XIII - PANORAMA DESDE EL MEDIO ROON

En la Estación Observadora Terrestre entendían correctamente la expresión «fiebre de los huesos». Era parte de un complejo mecanismo patológico causado por un virus que las cultivadas familias del Avernus llamaban virus hélico, y que ellas conocían mejor que quienes lo sufrían y morían por él en el planeta.

Los estudios de microbiología heliconiana estaban bastante avanzados para que los terrestres supieran que el virus se manifestaba dos veces cada gran año heliconiano de 1.825 años. Estas manifestaciones, aunque los habitantes de Heliconia pensaran lo contrario, no eran casuales. Ocurrían invariablemente durante el período de veinte eclipses que señalaba el comienzo de la verdadera primavera, y después durante el período de seis o siete eclipses que sobrevenía más adelante en el gran año. Los cambios de clima que coincidían con los eclipses desencadenaban las fases simétricas de hiperactividad viral, cuyos efectos eran igualmente devastadores aunque totalmente distintos en los distintos períodos.

Para los habitantes del planeta, las dos plagas eran fenómenos diferentes. Estaban distanciadas por cinco pequeños siglos heliconianos (es decir, apenas más de siete siglos terrestres), y tenían nombres diferentes: la fiebre de los huesos y la muerte gorda.

La enfermedad provocada por el virus, como una inundación irresistible, afectaba la historia de todos aquellos por cuyas tierras se paseaba. Sin embargo, un virus individual, como una sola gota de agua, era un factor despreciable. Era preciso aumentar diez mil veces el virus hélico para que el ojo humano pudiera verlo.

El virus era una bolsa de noventa y siete milimicrones, cubierta parcialmente de icosaedros, hecha de lípidos y proteínas, y que contenía RNA; se parecía, en muchos aspectos, al virus helicoidal pleomórfico responsable de una extinta enfermedad terrestre, las paperas.

Tanto los estudiosos del Avernus como los observadores terrestres habían descubierto hacía tiempo la función de este virus devastador. Como el antiguo dios hindú Siva representaba el principio —de doble filo— de la destrucción y de la conservación. Mataba, pero la existencia continuaba desarrollándose a lo largo de esa estela mortal. Sin la presencia del virus hélico en el planeta, ni la vida humana ni la phagoriana hubieran sido posibles.

A causa de esa presencia, ninguna criatura terrestre podía poner el píe en Heliconia y sobrevivir. En Heliconia imperaba el virus hélico, que era como un cordón sanitario en tomo del planeta.

Hasta este momento, la fiebre de los huesos no había entrado en Embruddock. Pero se acercaba, tan inexorablemente como la cruzada del joven kzahhn Hrr-Brahl Yprt. Los estudiosos del Avernus se preguntaban qué atacaría primero.

Otras preguntas ocupaban la mente de quienes vivían en Embruddock. La principal, entre los hombres que estaban cerca de la cumbre en la insegura jerarquía, era cómo alcanzar el poder y cómo conservarlo.

Afortunadamente para la humanidad, aún no se ha encontrado respuesta a esta pregunta. Pero Tanth Ein y Faralin Ferd, hombres venales y poco complicados, no tenían interés en el aspecto abstracto de la cuestión. Mientras pasaba el tiempo y alboreaba otro año —el funesto año 26 del nuevo calendario—, y la ausencia de Aoz Roon alcanzaba el medio año, los dos lugartenientes gobernaban interinamente.

Esto les convenía. A Raynil Layan le convenía menos. Había ganado autoridad ante los dos regentes y el consejo. Raynil Layan sabía que en Oldorando era necesario, desde tiempo atrás, un nuevo sistema; si conseguía introducirlo alcanzaría el poder por medios no violentos como él prefería.

Como si cediera al fin a la presión de los comerciantes, reemplazaría con dinero el antiguo sistema de trueque.

Desde ese momento, nada sería gratis en Oldorando.

El pan se pagaría con moneda.

Seguros de recibir una parte, Tanth Ein y Faralin Ferd aprobaban el plan de Raynil Layan. La ciudad se expandía continuamente. Ya no se podía confinar el comercio en las afueras; se convertía en el centro de la vida y aparecía, por lo tanto, en el centro de la ciudad. Y merced a la innovación de Raynil Layan, sería sencillo cobrarle un impuesto.

—No está bien pagar por la comida. La comida tendría que ser gratis, como el aire.

—Pero recibiremos dinero para comprarla.

—No me parece bien. Raynil Layan va a medrar con esto —dijo Dathka.

y el otro Señor de la Pradera del Oeste caminaban hacia la torre de Oyre, de paso inspeccionando la zona. La responsabilidad de ambos crecía junto con Oldorando. Veían nuevas caras en todas partes. Los miembros del consejo estimaban —retorciéndose un poco las manos— que apenas una cuarta parte de la población había nacido en la ciudad. El resto eran extranjeros, muchos de ellos en tránsito. Oldorando estaba situada en una encrucijada continental cada vez más frecuentada.

Lo que pocos meses antes había sido una campiña era ahora un campamento de tiendas y cabañas. Y algunos cambios eran más profundos. El viejo régimen de la caza, a veces duro, a veces sibarítico, desapareció de la noche a la mañana. Laintal Ay y Dathka tenían un esclavo para alimentar a los mielas. La caza escaseaba, los pinzasacos habían desaparecido, y los inmigrantes traían rebaños, lo que implicaba una vida más sedentaria.

Las diversiones del bazar habían arruinado la camaradería de la caza. Quienes se complacían en correr como el viento sobre las praderas recientemente descubiertas en los días de Aoz Roon, se contentaban ahora con holgazanear en las calles, mientras se ocupaban de atender o regentar establos, o de transportar mercaderías, o de servir de alcahuetes.

Los Señores de la Pradera del Oeste eran responsables del orden en los barrios de la ciudad que crecían al oeste del Voral. Tenían algunos guardias que los ayudaban. Un grupo de esclavos del sur, buenos albañiles, estaban construyendo una torre para ellos. La cantera estaba cerca de los brassimipos. La nueva torre imitaba las antiguas: se erguiría por encima de las tiendas de aquellos a quienes los señores querían dominar, puesto que tendría tres plantas.

Después de inspeccionar el trabajo del día e intercambiar bromas con el supervisor, Laintal Ay y Dathka fueron a la ciudad vieja, abriéndose paso a través de la multitud de peregrinos. Había tiendas de lona listas para atender a las necesidades de cada viajero. Cada tienda tenía una licencia extendida por el despacho de Laintal Ay, y exhibía un disco con un número.

Aparecieron unos peregrinos. Laintal Ay les cedió paso, retorciendo y apoyando la espalda contra una pared de lona. Movió atrás un pie y encontró el vacío; resbaló y cayó en un hoyo que la tela ocultaba. Sacó la espada. Tres jóvenes pálidos, de torso desnudo, lo miraron horrorizados cuando él les hizo frente.

El agujero tenía el tamaño de una habitación pequeña, y un metro de profundidad.

Los hombres se habían pintado un sol en el centro de la frente.

Dathka apareció en el extremo de la pared de lona y miró divertido la excavación.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Laintal Ay a los tres hombres.

Los tres se mantuvieron erguidos, reponiéndose de la sorpresa. Uno dijo: —Éste será un altar dedicado al gran Akha de Naba, y por lo tanto es terreno sagrado. Tenemos que pedirte que te retires inmediatamente.

—Estas tierras están a mi cargo —dijo Laintal Ay—. Muéstrame tu licencia para establecerte aquí.

Mientras los jóvenes se miraban, otros peregrinos se reunieron alrededor del hoyo, observando y murmurando. Todos vestían ropas blancas y negras.

—No tenemos licencia. No vendemos nada.

—¿De dónde habéis venido?

Un hombre de gran estatura, con la cabeza envuelta en una tela negra, de pie al borde del hoyo y acompañado por dos ancianas que traían un objeto grande, dijo en voz pomposa: —Somos fieles del gran Akha de Naba y marchamos hacia el sur, difundiendo su palabra. Planeamos erigir aquí una capilla, y exigimos que tu indigna persona se marche ahora mismo.

—Soy el señor de esta tierra, y de cada palmo de tierra. ¿Y por qué caváis si queréis construir una capilla? ¿O no podéis distinguir entre la tierra y el aire?

Uno de los jóvenes excavadores explicó: —Akha es el dios de la tierra y de lo subterráneo: vivimos en las venas de Akha. Difundiremos la buena nueva por el mundo. ¿No somos, acaso, los Apropiadores de Pannoval?

—Pues no os apropiaréis de este hoyo sin mi permiso —rugió Laintal Ay—. ¡Todos afuera!

El hombre corpulento y pomposo empezó a dar gritos, pero sacó la espada. El objeto que llevaban las dos ancianas estaba cubierto con un paño. Dathka pinchó el paño con la punta de la espada, y lo apartó descubriendo una figura de piedra negra, torpemente agazapada, humana a medias, con unos ojos de rana ciegos y fijos.

—¡Que belleza! —exclamó Dathka riendo—. Mejor cubrir una cara tan horrenda.

Los peregrinos se enfurecieron. Akha había sido insultado: la luz del sol no tenía que tocarlo jamás. Varios hombres se lanzaron contra. Laintal Ay saltó del hoyo gritando, blandiendo la espada contra los peregrinos. La disputa atrajo a un guardia y a dos de los hombres armados con palos, y poco después los peregrinos estaban bastante maltrechos como para prometer comportarse mejor en el futuro.

Laintal Ay y Dathka continuaron hasta las nuevas habitaciones de Oyre en la torre de Vry, que se estaba reconstruyendo. Oyre se había trasladado porque la plaza, junto a la gran torre, era demasiado ruidosa a causa de las tiendas de bebidas. Y con Oyre habían ido Dol y su hijo, Rastil Roon Den, así como la anciana madre de Dol, Rol Sakil. A medida que la ausencia de Aoz Roon se prolongaba, Dol se había sentido cada día menos tranquila en una casa que albergaba también a los dos desenfrenados lugartenientes, Faralin Ferd y Tanth Ein.

A la entrada de la torre, que aún se llamaba Torre de Shay Tal, y por orden de Laintal Ay, estaban de guardia cuatro jóvenes robustos que habían sido esclavos en Borlien. Saludaron mientras Dathka y él entraban.

—¿Cómo está Oyre? —preguntó Laintal Ay, empezando a subir.

—Se está recuperando.

Encontró a Oyre en cama, rodeada por Vry, Dol y Rol Sakil. Se acercó y ella le tendió tos brazos.

—Oh, Laintal Ay, ha sido tan horrible, he tenido tanto miedo. —Él miró la cara y vio la fatiga en las leves arrugas debajo de los ojos. Todos los que descendían al mundo de los ancestros envejecían con la experiencia.—Creí que no volvería a verte, querido —dijo—. El mundo inferior es peor en cada nueva visita.

La edad había doblado en dos a Rol Sakil. El largo pelo blanco le cubría la cara, de modo que sólo se veía la nariz. Junto a la cama, tenía al nieto. Rol Sakil dijo: —Únicamente los viejos no retornan, Oyre.

Oyre se incorporó y estrechó más a Laintal Ay. El sintió cómo ella temblaba.

—Era dos veces más horrible esta vez: un universo sin soles. El mundo inferior es lo opuesto del nuestro; la roca original es como un sol debajo de todo, negro, que diera luz negra. Los fessupos cuelgan como estrellas, no en el aire, sino en las rocas. Todos son lentamente absorbidos por el agujero negro de la roca original… Son malignos, odian a los vivos.

—Es verdad —dijo Dol, acariciando a su anciana madre—. Nos odian y nos devorarían si pudieran.

—Intentan mordernos cuando pasamos al lado.

—Tienen los ojos llenos de deseos malignos.

—Las bocas también…

—¿Y tu padre? —urgió Laintal Ay, llevando la charla al motivo de que ella hubiera entrado en pauk.

—Encontré a mi madre en el mundo inferior.—Oyre no pudo decir más por un momento. Aunque estaba aferrada a Laintal Ay, el mundo al que pertenecía le parecía menos real que el que había abandonado. La madre no había tenido una palabra amable para ella, sólo recriminaciones, y un odio de una intensidad que los vivos rara vez se atrevían a mostrar.

—Me dijo que yo la había deshonrado, que bajó a la tumba avergonzada. Yo la había matado, yo era responsable, me había detestado desde que sintió mis movimientos en el vientre… Todas las cosas malas que hice en la infancia… Mi incapacidad de valerme por mí misma… Mi suciedad… Oh, no puedo decirte…

Se echó a llorar como queriéndose quitar el dolor.

Vry se acercó y ayudó a Laintal Ay a sostenerla.

—No es verdad, Oyre, todo eso es imaginario. —Pero la llorosa amiga la apartó.

Todos habían estado alguna vez en pauk. Todos la miraban con dolorida simpatía, recordando.

—¿Y tu padre? —repitió Laintal Ay—. ¿Lo has encontrado? —Oyre se recobró y consiguió mantenerse erguida, mirándolo con los ojos enrojecidos y la cara brillante de lágrimas.

—No estaba allí, gracias sean dadas a Wutra, no estaba allí. No ha llegado aún el momento de que caiga al mundo inferior.

Todos se miraron, asombrados. Para ocultar el temor de que Aoz Roon estuviera, después de todo, con Shay Tal, Oyre continuó hablando: —Seguramente no será un corusco maligno como ésos; seguramente ha vivido una vida bastante plena, y no se convertirá en una de esas sombras malignas… Por lo menos, lo ha evitado durante un poco más de tiempo… Pero ¿dónde ha estado en todas estas largas semanas?

Dol se echó a llorar, contagiada, arrebatando a Rastil Roon de los brazos de la abuela, acunándolo, diciendo:

—¿Está vivo? ¿Dónde está? No ha sido tan malo, en verdad… ¿Estás segura de que no estaba abajo?

—Te digo que no. Laintal Ay,: todavía está en alguna parte del mundo, Wutra sabe dónde, es seguro.

Rol Sakil empezó a gemir, ahora que el niño no le impedía moverse.

—Todos hemos de descender a ese terrible lugar, tarde o temprano. Dol, Dol, muy pronto le tocará a tu madre… pronto… Promete que vendrás a verme, y yo te prometo que no diré una palabra contra ti. Jamás te reprocharé que te hayas unido a ese hombre terrible que aflige nuestras vidas…

Mientras Dol consolaba a su madre, Laintal Ay intentaba consolar a Oyre, pero de súbito ella se apartó y bajó del lecho, respirando hondamente y secándose la cara.

—No me toques. Apesto a mundo inferior. Espera a que me lave.

Durante estas lamentaciones, Dathka se mantuvo en el fondo de la habitación; la robusta figura se destacaba sobre la áspera pared, la cara parecía de madera. Al fin se adelantó.

—Callad todos, y tratad de pensar. Estamos en peligro, y tendríamos que sacar provecho de esta noticia. Si Aoz Roon aún está vivo, necesitamos un plan de acción hasta que regrese, si regresa. Quizá lo hayan capturado los phagors.

"Os aviso que Faralin Ferd y Tanth Ein conspiran para apoderarse de Oldorando. En primer lugar piensan establecer una casa de moneda, con ese gusano de Raynil Layan al frente. —Miró a Vry y luego apartó los ojos.—Raynil Layan ya tiene a los herreros acuñando moneda. Cuando manejen el dinero y paguen a los hombres, serán todopoderosos. Sin duda matarán a Aoz Roon cuando regrese.

—¿Cómo se te ocurre? —preguntó Vry—. Faralin Ferd y Tanth Ein son sus amigos de toda la vida.

—En cuanto a eso —Dathka rió—, el hielo es sólido hasta que se derrite.

Miró a todos, alerta, y finalmente a Laintal Ay.

—Hemos de probar nuestro valor. No diremos a nadie que Aoz Roon vive. A nadie. Es mejor que no estén seguros. Que todo el mundo lo dude. La noticia de Oyre llevaría a los lugartenientes a usurpar enseguida el poder. Así se adelantarían al posible regreso.

—No me parece que… —empezó a decir Laintal Ay; pero Dathka, bruscamente dueño de su lengua, lo interrumpió.

—¿Quién tiene más derecho a gobernar si Aoz Roon está muerto? Tú, Laintal Ay. Y tú, Oyre. El hijo de Loilanun y la hija de Aoz Roon. El hijo de Dol es un peligroso argumento que el consejo podría utilizar. Laintal Ay: tú y Oyre os uniréis enseguida. Basta de vacilaciones. Llamaremos a una docena de sacerdotes de Borlien para la ceremonia, y tú anunciarás que el viejo señor ha muerto, de modo que vosotros dos gobernaréis por él. Seréis aceptados.

—¿Y Faralin Ferd y Tanth Ein?

—Podemos ocuparnos de Faralin Ferd y de Tanth Ein —respondió Dathka sombríamente—. Y de Raynil Layan. No tienen el apoyo de la gente, como tú.

Todos se miraron con gravedad. Por último, Laintal Ay habló: —No usurparé el título de Aoz Roon mientras él esté vivo. Aprecio la sagacidad de tu plan, Dathka, pero no lo seguiré.

Dathka se puso las manos en las caderas y se burló.

—Bien. Entonces, ¿no te importa que los lugartenientes tomen el poder? Te matarán. Y también a mí.—No lo creo.

—Cree lo que quieras, pero sin duda te matarán. Y a Oyre, a Dol y al niño. Probablemente, también a Vry. No sueñes más. Son hombres duros y tienen que actuar sin demora. Las cegueras, los rumores de la fiebre de los huesos… Actuarán mientras tú esperas sentado.

—Sería mejor traer de vuelta a mi padre —dijo Oyre, mirando deliberadamente a Dathka, no a Laintal Ay—. Las cosas son un torbellino… Necesitamos un jefe verdaderamente fuerte.

Dathka respondió con una risa amarga y estudió la expresión de Laintal Ay.

En la habitación cayó un pesado silencio. Lo interrumpió Laintal Ay diciendo de prisa y con torpeza: —Sea cual fuere el proceder de los lugartenientes, no intentaré tomar el mando. Eso sólo crearía división.

—¿División? —dijo Dathka—. La ciudad ya está dividida, y a punto de precipitarse en el caos, con todos esos extranjeros. Eres un tonto si crees los disparates de Aoz Roon sobre la unión.

Durante la discusión, Vry se había mantenido aparte, apoyada contra la pared, de brazos cruzados. Se adelantó y dijo: —Es un error que sólo penséis en los asuntos de la tierra.—Señaló al niño y agregó: —Cuando nació Rastil Roon, el padre acababa de desaparecer. Hace de esto tres cuartos. Ha pasado el tiempo del doble ocaso. De modo que han transcurrido tres cuartos desde el último eclipse, os lo recuerdo. O desde la última ceguera, si preferís la vieja expresión.

"Se acerca otro eclipse. Oyre y yo hemos hecho los cálculos…

La anciana madre de Dol gimió.

—Nunca he podido explicar el porqué; apenas estoy aprendiendo el cómo —dijo Vry, mirando con dulzura a la anciana—. Pero si no me equivoco, el próximo eclipse será mucho más largo que el anterior. Freyr quedará oculto durante más de cinco horas y media; el eclipse empezará cuando salgan los dos soles y ocupará la mayor parte del día. Ya podéis imaginar el pánico que habrá. Rol Sakil y Dol empezaron a gemir. Dathka les ordenó bruscamente que callaran, y dijo: —¿Un eclipse de todo un día? Dentro de unos años no habrá más que eclipses, y nada de Freyr, si tienes razón ¿Por qué estás tan segura?

Ella lo miró con fijeza, escrutándole el rostro oscuro. Temiendo lo que veía, le dio una respuesta que él no podía aceptar.

—Porque el universo no es mero azar. Es una máquina. Y por tanto, se puede saber cómo se mueve.

Durante siglos no se había oído en Oldorando una afirmación tan profundamente revolucionaria. Pasó totalmente por encima de la cabeza de.

—Si es así, hemos de protegernos con sacrificios.

Sin molestarse en discutir, Vry se volvió hacia los demás diciendo: —Los eclipses no durarán. Seguirán durante veinte años, y después de los primeros once, serán más breves. Después del número veinte, no volverán.

Las palabras de Vry querían ser consoladoras. Los rostros de los demás mostraban el dolor de un pensamiento secreto; dentro de veinte años, probablemente ninguno de ellos estaría vivo.

—¿Cómo puedes saber lo que ocurrirá en el futuro, Vry? Ni siquiera Shay Tal podía hacerlo —dijo Laintal Ay.

Ella hubiera querido tocar a Laintal Ay, pero era demasiado tímida.

—Se trata de observar, y de reunir hechos antiguos, y de ponerlo todo junto. Se trata de comprender lo que sabemos, y de ver lo que estamos viendo. Freyr y Batalix están muy lejos uno de otro, aunque a nosotros nos parecen próximos. Cada uno gira en el borde de un gran plato redondo. Los platos están inclinados en un cierto ángulo. En cada intersección hay un eclipse, pues nuestro mundo está en una línea con Freyr, y Batalix se interpone. ¿Comprendes?

Dathka andaba de un lado a otro. Dijo con impaciencia: —Oye, Vry, te prohíbo que digas esas locuras en público. La gente te matará. A esto te ha llevado la academia. No escucharé una palabra más. Le echó una mirada oscura y amarga, y sin embargo, curiosamente implorante. Ella estaba atónita. Dathka salió de la habitación. Fue silencio lo que dejó atrás.

Apenas pasaron dos minutos cuando hubo una conmoción en la calle. Laintal Ay corrió a ver qué ocurría. Temía alguna imprudencia de Dathka, pero había desaparecido. Un hombre había caído de su cabalgadura y pedía ayuda; por las ropas que llevaba parecía un forastero. Se había reunido un grupo alrededor —había varias caras que Laintal Ay conocía— pero nadie lo ayudaba.

—Es la plaga —le explicó un hombre a Laintal Ay—. Cualquiera que lo ayude estará enfermo a la caída de Freyr.

Acudieron dos esclavos, y el enfermo fue arrastrado hacia el hospital.

Esa fue la primera aparición pública de la fiebre de los huesos en Oldorando.

Cuando Laintal Ay retornó a la habitación de Oyre, ella se había quitado la ropa y se lavaba en un barreño detrás de un cortina, mientras hablaba con Vry y con Dol.

La cara con hoyuelos de Dol tenía por una vez cierta expresión. Separó del pecho a Rastil Roon y puso al niño en manos de Rol Sakil.

—Tienes que actuar, amigo mío —dijo—. Reúne a la gente y habíales. Explícales todo. No te preocupes por Dathka.

—Así es, Laintal Ay —dijo Oyre—. Recuerda a todos cómo Aoz Roon construyó Oldorando, diles que has sido su fiel lugarteniente. No sigas el plan de Dathka. Asegura a todos que Aoz Roon no ha muerto, y que pronto regresará.

—Sí —agregó Dol—. Recuérdales cómo le temían, y cómo hizo el puente. A ti te escucharán.

—Entre las dos tenéis todo resuelto —respondió Laintal Ay—, pero os equivocáis. Aoz Roon ha estado afuera demasiado tiempo. La mitad de la gente apenas lo conoce. Son extranjeros, mercaderes, gente de paso. Ve al Pauk y pregunta al primero que encuentres quién es Aoz Roon. No te lo podrá decir. Es por eso que se plantea la cuestión del poder.—Laintal Ay estaba erguido y firme ante ellas.

Dol sacudió el puño.

—¡Cómo te atreves! Dices mentiras. Sí… Cuando vuelva, gobernará como antes. Yo me ocuparé de que eche a Faralin Ferd y a Tanth Ein. Sin olvidar a ese reptil, Raynil Layan.

—Puede que sí, puede que no, Dol. Pero no está aquí. ¿Y Shay Tal? Se fue el mismo día ¿Y quién habla de ella ahora? Quizá tú aún la echas de menos, Vry; otros no.

Vry movió la cabeza, y dijo serenamente: —Si quieres saber la verdad, no echo de menos a Shay Tal ni a Aoz Roon. Creo que hicieron difíciles nuestras vidas. Ella hizo difícil la mía… Oh, fue por mi culpa, lo sé, y le debo mucho, tan luego yo, hija de una esclava. Pero como una esclava seguí a Shay Tal.

—Es verdad —dijo la vieja Rol Sakil, meciendo al niño—. Ella fue un mal ejemplo para ti, Vry. Nuestra Shay Tal era demasiado… demasiado virginal. Tú sigues el mismo camino. Has de tener quince años ahora; te acercas a la madurez y aún no te has acostado con nadie. Hazlo antes de que sea tarde.

—Madre tiene razón, Vry —dijo Dol—. Ya has visto cómo Dathka se marchó furioso después de discutir contigo. Está enamorado de ti, ésa es la razón. Sé un poco más sumisa, ¿o no es ésa la actitud que ha de tener una mujer? Si le abres tus brazos, te dará lo que quieras… Sin duda es un hombre bastante apasionado.

—Te aconsejo que le abras las piernas mejor que los brazos —agregó Rol Sakil, cacareando de risa—. Hay muchas mujeres bonitas de paso por Oldorando en estos tiempos, no como cuando éramos jóvenes, que la carne escaseaba… ¡Las cosas que se consiguen ahora en el bazar! No me extraña que quieran monedas… Yo sé en qué ranura las van a meter…

—Ya basta —dijo Vry, con las mejillas encendidas—. Viviré mi propia vida, sin tus crudos consejos. Respeto a Dathka, pero no lo quiero. Hablemos de otra cosa.

Laintal Ay tomó el brazo de Vry, consolándola, mientras Oyre emergía de la cortina con el pelo recogido. No usaba las pieles de miela, que los jóvenes de Oldorando consideraban ahora algo anticuadas. Vestía, en cambio, una túnica de lana verde que llegaba casi hasta el suelo.

—Se le aconseja a Vry que tome un hombre sin demora —dijo Laintal Ay—. Y a ti también.

—Por lo menos Dathka es maduro y se conoce a sí mismo.

Laintal Ay frunció el ceño ante la observación. Volviendo la espalda a Oyre le habló a Vry: —Explícame eso de los veinte eclipses. No he comprendido. ¿Por qué es una máquina el universo?

Con un gesto de desagrado, ella respondió: —Ya has oído los elementos, pero no prestas atención. Has de estar preparado para creer que el mundo es más extraño de lo que piensas. Trataré de explicártelo claramente.

"Imagina que las octavas de aire se extienden a gran altura, tal como están en el suelo. Imagina que este mundo —los phagors lo llaman Hrl-Ichor— sigue regularmente su propia octava. En realidad, esa octava gira y gira alrededor de Batalix. Hrl-Ichor da una vuelta a Batalix cada cuatrocientos ochenta días, nuestro año, como sabes. Batalix no se mueve. Somos nosotros quienes nos movemos.

—¿Cómo, si Batalix se pone todas las noches?

—Batalix está inmóvil en el cielo. Nosotros giramos.

Laintal Ay rió.

—¿Y en el festival del Doble Ocaso? ¿Qué se mueve entonces?

—Es igual. Nosotros nos movemos. Batalix y Freyr están entonces estacionarios. Si no lo comprendes, no puedo explicar nada más.

—Todos hemos visto moverse a los centinelas, querida Vry, cada día de nuestras vidas. ¿Y qué pasaría entonces, si imagino que los dos se han convertido en hielo? Ella vaciló y continuó: —En verdad, Batalix y Freyr cambian de posición cuando Freyr se hace más brillante.

—Vamos… Primero quieres que crea que no se mueven, y luego que se mueven. Basta, Vry: creeré en tus eclipses cuando los vea, no antes.

Con una exclamación de impaciencia, Vry alzó los brazos delgados por encima de la cabeza.

—Qué tontos sois. Tanto da que caiga Embruddock, ¿qué diferencia puede haber para vosotros? No comprendéis ni la cosa más sencilla.

Salió de la habitación, aún más furiosa que Dathka.

—Hay algunas cosas sencillas que ella tampoco comprende —dijo Rol Sakil, meciendo al niño.

La vieja habitación de Vry mostraba los cambios que habían ocurrido en Oldorando. Ya no era tan desnuda. Había por todas partes curiosidades recogidas aquí y allá. Algunas las había heredado de Shay Tal, y por tanto de Loilanun. Había comprado otras en el bazar. Cerca de la ventana estaba el mapa estelar que ella misma había trazado, con las eclípticas de los dos soles.

En una pared colgaba un mapa antiguo que le había regalado un nuevo admirador. Estaba pintado sobre pergamino con tintas de colores. Había sido hecho en Ottaassaal y mostraba todo el mundo, y esto la maravillaba incesantemente. El mundo estaba representado como una forma redonda, con los continentes rodeados por océanos. Descansaba sobre la roca original —más grande que el mundo— de donde éste había sido expulsado, o de donde había surgido. Los continentes tenían nombres: Sibornal; y más abajo, Campannlat; y aún más abajo, Hespagorat. Se habían indicado algunas islas. La única ciudad señalada era Ottaassaal, en el centro.

Vry se preguntaba a qué distancia habría que situarse para ver así el mundo real. Freyr y Batalix eran también mundos redondos, como ella comprendía bien. Pero no estaban sostenidos por ninguna roca original; ¿por qué, pues, necesitaba una el mundo? En un nicho, junto al mapa, había una estatuilla que le había traído. La sacó y se la puso abstraída en la palma de la mano. Mostraba el coito de una pareja agachada. El hombre y la mujer habían sido labrados en una sola piedra. Pasando de mano en mano se habían vuelto anónimos, y el tiempo les había borrado las facciones. Representaban así un momento supremo, de unión total, y Vry los miraba con vehemencia.

—Esto es la unión —dijo en voz muy baja.

A pesar de las burlas de sus amigas, anhelaba desesperadamente lo que representaba la estatuilla. También reconocía, como había hecho Shay Tal antes que ella, que el camino del conocimiento era un camino solitario.

¿Serían un par de amantes verdaderos cuyos nombres se habían perdido a lo lejos, en el pasado? Era imposible saberlo.

En el pasado estaba la explicación de muchas cosas futuras. Miró con desánimo el reloj astronómico que intentaba construir en madera, sobre la mesa, junto a la estrecha ventana. No estaba acostumbrada a trabajar la madera; y por otra parte, no lograba comprender el principio por el que el mundo seguía un determinado camino, como los cuatro mundos errantes, y también los dos centinelas.

De repente entendió que había una unión entre esas esferas: eran del mismo material, así como los amantes eran una sola piedra. Y tenía que haber una fuerza tan poderosa como la sexualidad para unirlas, misteriosamente, para que se movieran en una cierta dirección.

Se sentó ante la mesa y comenzó a desarmar ruedas y varillas reordenándolas de otro modo.

Estaba absorta cuando oyó que golpeaban a la puerta. Entró Raynil Layan, que miró rápidamente alrededor para ver si había alguien más en el cuarto.

La vio enmarcada por el rectángulo azul claro de la ventana: la luz le acariciaba el perfil. Tenía una bola de madera en la mano. Cuando él entró, se incorporó a medias; y él vio —porque siempre escrutaba a la gente— que por una vez Vry no parecía tan reservada. Sonreía nerviosamente; se alisaba la piel de miela sobre las turgencias del pecho. Raynil Layan cerró la puerta.

El maestro de los curtidores había alcanzado cierta grandeza por aquellos días. Tenía la barba bifurcada atada con dos cintas, como había aprendido de los extranjeros, y llevaba pantalones de seda. Hacía poco tiempo que dedicaba su atención a Vry, a quien había regalado objetos como el mapa de Ottaassaal, adquirido en Pauk, y cuyas teorías escuchaba con interés. Ella encontraba todo esto oscuramente excitante. Aunque desconfiaba de las maneras pulidas de Raynil Layan, se sentía halagada por ellas y por el interés que él demostraba.

—Trabajas demasiado, Vry —dijo él, alzando un dedo y una ceja—. Si pasaras más tiempo al aire libre, el color volvería a esas bonitas mejillas.

—Sabes que estoy ocupada con la academia, ahora que Amin Lim se ha ido con Shay Tal, y también con mi propio trabajo.

La academia florecía como nunca. Tenía edificio propio, y estaba principalmente a cargo de una asistenta de Vry. Llamaban a los hombres cultivados; cualquiera que pasara por Oldorando era invitado a hablar. Muchas ideas se ponían en práctica en los talleres, debajo de la sala de conferencias. Raynil Layan observaba personalmente todo lo que ocurría.

Paseó otra vez los ojos por la habitación. Al advertir la estatuilla entre el desorden de la mesa, la examinó de cerca. Ella enrojeció.

—Es muy vieja.

—Sí. Pero todavía muy popular.

Ella rió.

—Me refería al objeto.

—Y yo a su objetivo. —La depositó sobre la mesa, mirando a Vry con las cejas arqueadas. Apoyaba el cuerpo contra el borde de la mesa, de modo que rozaba las piernas de Vry.

Vry se mordió el labio y bajó la vista. Tenía sus propias fantasías eróticas acerca de ese hombre que no le gustaba demasiado, y todas le venían en tropel a la mente.

Pero Raynil Layan, como era su estilo, cambió de actitud. Luego de un instante de silencio, se apartó, se aclaró la garganta, y dijo con seriedad: —Vry, entre los peregrinos que acaban de llegar de Pannoval hay un hombre que no está cegado por la religión como el resto. Hace relojes, y trabaja el metal con precisión. La madera no te sirve. Traeré a ese artesano, si me lo permites, y tú lo instruirás para que construya el modelo.

—No es un simple reloj, Raynil Layan —respondió Vry, mientras lo miraba y se preguntaba si ella y él podían considerarse, de algún modo, hechos de la misma piedra.

—Comprendo. Tú le explicarás cómo es tu máquina. Yo le pagaré en moneda. Pronto tendré un puesto importante, y podré ordenar lo que desee.

Ella se puso de pie, para medir mejor estas palabras.

—He oído decir que te ocuparás de la Casa de la Moneda de Oldorando.

El entornó los ojos y la miró, mitad enojado, mitad sonriente.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Ya sabes cómo vuelan las noticias.

—Faralin Ferd ha vuelto a hablar.

—No piensas demasiado bien de él ni de Tanth Ein, ¿no es cierto?

Raynil Layan se encogió de hombros y tomó las manos de Vry: —Pienso en ti a todas horas. Tendré poder, y no me parezco a esos tontos ni a Aoz Roon. Creo que el conocimiento puede aliarse con el poder y reforzarlo… Sé mi mujer y tendrás lo que deseas. Vivirás mejor. Descubriremos cosas. Abriremos la pirámide que mi predecesor, el charlatán Datnil Skar, no consiguió abrir.

Vry escondió el rostro, preguntándose si un cuerpo tan delgado y un aletargado queme podrían atraer y retener a un hombre.

Soltándose, ella retrocedió. Las manos, ahora libres, le volaron como aves hasta la cara tratando de ocultar la turbación que sentía.

—No me tientes, no juegues conmigo.

—Necesitas tentaciones, mi querida.

Raynil Layan abrió el bolso que llevaba al cinto, y sacó algunas monedas. Las puso ante los ojos de ella como un hombre que tentara con forraje a un miela sin domesticar. Ella las examinó, acercándose cautelosamente.

—Las nuevas monedas, Vry. Míralas. Van a transformar Oldorando.

Las tres monedas estaban imperfectamente redondeadas y su impresión era tosca. Una pequeña moneda de bronce tenía la inscripción «Medio Roon»; otra mayor, de cobre, «Un Roon», y una pequeña, de oro, «Cinco Roons». En el reverso decían:

OLD

ORAN

DO

Vry rió, excitada, mientras las estudiaba. De alguna manera esas monedas representaban poder, modernidad, conocimiento.

—¡Roons! —exclamó—. ¡Qué maravilla!

—Precisamente, la llave de todas las maravillas.

Vry puso las monedas sobre la mesa gastada.

—Probaré con ellas tu inteligencia, Raynil Layan.

—¡Qué extraña forma de seducir a un hombre! —dijo él, riendo; pero miró la cara delgada de Vry y advirtió que ella hablaba en serio.

—Digamos que el Medio Roon es nuestro mundo, Hrl-Ichor. El gran Un Roon es Batalix. Esta pequeña moneda dorada es Freyr. —Con el dedo, hizo que el Medio Roon girara alrededor del Roon.—Así nos movemos en el aire. Una vuelta es un año; y durante ese tiempo, el Medio Roon ha girado como una pelota cuatrocientas ochenta veces. ¿Lo ves? Cuando creemos que el Roon se mueve, somos nosotros los que nos movemos en el Medio Roon. Sin embargo, el Roon no está inmóvil. Hay un principio general, parecido al amor. Así como un chico gira alrededor de su madre, así también gira el Medio Roon alrededor del Roon; y así también, acabo de pensarlo, gira el Roon alrededor de los cinco Roons.

—¿Acabas de pensarlo? ¿Una suposición?

—No. Simplemente observación. Pero nadie puede hacer una observación, por sencilla que sea, si no está predispuesto.

"En los solsticios de otoño y primavera, el Medio Roon se aleja al máximo del Roon. —Mostró la órbita.—Imagina que detrás de los Cinco Roons hay una cantidad de puntos diminutos que representan las estrellas fijas. Imagina también que estás en el Medio Roon. ¿Puedes hacerlo?

—Y más. Puedo imaginar que tú estás conmigo.

Vry pensó que él era rápido, y le tembló la voz mientras decía: —Pues estamos allí, y el Medio Roon va primero a este lado del Roon, y luego al otro… ¿Y qué observamos? Que los Cinco Roons parecen moverse sobre las estrellas fijas que están atrás.

—¿Parecen?

—En ese sentido, sí. El movimiento demuestra a la vez que Freyr está cerca, comparado con las estrellas, y que somos nosotros los que nos movemos.

Raynil Layan contempló las monedas.

—Entonces, ¿dices que las dos monedas menores se mueven alrededor de los Cinco Roons?

—Ya sabes que compartimos un secreto culpable. Sabes que tu predecesor mostró ilegalmente a Shay Tal el libro de la corporación… Por el calendario del Rey Denniss sabemos que éste es el año que él llamaría 446. El año 446 después de una persona: Nadir…

—He tenido mejores oportunidades que tú para estudiar ese calendario, querida; y también para comparar otras fechas. La fecha Cero, según el calendario de Denniss, fue un año de mucho frío y oscuridad.

—Eso es exactamente lo que pienso. Hace ahora 446 años desde que Freyr estuvo en el punto más débil. El brillo de Batalix no cambia nunca. El de Freyr sí, por alguna razón. Antes yo creía que se hacía más brillante o más opaco al azar. Pero ahora creo que el universo no se mueve al azar, como tampoco un río. Hay causas para las cosas; el universo es una máquina, como ese reloj astronómico que intenta imitarlo. Freyr se vuelve más brillante porque se acerca; no, al revés: porque nosotros nos acercamos a Freyr. Es difícil librarse de las viejas formas de pensar cuando están empotradas en el lenguaje. En el nuevo lenguaje, el Medio Roon y el Roon se acercan a los Cinco Roons…

Raynil Layan jugaba con las cintitas de la barba, pensando en lo que ella había dicho.

—¿Por qué la teoría del acercamiento es preferible a la de más brillante y más opaco?

Vry aplaudió.

—¡Qué pregunta tan inteligente! Si Batalix no pasa de la opacidad al brillo y viceversa, ¿por qué lo haría Freyr? El Medio Roon siempre se acerca al Roon, pero nunca lo alcanza; por eso pienso que el Roon se acerca al Cinco Roons del mismo modo, llevando consigo al Medio Roon. Y por eso ocurren los eclipses. —Hizo girar otra vez las monedas de menor valor.—¿Ves cómo el Medio Roon llega cada año a un punto en que los observadores situados en él —tú y yo— no pueden ver el Cinco porque el Roon se interpone? Eso es un eclipse.

—Entonces, ¿por qué no hay un eclipse todos los años? Si una parte de tu teoría está mal, todo está mal, así como un miela no puede correr en tres patas.

Eres inteligente, pensó ella; mucho más que y Laintal Ay, y me gustan los hombres inteligentes, aunque tengan pocos escrúpulos.

—Hay una razón. Pero no puedo demostrarla como corresponde. Por eso quiero construir este modelo. Ya lo verás.

El sonrió y le tomó nuevamente la mano delgada. Ella tembló como cuando había estado en el brassimipo.

—Mañana tendrás aquí a ese artesano, construyendo tu modelo en oro, según tu deseo, si aceptas ser mía y anunciar la noticia. Quiero que estés cerca, en mi cama.—Oh, tienes que esperar… por favor… por favor…

Vry cayó temblando en los brazos de él, que empezó a acariciarle el cuerpo. Me desea, pensaba ella, en un torbellino; Dathka no se atrevería de ese modo. Raynil Layan es más duro y mucho más inteligente. No tan malo como dicen. Shay Tal se equivocaba acerca de él. Se equivocaba acerca de muchas cosas. Y además, ahora las costumbres de Oldorando son distintas, y si me quiere, me tendrá.

—Oh, mis pantalones, ten cuidado… —Pero él estaba feliz por la prisa de ella. Vry sintió, vio la excitación creciente de él, que se inclinaba sobre ella. Gimió mientras él reía. Vry tuvo una visión de ambos cuerpos, una sola carne, girando entre las estrellas, presa de un gran poder universal, anónimo, eterno…

El hospital era nuevo y no estaba terminado. Se encontraba cerca del final de la ciudad, más allá de la que se llamaba Torre de Prast en los antiguos tiempos. Acudían allí los viajeros que enfermaban en el camino. Al otro lado de la calle estaba el establecimiento de un veterinario que atendía a los animales enfermos.

Tanto el hospital como el establecimiento veterinario tenían mala fama; se decía que se intercambiaban las respectivas herramientas. Sin embargo, el hospital era eficientemente dirigido por la primera mujer que llegó a ser miembro de la corporación de boticarios; una partera y profesora de la academia que todos llamaban Madre Escantion —Ma Escantion— por las flores que había insistido en poner en las salas a su cargo.

Un esclavo condujo a Laintal Ay hasta ella. Era una mujer alta y robusta de edad mediana, pecho abundante y expresión amable. Una de sus tías había sido la mujer de Nahkri. Laintal Ay y ella habían estado en buenos términos durante muchos años.

—Quiero que veas a dos pacientes que tengo en una sala aislada —dijo, sacando una de las muchas llaves que traía colgadas del cinto. No vestía mielas, sino una bata color azafrán, larga hasta el suelo.

Ma Escantion abrió una sólida puerta detrás del despacho.

Atravesaron la vieja torre y treparon por las rampas hasta llegar a la parte superior. Llegaba desde abajo el sonido de un clow, que tocaba un convaleciente. Laintal Ay reconoció la melodía: «Para, para, río Voral». El ritmo era ágil, pero de una melancolía que se adecuaba a la inútil exhortación del estribillo. El río corría, y no se detendría, nunca, ni por amor ni por la vida misma…

Cada piso de la torre estaba dividido en pequeñas salas o celdas, con una ventanilla corrediza en la puerta. Sin una palabra, Ma Escantion corrió la ventanilla, que ocultaba una reja, e indicó a Laintal Ay que mirara.

En la celda había dos camas, y un hombre en cada una, casi desnudos. Estaban contraídos, rígidos pero nunca del todo quietos. El hombre situado más cerca de la puerta, de abundantes cabellos negros, yacía con la columna vertebral arqueada y las manos unidas y apretadas por encima de la cabeza. Frotaba los nudillos contra la pared de piedra; sangraba y la sangre le corría por los brazos entre las venas azules. Torcía la cabeza, envarada, en un ángulo raro. Vio a Laintal Ay en la reja, y trató de mirarlo, pero la cabeza continuó el lento movimiento. Las arterias del cuello le sobresalían como cuerdas.

El segundo paciente, acostado debajo de la ventana, tenía los brazos apretados contra el pecho. Se enroscaba como una bola y volvía a desenroscarse, al tiempo que sacudía los pies, con tal violencia que los huesecillos le crujían. Miraba inquieto del suelo al techo y las paredes. Laintal Ay reconoció en él al hombre caído en la calle.

Ambos estaban mortalmente pálidos y cubiertos de sudor; un olor acre salía de la celda. Continuaron luchando contra invisibles contendientes mientras Laintal Ay cerraba la ventanilla.

—La fiebre de los huesos —dijo. Estaba junto a Ma Escantion, y trataba de verle la cara en la sombra.

Ella se limitó a asentir. Él la siguió por las rampas. El clow seguía desarrollando la melancólica melodía.

¿Por qué tanta prisa?

Que el deseo me lleve a ella

y si no, que me abandone…

Ma Escantion dijo por encima del hombro: —El primero llegó hace dos días… Tendría que haberte llamado ayer. Se niegan a comer; apenas se puede conseguir que beban agua. Es como un espasmo muscular prolongado. Les afecta la mente.

—¿Morirán?

—No más de la mitad sobrevive al ataque. A veces se curan cuando pierden peso; o enloquecen y mueren, como si la fiebre se les metiera en el cerebro y los matara.

Laintal Ay tragó saliva, sintiendo la garganta seca. En el despacho de ella, aspiró profundamente el aroma de las plantas de escantion y raige del antepecho de la ventana para apartar el hedor que aún tenía en la nariz. La habitación estaba pintada de blanco.

—¿Quéson? ¿Mercaderes?

—Los dos han venido del este, viajando con distintos grupos de madis. Uno es mercader, el otro bardo. Ambos tenían phagors esclavos, que están ahora en casa del veterinario. Sabes sin duda que la fiebre de los huesos se propaga rápidamente y se puede convertir en una gran plaga. Quiero que esos enfermos se marchen del hospital. Necesitamos aislarlos en algún lugar lejos de la ciudad. No serán los únicos casos.

—¿Has hablado de esto con Faralin Ferd?

Ella frunció el ceño.

—Inútil. Para comenzar, él y Tanth Ein dijeron que no se moviera a los pacientes. Luego sugirieron que se les diera muerte y se arrojaran los cuerpos al Voral.

—Veré qué puedo hacer. Conozco una torre en ruinas, a unas cinco millas. Tal vez pudiera servir.

—Sabía que ayudarías. —Ella le apoyó una mano en la manga, sonriendo.—Hay algo que trae la enfermedad. En condiciones favorables, puede extenderse como un incendio. Y media población moriría. No conocemos ninguna cura. Yo creo que son esos inmundos phagors quienes la transmiten. Quizá sea el olor de esas pelambres que tienen. Esta noche habrá dos horas de oscuridad: en ese tiempo, haré que maten y entierren a los dos phagors. Quería decírselo a alguien con autoridad. Y sabía que estarías de mi parte.

—¿Crees que podrían propagar más la peste?

—No lo sé. No quiero correr ningún riesgo. Puede ser otra la causa. Pueden ser los eclipses. O Wutra.

Ma Escantion se mordió el labio inferior. Laintal Ay leyó preocupación en la cara familiar.

—Sepúltalos hondo, para que los perros no los desentierren. Me ocuparé de esa torre. ¿Esperas más casos pronto? —concluyó, vacilando.

Sin cambiar de expresión, ella respondió: —Por supuesto.

Cuando él se fue, el clow tocaba aún la quejumbrosa melodía, lejos, en las profundidades del edificio.

Laintal Ay no pensó ni siquiera en decírselo a Ma Escantion, pero tenía otros planes para las dos horas de oscuridad.

Las palabras de Dathka esa mañana, mientras Oyre se recobraba del pauk, después de comunicarse con los ancestros, lo habían perturbado. El y Oyre juntos eran postulantes invencibles al gobierno de Oldorando; no se le ocultaba la fuerza del argumento. En general, quería lo que era legítimamente suyo, como cualquier otra persona. Y por cierto quería a Oyre. Pero, ¿quería realmente gobernar Oldorando?

Le parecía que las palabras de Dathka habían cambiado sutilmente la situación. Quizás, ahora, sólo podía conquistar a Oyre tomando el poder.

Estos pensamientos le ocupaban la mente mientras procuraba resolver los problemas de Ma Escantion, los problemas de todos. La fiebre de los huesos se consideraba sólo una leyenda; pero el hecho de que nadie hubiese comprendido que era una enfermedad real, hacía aún más negra esa leyenda. La gente moría. La plaga era como la cumbre maníaca de un proceso natural.

Trabajó, por lo tanto, sin quejarse, con la ayuda de Goija Hin. Laintal Ay y el encargado de los esclavos buscaron a los dos phagors que habían venido con las víctimas de la fiebre y los enviaron a las celdas de aislamiento. Hicieron que los phagors enrollaran a sus amos enfermos en esteras y los sacaran del hospital. Esas esteras de aspecto inocente no causarían pánico.

El pequeño grupo se encaminó con su carga hacia la torre en ruinas que Laintal Ay conocía. Iba también con ellos Myk, el viejo esclavo phagor, para ayudar si era necesario en el transporte de los hombres enfermos. Con esto se pretendía apresurar los trámites, pero Myk había envejecido tanto que el avance era lento.

Goija Hin, también encorvado por la edad, con el pelo tan largo y endurecido sobre los hombros que parecía uno de sus miserables cautivos, azotaba a Myk. Ni el látigo ni las maldiciones hacían que el viejo esclavo anduviera más de prisa. Avanzaba, engrillado, sin protestar, aunque tenía las piernas en carne viva a causa de los azotes.

Mi problema consiste en que no quiero blandir el látigo ni sufrirlo, se dijo Laintal Ay. Otra capa de pensamientos le asomó en la mente, como una niebla en una mañana serena. Pensó que le faltaban ciertas cualidades. Deseaba pocas cosas. Estaba contento con el paso de los días.

Demasiado contento, supongo. Me ha bastado con saber que Oyre me ama, y con estar en sus brazos. Me ha bastado que Aoz Roon fuera casi un padre para mí. Y que el clima cambiara. Y que Wutra ordenara a los centinelas que se mantuvieran en sus puestos.

Ahora Wutra ha permitido que los centinelas se descarríen. Aoz Roon se ha ido. ¿Y qué era esa cosa hiriente que había dicho Oyre más temprano, que era maduro, implicando que yo no lo soy? Oh, ese silencioso amigo mío… ¿Es eso la madurez, ser una masa de astutas maquinaciones? ¿No es el contentamiento madurez suficiente?

Había en él mucho del abuelo Pequeño Yuli, muy poco de Yuli el Sacerdote. Y por primera vez en mucho tiempo, recordó la tierna fascinación de su abuelo por Loil Bry y la felicidad con que habían vivido en la habitación con ventana de porcelana. Eran otros tiempos. Todo había sido más simple entonces. Habían vivido contentos, con tan poco.

No estaba contento de morir ahora. No quería que lo asesinaran los lugartenientes, si pensaban que estaba implicado en el plan de Dathka. Y tampoco morir a causa de la fiebre de los huesos, contagiada por esos dos desventurados a quienes alejaban de la ciudad. Aún faltaban tres millas hasta la vieja torre.

Se detuvo. Los phagors y Goija Hin avanzaban maquinalmente con la triste carga. Y él mismo, haciendo una vez más lo que le pedían. No había ninguna razón. Era preciso romper esa estúpida costumbre de obedecer.

Gritó a los phagors. Se detuvieron donde estaban, sin moverse. La carga que llevaban sobre los hombros crujió levemente.

El grupo estaba en un sendero estrecho flanqueado por densas matas de dogotordo. Pocos días antes un niño había muerto allí, devorado; todo indicaba que el asesino había sido un lengua de sable. Esos depredadores se acercaban a la ciudad ahora que los mielas salvajes escaseaban. Poca gente salía a los caminos.

Laintal Ay se internó entre los arbustos. Hizo que los phagors llevaran a sus amos enfermos a la espesura y los depositaran en tierra. Los monstruos lo hicieron descuidadamente, de modo que ambos hombres rodaron por el suelo, aún en sus rígidas posturas.

Tenían los labios azules y retraídos, y mostraban los dientes amarillos y las encías. Los miembros estaban distorsionados, y les crujían los huesos. Aunque conscientes, eran incapaces de evitar ciertos movimientos involuntarios, como el horrible rodar de los ojos, hundidos en la estirada piel de la cara.

—¿Sabes qué les ocurre a estos hombres? —preguntó Laintal Ay.

Goija Hin asintió y sonrió con malicia para demostrar que dominaba los conocimientos humanos.

—Están enfermos —dijo.

Laintal Ay no había olvidado la fiebre que le había contagiado un phagor.

—Mata a los hombres. Haz que los phagors abran tumbas con las manos. Tan rápido como puedas.

—Comprendido. —El encargado de los esclavos puso manos a la obra.

Laintal Ay se quedó allí, con una rama apretada contra la espalda, mirando cómo el grueso anciano cumplía lo ordenado, como había hecho siempre. A cada paso del proceso, Laintal Ay daba una orden, que era ejecutada. Se sentía responsable de todo, y no se permitía apartar la vista. Goija Hin sacó una espada corta, y atravesó dos veces el corazón de los enfermos. Los phagors abrieron las tumbas con las manos córneas; los dos phagors blancos, y Myk, tan obeso como Goija Hin, cubierto por el negro pelaje de la ancianidad.

Todos los phagors llevaban grilletes en las piernas. Hicieron rodar los cadáveres al interior de las tumbas y permanecieron inmóviles, como de costumbre, mientras esperaban la próxima orden. Se les dijo que abrieran tres tumbas más entre los arbustos. Lo hicieron, trabajando como animales mudos. Luego Goija Hin clavó la espada entre las costillas de los dos phagors extraños; y cuando cayeron de bruces al suelo, limpió el icor amarillo de la hoja en las pieles de las bestias.

Se ordenó a Myk que metiera los phagors en las tumbas y los cubriera de tierra.

Cuando Myk terminó, se volvió a Laintal Ay, haciendo correr la pálida lecha por una ventana de la nariz.—No matar a Myk, amo. Rompe mis cadenas y deja que me vaya y muera lejos.

—¿Cómo van a dejarte en libertad, vieja basura, después de tantos años? —preguntó, irritado, Goija Hin, alzando la espada.

Laintal Ay lo detuvo y miró al viejo phagor. La criatura lo había llevado a hombros cuando era niño. Le emocionó que Myk no intentara recordárselo. No apelaba a ciertos buenos sentimientos. Myk esperaba, inmóvil, lo que pudiera suceder.

—¿Qué edad tienes, Myk? —preguntó, y pensó: los sentimientos, mis sentimientos. No puedo dar la orden fatal, ¿verdad?

—Yo prisionero no cuento los años. —Las eses emergían como abejas de la garganta de Myk. —Una vez, los dos filos gobernamos Embruddock, y los Hijos de Freyr eran nuestros esclavos. Pregúntale a la Madre Shay Tal. Ella lo sabe.

—Me lo dijo. Y vosotros nos matabais como nosotros os matamos.

Los ojos rojos parpadearon una vez. La criatura dijo:

—Mantuvimos vivos a los Hijos de Freyr durante siglos, cuando Freyr estaba enfermo. Gran tontería. Ahora todos los Hijos morirán. Rompe mis cadenas, déjame morir en brida.

Laintal Ay señaló la tumba abierta.

—Mátalo —ordenó a Goija Hin.

Myk no se resistió. Goija Hin lo metió en el hoyo de una patada y amontonó tierra alrededor del cuerpo enorme. Luego se incorporó entre las malezas, con aire temeroso, humedeciéndose los labios.

—Te he conocido de niño. He sido bueno contigo. Siempre he dicho que serías el señor de Embruddock. Puedes preguntar a quienes me conocen.

No intentó defenderse con la espada. La dejó caer, mientras balbuceaba de rodillas, inclinando la greñuda cabeza.

—Probablemente Myk ha dicho la verdad —dijo Laintal Ay—. La peste ya está en nosotros. Ya es demasiado tarde. —Sin mirar atrás, dejó a Goija Hin arrodillado donde estaba y regresó a la ciudad populosa, enojado consigo mismo por no haber sido capaz de descargar el golpe.

Era tarde cuando entró en la habitación, miró alrededor, siempre con la misma expresión sombría. Los rayos horizontales de Freyr iluminaban brillantemente el rincón más lejano, dejando el resto del cuarto en una extraña oscuridad. Se lavó en el barreño, echándose agua fría en la cara y dejándola correr. Lo hizo varias veces, respirando profundamente, sintiendo que se refrescaba, pero aún odiándose a sí mismo. Mientras se secaba la cara advirtió con satisfacción que las manos ya no le temblaban.

La luz del rincón se deslizó a una sola pared y se apagó hasta quedar reducida a un mero cuadrado amarillo como una pequeña caja en la que decaía el oro del mundo. Recorrió la habitación recogiendo unas pocas cosas, sin pensar casi en lo que hacía.

Hubo un golpe en la puerta. Entró Oyre. Como si hubiera sentido inmediatamente la tensión de la habitación, se detuvo en el umbral.

—Laintal Ay, ¿dónde te habías metido? Te estaba esperando.

—Tenía que hacer una cosa.

Oyre, con la mano en la cerradura, suspiró. La luz estaba detrás de él, y ella no podía verle la cara en la oscuridad creciente del cuarto, pero había advertido la brusquedad del tono.

—¿Ocurre algo, Laintal Ay?

Laintal Ay metió a golpes la vieja manta de cazador en una bolsa.

—Me voy de Oldorando.

—¿Te vas? ¿Adonde?

—Oh… Digamos que voy en busca de Aoz Roon. —Hablaba con amargura.—He perdido interés en… en todo lo que pasa aquí.—No seas tonto.—Ella dio un paso adelante mientras hablaba, para verlo mejor, pensando que él parecía muy grande en esa habitación de techo bajo.—¿Cómo vas a encontrarlo?

Él se volvió, echándose la bolsa al hombro.

—¿Qué te parece más tonto, buscarlo en el mundo real o entre los coruscos, en pauk, como haces tú? Siempre has dicho que he de hacer algo grande. Nada te satisfacía… pues bien, ahora me iré, para hacer algo o morir. ¿No es grande eso?

Oyre rió débilmente.

—No quiero que te vayas. Quiero…

—Ya sé lo que quieres. Piensas que Dathka es maduro y yo no. Al diablo con eso. He tenido bastante. Me voy, como siempre he querido. Prueba con Dathka.

—Te quiero a ti, Laintal Ay. Ahora te conduces como Aoz Roon.

Él la aferró. —Basta de compararme con otros. Tal vez no seas tan inteligente como yo pensaba, o hubieras sabido que me herías. Yo también te quiero pero me voy.

—¿Por qué eres tan brutal? —gritó ella.

—He vivido bastante tiempo con brutos. No hagas preguntas estúpidas.

La abrazó, apretándose a ella, y la besó con dureza en la boca.

—Espero volver —dijo. Rió ante la necedad de la observación. Echando a Oyre una última mirada, salió y cerró de un portazo, dejándola en la habitación vacía. El oro se había convertido en cenizas. Estaba casi oscuro, aunque ella veía puntos luminosos en la calle.

—¡Oh no! —dijo ella—. Maldito seas… Y yo también.

Se recobró, corrió a la puerta y la abrió llamándolo a gritos. Laintal Ay bajaba sin responder. Ella lo alcanzó y le tiró de la manga.

—¿Adonde vas, Laintal Ay, idiota?

—Voy a ensillar a Oro.

Lo dijo con tal furia, mientras se secaba la boca con el dorso de la mano, que ella permaneció inmóvil. Luego pensó que tenía que buscar enseguida a Dathka. sabría cómo responder a la locura de su amigo.

En los últimos tiempos Dathka era una figura esquiva. A veces dormía en el edificio inconcluso del otro lado del Voral. A veces en una o en otra torre, a veces en alguno de los nuevos lugares dudosos que empezaban a aparecer. Lo único que se le ocurrió a Oyre a esa hora, fue correr a la torre de Shay Tal esperando que estuviera con Vry. Afortunadamente así era. Él y Vry estaban en mitad de una disputa; ella tenía una mejilla enrojecida y se apartaba, como si Dathka le hubiese pegado. Dathka estaba pálido de ira, pero Oyre irrumpió y contó su historia, sin tener en cuenta lo que ocurría entre ellos. Dathka emitió una exclamación ahogada.

—No podemos permitir que se marche ahora que todo se desmorona…

Le echó una mirada letal a Vry y salió a la carrera.

Corrió todo el camino hasta los establos y llegó a tiempo para sorprender a Laintal Ay que salía llevando a Oro de la brida.

—Estás loco, amigo, sé más sensato. Nadie quiere que te vayas. Vuelve en ti y ocúpate de tus propios intereses.

—Estoy harto de hacer lo que quieren los demás. Me pides que me quede porque me necesitas en tus planes.

Dathka replicó con amargura: —Te necesitamos para evitar que Tanth Ein y su amigo y ese saco viscoso de Rainil Layan se apoderen de todo cuanto tenemos.

—No tienes ninguna posibilidad. Voy a buscar a Aoz Roon.

Dathka se burló. —Es una locura. Nadie sabe dónde está.

—Pienso que se ha ido a Sibornal con Shay Tal.

—Necio. Olvídate de Aoz Roon. Es viejo, su estrella se ha puesto. Ahora nos toca a nosotros. Te vas de Oldorando porque tienes miedo, ¿no es verdad? Lo cierto es que tengo unos pocos amigos que no me han traicionado, incluso uno en el hospital.

—¿Qué quieres decir?—Sé tanto como tú. Te vas porque tienes miedo de la plaga.

Más tarde, Laintal Ay repitió obsesivamente las palabras coléricas que habían intercambiado, comprendiendo que Dathka había perdido la cabeza, pues no había sido el hombre imperturbable de siempre. Pero en el momento, actuó maquinalmente. Alzó la mano derecha, y con el canto golpeó a debajo de la nariz. Oyó que el hueso cedía.

Dathka cayó hacia atrás con las manos en la cara. La sangre le goteaba de los nudillos. Laintal Ay subió a la silla, espoleó a Oro y se abrió paso entre la gente que se reunía. Charlando excitadamente, la multitud rodeó al hombre herido, que se puso de pie tambaleando, maldiciendo, doblado por el dolor.

Todavía furioso, Laintal Ay salió de la ciudad, ligero de equipaje.

Pero estaba contento de llevarse poco más que la espada y una manta.

Mientras se alejaba, metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño objeto labrado. Anochecía y apenas podía verlo; pero lo conocía desde niño. Era un perro que movía la quijada cuando se subía y bajaba la cola. Lo tenía desde el día de la muerte del abuelo.

Lo arrojó contra el arbusto más cercano.