramos por la puerta, Stairway to heaven de Led Zeppelin suena de fondo. Hace como mínimo cuatro años que no veníamos, lo primero que hacemos es mirar a la barra, para comprobar que allí sigue el Garfio, un señor mayor de unos cincuenta años, con el pelo largo y completamente blanco. Lo llamaban así porque decían que tenía gancho para los negocios. Obviamente fue en otra época. Nada más sentarnos en los taburetes de la barra nos mira extrañado, será porque haya entrado alguien menor de ochenta años. Esto está vacío.

No lo recordaba tan lúgubre ni deteriorado.

—¡Hostias! —se pone una mano en la frente, parece que ha visto una alucinación.

—¿Qué pasa, Garfio, ya no te acuerdas de nosotras? —le dice Emma riendo.

—¡Madre mía, chicas, qué alegría! —sale de detrás de la barra, cosa poco habitual en él, siempre había pensado que no tenía piernas, y nos da un gran abrazo—. ¿Qué es de vuestra vida?

—Pues ahora mismo somos jóvenes empresarias, como tú —le responde Emma, dándole una palmada en su brazo gordo.

—Pues espero que os vaya mejor que a mí —dice triste—, pero, ¿qué os trae por aquí chicas?

Nos sirve dos jarras de cerveza sin preguntarnos antes qué queremos tomar, como si hubiéramos venido ayer.

—Hemos venido a pasar un rato en compañía de la buena música que nos pones, amigo —le respondo.

—¡Hemos venido a cogernos un buen pedo! —Ríe Emma, brindando con su jarra.

—¡Pues que así sea, chicas! Brindo por ello con vosotras. —Bebe de su jarra, riendo—. Me alegra ver que estáis bien y saber que os va mejor.

—No nos podemos quejar —le digo encogiéndome de hombros.

—Pues parece que la rueda está girando en la misma dirección, ayer, sin ir más lejos, estuvo aquí uno de tus amigos, Keira. —Garfio sigue bebiendo mientras suelta la bomba.

Yo siento que los nervios se concentran en mi estómago y miro instintivamente hacia la puerta.

—¿Jairo? —le pregunta Emma.

—Sí, el chico rubio de pelo largo, el de la moto. Me acordé de ti al verlo y hoy de repente estás tú aquí. ¡Qué casualidad!, ¿eh? —él lo cuenta como una anécdota normal, ni se imagina que todavía siento algo por él. —Bueno chicas, os dejo tranquilas para que habléis de vuestras cosas, ya sabéis que si necesitáis algo me dais en la cabina.

—¿Y las copas? —Emma va a lo suyo.

—Servíos vosotras mismas, invita la casa.

Se mete en un reservado que hay al lado de la barra para poner la música. Lo que pasa es que lo hace poniéndose también unos cascos enormes, que no le permiten escuchar nada más. Hay veces que no pasan más cosas malas porque Dios no quiere, porque a este pobre hombre, aquí solo, en medio de la nada, escuchando música, si no le han robado o hecho algo… raro es.

—¿Para qué crees que te estará buscando después de tanto tiempo, tía? —Emma entra directa a matar, no se anda con rodeos.

—No lo sé, lo que está claro es que no se lo voy a poner fácil.

—¡Nunca se lo pusiste fácil!

—Más de lo que se merecía…

Estamos unas dos horas bebiendo cerveza y riendo. Nos acordamos de todas las trastadas que hacíamos en aquellos años locos y lo que hemos cambiado las dos. Yo más que ella, por lo visto.

Dejamos el dinero al Garfio sobre la barra y prometemos volver.

Llamamos a Pepe, que viene a buscarnos. Primero me lleva a mi casa y después deja a Emma en el Ritz.

Entro en casa, lanzo mis zapatos por los aires. Cuelgo el abrigo y el bolso de mala manera en el perchero de la entrada. Dejo las llaves en el cesto y entro al salón.

Allí me espera mi bola de pelo blanca, repanchingada boca arriba en el sofá. Acaba de despertarse al encender la luz. Me mira con los ojos entrecerrados, sin comprender en qué mundo está realmente, si en este, o en el que se estuviera soñando.

Gólum, un día vas a morir de pereza. No puede ser que tu vida consista en estar tirado por todos los sitios de la casa.

Me mira con desgana. Se deja caer del sofá con mucha pereza y viene lentamente hasta mí, parece que se vaya a quedar dormido en uno de esos pasos. Se sienta a mi lado y se lame una pata.

Me preparo la cena y me siento en el sofá para comer. Son las 12.00 de la noche, mañana madrugo, pero si me acuesto sin haber comido nada, después de los litros de cerveza que he bebido, tendré una resaca de caballo.

Mientras veo la tele, suena mi móvil, supongo que es Emma, para decirme que ha llegado bien, o que Cristian la ha echado del hotel por estar pedo, pero no, se trata de un número desconocido. Arrugo la nariz y pincho en el número, para descubrir el mensaje.

    Número desconocido:

 

 

Para mi sorpresa, el mensaje viene acompañado de un clip de audio, nada más y nada menos que Please forgive me de Bryan Adams. Cuando termino de escuchar la canción, estoy muerta por dentro. Ha removido todo mi pasado en esos tres minutos que dura. Me rindo.

El móvil cae al suelo. Y allí se queda hecho pedazos.

Mis manos no han sido capaces de sostenerlo.

Mis ojos se clavan en la pared que tengo frente a mí. No soy capaz de pensar en nada. Tengo la mirada perdida.

Club de seducción
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