ARCHIVOS DE LA FAMILIA PETROKOV

Carta con fecha del 24 de Mayo de 1969

Mi querido Matthew,

Tu padre dice que un día te reirás de estas cartas que te escribo, como hijo que eres, en el momento en que estas intentando succionar ambos pulgares a la vez. ―Zarina ―dijo David esta tarde― ¿Qué clase de madre escribe tratados políticos a su sietemesino hijo?

¿Sabes lo que le dije?

―Una madre que está segura de que su hijo crecerá para ser un genio.

¡Oh, cómo me haces sonreír! Me pregunto, incluso mientras escribo esto, si alguna vez te dejaré leer estas letras. Supongo que se han convertido en una especie de diario para mí, pero soy demasiado sensible para poner: “Querido Diario”, en lugar de eso prefiero escribir al hombre que serás algún día.

Ese hombre, espero, va a crecer en un momento donde haya menos alboroto. Las teorías de los psicólogos, no obstante, son que en los primeros indicios va a resultar casi imposible por la ira y las condiciones de nuestros jovenes.

Pero eso no es lo que me preocupa. He oído rumores preocupantes de que el Consejo se parece cada vez más a Mercury, Catherine y el grupo secreto de Arif Adelaja. Si los rumores resultan ser ciertos, podemos estar en problemas, mucho más de lo que yo creía.

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No es que tenga nada en contra de Catherine y Arif. De hecho, una vez los consideré amigos y solo tienen mi admiración por su coraje al sobrevivir a la peor tragedia que les puede ocurrir a unos padres. No creo que sea una exageración decir que son dos de las mentes más extraordinarias de nuestra generación. Y, después de haber pasado un tiempo considerable con ambos, sé una cosa con categórica certeza-que solo quieren lo mejor para nuestra raza.

Pero a veces, la profundidad de la necesidad de salvar y proteger puede convertirse en un fervor ciego, que destruye lo mismo que se quiere salvaguardar.

Sólo puedo esperar que el Consejo lo vea también.

Con amor,

Mamá.

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os días más tarde, la mujer que todos llamaban Ekaterina se quedó mirando a la extraña en el espejo y trató de ver lo que los demás veían.

―No soy yo.

―¿Todavía no has recuperado la memoria?

Se giró para encontrar al hombre que se había presentado como Devraj Santos y que ahora permanecía de pie en la puerta del baño. El pelo y ojos oscuros… y su manera de moverse le recordaban a un desconocido depredador, elegante, en constante alerta, peligroso más allá de los límites.

Este depredador llevaba un perfecto traje de color carbón.

Camuflaje, pensó, como la mayoría de los animales, su mente le susurraba que era cualquier cosa menos seguro.

―No. Ese nombre... no es mío ―Ella no podía explicar lo que quería decir, pues sus palabras se habían bloqueado detrás de un muro que no podía romper―.

Ahora no.

Ella esperaba que le sacase una declaración, en vez de eso apoyó un hombro contra el quicio de la puerta con las manos en los bolsillos de su traje, y le dijo:

―¿Tienes otra preferencia?

¿Una elección?

Nadie le había dado una opción durante... tanto tiempo. Ella lo sabía. Pero cuando trató de llegar a los detalles, éstos le susurraron algo fuera de su comprensión, tan insustancial como la niebla que había sentido en su cara cuando era una niña.

Ella se agarró a un fragmento de su memoria, desesperada siquiera por un atisbo de lo que ella había sido, de quién fue, con los dedos psíquicos retorciéndose casi como garras, mientras trataba de rasgar el velo.

Nada. Sólo vacío.

―No ―dijo―, pero ese nombre no. ―Ese hombre que solo era una sombra en 30

sus recuerdos, la había usado. Su voz la perseguía. Diciendo aquel nombre una y otra y otra vez. Y cuando él la llamaba por ese nombre, el dolor seguía.

Demasiado dolor. Hasta el fantasma de sus recuerdos despertaba su inutilidad, seguro de que la había encontrado, poniéndola de nuevo en el agujero, y ese lugar era la nada.

―¿Qué te parece Trina?

La voz de Dev la devolvió al presente, a la conciencia de que ella estaba con un hombre al que no conocía en verdad, un hombre que podría ser otra sombra.

―Es lo suficientemente cercano como para darle un empujoncito a tu memoria

―continuó insistiendo.

Los pelos de la nuca se le pusieron de punta. ―Demasiado cercano ―respondió.

―¿Kate?

Hizo una pausa, considerándolo. Vaciló.

―¿Katya?

De alguna manera ella sabía que nunca nadie la había llamado así. Se sentía nuevo.

Fresco.

Vivo.

Ekaterina estaba muerta. Katya vivió. ―Sí.

A medida que Dev caminaba, adentrándose en la habitación, se dio cuenta por primera vez lo grande que era. Se movía con una gracia letal, no era fácil pasar por alto el hecho de que medía más de un metro noventa, con unos sólidos hombros sosteniendo la chaqueta del traje sin esfuerzo. Había una masa muscular considerable en ese alto cuerpo, suficiente para romperla sin esfuerzo.

Ella debería haber tenido miedo, pero Devraj Santos era cálido, una realidad que la llevó a acercarse. No era la sombra, pensó. Si este hombre decidía matarla, él lo haría con pragmatismo. Él torturaría o no.

Así que ella le dejó acercarse, le permitió levantar una mano sobre sus cabellos y frotar un mechón entre sus dedos, el olor de la colonia empapaba su piel hasta que la fresca colonia era todo lo que podía oler.

Su cuerpo comenzó a inclinarse hacia él antes que la dijera ―Hay que cepillar esto.

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―Yo lo lavé ―Ella cogió un cepillo, luchando contra la necesidad de destruir el poco control que había logrado improvisar―. Pero está tan lleno de enredones, no conseguí alisarlo. Podría ser más fácil si lo cortara.

―Cógelo ―Al deslizar el peine de la mano, le dio un codazo a su espalda dirigiéndola hacia la cama.

El ligero toque la sacudió, moviéndose sin resistencia. Pero ella se alejó de la cama y de la silla. ―No hay sol aquí.

Sol. La palabra repiqueteó en su cabeza, formado ecos sobre los ecos. Sol. Un ruido sordo de dolor en su corazón, la sensación de que había olvidado algo importante. ―Sol ―susurró de nuevo, pero el eco ya se estaba desvaneciendo, perdido en la niebla de su mente.

―Está nevando ―dijo Dev―. Pero el sol sigue fuera, estamos demasiado lejos de él, bastante abajo. ―Él esperó hasta que estuviera sentada antes de empezar a cepillarle el pelo.

Ella no sabía lo que había esperado, pero lo que nunca se imaginó fue la paciencia con la que desenredó los nudos de su cabello.

Una pequeña parte de ella sabía que él era plenamente capaz de utilizar esas mismas gentiles manos para acabar con su vida. Y sin embargo, ella seguía sentada, con su vulnerable cuerpo, la delicada piel de su cuello hormigueando cuando sus dedos la rozaban. Es más, quería decir, por favor. En vez de traicionar la profundidad de su necesidad, en vez de mendigar, se aferró a los lados de la silla, el metal cada vez más caliente bajo sus manos. Pero el toque de calor no importaba, no era real, no era humano.

―Sé de las cosas ―espetó ella.

Él no se detuvo mientras la preguntó ―¿Qué cosas?

Se encontró apoyada hacia él, tan hambrienta del contacto de su piel que se sentía como si estuviera seca, muerta de sed. ―Conozco el mundo. Sé que soy Psy. Sé que no debería ser capaz de sentir emociones.

Pero lo hacía. Necesidad, miedo, confusión, tantas cosas que se retorcían y se rompían dentro de ella, exigiendo su atención, con ganas de salir a la superficie.

Y debajo de todo eso estaba el terror.

Sin fin.

Sin Palabras.

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Siempre.

Los dedos de Dev tocaron su nuca, un calor vívido y una demanda en silencio.

―¿Cuánto sabes del mundo? ¿De política?

―Lo suficiente. Retazos. ―Ella respiró profundo, encontrando el olor masculino, rico y oscuro por debajo de la nitidez de la loción de afeitar, almacenándose en sus pulmones. Lo que hizo palpitar su corazón, humedecer sus palmas.

―Cuando la gente habla, cuando veo el canal de noticias, lo entiendo. Y sé otras cosas... Sé quién o qué eres. Sé lo que es Shine. Sin embargo, no sé quién soy. No recuerdo nada.

―Eso no es cierto. ―Trazos firmes, pequeños tirones en el cuero cabelludo―

Sueñas.

Un pequeño relámpago de miedo, envió bilis a su garganta. ―No quiero soñar.

―Es una forma que tu cerebro tiene para poder procesar las cosas Sus brazos le dolían, y se dio cuenta que se estaba sosteniendo a sí misma con rigidez, sus músculos empezaban a quemar. Obligándose a dejar la silla, se centró en los movimientos repetitivos que atravesaban su pelo, la sensación de las cerdas, el agresivo calor masculino del hombre detrás de ella. ―Yo soy una amenaza.

―Sí.

El que no le mintiera casi la hacía sentirse mejor.

―¿Qué vas a hacer conmigo?

―¿Por ahora? Mantenerte encerrada.

―No lo hagas ―le vino al pensamiento―. Hay algo mal en mí.

Aquel error era una silueta extraña en la parte posterior de su cráneo, una ola de rumores que ella no podía oír.

―Lo sé. ―No parecía muy preocupado, pero entonces pensó que era un hombre que probablemente nunca habría conocido el miedo. Ella lo sabía demasiado bien, hasta que ese ácido manchó sus propias células. Sin embargo aún tenía su mente fracturada, pensó a pesar de lo que podría ser.

―Quieres algo de mí. ―¿Por qué si no iba a mantenerla con vida, por qué mantenerla cerca?

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―¿Te acuerdas de la investigación que estabas haciendo con Ashaya?

El pálido azul grisáceo de sus ojos, el pelo oscuro y rizado como incendios forestales, el color café de la piel. Ashaya. ―¿Ella está aquí? ―líneas se formaron en su frente―. Ella estuvo aquí.

―Sí. ―Movimientos largos, fáciles a través de su cabello que ya no necesitaba ser alisado― Ella quiere quedarse contigo.

Katya estaba sacudiendo la cabeza antes de que terminase de hablar. ―No.

El miedo se cerró alrededor de su garganta, las brutales manos la asfixiaron hasta no poder respirar. Puntos de luz aparecieron frente a sus ojos, mientras su pecho agonizaba.

Los tirones en el cuero cabelludo cesaron y una fracción de segundo más tarde, Dev estaba arrodillado frente a ella, cogiéndole las manos.

―Respira. ―Era una orden despiadada, ya que por el tono de voz, percibía que no toleraría la desobediencia. Mirando dentro de esos ojos marrones, ella intentó encontrar algún tipo de equilibrio dentro de sí misma.

―Respira. ―Le repitió en un delgado susurro que apenas se oía.

―Respira. ―El aire silbaba en sus pulmones, embriagadoramente, con el sabor exótico de un hombre que nunca la vería como algo más que un enemigo. Pero en ese momento, no le importaba.

Lo único que quería era ahogarse en su olor, hasta que el miedo no fuera nada más que una vaga memoria, un sueño olvidado. Inhaló otra vez, disfrutando del salvaje barrido de sus sentidos, de la implacable belleza masculina de Devraj Santos. Olía a poder y a un inesperado toque de bravura, rico en canela y vientos de Oriente, cosas que de alguna manera sabía que las palabras de su mente suplían.

Casi sin decidirse a hacerlo, ella levantó la mano para alcanzar la seda gruesa de su cabello. Era suave, más suave de lo que debería haber sido posible en este hombre. ―¿Me prometes algo?

Por primera vez en años, Dev se encontró frente a un oponente tan opaco, que no podía dominar. Había venido aquí con la orden de averiguar de si había o no nada más que una actriz realmente inteligente. En su lugar, había encontrado su talón de Aquiles con la forma humana de una mujer que apareció completamente sin barreras, sin protección.

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Y entonces ella le había tocado, y él no la empujó… a pesar de que era un hombre difícil de tocar, incluso con las intimidades casuales que ya se daban por sentado. Dev prefería guardar las distancias. A excepción de que su mano todavía permanecía en su cabello, su suave piel bajo su control más áspero.

Incluso ahora, tenía que luchar contra la necesidad primitiva de protegerla, de ampararla, de salvarla. Lo que algunos llamaban su frío corazón de piedra, por lo visto aún guardaba un poco de calidez. Pero ese calor no era suficiente para cegarle sobre la cínica verdad acerca de que ella podría ser la mejor jugada que el Consejo Psy habría hecho nunca, un arma a medida creada para provocar instintos tan básicos, sobre los cuales Dev tenía poco o ningún control sobre ellos.

―¿Qué quieres que te prometa? ―él preguntó, endureciéndose contra una petición de clemencia.

En cambio, ella le acarició el pelo con la mano, como fascinada por la textura, y dijo: ―¿Me matarás?

Se quedó paralizado.

―Si estoy demasiado rota ―continuó―, demasiado como para recuperarme, ¿me matarás?

No parecía, pensó, para nada perdida en ese instante. Su intención de quemarse, un brillo, un fuego decisivo.

―Katya.

―Él me hizo algo por dentro ―susurró ella con una violencia demasiado poderosa como para ser contenida―. Él me cambió. No quiero vivir si eso es lo que soy. Su… creación.

El horror en su rostro, en la fealdad inevitable de lo que estaba diciendo, se estaba enroscando alrededor de los escudos de metal donde su alma estaba enjaulada, amenazando con erosionar todo lo que él creía que sabía acerca de sí mismo.

―Si ―dijo, sin poder apartar la mirada de esos ojos pintarrajeados de verde y oro―, si tú te hubieras rendido ya, lo habría hecho.

Su mano cayó de su pelo, pero ella le sostuvo la mirada, firme en su sinceridad desnuda. ―¿Cómo sabes que no lo hice?

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COMANDO TIERRA DOS: ESTACIÓN SOL

21 de Febrero de 2080: La nueva rotación del personal llegó a las 09:00. Todo el personal se encuentra en buen estado físico y mental. Los trabajos comenzarán en un día, después de que los miembros del equipo hayan tenido tiempo para aclimatarse a las condiciones.

El Consejero Ming LeBon ha solicitado un informe sobre la viabilidad de este sitio, que se entregará al final de esta rotación. Según los cálculos actuales, el sitio debería aportar información valiosa sobre compuestos para el futuro previsible, pero todos los datos se confirmarán antes de la finalización del informe.

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na hora después de que Katya le hiciera prometer que la mataría, Dev empujó un plato en la mesa de sala de descanso. ―Come.

Sin tocar la comida, lo miró fijamente con los ojos más oro que verdes en ese momento, las vetas de color marrón brotaban de sus pupilas. ―¿Vas a mantener tu promesa? ―Sabía cuándo estaban jugando con él. Pero la mayoría de la gente quería favores de un tipo mucho menos definitivo. ―Te voy a matar si es necesario.

Ella hizo una pausa, como si considerara sus palabras, y luego cogió el tenedor.

―Gracias. ―Mientras comía trocitos pequeños, como un pajarillo, se preguntó qué diablos iba a hacer con ella. Dev parecía saber muy bien lo que estaba haciendo, pero no era así, todavía dudaba. Tampoco la podía permitir que se relacionara con Shine.

Katya podía parecer frágil, podría atraer los instintos nacidos en la oscuridad de una infancia que había hecho estragos en su alma, pero era Psy , y tendría que cuidar de su físico a medida que hacía su trabajo. Pero era su mente la que tenía que considerar, a ella no podía permitírsele el acceso a ningún equipo, ninguna fuente de datos; y, ciertamente, ninguno de sus sectores más vulnerables.

Haciendo a un lado el plato, en su mayor parte lleno, la mujer que estaba en el centro de sus pensamientos sacudió la cabeza. ―Mi estómago no puede aguantar más.

―Otra comida, en una hora.

Su expresión se mantuvo sin cambios, pero vio los dedos, presionándose con fuerza contra el borde de la mesa. ―Estás acostumbrado a dar órdenes.

―Y también a ser obedecido. ―No hizo ningún esfuerzo por ocultar su naturaleza, su voluntad. Fue lo que le había llevado hasta aquí, y era lo que protegería a los Olvidados de los intentos de asesinato del Consejo, para acabar con ellos, para siempre. ―¿Puedes aguantar algunas preguntas?

―¿Pararías si no pudiera?

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―No. ―Tenía que evaluar el nivel de amenaza, exteriormente, era tan frágil como el cristal, pero por otra parte, la mayoría de los venenos no parecían gran cosa tampoco. En contraste con la mayoría de las personas cuando se enfrentan a él en ese estado de ánimo sombrío, ella no rompió el contacto visual.

―Por lo menos eres sincero.

―¿En comparación con...?

Una sacudida de cabeza, una respuesta que no le daría. ―Haz tus preguntas.

―¿Estás en la Red?

Parpadeó.

―Por supuesto. ―Pero su tono era inseguro, frunciendo su frente.

Esperó a que sus pestañas bajaran, mientras sus ojos se movían con rapidez detrás de los delicados párpados. Un instante más tarde, subieron. ―Estoy atrapada. ―Sus dedos se cerraron en la mesa, las uñas clavándose en la chapa de madera. ―Él me ha enterrado en mi mente.

―No. Si lo hubiera hecho, estaría muerto.

Las duras palabras actuaron como una bofetada. Katya irguió la cabeza, vio la fría distancia en los ojos que miraban los suyos, y supo que no habría ternura por su parte. Ya no era el Dev que había cepillado su pelo y dejado que le tocara. Este hombre no dudaría en cumplir su promesa. Pero no había pedido a este hombre. Paradójicamente, la crueldad le hizo enderezar su columna vertebral, un nuevo tipo de resolución subía por su alma maltrecha. Dónde se había suavizado para Dev, no quería rendirse y dar al director de la Fundación Shine esa satisfacción.

―Sí ―Se obligó a decir, aún con pánico—. La retroalimentación tiene que venir a través de la Red. ―La lógica de esto era irrefutable, no habría durado más de unos minutos sin la retroinformación de la red neuronal a la que cada Psy se vinculaba por instinto al nacer―. Pero no creo que pueda entrar en la propia Red.

―Eso no significa que alguien no pueda encontrar una manera de hacerlo dentro de ti.

Su estómago se rebeló. Le costó todo lo que tenía para mantener dentro todo lo que había comido. ―Crees que ya lo sabe ―susurró, mirando aquel rostro sin piedad―, crees que no soy nada más que un títere.

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De regreso a su oficina seguido por Katya, mientras se encontraba pensando que el nombre le sentaba mucho mejor que el de Ekaterina, ella comenzó a desplomarse por el agotamiento. Dev consideró que podía saber la respuesta al misterio de qué era Katya Haas. Tenía una red de espías e informadores que era tan bizantina como la PsyNet. Sin embargo, un canal directo a la Red era la única cosa que no había sido capaz de conseguir. Pero, pensó, DarkRiver contaba con más de un pura sangre entre sus miembros Psy, las posibilidades de que una línea abierta de comunicación existiera en alguna parte eran muy altas. Mirando hacia abajo a la frenética energía de Nueva York, pensaba su próximo movimiento. Si Katya había sido arrojada en su casa como una advertencia, entonces los poderosos de la PsyNet ya sabían que estaba viva y como ella misma había dicho la controlan. Sin embargo, tuvo que considerar la posibilidad inversa, que había sido rescatada y fue a su casa porque sabía que su salvador, el Olvidado, no iba a cooperar con el Consejo. Si era así, cualquier fluctuación en el estanque podría poner en peligro su vida.

―¿Dev?

Se dio la vuelta para encontrar a Maggie, en la puerta. ―¿Qué pasa?

―Jack está subiendo. ―Sus ojos eran simpáticos.

El intestino de Dev se torció, llenando su mente con imágenes de William, el hijo de Jack. La última vez que Dev lo había visto, Will había estado todavía riendo, un niño pequeño lleno de energía. Ahora… ―Envíale en cuando llegue.

El aguanieve comenzó a interrumpir en la ventana cuando Maggie se retiró, cada golpe más frío y quebradizo que el anterior. Alejándose de la repentina oscuridad, Dev regresó a su escritorio. A sus responsabilidades. Sólo había una decisión que podía tomar cuando se trataba de buscar información acerca de Katya, que no era tan importante como los miles de Olvidados que había prometido proteger. Una línea implacable, que no podía cruzar.

Varios pisos más abajo, con los ojos cerrados por el sueño, Katya se encontró de nuevo en una telaraña.

“―¿Cuál es tu propósito secundario?

―Obtener información sobre los Olvidados, para descubrir sus secretos.

―¿Y si no logras encontrar todos los datos útiles en el tiempo designado?

El miedo aumentó, pero era aburrido, una sensación que había soportado durante tanto tiempo que se había convertido en un moretón que nunca se había desvanecido.

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―Tengo que cambiar todo mi objetivo a la tarea primaria.

―¿Cuál es esa tarea?

―Matar al director de la Fundación Shine, Devraj Santos.

―¿Cómo?

—De una manera que deje claro que fue asesinado. De una manera que no deje lugar a dudas sobre quién hizo la tarea.

―¿Por qué?

Eso la sorprendió. ―No me dijo por qué.

―Bien. ―Una sola palabra, fría como el hielo. ―Su trabajo no es entender, sólo tiene que hacerlo. Ahora repite lo que tienes que hacer.

―Matar a Devraj Santos.

―¿Y luego?

―Matarme a mí misma.

Una pausa, un roce de tela mientras cruzaba sus piernas, su rostro tan inexpresivo como cuando la había encerrado en la oscuridad de nuevo, aunque le había suplicado y suplicó sobre sus manos y rodillas.

―Por favor ―había dicho, arañando para aferrarse a sus piernas― ¡Por favor, no lo hagas.!¡Por favor, por favor!

Pero él la había pateado lejos, cerrando la puerta. Y ahora estaba sentado como un dios en su trono, mientras ella se acurrucaba en el suelo, él hablándole con esa voz fría que nunca había cambiado, no importa lo mucho que gritase.

―Esa tarea es la única razón por la que te estoy dejando con vida.

―¿Por qué yo?

―Tú ya estás muerta. Eres fácilmente prescindible.

―¿Y si no lo consigo? ―Era tan débil, sus huesos parecían fundirse desde el interior.

¿Cómo iba a matar a cualquier hombre, mucho menos a uno con fama de ser tan letal, como el director de la Fundación Shine? No hubo respuesta inmediata, ningún movimiento de la araña que se había convertido en el único ser vivo con el dolor sin fin que era su universo. Era un verdadero Psy. No hacía gestos o movimientos sin un propósito. Una vez, ella había sido así. Antes de que él la hubiera arrancado de su mente y roto los hilos de su acondicionamiento, acabando con todas las cosas que la habían 40

hecho lo que era. Antes de que la hubiera matado.

―Si fallas ―dijo finalmente―, Devraj Santos te eliminará de la ecuación. El final, para ti, será el mismo.

Katya se despertó sin aliento, con la ropa pegada a la piel, la cabeza palpitante.

El miedo y el horror arañaban su pecho hasta que lanzó las mantas, algo especial estaba sentado en sus costillas, aplastándole los huesos.

Nada.

Nada más que locura.

Empujando un puño en su boca, se acurrucó de costado, con los fragmentos recortados de un sueño que había empapado su cuerpo en el frío de los enfermos de miedo, sudor. Pero no importaba lo mucho que lo intentara, no podía conectar las piezas, no podía entender lo que el hombre sombra había querido de ella. Sólo sabía que cuando llegara el momento… lo haría. Porque el hombre sombra no dejaba nada al azar. Sobre todo sus armas.