CAPÍTULO V

TÍTULO III

 

 

Los árboles que daban frutos

 

Ya llevaban viviendo en la nueva cueva más de quinientas jornadas y según contaba Aila, apenas sí probó de los pocos frutos maduros que tiempo atrás habían encontrado.

Aila por su parte, durante este tiempo fue engordando, aunque comiese poco, en contra de lo que todos decían que, engordaba por; comer mucho y trabajar poco. Más adelante, tuvo una hija que afortunadamente vivió, cosa extraña, ya que no quería salir de donde estaba. Al final, la niña se dejó caer del bajo vientre de la madre a las manos de Aila que, para evitar que cayese al suelo la sujetó, y tras cortar el cordón que sujetaba a la recién nacida con su interior, tomó la placenta suya que, las demás mujeres, tras recogerla del suelo le ofrecieron. Esto último, muchos se lo habían visto hacer a algunos animales y a algunas mujeres cuando estaban en la otra cueva.

Otra mujer, al ver cómo la niña lloraba se la acercó a una de sus mamas para que dejase de llorar. Esta, dejó de llorar y empezó a chupar como si nunca antes hubiese comido.

Después de más de un año de vida, la niña aún seguía chupando como si la leche de la madre se fuese a terminar.

Otra niña y un niño más nacieron después de que Aila tuviese a su niña, con lo que el grupo de once que salieron de la primera cueva, pasaron a ser trece.

También Hulk, durante este tiempo había mejorado sus estrategias para no ir a trabajar. Tenía la repisa de su habitáculo repleta de vasijas conteniendo pócimas que nadie había probado. Él, por mucho que intentase convencer a algún compañero que estaba enfermo y debía probar alguno de sus remedios para ese mal, este, le respondía que mal no tenía ninguno y que lo probase con otro, o lo tomase él mismo.

―¿Cómo lo voy a tomar yo, si el enfermo eres tú? ―le respondía Hulk, mostrándoles la pócima que había preparado.

―¡Huy, huy…! ¡Pues yo no veo que tengas tú buen color para estar tan bueno como tú dices que estás! ―respondía este, agitando su mano.

―¿Yo…? ¡Mal color…! ―decía Hulk, extrañado por lo que el compañero decía.

Fue en la madrugada siguiente, cuando Ator, como así tenían por costumbre, organizó un único grupo de trabajo para ir al bosque, ya que carne de animales de agua había bastante colgada sobre la empalizada del exterior. El grupo, estaba integrado por todos los integrantes, menos los que se amamantaban y sus madres que, se quedaron en la cueva como así tenían por costumbre desde que tuvieron a sus hijos. Tampoco se vio a Hulk, que, como casi siempre, se quedaba en la cueva hasta que todos se iban a trabajar.

―¡Ve y llama a Hulk! ―gritó Ator.

―¡Uf…! ¡Siempre me toca a mí llamarle! ―dijo este, socarronamente.

Poco después, llegaban los dos donde todos los demás les esperaban.

―¿Qué hacías tú que no has venido? ―preguntó Ator.

―¡Uhm…! ¡Estaba preparando una nueva pócima que curará muchos males! ―contestó, acariciándose el mentón de la cara.

―¡Ah…!

―¡Huy, huy…! ¿Cuánto miente…?, le vi recostado durmiendo sobre las pieles ―susurró en voz baja el que le había ido a buscar, al compañero que tenía a su lado.

―¡Que no te oiga, o te mandará alguna de sus muchas maldiciones! ―respondió el compañero.

―¡Uf…! ¡Ya, ya…!

Ator, tomó la palabra para decir:

―¡Ya estamos todos, vayamos a trabajar!

Los nueve, abandonaron la plaza llevando tres camillas porteadoras y muchas bolsas para guardar todas las raíces, bulbos y lo que encontrasen para comer. También llevaban sus armas de cazar animales de tierra como era lo habitual.

Anduvieron en fila, para evitar rodear los muchos árboles y matorrales que había. Después de mucho andar, Ator preguntó:

―¿Dónde escarbasteis la última vez?

―¡Uhm…! Creo que fue allí ―dijo uno señalando con el brazo extendido hacia un lugar cercano.

―Sí, sí, ¡aquí fue donde escarbamos la última vez!, ¡mirad las marcas en la tierra! ―dijo el compañero.

―A partir de aquí nos repartiremos en varios grupos de a dos, y buscaremos donde pueda haber de lo que buscamos ―dijo Ator.

Después de caminar casi un cuarto de jornada buscando bulbos, raíces y gusanos cabezones apenas si se habían llenado dos de las bolsas que llevaban.

―¡Uf…! ¿Qué lejos estamos ya de la cueva, tendremos que volver? ―dijo Ator al que iba con él buscando.

―Pe…Pero si no llevamos casi nada, ¿cómo vamos a volver? ―respondió.

―¡Uhm…!

Desde lejos se escuchó gritar:

―¡Eh! ¡Venid! ¡Venid todos aquí! ―gritaba uno, que estaba algo alejado de los demás y cerca de la línea que marca el final de la tierra y comienzo del agua.

Todos corrieron hacia el lugar desde donde el compañero gritaba.

―¡Venid! ¡Venid aquí! ―seguía gritando.

―¿Qué pasa con tanto gritar? ―dijo Ator cuando llegó.

―¡Mirad, mirad…, allí! ―señalaba con el brazo extendido hacia unos árboles.

―¡Huy…! ¡Huy! ¿Pero… si eso que cuelga son frutos? ―dijo Ator, tapándose la boca.

―¡Pues hay más!

―¡Mirad allá también, los muchos que hay! ―señalaba nuevamente con el brazo extendido.

―¡Vayamos a ver! ―dijo Ator.

Algunos subieron a los árboles portando una bolsa cada uno que pronto llenaron. Después, bajaron con las bolsas repletas para que todos probasen esas frutas.

―¡Sentémonos aquí que no hay mucha hierba y probemos estás frutas! ―dijo Ator, relamiéndose la boca.

―¡Uhm…, uhm…! ¿Qué ricas deben de estar? ―decían algunos relamiéndose antes de probarlas.

Un voluntario, empezó repartiendo una fruta a cada uno y aún no había terminado de repartir a todos cuando los primeros ya le pedían más.

―¡Eh, eh…! ¡Qué yo aún no he comido! ―contestó el repartidor.

―¿Y…a qué esperas tú?, ¡siéntate y deja de pasear!

―¡¿Cómo?!

―¡Sí, sí! ¡Siéntate ya de una vez! ―dijo el compañero.

―¡Uhm…! ¡Pues sí, me sentaré! ―tomó uno de los frutos y dejo la bolsa en medio de todos para que quien quisiere algún fruto lo pudiere coger.

―¡Ves tú!, así comemos todos y nadie se queda sin comer ―dijo al que se había sentado a su lado.

―¡Es verdad! ¡Sentado se está mejor! ―contestó con la boca llena de fruta que goteaba al hablar por la comisura de la boca.

Poco después, las bolsas de frutos que habían recolectado estaban completamente vacías, y hubiesen comido más, si se hubiesen cogido más frutas.

―¡Jua, jua, jua!

―¿Por qué te ríes de esa manera sin que nadie te haga reír, Draco? ―le preguntó Bade que estaba a su lado.

―¡Jua, jua, jua…!, me reía, pensando la cara que pondría Aila si nos viera comiendo frutos maduros ―y, seguía riendo, mientras se relamía la boca de los restos de la última fruta.

―¡Ja, ja, ja! Sí, me gustaría ver su cara sí ―respondió Bade, riendo estrepitosamente.

Los demás, al ver a sus compañeros reír les preguntaron por qué reían tanto y después de escucharlo, a algunos les hizo tanta gracia que se revolcaban por los suelos riendo sin poderse aguantar. Hasta Hulk que aparentaba pocas ganas de reír, rió fuertemente con los demás.

Después de las risas y de reposar la fruta que habían comido, Ator dijo:

―Qué se formen dos grupos de trabajo, uno que suba a los árboles donde hay fruta y llenen la mitad de las bolsas que llevamos, y otro grupo, que escarbe la tierra en busca de raíces, bulbos y gusanos cabezones.

Todos se apuntaron al grupo de recolectores de frutos, al final fue Ator quien formó los dos grupos de trabajo.

―¡Vosotros, buscad el suelo más apropiado para que haya bulbos y raíces comestibles!, los demás, que suban a los árboles y recolecten los frutos maduros que son los que nos gustan ―ordenó Ator.

Cada grupo se dirigió a su trabajo llevando las bolsas correspondientes. El grupo encargado de escarbar la tierra se distribuyó cada uno por un lugar buscando la mejor tierra que los podría criar.

No tardó un compañero en gritar:

―¡Aquí, aquí! ¡Venid aquí que hay buena tierra!

Una vez allí, se repartieron las parcelas para escarbar cada uno la suya.

―¡Oh…! ¿Cuántas hay aquí? ―dijo uno de los que escarbaban.

―¡Y…, aquí! ―dijo Ator, que también estaba en ese grupo de trabajo.

―¡Uf…! Así terminaremos pronto de llenar las bolsas que traemos ―dijo otro, enseñando la bolsa que había llenado.

Poco tiempo después ya tenían llenas todas las bolsas y Ator gritó:

―¡Eh, vosotros! ¿Ya tenéis las bolsas llenas?

―¡Solo queda una por llenar, las demás ya están todas llenas! ―contestó Hulk, que estaba en el otro grupo.

―¡Ah…!

―Creo que aún no han terminado porque comen más frutos de los que guardan en las bolsas ―dijo Bade a Ator.

―¡Ah! ¿Y por eso querías ir tú? ¡No? ―contestó Ator, riendo y enseñando los pocos dientes que le quedaban.

―¡Uhm…! ¡Pues…, sí! ―contestó con nostalgia.

Los demás rieron al ver la tristeza que Bade mostraba cuando lo dijo.

―¿Y…, vosotros? ¿Qué?, también queríais ir por lo mismo que yo, ¿no?

―Bu…Bueno, la verdad es… que ellos, están comiendo más frutos que nosotros.

―¡Huy…!, pero nosotros podemos comer raíces y bulbos y ellos no ―contestó Asca.

Después de un momento de silencio, todos empezaron a reír, revolcándose por los suelos

―¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja…!

―¡Jua, jua, jua…!

―¡Je, je, je!

―¿Qué graciosa es Asca? ―decía uno, dándole palmadas a su compañero mientras reía.

―¡Huy…!, no sabía que fuese tan graciosa con lo poco que habla ―decía otro.

Poco después llegaron los recolectores de frutos relamiéndose aún la boca de los muchos frutos que habían comido.

―¡Ya están las bolsas repletas de frutos! ―dijo Hulk, señalando las muchas bolsas que traían.

―¡Sí, ya veo, ya! ¿Y, vuestras barrigas como las lleváis de llenas? ―preguntó Bade, sonriendo.

―¡¿Cómo?!

―¿Cómo dices tú? ―respondió Hulk, limpiándose con la mano los restos que le quedaban en la boca.

―Decía, si nos podrías dar una bolsa de esos frutos para que las comamos nosotros también ―dijo Bade, sarcásticamente.

―¿Quieres… una bolsa de frutos para que la comáis vosotros?

―Sí, sí ―respondió Bade.

―¡Eso no puede ser! ¡Estos frutos son para llevarlos a la cueva y no para comerlos aquí! ―respondió Hulk.

―¿Y…, los que vosotros habéis comido? ¿No eran también para la cueva?

―¿Nosotros…?

―¿A…ver vosotros? ¿Habéis comido alguna fruta? ―preguntó Hulk, al resto de recolectores.

―¡No! ¡No!, nosotros no comimos ninguna ―decían, mientras se limpiaban con la mano la boca.

―¡Ves…! ¿Cómo no hemos comido ninguna fruta? ―contestó Hulk.

―¡Ah…! ―respondió Bade, resignado.

Ator, mandó cargar las tres camillas porteadoras con las bolsas de todo lo que habían recolectado y, después de marcar el lugar donde habían estado para más adelante saber volver, en fila de a uno, para evitar los muchos árboles y matorrales que había, emprendieron el regreso a la cueva.

Anduvieron bastante más de un cuarto de jornada, ya que, donde estuvieron trabajando, estaba lejos de la cueva. Al cabo de este tiempo, llegaron al montículo donde estaba situada la cueva.

De las tres mujeres que se quedaron en la cueva, Aila, fue la primera en adelantarse a las demás para recibirles, al verla, uno dijo:

―¡Uf…! ¡Qué buen olfato tiene Aila, ya olió las frutas maduras!

―¡Sí, sí! ¡Qué buena rastreadora haría! ―dijo otro, agitando la mano.

―¿A…que huelo yo? ―decía, levantando la nariz para oler mejor, y continuó diciendo:

―¡Si mi nariz no me engaña, huelo a fruta madura por alguna parte!

―¿Dónde está? ¿Dónde? ―preguntaba una y otra vez, mientras acercaba la nariz a las bolsas que estaban sobre las camillas porteadoras.

―¡Estate quieta Aila, que tiraras la camilla! ―dijo uno de los porteadores.

―¡Déjanos caminar, o no llegaremos nunca a la cueva! ―dijo Ator, enfadado.

―¡Vale, vale! ¡Caminad rápido, que tengo ganas de probar esas frutas que habéis traído! ―dijo Aila, relamiéndose la boca.

La mayoría, empezaron a reír al escuchar las cosas que decía Aila:

―¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja…!

―¡Jua, jua, jua…!

―¡Je, je, je! ¡Je, je, je…!

―¡Qué graciosa es, que graciosa! ―decían algunos, mientras reían.

En la entrada de la cueva les esperaban las otras dos mujeres:

―¿Qué lleváis que huele tan bien? ―preguntaron a los primeros porteadores.

―¡Vosotras dos, no tenéis tan buena nariz como la tiene Aila, ¡ja, ja, ja…! ―respondió riendo el primero de los porteadores mientras seguía caminado.