15 - La visita del rencor
Malestar, indignación, decepción… Todo mezclado y mucho más. Massimo sentía que su propia familia lo había dejado de lado, al menos en ese asunto. Sus padres, Enzo y él habían acudido a la entrega de diplomas. Rita, para contento de todos ellos, había obtenido su licenciatura como Asistente social. Y, aunque no pensaba ejercer como tal puesto que carecía de vocación, ella estaba exultante de orgullo. Por fin había terminado un proyecto emprendido sin tirar la toalla al primer escollo. Sus padres se sentían muy satisfechos porque el cambio de actitud de su hija significaba para ellos que había dejado la adolescencia tardía para adentrarse de pleno en la madurez. Ella estaba orgullosa de poder demostrar al mundo, y en especial a las personas que quería, que no era una tonta caprichosa que todo lo dejaba a medias. Enzo se alegraba mucho por su chica, el hecho de salir victoriosa de su propio reto personal era un paso decisivo en cuanto a su actitud futura ante la vida.
Y entre tanta alegría, la nota discordante era el molesto estado de Massimo. Se alegraba muchísimo del logro de su hermana, por descontado. Las alegrías de Rita eran las suyas. Pero no entendía por qué ni su padre, ni su madre, ni Rita, ni siquiera Enzo en confidencia de amigos, le habían dicho que Martina no iba a graduarse por un problema económico.
La entrega de diplomas fue una ceremonia sencilla. Los familiares de los nuevos licenciados asistían por tradición. A Massimo le extrañó no ver a Martina entre los flamantes titulados. Cuando la descubrió entre el público, sola y varias filas por detrás de ellos, supo que algo se le escapaba. Era imposible que Martina tuviera problemas académicos, dada la brillantez de sus calificaciones. Concluida la ceremonia, Rita le informó de lo ocurrido. Martina no pudo graduarse junto con sus compañeros porque el pago de la matrícula del semestre, que había previsto en dos plazos, no llegó a efectuarse. Massimo se debatió entre la desolación y la rabia: era injusto y absurdo que hubiera podido realizar los últimos exámenes y se viera obligada a repetir el semestre por un problema de dinero. El que Rita le asegurara que los profesores se habían mostrado muy receptivos a la hora de ayudarla y que le guardaban las notas de los exámenes realizados, no fue un consuelo para él.
—Ya te dije que se independizó —le explicó Rita, aprovechando que sus padres estaban conversando con su tutor—. Su tía se lo tomó al pie de la letra lo de la emancipación y no pagó el segundo plazo de la matrícula.
—¿Y su abuelo?
—Como es obvio, su tía no le avisó. Cuando Martina quiso darse cuenta, habían pasado los plazos. Si no, seguro que su abuelo habría hecho frente a la matrícula.
Rita calló de manera instantánea al ver que Martina se acercaba. Las dos amigas se besaron en las mejillas y se abrazaron con la alegría de ver que una de ellas, la más débil de voluntad, lo había logrado.
—Gracias por estar conmigo, sin ti no lo habría conseguido, Martina —aseguró con alegría y pesar.
—Por nada del mundo me habría perdido este momento —dijo con cariño.
—Me habría gustado tanto hacernos una foto juntas con nuestros diplomas.
—No importa. —Sonrió con sinceridad—. Siempre habrá tiempo. Enzo, cuánto me alegro de verte.
Ambos intercambiaron una sonrisa.
—Yo también, de verdad.
—Hola, Massimo —dijo por compromiso.
—Hola, Martina.
A Massimo le incomodó hasta límites insospechados que Martina lo ignorara por completo. Reacción lógica, dado que llevaban semanas sin hablar por teléfono ni saber el uno del otro. En concreto, desde la noche de Fin de Año. Pero la lógica de Massimo no atendía a razones ante la negativa de ella incluso a mirarlo.
—Vendrás a comer con nosotros —dio Rita por sentado—. Massimo ha reservado mesa en un restaurante aquí cerca. No puedes negarte.
Al escuchar su nombre, Martina lo miró brevemente. De nuevo se dirigió a Rita con expresión afable.
—No, Rita. Os lo agradezco de verdad. Tus padres me han dicho lo mismo, cuando los he saludado justo antes de que empezara la ceremonia. Pero sabes que a estas horas la pizzería está a reventar. Me han dado un rato libre para poder estar contigo, pero debo regresar. Bueno, espero que terminéis de celebrarlo de maravilla porque la ocasión lo merece. —Concluyó mirándolos a todos—. Ya nos veremos.
—¿De verdad que no puedes intentarlo? —Insistió Rita.
—De verdad que no. Despídeme de tus padres. —Pidió dándole dos besos—. Me marcho que se me hace tarde.
De los chicos se despidió con un tímido movimiento de mano.
Massimo la vio marchar, con un montón de preguntas sin respuesta en la cabeza. Martina acababa de doblar la esquina de viale Regina Elena cuando decidió seguirla.
—Mamá y papá ya vienen. Podéis ir yendo hacia los coches. —Instó a Enzo y Rita—. Enseguida estoy con vosotros, no tardaré nada.
***
La alcanzó a unos veinte metros de la pizzería. Tan rápido caminaba que Massimo tuvo que apretar el paso para darle alcance.
—¡Martina!
Ella se giró y lo enfrentó con tanta calma como indiferencia. No tenía intención alguna de huir.
—Tengo prisa, ahora mismo no estoy para charlas.
—Respóndeme a una pregunta y no te molestaré más. ¿Es cierto que no te has podido licenciar por un problema de dinero?
—Las noticias vuelan —comentó con acidez.
Massimo le cogió las manos y las miró durante un segundo. Le dolía vérselas ajadas de trabajar en la cocina del restaurante. No hizo falta que nadie le informara de esa novedad en la vida de Martina, lo dedujo por sí mismo de la conversación mantenida con su hermana.
—Es injusto que una buena estudiante como tú tenga que repetir semestre.
—El retraso no afectará a mi expediente. Y el único inconveniente es que tendré menos tiempo para preparar el examen de capacitación, pero no moriré por ello.
—¿Puedes dejar de mirarme de esa manera?
—¿De qué manera?
Massimo ni se molestó en responder, ella sabía de sobra cuánto desprecio había en su mirada.
—¿Por qué no me pediste ayuda?
Martina se soltó de golpe de sus manos.
—Ya es la segunda vez que aparece el dinero entre tú y yo. —Aludió a los doscientos euros de su primera noche—. Empiezo a cansarme de que me veas como a esa putilla necesitada.
—Jamás, te repito, jamás, —recalcó mirándola a los ojos— he pensado así en ti. No me ataques con aquello, que los dos sabemos que fue un equívoco. Yo te habría prestado el importe de la matrícula.
—¡Guárdate tu ayuda que no la necesito! No estoy sola en el mundo. —Replicó airada—. Deja de creerte un salvapatrias, porque tengo personas que me quieren a las que recurrir si me veo en apuros. Hacerlo o no, es decisión mía. Y ya puestos, si tan claro tienes que no soy una furcia, quiero dejarte claro también que no soy una borracha ni una frívola con la cabeza hueca.
—No sé por qué…
—Sí lo sabes. —Rebatió dolida—. He tenido varias semanas para pensar y preguntarme por qué dijiste a tu hermana todas esas cosas desagradables sobre mí para que no se le ocurriera invitarme en Navidad. Lo oí todo. —Confesó al ver su cara de sorpresa.
—Puede que sonara peor de lo que en realidad quise decir.
—Lo que querías decir me quedó clarísimo. Y el motivo lo he deducido sin mucho esfuerzo. Fue la noche que viniste a mi casa, aquella que mi tía daba una fiesta. Y claro, el hombre perfecto ya me calificó de persona basura porque esa noche llevaba un vestido prestado de mi tía y me tomé dos copas con el estómago vacío salvo por dos canapés.
—Lo que vi en tu casa no me gustó.
—No es necesario que lo adornes. La mujer que viste no te gustó. —Matizó mirándolo con desprecio.
—Que no me guste no significa que te censure. Puedes hacer con tu vida lo que quieras. Simplemente no encajas en la mía porque yo, además de en mí, tengo que pensar en mi hija.
La apostilla hizo mella en Martina, más que si le hubiera dado una bofetada.
—¿Por qué no dices la verdad? No encajo en los planes de Ada para ti y tu hija. Ya es hora de que hablemos claro, capitán Tizzi. A mí tampoco me gustó el tipo injusto que no fue capaz de defenderme en un momento en el que habría agradecido más que nada un abrazo, apoyo… Saber que podía contar contigo.
—Explícate mejor.
—Aquella noche en Arezzo no imaginas cuánto necesitaba que alejaras para siempre de mí al hombre que me destrozó la vida.
—Un corazón roto no significa una vida destrozada.
Ella se mordió la lengua, había hombres que dejaban tras de sí más destrozos que un corazón. Eso quedaba para ella, y Massimo no merecía la pena que lo supiera.
—¿Cómo se llama ese hombre? —preguntó ante su silencio.
—¿Y a ti que te importa?
Massimo se juró que lo averiguaría por sus propios medios.
—¿Ahora me sales con que podía haber recurrido a ti? —Continuó reprochándole Martina—. ¿Dinero es todo lo que tienes que ofrecerme? ¡Entonces no quiero nada de ti! En la vida hay cosas más importantes. Aquella noche, cuando más falta me hacías me diste la espalda. Así que vuelve con tu familia. —Señaló con el dedo al frente—. Ellos te tienen por un héroe, a mí solo me das lástima porque además te lo crees y en realidad solo eres un pobre diablo encerrado en el puño de una mujer como Ada.
Dio media vuelta y se alejó camino de la pizzería. Massimo acusó el golpe de sus palabras.
—Martina…
Pero ella continuó caminando sin girar la cabeza.
***
Un mes después, en la Toscana, Massimo meditaba sobre lo que su amigo acababa de explicarle.
—Prefiero que no me preguntes. —Avisó Enzo—. Solo te diré que he acudido a fuentes oficiales y extraoficiales, legales y de las otras. Y también puedo decirte que la información que me han dado es cien por cien fiable.
Se encontraban en el bar de la plaza de Civitella, ante un par de cervezas. El tema era delicado y no quisieron oídos familiares alrededor; sin necesidad de decirlo, uno y otro preferían ser rigurosamente discretos. Y optaron por escapar al pueblo, donde la intimidad que buscaban quedaba asegurada.
—Los frecuentes viajes de Rocco Torelli tienen un motivo —continuó—: Introduce diamantes en el país. Transporte personal, sin intermediarios, de Holanda a Florencia.
A Massimo no le costó atar cabos. El mercado mundial del diamante pasaba por Holanda. Algún orfebre florentino, o varios —ese particular no les preocupaba ni a Enzo ni a él— debía de ser el destinatario de las gemas transportadas sin pasar por la aduana para evitar el exagerado arancel de un producto de lujo de semejante calibre.
—Por lo que sé, siempre viaja en tren. —Agregó Enzo a la explicación—. De ese detalle salió la hebra que, a fuerza de estirar, deshizo la madeja.
—¿Lo apresarán en su próximo transporte? —Aventuró.
Enzo negó con un gesto.
—La Guardia di Finanza, por lo que sé y no me preguntes cómo lo he averiguado, —volvió a advertir— prepara una operación para que caigan como fichas de dominó todos los que están pringados.
Atendiendo a su ruego, Massimo no hizo preguntas. Intuía que eran frecuentes ese tipo de chivatazos, o denuncias de particulares con pistas sobre posibles delitos en las que las autoridades salvaguardaban el anonimato del denunciante. De cualquier modo, Enzo, en el banco, se relacionaba con infinidad de gente a la que recurrir cuando era preciso. Massimo tenía los dedos cruzados con la firme esperanza de que el cuerpo especial de policía de delitos contra la Hacienda Pública cayera encima del tal Rocco, sus jefes y todos quienes estuvieran involucrados en ese negocio sucio.
—Espero que lo atrapen y que le caigan muchos años.
—Estamos hablando de mucho dinero. El estado no se contentará con una multa. Hacienda no es el ministerio más popular, el ministro aprovechará para mejorar su imagen de eficiencia y exhibirá el éxito de la operación ante la opinión pública como un aviso para navegantes. Serán duros. —Opinó, como abogado.
—No sé cómo puedo pagar tu ayuda, Enzo. —Agradeció tableteando con los dedos sobre la mesa—. Ese indeseable hizo daño a Martina y yo fui tan idiota como para no darme cuenta. Casi estoy por dar gracias, porque echarle encima a la policía me va a dar más gusto que romperle la cara. Ese va a pagar la mala leche que llevo acumulada desde el día que nací.
—No me ha costado tanto. Una llamada por aquí, otra por allá. Con V de Vendetta. —Sonrió como un zorro, haciendo alusión a la letra inicial de su nombre—. Tú tranquilo, que ya pensaré el modo de cobrármelo. —Advirtió, con la voz de Marlon Brando en El Padrino y una sonrisa que decía lo contrario.
Massimo chocó su cerveza con la de Enzo, era afortunado de tener un amigo como él.
—Así, ¿no prefieres quedarte hasta el martes? —Recordó Massimo lo que habían comentado mientras iban en el coche.
—No quiero que el trabajo se me acumule. Me marcho mañana por la mañana y el lunes por la noche volveré. Recogeré a Rita y nos iremos a la Feria.
Iban a acudir los dos a una muestra de productos autóctonos italianos, en representación de Villa Tizzi. Enzo estaba convencido de que era la ocasión idónea para dar a conocer y cerrar contratos de venta de la ternera Chianina que producían.
—Cada día os veo más unidos.
Enzo sonrió de medio lado.
—Y más nos verás.
—Vaya, vaya. —Sonrió también, dando el último trago de cerveza—. Te ha costado muy poco meterte a Rita en el bolsillo.
—¿Poco? Tú no conoces a tu hermana. —Desdijo con hartura—. Me ha costado un mundo que me hiciera caso.
—Todos guardamos cicatrices del pasado que nos hacen desconfiar de quien no debemos.
Habló pensando en Rita y Enzo. Y también en sus recelos carentes de fundamento hacia una mujer dulce y honesta. Nunca debió apartarla de su lado.
—Y defendernos de quien no alberga maldad. —Apostilló Enzo.
Viendo su expresión, comedida pero evidente, Massimo supo que se refería a Martina.
***
La Feria de Productos Marca de Italia no podía haberles ido mejor. Como otros productores de carne, fueron invitados durante un día a participar en la muestra gastronómica en el stand de la Asociación de Ganaderos de Raza Chianina. Una jornada muy fructífera para la hacienda porque la simpatía de Rita, sumada a la sutil mano izquierda de Enzo a la hora de negociar precios y contratos, les estaba reportando más éxito y ganancias que en vida del tío Gigio.
Regresaban de Florencia en tren, porque Enzo había dejado su coche en un taller de Roma para que le hicieran una revisión a fondo y, cuando fue a recogerlo para salir hacia el congreso, se encontró con la desagradable sorpresa de que el mecánico ni siquiera había levantado el capó.
—Formamos un buen equipo tú y yo —comentó Enzo, mirando a Rita con mucho interés.
Él iba sentado junto a la ventanilla y ella en la butaca de pasillo. Por ser el último tren de la tarde, eran pocos los viajeros. Los asientos de alrededor permanecían vacíos, hecho que Enzo agradeció porque podían conversar con cierta intimidad.
—¿No me escuchas?
—Sí, claro que te he oído —dijo Rita, a la vez que cerraba el portátil y plegaba la mesilla.
—Te decía que se nos da muy bien trabajar en equipo.
—Es cierto, y me alegro. Me gusta trabajar contigo.
Enzo la miró sin parpadear.
—Y a mí me gustas tú.
Rita se ladeó para quedar cara a cara, con una sonrisa traviesa.
—¿De verdad?
—A estas alturas no te hagas la sorprendida.
Ella rio con la boca cerrada y dio un golpe de melena antes de volver a clavar sus ojos en él.
—No sé, creía que me veías como a una conejita. —Dejó caer con un suave pestañeo—. Ya sabes, tierna, sencilla, inocente…
—¿No has oído hablar de la revista Play Boy?
Rita se sorprendió como una perfecta mentirosilla.
—Ah, pero ¿no te referías a ese tipo de conejitas?
—Cuánto te gusta jugar conmigo.
Esa vez, se puso algo más seria para saber hasta dónde llegaban el juego y la verdad por parte de él.
—Al principio pensé que no te adaptarías a un trabajo en el campo.
Enzo le colocó la melena detrás de la oreja.
—Me he convertido en un lobo salvaje y mi objetivo eres tú, bichito silvestre —dijo acariciándole el cuello con el dedo hasta la clavícula.
Una afirmación que, a pesar del tono bromista, encerraba la respuesta que Rita quería escuchar. Enzo cada día estaba más lejos de Roma y más cerca de Civitella. Y de ella. Una certeza que la hizo feliz, tanto como para cometer locuras en un tren.
—Ya veremos quién caza a quién, lobo malo.
—¿Hacemos apuestas?
Rita sonrió con ganas de triunfo.
—Vamos a ver si eres tan astuto para adivinar como lo eres para negociar. Si la próxima persona que entra por la puerta es un hombre, yo gano y elijo mi premio. —Propuso, dando una mirada alrededor para comprobar que estaban solos—. Yo meteré la mano aquí. —Sugirió, acariciándole la bragueta con malicia—. Y tú te dejarás hacer durante el tiempo que yo decida.
—¿Sexo en público y en un tren? Eres perversa, conejita.
Enzo le sujetó la mano para que comprobara su grado de excitación. Rita se relamió los labios.
—¿Ya estás así y aún no hemos empezado?
—Mira cómo me pones —Enzo movió arriba y abajo la mano de Rita sobre su miembro duro—. ¿Y si la primera persona que entra por la puerta es una mujer?
—Decides tú —susurró dándole un apretón en la entrepierna que lo hizo saltar del asiento.
—Si es una mujer, tú irás al aseo y me esperarás allí. Sin medias. —Exigió acariciándole los labios con la punta de la lengua—. Sin bragas. —Ordenó. Le mordió el labio inferior y tiró de él—. Cuando yo llame me abrirás la puerta. Quiero encontrarte con las piernas separadas y la falda subida hasta la cintura, que no se te olvide ese detalle.
Aún no había acabado de decirlo cuando el golpetazo de la puerta del vagón les hizo girar la cabeza al mismo tiempo. Enzo sonrió como el lobo feroz al ver entrar a una señora con una revista de cotilleos en la mano y acercó la boca al oído de Rita.
—Ya tardas.
—Qué suerte tienes.
—Sí, y tú también. Dentro de dos minutos lo verás.
Rita se levantó y, con disimulo, salió del vagón. Enzo se subió el puño de la camisa y clavó la vista en el reloj. Las dos vueltas completas del segundero se le hicieron eternas. Cuando la saeta pasó por las doce de nuevo, salió escopetado hacia el aseo del tren. Apoyó la mano en la puerta y con los nudillos de la otra repicó con energía. Rita abrió desde dentro, lo agarró por la corbata y lo metió de un tirón. Enzo cerró a tientas mientras ella le comía los labios con besos y mordisquitos; de refilón vio el bolso sobre el pequeño lavabo y que de este sobresalían las medias. Miró hacia abajo y premió su obediencia con un beso profundo y sensual. Tal como le había ordenado, llevaba la falda subida a la cintura. Enzo giró con ella en brazos, para quedar de espaldas al WC, el ambiente era asqueroso pero estaba tan necesitado de Rita, y ella también en vista de la maña y rapidez con que le desabrochó el pantalón y le bajó los calzoncillos. Aún así, si sintió un tipejo vil por proponerle aquel sitio abominable para su primera vez.
—Esto da asco y debería haber hecho las cosas de un modo más romántico. —Se disculpó sin mucho sentido, porque su boca pedía freno y sus manos le sobaban los pechos con avaricia—. ¿Estás segura?
—Si no estuviera segura aún llevaría las bragas puestas —murmuró, a la vez que lo besaba con ansia.
Con los pantalones por la rodilla, Enzo la levantó en vilo por las nalgas y la parapetó contra la puerta. Rita le rodeó la cintura con las piernas, él empuñó su miembro.
—¿A pelo? —murmuró Rita, con la respiración agitada.
—¡Mierda! —Ni se le ocurrió pensar en los condones—. ¿Tú no…?
—No, yo no… —Reconoció, no tomaba anovulatorios ni había tenido necesidad hasta ese momento de llevar un preservativo en el bolso.
—Da igual —dijeron los dos a la vez.
Enzo la penetró con furia y comenzó a moverse como un loco, con golpes que la levantaban y la hacían bajar. A Rita el orgasmo la pilló por sorpresa, se agarrotó de pies a cabeza con un gemido gutural. Enzo sintió sus contracciones con tal intensidad que explotó de placer.
Lo que vino después transcurrió en una décima de segundo. La puerta se abrió de improviso y ellos dos cayeron a plomo sobre el suelo del descansillo. Rita de espaldas con Enzo entre sus piernas.
—¿Te has hecho daño? —Jadeó.
—No, no… —Exhaló todavía sin aire.
—¡Pero bueno, qué vergüenza! ¿Este es sitio de hacer cochinadas?
Rita y Enzo miraron hacia arriba, acoplados como bestias en celo y desnudos de cintura para abajo. La señora de la revista tenía los ojos clavados en los glúteos de Enzo, esperando con gesto avinagrado a que se apartaran para entrar en el aseo.
A Rita no le hizo ninguna gracia que se fijara tanto en el culo de su chico y la frenó con una mirada de ogro antes de que se pusiera a soltar barbaridades.
—Oiga, señora, no nos mire con esa cara que esto no es lo que parece.