15:45 h.
—A ver si lo he entendido bien —dijo Warne—. ¿Esta es la parada que no podía esperar?
Poole detuvo a una de las camareras.
—Cerveza para todos.
—Yo no. Agua mineral, por favor —pidió Warne.
La camarera asintió, bajó el visor del casco y se alejó entre las mesas.
—A Peccam no le hará ninguna gracia cuando se entere de que le hemos dado esquinazo solo para tomar una cerveza.
Poole se limitó a encogerse de hombros y a ofrecerle su sonrisa distante.
Se encontraban en el bar del Mar de la Tranquilidad, un gran local circular iluminado con luz ultravioleta. En las mesas vecinas, los clientes charlaban mientras disfrutaban de sus bebidas y de unos aperitivos de aspecto exótico. Warne escuchó los gritos y las risas que llegaban desde la calle Mayor de Calisto; detrás sonaban las tragaperras del casino. En lo alto, las galaxias desfilaban por el cielo. El suelo estaba hecho de un compuesto oscuro, al parecer transparente, donde brillaba un interminable campo de estrellas. A pesar de la inquietud, Warne no pudo menos que maravillarse ante la ilusión: en realidad parecía como si las mesas estuviesen flotando en el espacio. Era una sensación desconcertante.
Terri colgó la mochila con el ordenador portátil en el respaldo de la silla.
—Va contra la política de la empresa que el personal de Utopía visite los casinos en horas de trabajo. —El comentario pretendía ser gracioso, pero la voz le sonó forzada.
—¿Quién está de visita? —replicó Poole—. El casino está allí, y, además, ¿quién esta trabajando?
—Nosotros tendríamos que estar trabajando —afirmó Warne—. Ése es el problema.
—¿Ah, sí? —preguntó Poole—. ¿En qué?
—En el troyano. Tenemos que averiguar cuáles son los robots modificados.
Poole sacudió la cabeza.
—No es verdad que usted quiera regresar a aquella oficina. Se está más seguro aquí, un lugar público, poco iluminado. Además…
Acabó la frase con un ademán, pero no era necesario. «Estos tipos lo tienen rodeado —decía el ademán—. Dedicar más tiempo al ordenador no le servirá de nada».
Era algo que Warne no había querido admitir. Ahora sus pensamientos se centraron en el pirata, encerrado en la celda del centro de seguridad. La manera como se había comportado, la burla. Las palabras cargadas de desprecio resonaron en su mente: «Lo sé todo de usted y su programa de mierda. Patético. No tiene ni puñetera idea de lo que está pasando». El código había estado a punto de superarlo. Solo había sido por azar que habían pillado al tipo.
«No tiene ni puñetera idea de lo que está pasando».
Se movió incómodo en la silla.
Llegó la camarera con las bebidas y las dejó en la mesa con sus guantes plateados. Aunque los tres debían de ofrecer todo un espectáculo —vendados, con morados y rasguños— la mujer se limitó a sonreírles a través del visor y se marchó.
Estallaron unas risotadas en una mesa cercana, y Warne miró en aquella dirección. Dos jóvenes —mejor dicho, dos adolescentes por su aspecto— bebían unas enormes copas de granizado. Uno de ellos vestía una capa de mago larga, obviamente comprada en Camelot, sobre la camiseta y unos pantalones cortos deshilachados. Era la afirmación de una moda que en cualquier otra parte habría sido ridícula excepto en Utopía.
Por el rabillo del ojo vio que Poole alzaba la copa y se bebía casi la mitad de la cerveza de un trago. La venda con manchas de sangre le colgaba de la muñeca.
—Todavía no nos ha dicho por qué hace todo esto —comentó Terri.
Poole dejó la copa y se secó los labios con el dorso de la mano.
—Así es —añadió Warne—. Podría haber estado aquí todo el tiempo, la mar de tranquilo, en lugar de que le dispararan, le pegaran y Dios sabe qué más.
Poole sonrió al escucharlos.
—Piensen en las personas que gastan miles de dólares para jugar a los detectives durante un fin de semana. Esto es mucho mejor, y el precio es justo.
—Se comporta como si todo esto solo fuese parte de la diversión.
—¿No lo es? —La sonrisa de Poole se hizo más grande—. Además, me permite meter baza, practicar los viejos conocimientos. —Bebió otro trago.
Warne lo miró, resignado. No recordaba haber conocido a nadie tan difícil de entender.
—Tiene razón en lo que dijo del laboratorio. Por lo tanto, si no le importa, Terri y yo iremos a visitar a mi hija. —Comenzó a levantarse.
—¿Para qué correr? Dentro de quince minutos, John Doe tendrá su disco. Después se perderá en el horizonte, sonará la música y se encenderán las luces. Un final feliz. —El tono de Poole no podía ser menos convincente.
—¿A qué se refiere? —preguntó Terri. Bebió un sorbo de cerveza, hizo una mueca y apartó la copa.
—Dije que esta era una parada importante, ¿no? Pues es verdad. Por mucho que me apeteciera una cerveza, lo importante era la parada.
Warne volvió a sentarse. Sacudió la cabeza.
—Déjese de adivinanzas.
—No es ninguna adivinanza. Recuerde quien soy aquí. Soy el observador, el extraño que no sabe que está pasando. —Bebió un sorbo—. Eso significaba que mientras todos ustedes han estado corriendo a tontas y a locas, yo he observado. He escuchado.
Warne miró a Terri. La muchacha se encogió de hombros.
—¿Adónde quiere ir a parar?
Poole cogió la botella de cerveza y comenzó a rascar la etiqueta.
—¿No ha visto en todo esto un patrón?
—No.
—Les dijeron que nadie debía saber nada de lo que está pasando —añadió Poole, mientras se rascaba—. Después, los han hecho ir aquí y allá sin darles un momento de respiro, sin permitirles detenerse y plantearse algunas preguntas básicas. —Dejó la botella—. Porque todo este asunto es como un rompecabezas. Si se encuentra la pieza correcta, se ve toda la figura. Eso es algo que ellos no pueden permitirles que hagan.
—¿Preguntad básicas? —repitió Warne—. ¿De que tipo, exactamente?
—Aquí tiene una. Si estos tipos son tan buenos, ¿por qué fallaron en Aguas Oscuras? La intención era volarlo todo, darles una lección. Fue un milagro que aquel soporte no acabara de romperse y haber evitado así que todo se desplomara. Pues no estoy de acuerdo. Yo vi la huella del estallido. El tipo que colocó la carga es un maldito artista. Si hubiesen querido destruir la atracción, lo habrían hecho.
«Así que, después todo, no hubo ningún error», se dijo Warne lúgubremente.
Terri se movió en la silla, impaciente.
—Muy bien. Seré tonta, pero no acabo de entenderlo.
—La intención de estos tipos es conseguir que ustedes se preocupen, y por eso no les importa golpear a unos cuantos. Pero, a pesar de lo que diga John Doe, no quieren que cunda el pánico. Ahora no. No encajaría en sus planes. Debemos presuponer que todo lo que hacen estos tipos obedece a una razón. ¿La explosión en Aguas Oscuras? La calcularon exactamente para que destrozara lo que destrozó y nada más.
Siguió un breve silencio mientras sus palabras calaban en los otros.
—A mí me parece una cosa de locos —opinó Terri—. Pero hay otra pregunta. Usted dice que hay una razón para todo lo que hacen estos tipos. Allocco mencionó que el pirata anuló todas las cámaras de vigilancia. No dejó ni una excepto las de los casinos y el nivel C. Se entiende que no pudiera anular las de los casinos porque tienen sus propios sistemas. Pero el nivel C es parte de la red de vigilancia central. ¿Por qué no las anuló?
—No lo sé —reconoció Poole—. ¿Qué hay allí?
—La central eléctrica. La lavandería, los servicios medioambientales, la tesorería, los talleres de mantenimiento, los almacenes.
—La central eléctrica no es nuclear, ¿verdad? —preguntó Poole.
Terri puso los ojos en blanco.
Poole se encogió de hombros.
—Ya sabe, uno oye rumores.
Permanecieron en silencio durante unos segundos.
—Usted llamó a esto un rompecabezas —dijo Warne—. Sin embargo, no tenemos ni una sola pieza. ¿Cómo podemos intentar armarlo?
—Se olvida de que tenemos una pieza fundamental —manifestó Poole—. Nuestro amigo en la celda. El tipo dijo algo muy interesante.
—¿Qué dijo?
—¿Recuerda su reacción cuando se enteró de quién era usted? Eso no fue un engaño. Quería matarlo, aunque no parece lógico.
—Sí que lo es —afirmó Terri—. Andrew le estropeó la jugada. Acabó con lo que estaba haciendo.
—Quizá. ¿Pero recuerda por qué se cabreó tanto? Piense en lo que dijo. Fue que usted trasteara con el sistema lo que lo enfureció de verdad.
—¿Eso qué más da?
—¿Por qué no se enfureció por la trampa que les tendieron en el Viaje Galáctico? Ése sí que era un buen motivo. De no haber sido por el incidente, se habrían hecho con el disco y ahora estarían muy lejos de aquí.
—Inay —murmuró Terri.
Warne recordó de pronto el disco roto. Metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsa de plástico que Sarah había dejado sobre la cama de Georgia.
—¿Qué es eso? —preguntó Poole.
—Los trozos del disco del Crisol —respondió Warne—. Se rompió en la reyerta. —Lo dejó sobre la mesa—. ¿A dónde quiere ir a parar?
—Creo que todo este asunto me suena a cortina de humo. Una muy bien preparada y disimulada cortina de humo para ganar tiempo.
—¿Por qué? —preguntó Terri. Cogió la bolsa y miró los fragmentos—. ¿Qué esperan?
—Esa es la pregunta del millón de dólares.
Poole se acabó la cerveza y dejó la copa en la mesa con un suspiro de satisfacción.