Capítulo LI

Ocho días después de su segunda entrevista con la señora Gallilee, el señor Le Frank tomó posesión de su nueva habitación.

Él se había preparado para informar de sus actos por escrito. Tal como estaba el estado de ánimo de Teresa, esta sin duda desconfiaría de un compañero de alojamiento descubierto en comunicación personal con la señora Gallilee. El señor Le Frank empleó el primer día después de su llegada en recabar los materiales para un informe. Al anochecer, escribió a la señora Gallilee de forma encubierta, a través de un amigo, quien tenía instrucciones de remitir la carta:

«Privado y confidencial. Querida Señora: No he malgastado ni mi tiempo ni mis oportunidades, como puede observar en la presente.

Mi habitación está inmediatamente sobre la planta de la casa que está ocupada por la señorita Carmina y su niñera. Teniendo que arreglar algunos asuntos propios, llegué tarde a tomar posesión de mi habitación. Antes de que apagaran las luces de la escalera, me tomé la libertad de mirar hacia el rellano de abajo.

¿Recuerda cuando era usted una niña que aprendía a escribir, y que una de las líneas en su libro de copias era “La Virtud es su propia recompensa?”. Esta afirmación ridícula, de hecho, en mi caso se verificó. Antes de que llevara cinco minutos en mi puesto, vi a la niñera abrir su puerta. Miró hacia arriba de la escalera (sin descubrirme, ni hace falta decirlo) y hacia abajo… y, al no ver a nadie rondando, regresó a sus aposentos.

Esperando hasta que oí cerrar su puerta, bajé sigilosamente y escuché afuera.

Una de mis dos compañeras de alojamiento (usted sabe que no creo en la enfermedad de la señorita Carmina) estaba encendiendo un fuego… ¡era una noche de otoño tan calurosa, que habían dejado la ventana de la escalera abierta! Estoy absolutamente seguro de lo que digo: oí el crepitar de la madera quemándose y olí el humo del carbón.

El motivo de este acto secreto parece imposible de adivinar. Si fueran documentos de tipo peligroso o comprometedor, una vela habría servido a sus propósitos. Si quisieran agua caliente, ¿seguramente, una tetera y una lámpara de alcohol hubieran estado a mano en la habitación de un enfermo? Quizás, su agudeza superior pueda ser capaz de interpretar este enigma que desconcierta mi ingenuidad. Bastante para la primera noche.

Esta tarde, he estado conversando con la casera. Mi vocación profesional me ha formado en el arte de hacerme agradable al sexo opuesto, así que puedo decir sin vanidad que produje una impresión favorable. En otras palabras, logré que mi buena amiga hablara con libertad sobre la vieja niñera y la interesante enferma.

Entre todas las palabras con que me gratificó, un hecho de importancia muy grave salió a la superficie. Existe un bote sospechoso en posesión de la niñera. La casera llama al polvo que hay dentro medicina; yo digo que es veneno.

¿Me estoy precipitando al llegar a una conclusión tan imaginativa? Por favor, espere un poco.

Durante la semana de retraso que ha pasado, antes de que el anterior inquilino vaciara mi habitación, usted admitió muy amablemente mantener una entrevista conmigo. Yo me arriesgué a hacer algunas preguntas relacionadas con la vida de Teresa en Italia y con las personas con las cuales estaba relacionada. ¿Recuerda que me dijo, cuando le pregunté qué sabía de su marido, que era capataz en una fábrica de tintes de colores para artistas?, y ¿que usted obtuvo la información de la misma Carmina después de que ella le mostrara el telegrama anunciando la muerte de su marido?

A una dama, en posesión de su conocimiento científico, no hace falta que se le diga que se utilizan venenos en la confección de los tintes. Recuerde lo que dice la carta del sacerdote de los sentimientos de Teresa hacia usted, y después diga… ¿Es demasiado improbable que ella se haya traído consigo a Inglaterra uno de los venenos usados por su marido en su negocio?, y ¿es muy poco razonable suponer (cuando ella vio el bote) que pudiera estar pensando en usted?

Puedo estar en lo cierto o puedo estar equivocado. Gracias a la pésima condición en la que se encuentra la cerradura, podrá contestar a la pregunta a la primera oportunidad que se me presente, en ausencia de la niñera de la habitación.

Mi próximo informe deberá confirmarle que he logrado hacerme con una muestra del polvo… sin que se note nada en el bote. La muestra deberá ser comprobada por un químico, y si él se pronuncia diciendo que es un veneno, propongo que se tomen unas medidas audaces. Tan pronto como esté lo suficiente bien para ir a la casa, déjele a la niñera la oportunidad de envenenarla.

¡Querida señora, no se alarme! Yo la acompañaré, y responderé del resultado. Haremos nuestra visita a la hora del té. Permítale que le ofrezca una taza… y permítame (bajo el pretexto de sostenerla) tomar posesión de la bebida envenenada. Antes de que ella pueda gritar “¡Alto!”, estaré de camino hacia el químico.

La pena por tentativa de asesinato es la de trabajos forzados. Si todavía usted se opone a un escándalo público, tenemos el informe del químico junto con la propia prueba, lista para cuando vuelva su hijo. ¿Cómo se sentirá él respecto a su compromiso matrimonial, cuando se encuentre con que la queridísima amiga y compañera de la señorita Carmina ha intentado… quizás, con el conocimiento de su joven dama… envenenar a su madre?

Antes de concluir, puedo mencionarle que me he escapado de milagro de ser visto por Teresa en las escaleras, hace tan solo dos horas.

Desde luego, estaba preparado para esta clase de encuentro cuando alquilé mi habitación y, como consecuencia, no he sido lo suficiente loco como para entrar en la casa bajo un nombre falso. Al contrario, propongo (en interés suyo) establecer una relación vecinal; con tiempo suficiente como para ayudarme. Sin embargo, el asunto del veneno no admite retraso. Mi oportunidad de conseguirlo sin ser observado podría verse seriamente comprometida si la niñera recuerda la primera vez que me vio en su casa y, como consecuencia, desconfía de mí. Su devoto servidor, L. F.».

Al acabar la carta, llamó a la criada y se la dio para que la llevara al correo. Esta, al bajar las escaleras, fue detenida en el siguiente rellano por el señor Null. Él también tenía una carta preparada dirigida al doctor Benjulia. La feroz y vieja niñera lo siguió afuera y le dijo: «¡Llévelo al correo al instante!». La atenta criada preguntó si la señorita Carmina estaba mejor. «¡Peor!»… fue todo lo que la grosera extranjera dijo, y miró al pobre señor Null, como si fuera culpa de él.

Retirado en su habitación, el señor Le Frank estaba sentado ante el escritorio, con el ceño fruncido y mordisqueándose las uñas. ¿Estaban estas pruebas, fruto de una mente perturbada, relacionadas con la propuesta infame que él había dirigido a la señora Gallilee? ¡Nada de eso! Al haber enviado la carta, ahora estaba libre para dejar que sus ansiedades personales lo absorbieran por completo. Estaba pensando en Carmina. Cuanto más decidido estaba a descubrir el secreto del comportamiento de Carmina hacia él, más frecuentemente sus esfuerzos se veían desbaratados. Por enésima vez se dijo a sí mismo: «Su malicia diabólica me insulta a la espalda pero me pide a la cara que nos estrechemos las manos y sigamos siendo amigos». Cuanto más terriblemente irrazonable se volvía su sospecha, bajo la exasperante influencia del suspense, su naturaleza vengativa se volvía más empecinada en su error. Después de su encuentro en el vestíbulo de Fairfield Gardens, él realmente creía que la enfermedad de Carmina había sido fingida como un medio de mantenerlo fuera de su camino. Si un amigo le hubiera dicho: ¿pero qué razón tienes para decir eso?… él habría sonreído con compasión y habría desahuciado a ese amigo como a un hombre superficial.

Él salió sigilosamente de nuevo, y escuchó, sin ser detectado, a la puerta de ellas. Carmina estaba hablando, pero las palabras eran inaudibles con esos tonos bajos. La voz más fuerte de Teresa llegaba fácilmente a sus oídos.

—Querida mía, hablar no es bueno para ti. Encenderé la lámpara de noche… intenta dormir.

Al oír esto, él regresó a su habitación para esperar un poco. La vigilancia de Teresa podría relajarse si Carmina caía dormida, y quizás la mujer bajaría las escaleras a cotillear con la casera.

Después de fumar un cigarro, lo volvió a intentar. Ahora, las luces de la escalera estaban apagadas: eran las once de la noche.

La joven no estaba dormida: la niñera le estaba leyendo en algún libro devoto. Él lo dejó estar, por esa noche. Le dolía la cabeza, el fermento de sus propios pensamientos abominables le había hecho coger calentura. Un pavor cobarde al más mínimo signo de enfermedad era una de sus más características debilidades. La totalidad del día siguiente estaba por delante, se tomó su propio pulso y determinó, por su propio bien, irse a la cama.

Diez minutos más tarde, la casera, de camino a la cama, subió las escaleras. Ella también oyó la voz que todavía leía en voz alta… y llamó con suavidad a la puerta. Teresa la abrió.

—¿No duerme todavía la pobrecita?

—No.

—¿Algo la ha molestado?

—Alguien ha estado andando por ahí arriba —contestó Teresa.

—¡Ese es el nuevo inquilino! —exclamó la casera—. Hablaré con el señor Le Frank.

En el momento en que iba a cerrar la puerta y decir buenas noches, Teresa se detuvo y pensó durante un instante.

—¿Es él el nuevo inquilino? —preguntó ella.

—Sí. ¿Lo conoce?

—Lo vi la última vez que estuve en Inglaterra.

—¿Y bien?

—Nada más —contestó Teresa—. ¡Buenas noches!