ARCHIVOS DE LA FAMILIA PETROKOV

Carta con fecha del 5 de enero de 1979.

Querido Matthew,

Casi no puedo creer que lo hayamos conseguido. La ShadowNet, como lo llama todo el mundo, esta nueva red, es un lugar vibrante y caótica. Teniendo en cuenta nuestros números, no es tan densa como el PsyNet, pero está viva. Y eso es lo que importa.

El ostracismo ya ha comenzado. Llamamos a tu tío Greg para decirle que estábamos a salvo. Pude ver el alivio en sus ojos, pero todo lo que dijo en voz alta fue que no lo llamáramos de nuevo. Tiene miedo de que si muestra algún sentimiento hacia nosotros, el Consejo se llevará a tus primos lejos.

Lloré después. Tú me viste, limpiando las lágrimas. Y sabía con cada latido de mi corazón que había tomado la decisión correcta.

Te amo tanto,

Mamá.

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a noche cayó con una predecible rapidez, pero entonces estaba hecho.

Ninguno de ellos mencionó la idea de permanecer allí. Dev, simplemente se puso al volante y salieron. Habían estado conduciendo una hora, cuando Katya rompió el silencio. ―Estoy empezando a recordar las cosas que antes no estaba preparada.

―¿Algo como esto?

―No. ―Una larga pausa. ―Mis recuerdos de Noor y especialmente el tiempo de Jon en los laboratorios están casi completos.

Él no trató de disuadirla de su culpabilidad, ya que se había dado cuenta que llevaría tiempo. La mujer que se había convertido en Katya nunca sería capaz de alejarse de sus más oscuros recuerdos. Así que mantuvo su tono de aquí no pasa nada, junto con sus palabras. ―Ella parece no estar afectada, y él es un chico fuerte.

―Uno de sus talentos. ―La voz de Katya estaba tranquila. ―Tiene la habilidad de abrirse demasiado y puede abusar de ello o darle un mal uso.

―No, si se le ha mostrado la manera correcta.

―Cuando era niña ―dijo―, solía tratar de usar mi telepatía para hacer que mis compañeros de la guardería hicieran lo que quería.

―Esa es una etapa de desarrollo bastante normal para los niños telepáticos.

―Dev también había hecho cosas como un niño que no eran exactamente correctas. Había estado aprendiendo sus puntos fuertes, forzando sus miembros. Quería compartir con Katya la verdad de su don con el metal, con las máquinas. ―Me molesta no poder contarte lo que quiero. ―Sus manos protestaron por la fuerza con la que se estaba agarrando el volante. Se esforzó en relajarse, dejando escapar un suspiro entre los dientes apretados.

―Me sigo diciendo a mí misma que las cosas van a cambiar, que voy a encontrar una vía de escape.

Se acordó de lo que una vez ella le había contado acerca de los tentáculos de 252

control de Ming.

―¿No has sido capaz de encontrar una forma para desactivar la programación?

―No ―le contestó, envolviéndose con sus propios delicados brazos en un agarre tan fuerte, que él oyó algo de su chaqueta rasgarse―. No sin dañar mi cerebro.

Las garras de esta cosa que puso en mi cabeza están arraigadas demasiado profundamente.

―Tal vez la programación es demasiado fuerte como para romperla ―dijo, con un dolor punzando en su mandíbula, ya que la apretó con demasiada fuerza―, pero no debería tener un efecto físico permanente. Es una construcción psíquica.

―Dev... no es una programación. Es una prisión que está anclada en mi mente.

Su intestino se convirtió en hielo. ―¿Estás totalmente segura? ―Hubo una larga pausa. ―Dime.

―He mirado desde todos los ángulos posibles. Tenía la esperanza de que hubiera cometido un error. ―El tono de su voz le dijo que había descubierto una diferencia.

Dev era apenas un telépata, pero sabía todo lo que tenía que saber sobre el tema, tanto lo nuevo como lo viejo. Habilidades que podrían manifestarse entre los Olvidados. Así que entendía bien la maldición que era tener algo anclado en la mente de un individuo, tan opuesto al tejido de una red neuronal, rompería aquella mente en pedazos si eso era removido sin el procedimiento adecuado. Y

ahora, la única persona que tenía la llave de la prisión de Katya era el Consejero Ming LeBon.

La decisión era simple. ―Tenemos que encontrar Ming.

La cabeza de Katya se giró hacia él. ―No, Dev. No.

Después de haber pasado todo el día con Cruz, Sascha esperaba caer en un sueño fácil esta noche, cansada por la energía psíquica que había gastado. Pero se encontró acostada totalmente despierta mucho tiempo después de que el bosque hubiera quedado en silencio a su alrededor. Abrazando el calor cambiante de Lucas, extendió sus dedos sobre su corazón y trató de igualar el ritmo de su respiración a la de él.

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Su cuerpo comenzó a relajarse, pero su mente seguía dándole vueltas. Dándose por vencida, decidió leer un rato... pero el brazo de Lucas la apretó contra si en el instante en que trató de apartarse. Debería dejarlo dormir pero en vez de eso le acarició el cuello.

―Despierta.

Sus ojos parpadearon, abriéndose con pereza felina. —¿Hmm? —Hociqueando contra ella con somnoliento interés, apretó con su mano la cadera de Sascha.

―No puedo dormir.

Él extendió su mano sobre su abdomen. ―¿ Te sientes bien? ―Una tierna pregunta, con un toque de protección.

―Sí ―Ella movió su mano sobre su bíceps―. Sólo despierta.

―¿Quieres que te canse? ―ronroneó contra su oreja, los dedos jugueteando con la pendiente de su ombligo.

Las mariposas en su estómago eran íntimamente y exquisitamente familiares.

―Es una oferta muy tentadora.

―Pero tú quieres hablar.

Su corazón latió con fuerza por lo que sentía por este hombre que la conocía al completo, le besó el lateral de la mandíbula, enredando la mano en sus sedosos y pesados cabellos. ―Trabajando con Cruz... Él es tan vulnerable, Lucas, tan abierto a cualquier dirección.

―Entonces es una buena cosa que nunca ha hecho daño.

Eso era lo que le preocupaba. ―Ese libro que mi madre me envió dijo que los Psy pueden volverse malos.

―No ―dijo Lucas, llegando a mirarla―. Dice que los Psy a menudo se preocupan tanto que empiezan a pensar que lo que saben es mejor para todos.

―Y luego hacen cosas malas ―insistió―. ¿Qué pasó con aquel escritor con el perfil de empático, el que trató de manipular emocionalmente a todos a ser

“buenos”?. Él volvió a la gente loca, obligándoles a ir contra su propia voluntad.

―Era un solitario, sin familia, sin grupo. ¿De verdad crees que te dejaría convertirte en una megalómana? ―Los ojos de leopardo destellaron divertidos.

Ella hizo una mueca. ―Esto es serio. ―Pero él había conseguido aflojar el nudo 254

de miedo en su pecho―. Yo nunca supe que podría influir en las emociones de alguien obligándole, literalmente, a sentir lo que quisiera.

Lucas jugó con las hebras de su cabello mientras ella permanecía pensativa.

―Me pregunto por qué mi madre me envió el libro ―murmuró―. ¿Fue para desestabilizarme, o porque quiere advertirme sobre el peligro? ―Para la mayoría de las madres, no habría sido una pregunta, pero la mayoría de las madres no eran la Consejera Nikita Duncan.

―O tal vez por fin se dio cuenta del poderoso aliado que haría.

Ella levantó la cara en una pregunta sin palabras.

―¿Sabes lo que el alfa en mí encontró más interesante en ese libro? ―preguntó, apoyando los codos en ambos lados de la cabeza―. El hecho de que un empático cardinal que tiene el control total de su don puede efectivamente detener un motín de miles de personas en sus pistas. Imagínate lo útil que sería un Consejero con un don así ante la rebelión en las filas.

Sascha envolvió sus brazos alrededor del cuello de Lucas. ―Según el libro de Eldridge, la habilidad empática ha salvado innumerables vidas durante generaciones.

―Sí.

―¿Pero no crees que sea por eso que Nikita lo quiere?

Lucas la besó con una ternura extrema. ―No voy a adivinar los motivos de tu madre, Sascha. Pero no puedo soportar verte siendo herida, ten cuidado, gatita.

Su amor la inundó, firme, maravilloso y lleno de protección.

―No te preocupes ―dijo ella, acariciándole―. Nunca más volveré a ser tan vulnerable a ella. Sólo me gustaría entender por qué lo hace ahora de entre todos los momentos.

―Pregúntale ―dijo Lucas, para su sorpresa―. Podría no decirte la verdad, lo más seguro es que no lo haga, pero eres buena leyendo entre líneas el lenguaje corporal.

―Sí, creo que lo haré. ―Presionando un beso en el hombro, dejó a su mente divagar de nuevo sobre un tema al que había estado dándole vueltas desde el principio del día. ―Creo que algo está ocurriendo entre los Olvidados.

―Tengo esa sensación, también. ―Se desplazó con el objetivo de enredar aún 255

más su cuerpo en el de ella―. Aquellos guardias de Cruz... no estoy seguro de que Dev sólo esté preocupado por los Psy. Hay que decir que algunos de su propia gente se están moviendo en contra de él.

―¿Crees que los Olvidados están empezando a tener los mismos problemas que llevaron a los Psy al Silencio?

―Si es así... Dev tiene un problema infernal en sus manos.

Katya sentía como si hubiera estado discutiendo hasta volverse azul. Dev no volvió a discutir, simplemente se negó a cambiar de opinión.

―¿Estás loco? ―empezó a gritar finalmente, mientras se preparaban para dormir unas pocas horas en la misma posada en la que habían estado antes.

Habían conducido media noche, obligados a alejarse de la violencia maligna que marcó Sunshine. Pero desde el instante en que Dev había mencionado ir tras Ming, ella solo tenía una idea en su cabeza... pararle.

―¡Eso es lo que quiere! Le vas a facilitar que te mate.

Dev empujó las mantas, después de quitarse sus pantalones mientras ella sudaba.

―Métete antes de que tu precioso culo se congele.

―Dev, no puedes simplemente ignorarme.

―Te dije que te metieras o te meteré yo.

La ira se alzó como una avalancha salvaje. ―¡No me trates como una niña!

―Recogiendo lo más cercano a ella, un zapato, se lo tiró.

Él lo esquivó con fluidez. ―Eso no fue una decisión inteligente, nena.

―Pronunció las palabras con calma, pero el calor en sus ojos era un fuego lento hirviendo.

Demasiado furiosa para ser capaz de leer si el calor denotaba ira o deseo, dijo

―¿Ah, sí? ¿Qué tal este? ―Tiró el otro zapato.

Desplazó la cabeza a un lado sin que se notara el movimiento. Entonces se lo devolvió. Ella dio un giro alejándose... sólo para darse cuenta que la había acorralado en una esquina. ―Juro por Dios, Dev, que estoy demasiado furiosa contigo.

Un dedo en los labios.

Sorprendida, ella dejó de hablar.

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―Eres mía ―dijo en voz baja, implacable―. Ahora y siempre.

Todo su cuerpo se estremeció con estas palabras.

―No voy a dejar que nada, ni nadie, te aleje de mí. ―Las motas doradas en sus ojos atravesaron su corazón. ―¿Entiendes?

―No voy a dejar que te mates tú mismo ―susurró ella contra su dedo.

Alejándolo, puso su mano sobre su corazón―. Si caminas hacia una trampa por mi culpa, si mueres...

―No lo haré. No soy estúpido y no tengo intención de entrar ciego. Nos juntaremos y nos moveremos cuando él sea vulnerable. ―Estiró la mano para retirarse el pelo de la cara―. Es poderoso, pero no puede defenderse contra cualquier eventualidad.

―Él es el mal ―susurró Katia, sus ojos color negro mientras recordaba―. Nunca había sentido a alguien tan carente de humanidad.

―Si huimos cuando el mal se levanta ―dijo, con las palmas de las manos apoyadas en la pared a ambos lados de su cabeza―, entonces el mundo no tiene ninguna posibilidad en absoluto.

―No te dará la clave.

―Entonces morirá.

―Matar a Ming ―dijo, sus labios moviéndose contra los suyos―, no me va a salvar. Incluso si encontráramos una manera de deshacer o bloquear la programación, la prisión mental es autónoma, vinculada y alimentada por mi propia mente.

―Pero conseguiríamos tu libertad. Sólo Ming sabe que estás viva, podrías vivir toda tu vida sin que nadie sepa de ti en la Net.

―Sí. ―dijo ella, pero él vio un atisbo de inquietud en sus ojos.

A punto de preguntarle lo que pensaba, se encontró con que sus labios eran poseídos en una forma muy femenina, suave, exuberante y absoluta.

Katya atrajo el sabor de Dev. El calor y la demanda, la pasión con un borde de acero de profundidad en el interior, empujando a un lado una verdad que había estado sangrando en su mente día a día lentamente. Hoy, aquí, con la gruesa capa de nieve aislándolos del mundo exterior, quería simplemente ser una mujer que había encontrado la suerte de estar en los brazos de este hombre increíble y complejo.

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Cuando la aplastó contra la esquina, tomando el mando de su mundo, ella se estremeció y metió las manos en su pelo. Su oscuro fuego masculino se filtró en sus huesos, calentándola desde el interior. Deslizó los dedos a través de su áspera seda, trazó sus hombros y su tentador pecho.

―Me encanta tocarte ―dijo en su boca, perfilando los musculosos planos con las palmas que no tenían suficiente. El roce de su pelo oscuro era deliciosamente abrasivo y ella ardía con el deseo de estar desnuda y sentir esa sensación en sus pechos.

―Quiero quitarme la ropa.

Cerró los dientes sobre su labio inferior. ―Eso es lo que quería oír. ―Luminosas palabras, pero su cara estaba marcada intensamente. Ella sabía que podía ser tierno, lo había sentido al cuidarla, pero bajo la superficie, Devraj Santos era un guerrero con una voluntad inquebrantable.

Sacudiendo el poder de sus propias emociones, delineó una hilera de besos por su mandíbula, a lo largo de su cuello. ―Me gustaría complacerte, esta vez.

Su mano cogió su pelo con el puño. ―Me gustas por el simple hecho de existir.

Lamió el sabor de él en su boca, sintió su cuerpo tensarse. Pese a que sus músculos se tensaron, se puso de pie y la dejó explorar la dura belleza masculina de él.

―No entiendo ―le susurró―, ¿cómo pudo mi raza alejarse de esto? ―Cuando el Silencio empezó, habrían estado enamorados, las parejas habrían estado ardiendo el uno por el otro.

―Algunos no lo hicieron. ―Un aliento caliente contra su oído mientras se inclinaba para permitirle un mejor acceso a su cuello. ―Para algunos, el precio era demasiado alto.

Su pulso le fascinaba, tan fuerte, tan vivo, y ahora, irregular por el deseo. Por ella. Un pequeño rizo de poder femenino serpenteo por su cuerpo, fuerte y hambriento. Era un hombre con el conocimiento que tenía la capacidad de afectarle, como si se tratara de una droga. Lo mordisqueó a lo largo de la columna hasta su cuello, corrió las uñas de una mano suavemente por el pecho, asegurándose de arañar un plano pezón masculino.

Él suspiró.

―Hazlo de nuevo.

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e gusta? ―Una leve caricia.

―Bromeas.

―¿T Sonriendo, ella le dio lo que quería, su gemido ronco, antes de empujarlo para cambiar de nuevo. Él se resistió. Ella insistió.

Una sola pulgada.

Lo suficiente para que ella moviera la cabeza hacia abajo y pudiera cerrar delicadamente sus dientes alrededor del pezón que había atormentado. Él maldijo a la vez que los dientes de ella se deslizaron, rozando su pecho.

Entonces Katya cambió su atención hacia el lado que había descuidado, la acomodó dándole otra pulgada.

Piel caliente y dorada bajo sus manos, sus labios, el salvaje e inquieto aroma masculino en su cabeza, un pedazo del cielo. Poseerlo todo para ella sola, disfrutándolo sin culpa o preocupación, aunque sólo fuera por ese instante robado en el tiempo, nada por lo que ella se arrepentiría. No importa lo que pasara. Empujando el último de sus pensamientos a los más oscuros recovecos de su cerebro, trató de besarlo por el pecho.

―Dame espacio.

―No. ―Él tiró de su cabeza con la mano atrapando su pelo en un puño.

Ella lamió su piel, dejó escapar un aliento para entibiar la humedad. Él se estremeció. Acariciándole, le empujó.

―Es mi turno.

―Me voy a avergonzar si pones esa linda boca tuya cerca de mi pene. —

Palabras tan contundentes como lo era su erección presionando contra la parte inferior de su abdomen.

La suave piel junto con el impacto de esa erótica imagen, la impulsaron de nuevo.

―Quiero probarte. Ya tuviste tu turno.

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El aire no se volvió exactamente azul, pero se iba acercando bastante al añil.

―¿Estás tratando de torturarme? ―Mordiendo, besos mordidos que chisporroteaban directamente en dirección sur, hacia la humedad entre sus piernas― ¿Y si no quiero jugar limpio? ―murmuró, con una mano oscilando dentro de sus pantalones de chándal para acunar el trasero con una atrevida familiaridad― ¿Qué pasa si quiero repetir?

Él tenía las manos sobre ella, sus células cerebrales estaban luchando, pero ella no estaba dispuesta a ceder. No cuando esa fantasía en particular la había estado conduciendo a la locura desde el primer instante en que lo había pensado.

―Entonces será mejor que me dejes hacer lo que quiero ―le ordenó, mordisqueando su mandíbula―. O no lo estás consiguiendo.

―Yo soy más grande que tú.

Deslizó su mano por debajo de la cintura de sus vaqueros para cerrarla firmemente a su alrededor. Su cuerpo se resistió.

―¿Qué estabas diciendo?

―Bruja. ―Retrocedió apenas lo suficiente, ampliando su postura para darle espacio.

Era todo lo que ella quería. Estar rodeada por Dev le añadió una exquisita sensación a su exploración sensual. No sólo amaba estar rodeada por el ardiente calor sexual que emanaba de él, se sentía protegida, lo suficientemente segura como para ceder a sus fantasías más salvajes. Quitando su mano, dejó caer un beso en el centro de su pecho y pasó los dedos por sus masculinas caderas, acariciando su piel con un placer que nunca había creído encontrar dentro sí misma.

―Estoy llevando la cuenta ―advirtió―. El pago va a implicar gritos por tu parte.

Ella había llegado a asociar los gritos con el dolor... pero, bueno, con Dev, tenía la sensación de que tendrían un significado totalmente nuevo.

―No puedo esperar. ―Beso a beso, avanzó por su cuerpo, hasta que ella se arrodilló, con los dedos sobre el botón superior de sus vaqueros.

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Mirando hacia arriba a través de sus pestañas, encontró su mirada, con las manos apoyadas en la pared por encima de ella. El oro en sus ojos parecía haberse extendido, creando algo así como un resplandor.

―¿Lo estoy imaginando? ―susurró, dando un golpe al botón abierto.

―No.

Fascinada por aquella mirada eléctrica, Katya quería hacer más preguntas, pero luego se estremeció, rompiendo sus pensamientos. Ella había estado jugando con los dedos sobre su erección, ahora se dio cuenta de que lo había conducido hasta el borde. Mojando sus labios, se apoderó de la cremallera.

―Maldición ―murmuró, con los dientes apretados a la vez que sacaba su pujante erección.

Los siguientes instantes pasaron en una especie de neblina sexual. Lo único que sabía era que de alguna manera había logrado liberarlo de su ropa, y ahora su excitada longitud estaba en su palma. Era un impulso inclinarse hacia adelante, para rodear con su lengua la cabeza.

Él dio un tirón, pero no se apartó.

―¿Y? ―Fue una pregunta ronca.

Miró hacia arriba, cerrando los dedos alrededor del sedoso calor con una posesividad que le sorprendió incluso a ella.

―¿Y?

―Tú ―se aclaró la garganta, respiró profundo―, tú preguntaste qué placer había en hacer esto.

Sumergiendo su cabeza hacia abajo, se inclinó hacia delante y se lo llevó a la boca. Esta vez, su grito no se contuvo. Una de sus manos se enredó en sus cabellos, sus duros muslos de acero, cada músculo se tensó eróticamente.

Paladeando su sabor profundamente, ella movió sus manos en sus muslos, dándose más espacio para jugar. Ella le oyó maldecir y lo sintió tirar suavemente del pelo, pero no había manera de terminar esto cuando apenas había comenzado. En vez de retirarse, le clavó los dedos en los duros músculos en un silencioso reproche.

Cuando él se sacudió y soltó su pelo, sabía que había ganado. Al menos por el momento. Así que se aprovechó, chupando, lamiendo y aprendiendo. Había un placer tan extremo que sentía como si sus huesos se estuvieran derritiendo. Su 261

sabor la había intoxicado, pero mucho más, percibiendo su respuesta, sabiendo que era la causante... empujó su excitación a un nivel febril.

―Basta. ―Dev dio un paso atrás antes de que pudiera detenerla.

Frustrada, ella lo miró.

―No he terminado.

―Estoy a punto ―murmuró, y la atrajo hacia sus pies, empujando sus pantalones de chándal.

Ella los sacó al mismo tiempo que sus bragas, estimulando su crudo borde, el oro brillando en sus ojos.

―Dev, que…

La levantó en un despliegue de fuerza que la dejó sin aliento.

―Rodea mi cintura con tus piernas ―ordenó de manera cortante.

Ella obedeció inmediatamente. Él la recompensó deslizándose en un solo y duro empujón. Su grito resonó en las paredes cuando el placer estremeció su cuerpo.

Sus manos se apoderaron de su trasero, sujetándola firmemente en el sitio mientras se movía dentro y fuera. Ella se agarró a sus hombros, sintiendo como colgaba sobre el precipicio.

―¡Maldita sea! ―El cuerpo de Dev se tensó contra ella y Katya supo que había perdido todo su férreo control.

Eso fue todo lo que necesitó.

La electricidad la sacudió, de una manera tan salvaje y tan caliente como el hombre que la inmovilizaba contra la pared en señal de una impotente rendición.

Katya yacía sin huesos cuando Dev la dejó sobre la cama.

―Todavía tengo mi top encima ―murmuró ella, sin el más mínimo interés en moverse. Sus huesos eran gelatina, sus músculos internos continuaban con espasmos dándole pequeñas explosiones de placer.

Dev, después de haber conseguido deshacerse por fin de sus vaqueros, se estiró sobre ella, enterrando la cara en su cuello. Katya se las arregló para encontrar la energía suficiente para enhebrar sus dedos por el cabello y mantenerlo junto a ella a la vez que su masculino pecho ascendía y bajaba en profundas respiraciones.

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―Tú me has matado, ―murmuró.

―Tengo la intención de hacerlo de nuevo tan pronto como me recupere. ―Que sería aproximadamente en una semana.

―Insaciable.

―Sólo por ti.

Un silencio solo interrumpido por sus respiraciones irregulares.

―Tan honesta. ―Él depositó un beso en su piel húmeda. ―No cambies eso de ti.

Su mano libre rizó el interior de la sabana . ¿Era mentir omitir una mentira? Sí, pensó, siendo sincera consigo misma, incluso si no podía estar con él.

―Tengo hambre.

―Dame un minuto para encontrar la fuerza para cazar y recolectar.

Sus labios se curvaron.

―Devraj Santos, derribado por una mujer con la mitad de su tamaño.

―Con una boca como el cielo. ―Otro beso. ―Puedes hacer eso de nuevo en cualquier momento que quieras. Insisto.

Una risa estalló fuera de ella.

―¡Ay!, me duelen los músculos de estomago. ―Pero ella aceptaría este tipo de dolor en cualquier momento. ―Háblame de los ojos. ―Seguramente aquel conocimiento no era nada que pudiera herir a los Olvidados ¿Aunque Ming la encontrara antes de que pudiera terminar esto?

―Hmm. ―Sus pestañas se movieron contra ella en una caricia delicada, incongruente. ―Había cardinales entre los que desertaron. Los ojos desaparecieron en una generación.

―Debido a la disolución de vuestras capacidades ―murmuró―. Ni cardinales, ni ojos como el cielo nocturno. ―Los ojos Cardinales eran inquietantemente bellos. Incluso los Psy en la Red rara vez se cruzaban con aquellos Psy extremadamente poderosos. Estrellas blancas en el negro, sus ojos parecían reflejar la propia Net.

―Pero algunos de nosotros estamos empezando a nacer con estos ojos.

―¿Marrón y dorado?

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―El color no tiene importancia. ―Él se levantó sobre un codo, con húmedos mechones de pelo en la frente. A ella le gustaba de esta manera, sexy y despeinado―. No creía que me estuvieras escuchando. ―Frunció el ceño cuando ella delineó una hilera de besos sobre la curva de un hombro musculoso.

Ella sonrió.

―Lo siento.

―Como estaba diciendo antes de que fuera tan groseramente interrumpido,

―ella se rió de su tono severo― hay una especie de retroalimentación psíquica ya sea en momentos de gran estrés emocional o de excitación. ―Sus hermosos ojos brillaron. ―Creo que me has dado de ambos hoy.

―Eso es lo que me gusta escuchar —dijo ella, haciendo eco deliberadamente―.

Jonquil ―susurró―. Yo pensaba que sus ojos eran simplemente de un azul extraordinario, pero ahora creo que exhibe el fenómeno.

Dev le tomó la cara entre las manos.

―No está relacionado con el nivel de poder ―le dijo―. Parece ser una mutación aleatoria que ha ocurrido en un cierto porcentaje de la población.

―Tal vez estáis en proceso de desarrollar vuestra propia versión de los ojos cardinales ―murmuró―. Incluso si ahora no estáis conectados a ese tipo de poder, algún día podría terminar siendo así.

―Espero que no ―dijo Dev, reafirmando la mandíbula―. Haría que los fuertes fueran más fáciles de identificar y seleccionar.

―Pensé que esto era una pregunta segura. ―El pecho se le apretó, ella cerró la mano sobre su hombro―. No te preocupes, Dev. No voy a permitir que nadie descubra esa información en mi mente. No esta vez. Ni nunca.

―¿Por qué crees que te lo dije? ―Un tono que no dejaba lugar a dudas. Y luego dijo las palabras que ella había esperado, lo que pareció toda una vida, escuchar―. No nos vas a traicionar, Katya, no importa lo que cueste.

―Dev.

―Te golpearon. Has sobrevivido ―dijo en voz baja―. Ming no tiene ningún derecho sobre ti, nunca más.

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