ARCHIVOS DE LA FAMILIA PETROKOV

Carta con fecha del 24 de Febrero de 1971

Mi querido Matthew,

El debate se está librando a través de la Red. No puedo poner un pie en estela de la corriente sin quedar atrapada en ella. Hay una sensación de incredulidad ante esta propuesta, este Silencio que el Consejo ha llamado “nuestro mejor esfuerzo, tal vez 55

nuestra única, esperanza.”

Tal vez mis temores fueron en vano. Parece que no importa esos demonios salvajes que somos, al final, somos demasiado humanos para hacer un daño irreparable a nuestros jóvenes. Por esa misericordia, doy gracias a Dios con todo lo que hay en mí.

Con amor,

Mama.

56

atya rompió varios clavos, pero el panel no desplazaba. Tardó diez preciosos segundos en darse cuenta de que había sido bloqueado en su lugar por una segunda capa de seguridad. Frustrada, siguió adelante, intentando hacer cosas que ella ni siquiera sabía que sabía hacer hasta que su cerebro puso sus dedos en movimiento.

Todo en vano.

Los sistemas del coche eran tan impenetrables como los de un tanque. Renunció cuando se hizo obvio que estaba desperdiciando su energía, se deslizó en su asiento y apretó dos dedos en la frente en un intento de seguir el hilo de la compulsión, averiguó si su necesidad de ir allí... ir hacia el norte, sí, ¡en el norte!, no era más que otra trampa.

Al principio, sólo estaba el vacío de la pegajosa telaraña, una prisión que la atrapaba en sus manos, con su boca silenciosa. Pero entonces, ella se encontró de pie en una zona tranquila, oculta de su psique, una parte protegida por las alas del fénix. Esa parte le susurró lo que necesitaba, esta necesidad, vino de dentro de sí misma. Sin embargo, ¿cómo podía confiar en que lo hizo cuando su mente estaba algo agrietada y fracturada, llena de agujeros y mentiras, ilusiones y pesadillas? ¿Qué pasaba si el ave fénix que había entrevisto era sólo una fantasía inducida por la locura, algo a lo que ella se aferró cuando todo lo demás fué sacado de ella?

Sonó un clic.

Ella giró la cabeza para ver la puerta del lado del conductor abrirse de nuevo.

Dev subió, su cuerpo alto y musculoso llenó cada centímetro de espacio libre.

―Aquí.

Al aceptar el envase de bebidas para llevar que él le tendió, ella frunció el ceño.

―Esto pesa para un zumo.

―Batido de leche ―dijo, desenroscando la tapa de una botella de agua y poniendo una botella de repuesto en el soporte entre ellos― Esto es para ti, también.

―Gracias.

57

El frío del batido de leche se filtraba a través del recipiente con material aislante, era una cosa pequeña, pero ella se deleitó con ello, un recordatorio de que ya no estaba en la oscuridad.

―Hice una llamada mientras yo estaba allí ―dijo Dev, para sorpresa de ella―

¿La pantera? Se trata de una memoria real.

―¡Oh! ―La esperanza floreció desplegándose lentamente― ¿Estás seguro?

Una rápida inclinación de cabeza movió su pelo deslizándolo por su frente, cayendo sobre su ojo. Girándose, miró el envase que sostenía.

―Bebe.

Consciente de que probablemente nunca había probado tal cosa antes, tomó un sorbo cauteloso. Nada ocurrió.

―La pajita está rota.

Dev le lanzó una sonrisa rápida. Alteró su rostro, volviéndose de una extraordinaria belleza. Pero eso no fue lo extraño. La parte extraña es que el verlo sonreír hizo que su corazón cambiara su ritmo. Ella levantó una fracción la mano, obligada a trazar la curva de sus labios, el ángulo de su mejilla. ¿Se lo permitiría, pensó, este hombre que se movía con la gracia líquida de un soldado... o un animal de presa?

―¿He dicho batido de leche? ―dijo él, reteniendo la risa en su voz― Quiero decir helado de batido, con bastante fruta fresca mezclada que lo convierte en sólido. ―Echándole una mirada cuando ella no se movió, levantó una ceja.

Ella sintió una oleada de calor a través de su rostro, y la sensación era tan extraña, que se deshizo a través de su fascinación. Mirando hacia abajo, quitó la tapa después de quitar la pajita y se quedó mirando los remolinos de color rosa y blanco que dominaban en la deliciosa mezcla de olor. Intrigada, lo removió con la punta de la pajita.

―Puedo ver trozos de fresa, y ¿qué es eso? ―ella miró más de cerca el rosa recubierto de semillas negras― ¿Fruta de la pasión?

―Pruébalo y verás ―le entregó su botella de agua, encendió el coche y los puso en camino.

―¿Cómo iba a saberlo? ―puso su agua en el soporte al lado de la botella sin abrir― Necesito una cuchara para esto.

Metiendo la mano en un bolsillo, sacó envuelta en plástico una cuchara.

58

―Aquí.

―Lo has hecho a propósito ―acusó― ¿Querías ver lo mucho que iba a tratar de aspirar la mezcla?

Otra sonrisa, esta vez desnuda de sombra.

―¿Iba a hacer eso?

Se sorprendió al darse cuenta de que se estaba burlando de ella. Devraj Santos, pensó, no se supone que tiene sentido del humor. Eso era algo que ella sabía. Y, era un error.

Eso significaba que el hombre-sombra no lo sabía todo, que no era omnipotente.

Una cascada de burbujas centelleaban por sus venas, brillantes y efervescentes.

―Creo que eres capaz de casi cualquier cosa.

Sumergiendo la cuchara, se llevó la decadente mezcla a los labios.

¡Oh!

La punzada de hielo quebradizo, la crema rica y dulce, la fruta ácida, una explosión de sensaciones. Era imposible no darle un segundo bocado. Y un tercero.

Aunque mantuvo sus ojos en la carretera, Dev era muy consciente de Katya comiendo el batido. Ella estaba tan concentrada en el hecho que parecía haber olvidado todo sobre él. El sentido protector que le arañaba se relajó, había encontrado algo que ella comía.

Y si tenía que darle de comer esas cosas durante el próximo mes, iba a subir de peso.

Ella era de sangre enemiga. Estaría entre sus mejores intereses mantenerla débil.

Sus manos apretadas sobre el volante. La implacable voz era tanto una parte de él como el afán de protección, había conseguido evitar eso, pero en estos días, le dominaba más y más. Por otro lado, pensó, el árbol de la familia Santos era también suficiente afortunado para contener un empático, una mujer dotada de la capacidad de curar las heridas emocionales, tal vez la sangre de su bisabuela le salvaría de convertirse en un hijo de puta total y absoluto. Eso era lo que había predicho la última vez que la había visto.

59

“―Tanto hierro en tu corazón, muchacho ―dijo Maya―. Te toco y saboreo el metal.

―Es parte de lo que soy.

―Crees que te hace fuerte.

Él no había discutido.

―Esto no es por eso que mis padres se fueron de la Red ―había dicho ella, el ceño fruncido estropeaba sus delicados rasgos―. Ellos lucharon por nuestro derecho, el derecho de sentir, de vivir como tú quieras. En su lugar, te estás volviendo tan frío que también podrías ser un Psy.”

Su bisabuela había sido una niña en el momento de la deserción, y, al igual que los otros de su generación, había sido un momento decisivo de su vida. Lo que los antiguos no entendían era que la guerra no había terminado, que decisiones duras como el hierro eran lo único que mantiene los Olvidados lejos de la extinción.

Y Dev aún no era suficientemente cabrón como para destruir el corazón de un empático.

Katya suspiró, y rápidamente, le arrastro al presente. ¿Bueno? preguntó él.

Quiero comer más, pero mi estómago está protestando.

Dejó marchar el hielo que le controlaba por el momento, el calor oscuro de su naturaleza que llenaba los espacios vacíos en su interior.

Voy parar en un área de descanso para que puedas tirar el vaso.

No quiero tirarlo a la basura. Ella lamió la cuchara con un deleite inocente que lo golpeó como si hubiese sido todo lo contrario.

Todo su cuerpo se tensó, obsesionado con la suavidad y la exuberancia de su boca, el dardo de color rosa de su lengua. Jesús, Dev, se dijo, este no es momento para estar pensando en el sexo.

Su cuerpo tenía otras ideas. Las mujeres débiles y frágiles jamás le habían atraído. Y Katya, ella era todo eso. Pero había vislumbrado la estructura de acero debajo de esa piel traslúcida, sus ojos perdidos, cuando esta mujer se encontrara de nuevo a sí misma, sería una fuerza a tener en cuenta.

Voy a hacerte otro en casa atinó a decir, con la voz ronca ―. Vamos a parar en una tienda de comestibles de camino y cogeremos provisiones.

60

No podía dejar de mirarla. Otra pequeña debilidad, otra grieta en su armadura.

¿Puedo elegir la fruta?

Su entusiasmo era tanto un bálsamo para su hambre como combustible para el mismo.

¿Cómo sabrás cuál elegir?

―Voy a elegir una de cada una, y luego decidiré la que me gusta. Una respuesta eminentemente práctica... y sin embargo, la alegría brillante en su voz no era nada práctica, nada remotamente Psy.

Si ella era un arma, era un golpe maestro.

Un poco más de dos horas después, Katya cruzó un amplio porche en una elegante casa aislada al final de un largo viaje en coche y rodeada de lo que parecía ser de acres de árboles. Una fina capa de nieve había convertido la zona en un país de la maravillas, pero fue la casa lo que capturó su interés.

―¿Consideras esto tu hogar?

Dev hizo un gesto breve.

―Cuando puedo venir aquí. Dame un segundo para poner estos alimentos en la cocina.

Profundamente curiosa sobre el hombre detrás del director, se dio la vuelta lentamente, reparando en todo. La casa de dos niveles era amplia y llena de luz, con muebles elegantes y parecía que vivía ahí. Ampliaciones de fotos adornaban algunas paredes, se encontró avanzando hacia una en fascinado silencio. Era una concha tirada en la playa, cada uno de sus precisos ángulos iluminados por la lente. Pero había cierta calidez en la captura blanco-y-negro, la sensación de que el fotógrafo había sido hechizado por la belleza del simple objeto.

―Arte ―susurró, al oír los pasos de Dev―, no es algo que los Psy aprecien.

―Tal vez por eso los Olvidados se aferran a él con tanta fuerza. ―Apoyó un hombro en la pared junto a la fotografía, con los brazos ligeramente doblados―

Casi todos los niños Olvidados son criados con una fuerte apreciación por el arte y la música.

Katya examinaba si éste era un conocimiento que podría ser utilizado para dañar a Dev y a su gente si alguna vez era lanzada de nuevo al agujero, a la oscuridad, y decidió que no.

61

―Tú prefieres el arte.

Una ligera inclinación de cabeza.

―Eres muy bueno. ―Los Psy no comprenden verdaderamente el arte, pero había un almacén de datos en su cabeza que le dijo que habían aprendido a valorarlo. Porque, para los de su raza, todo lo que adquiría de importancia era una buena inversión, si el propietario encontraba realmente la pieza estéticamente agradable.

A Dev le brillaban los ojos cuando ella lo miró.

―¿Cómo sabes que son mías?

―Son un reflejo de ti. ―Incluso mientras hablaba, no estaba segura de lo que quería decir. Sólo sabía que había sentido su huella dactilar en cada pieza. La claridad, el enfoque, que sonaba según su personalidad. Pero ese calor... algo había cambiado― ¿Cuándo conseguiste estas?

―Algunos años atrás.

Se preguntó lo que había sucedido en el tiempo que siguió. Porque mientras él se había reído con ella, sintió un tipo de fría distancia en Dev, la sensación de que él lo llevaba todo a cabo tras varios escudos. Entonces otra vez, ella era el enemigo. ¿Por qué debería compartir nada de sí mismo con ella?

Dev tocó la fotografía de la concha.

―¿Has estado alguna vez a la playa?

Arena en sus zapatos, en su pelo, su ropa.

―Sí. ―Sujetando el recuerdo frenéticamente, lo conservó― Una vez, cuando yo era una niña. Fue... un accidente. Nuestro vehículo tuvo una avería y mi padre tuvo que retirarse a una parada cerca de la playa.

―¿Creciste con tu padre?

―Sí. ―Una vez más, los fragmentos de su memoria, afilados, casi viciosos, como si estuvieran siendo embestidos a través de las células de su cerebro― No.

Ambos.

―¿Ambos?

―Sí. ―Ella sacudió la cabeza, buscando a través de los restos de las piezas que completarían el rompecabezas. El dolor resonó por su espina dorsal, pero se encontró con en el pasado, en fragmentos rotos― Tenían un acuerdo de crianza 62

conjunta.

―A veces ―murmuró Dev―, creo que los Psy tienen razón con sus acuerdos.

―La expresión de su rostro era extrañamente lejana― No deja margen para el error humano.

―No hay espacio para nada. ―Su mente seguía reteniendo mucho, pero se acordó de la sensación de aislamiento que siempre había sentido, ya de niña―

No hay vínculos emocionales. Mi padre podría haber sido fácilmente un extraño; para él, yo era una inversión, su legado genético.

―Sin embargo, tienes fuertes sentimientos por él, lo has mencionado a él primero.

Eso la detuvo. Ella parpadeó, estudiando los ojos que había empezado a ver en sus sueños.

―Sí. Supongo… pero ¿no es eso una paradoja? No lo sentía en la Red. Me quedé en Silencio.

―O tal vez ―murmuró, extendiendo la mano para deslizar un mechón de pelo tras la oreja, el toque le incitó una explosión de sensaciones impactantes a lo largo de sus nervios―, simplemente fuiste silenciada.

EARTHTWO COMANDO LOG: ESTACIÓN SUNSHINE

18 de mayo 2080: El equipo médico está informando un número superior a la media de enfermedades menores, los dolores de cabeza son la principal queja. Las pruebas hasta la fecha han puesto de manifiesto que un pequeño número del personal está sufriendo de recurrentes pinchazos y hemorragias en la corteza cerebral.

Los afectados están siendo monitoreados periódicamente, mientras que un equipo biomédico ha sido instruido para explorar el área por si alguna toxina puede estar causando el problema.

Sin embargo, nadie ha sido desactivado o gravemente comprometido como consecuencia de estas enfermedades, y la productividad sigue siendo alta. No hay necesidad de personal de reemplazo.

63

as palabras de Dev ―el impacto de su toque― daban vueltas sin fin en la cabeza de Katya mientras le mostraba el piso de arriba y su dormitorio.

Ese cuarto resultó encantador y bien ventilado, las sábanas de la cama doble, de una rica crema con toques de rosa. ―Es perfecto, gracias.

―Desafortunadamente, no se abren. ―Él asintió hacia las dos anchas ventanas en el lado opuesto de la habitación. ―La madera se dilató el invierno pasado, y no he tenido tiempo de que lo sustituyan. Sin embargo, tendrás un montón de aire fresco si dejas la puerta abierta durante el día. ―Katia miró en ese hermoso rostro y vio a un conquistador despiadado, un rey guerrero cuyo sentido del honor no le permitía que ella fuera maltratada. Y sin embargo... ―Es una prisión muy cómoda. ―Un bajo rizo de ira se desata en su estómago.

Él no se inmutó, no pretendió sorprenderse. ―¿Lo que dije acerca de por qué las ventanas no funcionan? Verdad. Pero sí, es por eso que estás recibiendo esta habitación y no una de las otras.

―¿Qué esperas que haga? ―Ella hizo señas a la propagación infinita de verde y blanco, más allá del cristal― Estamos en medio de la nada, dudo que pudiera encontrar la salida, incluso si tú me dieras un mapa y una brújula.

―Pero el coche tiene un sistema de navegación ―dijo con una calma implacable―. También tiene características de seguridad que me dicen cuando alguien ha intentado arrancarlo sin autorización.

El hielo corría por su espalda, apagando la ira ―Soy una prisionera. Es mi deber escapar.

―¿Y a donde? ―Una dura pregunta de un guerrero, con todo rastro de civilización despojado―. Fuiste un objeto arrojado sobre la puerta de mi casa como basura.

Ella fue la que dio un respingo. —Eso no significa que no me quiera nadie. Mi padre, por ejemplo.

―¿Nunca pierdes una inversión? ―Sus palabras como una navaja, rebanaban su carne, cortándola sin límites.

―Sí ―susurró ella, con ganas de creer que al frío hombre que la había dado la 64

vida, con una mujer tan fría, sí le importaba si vivía o moría―. Él me ayudará.

―¿Contra el Consejo?

No, pensó. Su padre no era un rebelde. Él la había educado para ser un soldado del Buen Consejo. Pero ella había elegido su propio camino; en esa verdad, ella había encontrado su fuerza. ―Me ayudaré a mí misma.

Dev negó con la cabeza, la luz del sol brillaba en su pelo negro, destacando los hilos ocultos de bronce. ―Ni siquiera puedes estar de pie durante diez minutos sin conseguir que tus piernas tiemblen.

La enfadó, su indiferencia absoluta por sus habilidades. Era un espacio en blanco. Nadie. Ella era nadie. Pero se convertiría en alguien, prometió, mirando aquel rostro arrogante. Devraj Santos iba a comerse sus palabras.

Caminando sobre las piernas de las que se había burlado, ella le empujó en el pecho.

Él no se desplazó siquiera una pulgada, pero entornó los ojos.

― ¿Qué fue eso?

Las palmas de sus manos se estremecieron cuando ella le había tocado, su piel apretando con ansia dolorosa. ―Quiero que salgas.

Luchando contra la necesidad del contacto táctil, se cruzó de brazos y echó la cabeza hacia la puerta. ―En este momento.

―¿Y si no lo hago? ―Dio un paso más cerca, hasta que estuvieron cara a cara, esos ojos increíblemente hermosos mirándola fijamente.

Era bueno intimidando.

Pero ella había terminado con la intimidación. ―Entonces es mejor que comas con cuidado ―dijo ella con dulzura―. Soy una científica, después de todo.

―¿Veneno? ―Sus labios se curvaron― Inténtalo.

―Sólo te amenazó y tú sonríes. ¿Trato de escapar y tú te enfadas? ―No le entendía.

―La amenaza ―dijo, tocando con sus dedos su mejilla en una lenta caricia―, es permisible. Después de todo, estoy manteniéndote prisionera, y es casi como si tú me pudieras dominar. ¿Pero el intento de fuga? Eso, no lo permitiré: perteneces a los Olvidados, y hasta que averigüe lo que estás destinada a hacer, vas a estar justo donde yo pueda verte.

65

Ella entendió la distinción. Cuando tenía que lidiar con Dev, el hombre, podía conseguir un acuerdo. Pero cuando se trataba de Devraj Santos, director de la Fundación Shine, la rebelión podría costarle todo. El calor se había vuelto a encender en su interior durante la discusión, el brote repentino de fuego, frío bajo el hielo de la comprensión.

Ella no sabía lo que hubiera dicho, no sabía cómo habría respondido, porque su teléfono celular sonó en ese momento. Excepto... que él no hizo ningún movimiento para cogerlo de su bolsillo. El contacto visual sostenido le robó el aliento, amenazó con derrumbarla. ―¿No vas a responder a eso? ―Su voz sonaba tensa incluso para sus propios oídos.

―No.

El puro hierro de la respuesta hizo que su corazón chocara contra sus costillas.

―¿Alguna vez le has hablado a alguien de algo?

―Si estoy de humor.

Sus respuestas la mantenían confusa. Él no se comportaba de acuerdo a la forma en que su cerebro, su conocimiento del mundo, decía que debía comportarse. ―¿Qué quieres?

El teléfono dejó de sonar.

Dev parpadeó, una lenta, cosa perezosa en desacuerdo con la energía salvaje que había sentido en sus manos. ―Eso es el problema, ¿no?