El hijo de un abogado lucha por librar a un inocente de una injusta condena. El caso Maurizius te llena de tristeza y desesperación no porque haya habido un error judicial sino porque la sociedad misma se revela como una vasta telaraña en la que todos, los buenos y los malos, están atados y se debaten en la impotencia. Todos los miembros inteligentes de la sociedad saben que los códigos legales y morales de sus respectivos países son imperfectos, pero lo que no saben, hasta que llega un «caso» célebre, es que no hay nada que hacer, que todos tenemos las manos atadas. Sólo cuando se perpetra una flagrante injusticia nos damos cuenta de la vacuidad de la palabra cultura. De pronto el edificio entero parece estar podrido, se hacen visibles los gusanos.