IV - GRADIENTES DE TEMPERATURA FAVORABLES
Los niños imitan a sus padres o no. Mientras Laintal Ay crecía, su madre era para él una mujer tranquila, aficionada al mismo tipo de estudiosa reclusión que los padres de ella. Pero Loilanun no siempre había sido así, antes que la vida la derrotara.
En la adolescencia había rechazado la amable tutela de Loil Bry y de Pequeño Yuli. Les gritó que odiaba la atmósfera enclaustrada de la habitación que, a medida que envejecían, se resistían cada vez más a abandonar. Después de una violenta discusión se fue a vivir en otra torre con unos amigos.
Había mucho trabajo. Loilanun aprendió a raer y curtir pieles. Mientras hacía un par de botas de caza, conoció al joven que las usaría y se enamoró de él. Apenas había llegado a la pubertad. Salía con el cazador las noches iluminadas, cuando nadie podía dormir. Por vez primera tenía ante sí el mundo, de asombrosa hermosura. Se convirtió en mujer del cazador. Habría muerto por él.
Las maneras cambiaban en Oldorando. El cazador y Loilanun salieron a cazar ciervos. Antes, Dresyl jamás hubiera permitido que las mujeres salieran con los cazadores; pero era cada vez menos estricto, a medida que envejecía. Los cazadores de ciervos encontraron un pinzasaco en un desfiladero. Ante los ojos de Loilanun, la criatura derribó al joven y lo atravesó con uno de los cuernos. El joven murió antes de que lo llevaran a la casa. Con el corazón destrozado, Loilanun regresó a la casa paterna. Ellos la recibieron, la incorporaron complacidos a la vida en común y la consolaron. Mientras reposaba en las sombras fragantes, la vida despertó en el seno de Loilanun. Había concebido. Recordó la alegría de esa ocasión cuando llegó la hora y dio a luz un hijo. Lo llamó Laintal Ay, y los padres de ella lo aceptaron, complacidos también. Era la primavera del año 13 después de la Unión, o el 31 según el viejo calendario de años señoriales.
—Crecerá en un mundo mejor —dijo Loil Bry a su hija, mirando al niño con ojos lustrosos—. Cuentan las leyendas que llegará un tiempo en que los rajabarales se abrirán y el aire se calentará con el calor de la tierra. La comida abundará, desaparecerá la nieve, y podremos andar desnudos. Cómo deseaba esa época cuando era joven… Quizá Laintal Ay la vea. Cómo hubiera deseado que fuera una niña… Las mujeres ven y sienten más que los hombres…
Al niño le gustaba mirar la ventana de porcelana de la abuela. Era la única de Oldorando, aunque Pequeño Yuli sostenía que había habido muchas más, y que se habían roto. Año tras año, los abuelos de Laintal Ay levantaban la vista de los antiguos documentos para ver cómo la ventana se volvía rosa, naranja y bermellón a la hora del ocaso, mientras Freyr o Batalix descendían en un baño de fuego. Los colores morían. La noche teñía la porcelana de negro.
En los viejos tiempos, los childrims revoloteaban en torno de las torres de Oldorando; las mismas apariciones que el primer Yuli había visto cuando atravesaba penosamente el desierto blanquecino.
Los childrims sólo venían por la noche. Unas chispas como plumas brillaban más allá de la ventana, y allí estaban los childrims, girando lentamente, agitando la ala única. ¿Era un ala?
Cuando la gente salía corriendo a mirar, los contornos eran confusos, nunca claros. Los childrims provocaban extraños pensamientos en las mentes humanas. Yuli y Loil Bry se tendían sobre las pieles y alfombras y sentían que los pensamientos que había en ellos cobraban vida, todos a la vez. Veían escenas olvidadas y escenas jamás vistas. A veces, Loil Bry gritaba y se cubría los ojos. Decía que era como comunicarse con una docena de fessupos a la vez. Más tarde, quería volver a imaginar algunos de esos momentos inesperados, pero una vez desaparecidos era imposible recordarlos: aquella desconcertante belleza se desvanecía como una fragancia.
Los childrims se alejaban. Ningún hombre sabía de dónde venían, adonde iban.
El hábitat de los childrims era la troposfera superior. De vez en cuando, las presiones eléctricas los obligaban a descender y acercarse a la superficie del planeta. Las corrientes de hombres y animales los atraían un momento; se detenían y giraban como si también ellos fueran criaturas inteligentes. Luego volvían a elevarse y se marchaban. De acuerdo con los caprichos locales de la gran tormenta magnética que atravesaba el sistema heliconiano, los childrims volaban en cualquier dirección, hacia adelante, hacia arriba, siguiendo el curso de las mareas magnéticas, moviéndose sin percepción ni necesidad de reposo.
Pero no se movían siempre del mismo modo. Porque las entidades eléctricas que los seres humanos llamaban childrims no podían cambiar, y por eso nada era más vulnerable que ellas a los cambios.
Las temperaturas en el continente tropical de Campannlat subían y bajaban de pronto, en cualquier momento. Una suave jornada de verano, mientras Loilanun jugaba lánguidamente con su hijo, la temperatura de Oldorando subió varios grados sobre cero. Bastante cerca, hacia el norte, en el lago Dorzin, podía haber diez grados bajo cero. En el verano, cuando los centinelas trabajaban de día y de noche, no había heladas en los lugares protegidos, y crecían cosechas de cereales.
A cinco mil kilómetros de Oldorando, en Nktryhk, la temperatura diaria variaba de menos de doce grados centígrados a menos de ciento cincuenta, es decir, la temperatura a que se licua el kryptón.
Los cambios se acumulaban; eran al principio lo que podía llamarse cambios latentes. Luego los efectos fueron rápidos, a medida que los gradientes de temperatura de la atmósfera superior subían junto con la radiación de Freyr. El proceso era gradual, pero cuántico. En cierta ocasión, la Estación Observadora Terrestre registró una elevación de temperatura de doce grados en una hora, a veinticinco kilómetros de altura sobre el ecuador.
A causa del calor, la circulación estratosférica aumentaba mucho, y las tormentas barrían el planeta. Se observaron sobre Nktryhk bruscas corrientes que superaban los cuatrocientos kilómetros por hora.
De repente, los childrims desaparecieron.
Los comienzos de lo que era la esperanza del renacimiento para los hombres y los animales trajeron el desastre para los childrims. Las condiciones que los habían creado se disiparon entre un año y el siguiente. Los vórtices de polvo piezoeléctrico y de partículas cargadas eran demasiado frágiles para sobrevivir a un sistema más dinámico. Desaparecieron, dejando atrás evanescentes estelas de chispas en el rarificado aire de las alturas. Las chispas murieron rápidamente.
Yuli y Loil Bry esperaron en vano la vuelta de los childrims. Laintal Ay pronto olvidó que los había visto alguna vez.
Bajo el cielo verdoso común a esa altura, en que los rayos de los centinelas —cuando no estaban sepultados entre las nubes—tenían que atravesar multitudinarios cristales de hielo, emergían grupos de phagors. Los phagors, tanto los estalones como los gillotas, se movían con una andadura inhumana. Muchos tenían aves posadas en los hombros, o que volaban por encima de ellos. Las aves y los phagors eran blancos; el terreno blanco, castaño, negro, desecado, y el cielo verde pálido. Las cosas vivientes se destacaban sobre el glaciar Hhryggt.
El curso del glaciar estaba dividido en un punto por un macizo de roca plutónica que había resistido a siglos de asedio, como un castillo infernal. El hielo había carcomido las paredes, que aún se alzaban en torres. Allí donde caía el río helado, había una meseta cubierta de helechos. Allí aguardaba, inmóvil, el jefe de las criaturas de dos filos, mientras las cohortes se agrupaban.
Eran los kzahhns de Hrastyprt los que primero habían decidido destruir a los Hijos de Freyr que vivían en las distantes llanuras. El joven kzahhn era Hrr-Brahl Yprt. Él conduciría la cruzada. El abuelo, el gran kzahhn Hrr-Tryhk Hrast, había sido asesinado por aquellos Hijos remotos. Las legiones se lanzarían a la venganza bajo el mando de Hrr-Brahl Yprt.
Porque con Hrr-Brahl Yprt los phagors habían prosperado, recuperando las energías perdidas desde que Freyr incendiara el mundo por última vez. La fuerza del número, tanto como un propósito consciente, había puesto en movimiento esta vasta migración, de escala irresistible.
Sin embargo la causa primera y determinante no era en verdad el deseo de venganza, sino los gradientes favorables de temperatura en la estratosfera. El mensaje del calor vibraba a lo largo de los ochocientos kilómetros de longitud del glaciar que descendía desde la meseta sin aire del Alto Nktryhk hasta los ásperos valles al este de la llanura oldorandina, atrayendo a los phagors refugiados en grutas y hendiduras.
Hrr-Brahl Yprt aguardaba inmóvil. También él había oído el mensaje del calor en su octava de aire.
Ese precursor de grandes cambios climáticos activaba también otras formas de vida de la región, de las que los phagors dependían en parte para obtener proteínas. Unas tribus protognósticas llamadas madis residían asimismo en el territorio sembrado de rocas de los glaciares. Escuálidos, perpetuamente mal nutridos, también ellos volvían a las costumbres nómadas. Llevaban al frente cabras y arangos, unos cuadrúpedos que se alimentaban de líquenes y pulgones de las rocas. Los madis buscaban terrenos de pasto más bajos. Pero no se moverían antes de que la cruzada phagor partiera y despejara el camino.
El joven Hrr-Brahl Yprt gruñó la orden de montar. Sólo los oficiales de mayor rango disponían de kaidaws. Montaron en los corceles de color rojo herrumbrado apenas se dio la orden, sentándose detrás de las gibas.
La orden fue dada el año 13, según el modesto calendario de Loil Bry. Según el calendario de la raza de dos filos, era el giro aéreo o año 353 después de la Pequeña Apoteosis, o el Gran Año 5.634.000 desde la Catástrofe. Según una versión más moderna, finalizaba el año 433.
Laintal Ay era entonces un niño encaramado sobre las rodillas de su madre viuda.
Llegaría un momento en que tendría que enfrentar todo el poder de la cruzada de Hrr-Brahl Yprt.
Junto al kaidaw del kzahhn había un creaght —un phagor macho joven— con un alto estandarte.
Hrr-Brahl Yprt tenía la estatura de un hombre de buena talla y era una vez y media más pesado. Los pies queratinosos de tres dedos sostenían una poderosa musculatura, flancos fuertes y un pecho más ancho que el de cualquier hombre.
La cabeza, encajada entre los sólidos hombros, era notable. Larga, estrecha, ósea, tenía en la frente unas protuberancias, de modo que los ojos, protegidos por largas pestañas donde brillaba la nieve, parecían mirar con una rara fuerza. Los cuernos, implantados detrás de las orejas, se curvaban primero hacia adelante y luego hacia arriba. Tenían vetas grises, como si fueran de mármol, y los bordes mortalmente afilados. Empleaban estas armas sólo en combate contra otros phagors; nunca contra otras especies, y no debían mancharse con la sangre roja de los Hijos de Freyr.
El prominente hocico de Hrr-Brahl Yprt era negro bajo los ollares, como había sido el de su abuelo. Cada vez que se movía acentuaba aquel aire de autoridad feroz.
Los armeros le habían labrado una complicada corona para esta cruzada. Descendía como flores de lis entrelazadas sobre el largo apéndice nasal del joven kzahhn, y se le curvaba en la base de los cuernos, de donde sobresalían a los lados dos puntiagudos cuernos metálicos.
Cuando amenazaba a un subordinado, el kzahhn arrugaba el labio inferior mostrando dos hileras de dientes romos y estriados, flanqueados por largos colmillos.
Llevaba el cuerpo revestido por una armadura; un chaleco sin mangas de rígida piel de kaidaw, con tres capas y un cinturón. El cinturón se ensanchaba sobre el vientre en una especie de bolsa que protegía los genitales, pendientes entre la áspera pelambre de la pelvis.
El nombre del kaidaw era Rukk-Ggrl. Luego de montar en Rukk-Ggrl, el joven kzahhn alzó la mano velluda. Un esclavo humano tocó un enorme instrumento enroscado, hecho con un cuerno de pinzasaco. La diafonía resonó en la extensión gris.
En respuesta a esa lúgubre llamada, otros esclavos salieron de una caverna en el macizo plutónico, trayendo las figuras del padre y el bisabuelo de Hrr-Brahl Yprt.
Estos ilustres antepasados se encontraban en estado de brida, mientras se hundían lentamente en el vórtice final del no ser. En el estado de brida los procesos vitales eran muy lentos y los cuerpos iban empequeñeciéndose poco a poco. El bisabuelo se había convertido casi enteramente en queratina.
Ante la aparición de estos objetos totémicos, corrió la agitación entre los machos y hembras de la tropa. Se irguieron en el suelo helado; muchos se destacaban contra el cielo sobre los riscos próximos o las rocas, y las brillantes nubes amontonadas les difuminaban los contornos. Algunos se apoyaban en las lanzas, mientras unas aves enormes se cernían sobre ellos. Todos, en reposo, mostraban esa terrorífica inmovilidad propia de la especie. Sólo algún fugaz movimiento de las orejas indicaba que estaban vivos. Cambiaron de posición para volver los ojos al joven jefe y a los líderes del pasado.
Las figuras totémicas fueron presentadas al kzahhn. Los esclavos humanos se arrodillaron ante él.
Hrr-Brahl Yprt desmontó y se colocó entre los antepasados y el kaidaw. Se inclinó, hundió humildemente el rostro en el rojizo pelaje del flanco de Rukk-Ggrl, y pareció que se desmayaba. En una especie de trance, llamó al presente a los espíritus del padre y el bisabuelo.
Los espíritus se presentaron ante él. Eran unas figurillas bigotudas, no mayores que un conejo de las nieves. Chillaron a modo de saludo. Como no habían hecho jamás en la vida real, corrían a cuatro patas.
—Oh, sagrados antecesores que ahora sois parte de la tierra —exclamó el joven kzahhn, en la áspera lengua de la especie—, al fin marcharé a vengar a quien tendría que estar ahora entre vosotros, mi valiente abuelo, el gran kzahhn Hrr-Tryhk Hrast, muerto por los desnudos Hijos de Freyr. Nos esperan años de prueba. Fortaleced mi brazo, advertidme los peligros, sostened en alto mis cuernos.
El bisabuelo parecía estar dentro de Rukk-Ggrl. La imagen queratinosa dijo: —Ve, con los cuernos en alto, y nunca olvides las enemistades. Evita la amistad con los Hijos de Freyr.
La observación era inútil para Hrr-Brahl Yprt. No creía sentir otra cosa que odio por el enemigo tradicional. Los que estaban en estado de brida no siempre eran los más sabios.
La imagen queratinosa del padre era mayor que la del bisabuelo, puesto que había entrado más recientemente en el estado de brida. La imagen se inclinó y habló, despertando una serie de imágenes en la mente del hijo.
Hrr-Anggl Hhrot mostró una imagen que el joven kzahhn sólo comprendió a medias. Para un ser humano hubiera sido incomprensible. Sin embargo, era una visión del universo conocido, tal como lo imaginaba la raza de dos filos, y que condicionaba en gran parte lo que pensaban de la vida.
Un órgano atareado bombeaba vigorosamente, expandiéndose y contrayéndose. Tenía tres partes, cada una de las cuales se parecía un poco a un puño humano apretado. Las partes eran interdependientes y de distintos colores. La gris era el mundo conocido; la blanca el brillante Batalix, la de puntos negros Freyr. Cuando Freyr se expandía las otras partes se achicaban; cuando Batalix crecía, también crecía el mundo conocido.
El conjunto estaba envuelto en un vapor por el que corrían hebras amarillas: las octavas de aire. Las octavas de aire se agitaban como si huyeran de Freyr, aunque en algunos momentos se le enroscaban alrededor. El tercio de Freyr emitía exopodios negros que tiraban de las octavas de aire y lo acercaban al mundo conocido. El mundo se cubría de espuma y crecía.
Estas imágenes eran familiares para el joven kzahhn, y estaban destinadas a darle seguridad antes de la partida. Comprendía también la advertencia que transmitían las imágenes: las octavas de aire que la cruzada tenía que seguir se enredaban caóticas, trastornando el perfecto sentido de la dirección que era común a la especie. La cruzada haría lentos progresos, que llevarían muchos giros aéreos o años.
Dio gracias a la imagen queratinosa con un ronquido profundo.
Hrr-Anggl Hhrot reveló más figuras. Tenían el olor de las cosas antiguas. Surgían de un pozo de sabiduría de los tiempos heroicos, cuando Freyr no tenía ninguna importancia. Pudo verse entonces todo un ejército de antepasados queratinosos, semejantes a ángeles, que confirmaban las imágenes.
Hrr-Anggl Hhrot mostró qué ocurriría cuando hubiesen pasado, en el órgano triple, tantos giros de aire como dedos en las manos y los pies de un estalón. Lentamente, Freyr, punteado de negro, se ocultaría detrás de Batalix. Así ocurriría veinte veces, en sucesivos giros de aire. Y ésta era la temible paradoja: aunque la parte de Freyr era la mayor, se ocultaba detrás de la parte de Batalix, cada vez más pequeño.
Esos veinte ocultamientos señalarían el principio del cruel período de dominio de Freyr. A partir del vigésimo, las colonias que componían la raza de dos filos caerían bajo el poder de los Hijos de Freyr.
Ésa era la advertencia; pero había alguna esperanza.
Los pobres e ignorantes Hijos se espantarían ante los ocultamientos de Freyr, que los había parido. El tercer ocultamiento sería el más desmoralizador. Ese era el momento de golpear; ése era el momento de acercarse a la ciudad donde el gran kzahhn, Hrr-Tryhk Hrast, había sido destruido. Ésa era la hora de la venganza. La hora de quemar y matar.
Recuerda. Sé valiente. Sostén los cuernos en alto. ¡La guerra ha comenzado!
Hrr-Brahl Yprt reaccionó como si hubiese recibido por primera vez la corriente de la sabiduría. La había recibido varias veces, siempre idéntica a sí misma. Para él, era como el pensamiento. Todos los miembros con antepasados en estado de brida habían recibido muchas veces las mismas imágenes en épocas anteriores. Las imágenes provenían del mundo conocido, del aire, de los antiguos muertos. Eran incontrovertibles.
Todas las decisiones que se tomaban eran el resultado de esas corrientes de sabiduría emanadas de los antepasados queratinosos. Quienes habían construido el pasado superaban en número a los vivos. Los viejos héroes habían medrado en una edad heroica en la que Freyr era más pequeño.
El joven kzahhn emergió de su trance momentáneo. El ejército que lo rodeaba se agitó, movió las orejas. Las aves se cernían sobre ellos. Nuevamente sonó el cuerno discordante, y las imágenes, semejantes a muñecas, fueron transportadas a la caverna, en la fortaleza natural. Era hora de avanzar.
Hrr-Brahl Yprt montó de un salto en la alta silla de Rukk-Ggrl. El movimiento desalojó a Zzhrrk, el ave vaquera blanca, que remontó vuelo, giró, y volvió a posarse en el hombro de Hrr-Brahl Yprt. Muchos otros tenían sus propias aves vaqueras. Los disonantes graznidos agradaban a los phagors. Las aves eran realmente útiles pues libraban a los phagors de las garrapatas que les infestaban el cuerpo.
Esas garrapatas —criaturas poco estimadas— eran un vínculo clave en la compleja estructura ecológica del mundo, y un nexo clandestino entre enemigos mortales. Mientras el joven kzahhn se comunicaba en brida con los antepasados, unas nubes descoloridas habían cubierto el nevado paisaje. La luz se reflejaba entre la bruma y el suelo. En esa luz no polarizada, en la que no había sombras y las cosas vivientes parecían espectrales, los seres humanos hubieran ido perdidos de un lado a otro. No había horizonte. Todo era gris perla.
Poco significaba esa blancura para el ejército de dos filos, que se guiaba por las octavas de aire. Una vez terminada la ceremonia de comunicación, servidores de a pie se adelantaron con cuatro jóvenes kaidaws de talla menuda. La única giba de los animales estaba apenas desarrollada; todavía tenían manchas en el pelaje áspero. En cada uno de los kaidaws montaba una de las cuatro fillockas del kzahhn. Cada fillockas tenía, entretejidas en la crin, plumas de águila o pálidas flores papilionáceas de las rocas. Ese cuarteto de jóvenes bellezas había sido seleccionado por la colonia para acompañar al kzahhn Hrr-Brahl Yprt durante los años de la cruzada.
Una fresca brisa de cuarenta grados bajo cero sopló desde las glaciales alturas del este y rizó los delicados fila mentos pilosos de las doncellas ancipitales. Bajo esos filamentos estaba la gruesa piel phagor, casi impenetrable al frío, excepto empapada en agua. La brisa despejó la capa de nubes. Como si se hubiese abierto una celosía, retornaron las formas del mundo conocido. El ejército de criaturas y las paredes a pico del Hhryggt, en el fondo, se vieron claramente, así como las cuatro fillockas, al principio espectralmente blancas. La blancura se desvaneció. Aparecieron enfrente unos negros desfiladeros que los conducirían al punto de destino, doce mil metros más cerca del nivel del mar.
Se elevó el estandarte Hrastyprt.
El joven kzahhn alzó la mano y señaló hacia adelante.
Clavó los córneos dedos del pie en el flanco de Rukk-Ggrl. La bestia alzó la cabeza y avanzó sobre los helechos quebradizos. El ejército se puso lentamente en marcha, con el andar extraño y bamboleante de los phagors.
El suelo de pizarra crujía, el hielo resonaba. Las aves vaqueras remontaban a gran altura con las corrientes ascendentes. La cruzada había comenzado.
La consumación llegaría como lo habían pronosticado las imágenes ancestrales, cuando Freyr se escondiera detrás de Batalix por tercera vez. Entonces, el ejército del kzahhn atacaría a los Hijos de Freyr que residían en la ciudad maldita, donde habían matado al noble abuelo de Hrr-Brahl Yprt, el gran kzahhn que había sido obligado a saltar de la cima de una torre a la muerte. La venganza estaba en camino: la ciudad sería arrasada.
Quizá no era sorprendente que el pequeño Laintal Ay llorara en el regazo de su madre.
Año tras año, la cruzada progresaba. Los habitantes de Oldorando ignoraban esa distante némesis. Se ocupaban de las tareas de su propia historia.
Dresyl no era ya el enérgico jefe de antes. Cada vez se quedaba más tiempo en la ciudad, atendiendo detalles nimios de asuntos que marchaban perfectamente antes que él interviniera. De los asuntos de caza se ocupaban los hijos.
El aroma del cambio inquietaba a todos. Los jóvenes querían abandonar las corporaciones y dedicarse a la caza. Los jóvenes cazadores mismos eran poco formales. Un cazador que servía a Dresyl había tenido una hija natural con la mujer de un hombre mayor. Esta conducta se hacía común, así como las consiguientes peleas.
—Nos comportábamos mejor cuando yo era joven —se quejó Dresyl a Aoz Roon, olvidando sus proezas juveniles—. Pronto nos mataremos unos a otros, como los salvajes de los Quzint.
Dresyl estaba indeciso entre provocar y aplastar a Aoz Roon o aplacarlo con elogios. Se inclinaba a esto último, porque Aoz Roon estaba ganando fama de buen cazador; pero indignaba a Nahkri, hijo de Dresyl, que no simpatizaba con Aoz Roon por ese tipo de razones que sólo los jóvenes conocen.
Dly Hoin, la poco satisfactoria esposa de Dresyl, enfermó y murió cuando concluía el año 17 después de la Unión. El padre Bondorlonganon acudió a sepultarla de costado, en su octava de tierra. Y con esta ausencia se abrió un vacío en la vida de Dresyl, quien sintió que la amaba por primera vez. A partir de ese momento, llevó siempre una pena en el corazón.
A pesar de su edad, aprendió el arte de la comunicación con los padres y buscó el pauk para poder hablar con la desaparecida Dly Hoin. La encontró a la deriva en el mundo inferior. Ella le reprochó falta de amor, temperamento frío, la forma en que habían desperdiciado la vida en común, y muchas otras cosas que le dolieron. Huyó de los vituperios y de aquella dura lengua y fue desde entonces un hombre silencioso.
A veces hablaba con Laintal Ay. El muchacho tenía una mente más brillante que Nahkri o Klils. Pero se mantuvo alejado de su anciano primo el Pequeño Yuli; aunque anteriormente lo había desdeñado, ahora lo envidiaba. Yuli tenía una mujer viva a quien amar y hacer feliz.
Yuli y Loil Bry continuaban en la torre, tratando de no tomar en cuenta que habían encanecido. Loilanun vigilaba a Laintal Ay observando cómo él entraba más a fondo en los rudos placeres de una nueva generación.
Muy lejos, debajo de los Quzint, vivía una secta religiosa llamada de los Apropiadores. Una vez, el primer Yuli había alcanzado a verlos un instante. Segura, en una caverna enorme protegida por el calor de la tierra, la secta era virtualmente invulnerable a los gradientes de temperatura de la alta atmósfera. Pero mantenían una relación secreta con Pannoval; y esa secta tuvo una percepción que, a su manera, condujo a cambios tan importantes como cualquier gradiente de temperatura.
Aunque era una percepción perversamente errónea, contenía una cierta belleza para las rígidas mentes de los Apropiadores, y parecía manifestar la verdad que acompaña a la belleza.
Los Apropiadores, tanto varones como mujeres, llevaban una vestidura adornada que los cubría desde el mentón hasta los pies. Vistos de perfil, parecían flores semiabiertas vueltas hacia abajo. Sólo usaban esta ropa exterior, llamada charfral. El charfral podía interpretarse como un emblema del pensamiento apropiador. Los conocimientos de la secta habían sido codificados a lo largo de muchas generaciones, en innumerables ramificaciones teológicas. Eran puritanos y lascivos a la vez. Aún en la estratificación represora del sistema eclesiástico había contradicciones y paradojas, que habían conducido a un hedonismo neurótico.
La creencia en el Gran Akha no era incompatible con la concupiscencia organizada, por una razón básica: Akha no prestaba atención a la humanidad. Luchaba contra la luz destructora de Wutra, lo que servía al interés de la humanidad; pero lo hacía en su propio beneficio. No importaba lo que la humanidad hiciera. De la impotencia humana nacía la ética del eudemonismo.
Mucho después de morir, el profeta Naba cambió todo esto. En cierto momento, las palabras de Naba se filtraron de Pannoval a la caverna. El profeta prometía que si hombres y mujeres abandonaban la concupiscencia, si no se acostaban unos con otros de modo tan indiscriminado que nadie conocía a su propio padre, entonces, el Gran Padre, Akha mismo, se ocuparía de ellos. Les permitiría participar como guerreros en la lucha contra Wutra. La guerra concluiría antes. La humanidad —ésta era la esencia del mensaje de Naba— no era impotente, a menos que decidiera serlo.
La humanidad no era impotente. Para los Apropiadores sepultados, el mensaje era persuasivo. Nunca lo hubiera sido en el Santuario de Pannoval; allí, la gente nunca había pensado que la humanidad no pudiera decidir por sí misma. Pero en la caverna, empezaron a arder los charfrales y se instauró la castidad.
En un año, los Apropiadores cambiaron de carácter. La vieja y rígida codificación se orientó hacia la virtud restrictiva, en nombre del dios de piedra. Los que no pudieron adaptarse a la nueva moral fueron ejecutados con un golpe de sable, o huyeron antes de que el sable cayera.
En el calor y la discusión de la revolución, a los Apropiadores no les bastó haberse convertido ellos mismos. Los revolucionarios han de convertir a otros. Así el Naba de Akha inició el Viaje de la Fe. El Viaje de la Fe recorrió cien millas de pasajes subterráneos para difundir el mensaje. La primera parada fue Pannoval.
Pannoval no tenía interés en oír de nuevo la palabra de su propio profeta, que había sido ejecutado y olvidado mucho antes. Pero se pronunció activamente en contra de una invasión de fanáticos.
La milicia dispuso sus fuerzas y presentó batalla. Los fanáticos estaban preparados. Nada deseaban más que morir por la causa. Si también otros morían, tanto mejor. Los coruscos, aullando desde las octavas de tierra, los incitaban a la lucha. Se lanzaron hacia adelante. La milicia hizo todo lo posible durante un largo y sangriento día. Luego dio media vuelta y huyó.
Pannoval se inclinó ante el mensaje del poder humano y ante el nuevo régimen. Se cortaron rápidamente charfrales, tan sólo para quemarlos. Los que no se conformaron o murieron, escaparon.
Los que escaparon se abrieron paso hacia el mundo despejado de Wutra, las eternas llanuras del norte. Llegaron allí en el momento en que la nieve se retiraba. Crecía la hierba. Los dos centinelas montaban guardia reforzada en el cielo, y Wutra mismo parecía menos violento. Sobrevivieron.
Año tras año se fueron desplazando hacia el norte en busca de alimento y de tierras protegidas. A lo largo del río Lasvalt, alcanzaron el este de las grandes llanuras. Acosaron a los rebaños de yelks y gunnadus. Y prosiguieron hacia el istmo de Chalce.
Al mismo tiempo, el ascenso de la temperatura agitaba a los pueblos del frígido continente de Sibornal. Oleadas de rudos colonos avanzaban hacia el sur, y penetraban en el continente de Campannlat por el istmo de Chalce.
Un día, cuando Freyr imperaba solo en el cielo, la tribu de Pannoval situada más al norte encontró la avanzada meridional del éxodo de Sibornal. Lo que ocurrió entonces había ocurrido antes muchas veces, y era fatal que volviera a ocurrir.
Wutra y Akha se ocuparían de eso.
Así era el mundo cuando Pequeño Yuli lo abandonó. Los mercaderes de sal de los Quzint llegaron a Oldorando con noticias de avalanchas y de extraños sucesos. Yuli, ya muy anciano, se apresuró escaleras abajo para verlos llegar, resbaló y se rompió una pierna. Una semana más tarde el hombre santo de Borlien visitaba Oldorando, y Laintal Ay jugaba feliz con el perrito de mandíbula móvil.
Una época había terminado. Estaba a punto de comenzar el reinado de Nahkri y Klils.