Capítulo XXXIX

La criada de la señora Gallilee miró su reloj cuando el carruaje abandonó la casa del señor Mool.

—Llegaremos a casa al menos una hora tarde —dijo.

—Es culpa mía, Marceline. Si te pregunta, dile al ama la verdad. No pensaré mal de ti por obedecer sus órdenes.

—Prefiero perder mi puesto que meterla en un problema, señorita.

La mujer hablaba en serio. El carácter dulce de Carmina había hecho que su situación no solo fuera soportable, sino que hasta fuera muy agradable: había sido tratada como una compañera y amiga. Si no hubiera sido por esa circunstancia (Marceline se había sentido profundamente degradada al ser empleada como espía), habría dejado de servir a la señora Gallilee, sin dudarlo.

De regreso a casa; en vez de hablar placenteramente como siempre, Carmina estaba silenciosa y triste. ¿Había causado este cambio de ánimo su visita al señor Mool? Era más que eso. El abogado, inocentemente, había provocado que ella se decidiera a tomar el camino desesperado que la señorita Minerva había propuesto.

Si el señor Mool hubiera declarado incorrecta la afirmación de la señora Gallilee sobre su autoridad absoluta como tutora, Carmina (que llevada por la esperanza olvidaba con facilidad el genio de su tía) habría pensado en llegar a una componenda: habría consentido permanecer a disposición de la señora Gallilee hasta el regreso de Ovid, con la condición de que se le permitiera (cuando Teresa llegara a Londres) vivir retirada con su vieja niñera. Este cambio de domicilio habría evitado cualquier encontronazo entre la señora Gallilee y Teresa, y habría hecho que la vida de Carmina fuera tan tranquila, e incluso tan feliz, como ella podía desear.

Sin embargo, ahora que el abogado había confirmado la afirmación de su tía respecto a la posición en que se encontraban la una respecto la otra, huir al instante hacia la protección y el amor de Ovid parecía ser la única solución que quedaba, a no ser que Carmina pudiera resignarse a una vida de persecución despiadada y de incertidumbre perpetua.

Los preparativos para la huida ya estaban listos.

Esa visión momentánea que tuvo la señorita Minerva del rostro de la señora Gallilee reflejado en el cristal hizo que aquella se reafirmara en su resolución de intervenir. Encerrada con Carmina el domingo por la mañana, había propuesto un plan de huida que incluso desafiaría la vigilancia y astucia de la señora Gallilee. No se interponía ningún obstáculo pecuniario en el camino. Por recomendación del señor Mool, ya se había realizado el primer pago trimestral de quinientas libras anuales de la asignación de Carmina. Se había dejado lo suficiente (incluso sin la ayuda que pudiera aportar la niñera con sus propios recursos) para comprar lo necesario y para llevar a las dos mujeres al Quebec. El día posterior a la llegada de Teresa (a una hora de la mañana en que los sirvientes estaban aún en la cama), Carmina y su compañera podían escapar de la casa a pie sin dejar rastro.

Mientras tanto, la fortuna se hizo amiga de la criada de la señora Gallilee. Ni se le hicieron preguntas, ni se vio siquiera que llegaban tarde.

Cinco minutos antes de que el carruaje parara en la casa, una distinguida amiga del campo había pasado a ver (con cita previa) a la señora Gallilee. El siguiente martes por la tarde tendría lugar un acontecimiento de gran interés científico: un profesor nuevo se había comprometido a expresar opiniones subversivas sobre «la Materia» a través de una conferencia. Después de la conferencia, seguiría un debate general y la señora Gallilee se había propuesto tomar parte en ese debate (bajo ciertas condiciones).

—Si el profesor intenta justificar la acción mutua de los átomos separados —dijo—, le desafiaré a que lo haga, sin que dé por cierta la existencia de un agente material continuo en el espacio. Y, una vez aceptado este punto de vista, ¡aquí entiéndeme!… ¿cuál es la consecuencia? Hablando claro —exclamó la señora Gallilee, levantándose llena de excitación—, ¡prescindimos de la idea de los átomos!

La amiga la miró con infinito alivio ante la perspectiva de poder prescindir de los átomos.

—¡Ahora fíjate en esto! —prosiguió la señora Gallilee—. En relación con esta parte del tema, esperaré a ver si el profesor adopta la teoría de Thomson. ¿Conoces la teoría de Thomson? ¿No? Permíteme explicártela con brevedad: la mera heterogeneidad junto con la gravitación es suficiente para explicar todas las leyes en apariencia discordantes de la acción molecular. ¿Lo entiendes? Muy bien. Si el profesor omite a Thomson, entonces me levantaré en mitad de la sala y defenderé mi postura… ¡entiéndeme de nuevo!… basándome en estos motivos.

Mientras la señora Gallilee exponía los motivos a su amiga, el cochero llevó el carruaje a los establos, la criada bajó a preparar el té y Carmina se reunió con la señorita Minerva en la clase, y los tres evitaron ser descubiertos gracias al ensayo de la señora Gallilee sobre su actuación en la Comedia de los Átomos.

La mañana del lunes trajo noticias desde Roma, noticias graves que confirmaban los recelos de la señorita Minerva.

Carmina recibió una carta con matasellos italiano, pero que no se dirigía a ella, con la caligrafía de Teresa. Carmina miró la firma antes de empezar a leer, su corresponsal era el viejo sacerdote: el Padre Patrizio. Él escribía las siguientes palabras:

«Mi querida niña, nuestra buena Teresa nos deja hoy para iniciar su viaje a Londres. Ella se ha sometido con impaciencia a las ceremonias legales que fueron necesarias al morir su marido sin dejar hecho testamento. Después de pagar los gastos de entierro y sus pocas pequeñas deudas, él casi no dejó ningún dinero. Pero, lo que es de mucha más importancia, él vivió y murió como un buen cristiano. Estuve con él en sus últimos momentos. Querida, ofrece tus oraciones por el reposo de su alma.

Teresa me dejó declarándome su intención de viajar día y noche para llegar hasta ti lo antes posible.

Con sus prisas, ella ni tan solo ha esperado a echar un vistazo a los papeles de su marido, sino que ha cogido la caja que los contiene y la lleva hacia Inglaterra para examinarlos cuando tengáis tiempo en tu querida compañía. Aunque esta buena mujer es fuerte, creo que se verá obligada a descansar por lo menos una noche durante el trayecto. Contando con esto, supongo que mi carta te llegará a ti primero. Tengo algo que decirte sobre tu vieja niñera, que está bien que sepas.

No pienses ni por un momento que te culpo por haber hablado a Teresa de la recepción poco amistosa que parece has encontrado de tu tía y tutora. ¿En quién podías confiarte sino en la mujer excelente que ha llenado el espacio de una madre en ti? Aparte de esto, desde tus más tiernos años, ¿no he infundido siempre en ti la reverencia a la verdad? Tú has dicho la verdad en tus cartas. Te elogio y te compadezco.

Sin embargo, la impresión que ha producido en Teresa no es algo que tú o yo pudiéramos desear. Uno de sus méritos es que te quiere con verdadera devoción, uno de sus defectos es que es feroz y obstinada cuando siente rencor. Tu tía se ha convertido en alguien al cual odia absolutamente. He combatido con éxito (como creo y espero) este sentimiento tan poco cristiano.

Ahora, ella está más allá del alcance de mi influencia. Mi intención al escribirte es rogarte que continúes el buen trabajo que he comenzado. Serena esta naturaleza impetuosa, refrena este espíritu feroz. Carmina, tu amable influencia tiene poder en sí misma sobre aquellos que te aman (¿y quién te ama a ti como Teresa?), cosa de la cual, quizás, no te das cuenta. Usa tu poder con discreción y, con la bendición de Dios y los santos, no albergo ningún temor en cuanto al resultado.

Mi niña, escríbeme cuando llegue Teresa y permíteme saber que eres más feliz y que estás mejor de salud. Dime también si hay algún proyecto rápido para tu boda. Si puedo hacer alguna presunción, juzgando por lo poco que sé, tus intereses más queridos dependen de la supresión de obstáculos que impidan este cambio saludable en tu vida. Te envío mis buenos deseos y mi bendición. Si un pobre y viejo sacerdote como yo puede serte de alguna ayuda, no lo olvides.

PADRE PATRIZIO».

Si Carmina pudiera haber sentido aún alguna duda sobre su marcha, esta se desvaneció cuando leyó la carta. El buen Padre Patrizio, al igual que el bueno del señor Mool, la habían animado sin querer a desafiar la autoridad de su tutora.