CAPÍTULO III
TÍTULO II
Salida de la cueva
Nuevas tormentas hicieron que los grupos de trabajo no se formasen por la imposibilidad de salir al exterior de la cueva, la despensa estaba casi vacía, y unas jornadas después tuvieron que racionar las pocas raíces y bulbos que quedaban.
Algunos más inquietos, se levantaron de sus asientos y manifestaron su deseo de seguir el camino que el largo brazo había indicado a Hulk.
Otros, necesitaban más explicaciones de las que se habían dado para abandonar la cueva.
Se formaban pequeños grupos con las discrepancias entre; quedarse y seguir viviendo como hasta ahora, o seguir las indicaciones que los espíritus le habían contado a Hulk sobre unas tierras con mucha caza de animales comedores de hierba fáciles de cazar y de animales de agua, en cuya caza, no había peligro de que alguien se pinchase en algún pie. También en esas tierras, había muchos árboles con multitud de variados frutos de todas clases. Frutos, que todos se podían comer.
Al final y después de algunas jornadas más, fueron la mayoría los que querían abandonar la cueva y seguir la ruta que los espíritus habían indicado.
―¡Uhm…! ¿Deben estar buenos esos frutos que hay donde esos espíritus van? ―diciéndolo se relamía la boca.
―¡Uf!, allí. debe de haber frutos de todas clases ―decía su compañero agitando la mano.
―¡Yo quiero ir allí! ―decía el otro.
―¡Y, yo también!
―¡Uhm…! ¿Y…de la carne? ¿No dices nada? ―dijo otro que estaba a su lado.
―¡Vayamos! ¡Vayamos todos allí! ―decían algunos exaltados por el hambre que tenían.
La Matriarca tomó la palabra y dijo:
―Todos tenemos hambre, y parece que allí hay mucha comida, pero no sabemos lo lejos que está, ni las jornadas que podríamos tardar en llegar. Muchos podrían morir por el camino, o nunca llegar a ese lugar tan deseado. Yo propongo, que quién quiera ir que se ponga en una parte, y los que no quieran ir en la otra, así sabremos los que quieren ir y los que no lo quieren hacer.
―Sí, sí, ―dijeron todos.
Nuevamente la Matriarca habló:
―¡Los que quieran abandonar la cueva que se coloquen allí!, los que no lo quieran hacer que vayan allá.
―¡Está claro así!
―¡Sí!
―¡Empezad pues! ―dijo la Matriarca colocándose en el lugar de los que no querían abandonar la cueva.
Al ver a la Matriarca en ese lugar, todos los del grupo fueron allí.
―¡Eh…! ¡Eso no vale! ―dijo la Matriarca cuando vio que todos la seguían.
La Matriarca, para ver lo que todos hacían, se cambió de lugar y se situó donde debían colocarse aquellos que querían abandonar la cueva.
Todos la siguieron hacia el nuevo lugar que había elegido.
Al verlo dijo:
―¡Ah…! ¡No! ¡Volvamos a empezar! ―dijo la Matriarca, regresando a la piedra donde antes se sentaba, esta vez, la Matriarca no se movió de su asiento de piedra.
―¡Empezad de nuevo! ―gritó la Matriarca.
Se veía a algunos que dudaban a qué lugar debían ir, al final, se decidían por uno de los dos lugares, sin saber muy bien lo que hacían.
No contando con los que aún se amamantaban ni con los siete niños, aunque estos, sin saber muy bien lo que hacían cambiaban de lugar continuamente riendo mientras los hacían, había un total de treinta y cinco cuya decisión era válida para todo el grupo.
De los treinta y cinco, más de veinte estaban situados en la parte de los que no querían abandonar la cueva. Tanto la Matriarca como la Chamán, no formaban parte aún de ninguno de los dos grupos para evitar que, influenciados, decidiesen lo contrario de lo que pensaban.
―¿Parece que sois muchos más los que os queréis quedar aquí? ―preguntó la Chamán.
―¿Cómo? ―preguntó uno que estaba en ese grupo.
―¿Pe…Pero este no es el grupo que se quiere ir? ―volvió a preguntar.
―¡No! ¡Ese es el grupo que no se quiere ir! ―contestó la Matriarca.
―¡Ah…! ¿Qué hago yo aquí? ―preguntó.
Mirando a todo el grupo dijo:
―¡Eh…! ¡Este es el grupo que se queda aquí! ―gritó.
Unos se miraron a los otros, y la mayoría se cambió al otro grupo.
―Pe…Pero esto ¿Qué es? ―dijo la Matriarca rascándose el mentón de la cara.
―¡Eh, tú! ¿Por qué te cambias de grupo? ―dijo la Matriarca a uno que caminaba hacia el otro grupo.
―¡¿Yo…?! ―respondió extrañado.
―Sí…, sí, tú ―respondió la Matriarca.
―¡Ah…! ¿Es que todos se van allí? ―respondió convencido que tenía razón en lo que hacía.
―¡Huy, huy! ¡Esto es más difícil de hacer de lo que pensaba! ―abatida, se sentó sobre su piedra sujetándose la cabeza entre las manos.
Algunos que la vieron se decían:
―¿Parece que la Matriarca se encuentre mal? ―dijo uno de ellos.
―¡Seguro que lo que tiene es mucha hambre!
―¡Como todos los demás! ―respondió el otro.
Muchos, al verla en esa posición se acercaron para ver lo que le pasaba.
―Matriarca, ¡estás enferma tú! ―decía uno, tirándole de las pieles que llevaba.
―¡Huy, huy…!, se le ve mala cara ―dijo otro.
―¡Sí, sí! ―contestaron algunos, colocándose la mano en la boca.
―¿Pe…Pero que tienes? ―preguntó la Chamán dándole palmaditas en la espalda.
La Matriarca, levantó la cabeza y mirando a todos dijo:
―¿Qué os pasa a todos?
―¿A…nosotros? ¡Nada!, eres tú la que está enferma ―dijo la Chamán.
―¿Enferma…yo? ―preguntó extrañada.
―Sí, sí, tienes mal color de cara tú.
―¡¿Yo?!
―¡Recuéstate aquí que estás mal! ―entre varios, la ayudaron a recostarse donde la Chamán dijo.
―¡Huy, huy…! ¿Es verdad? ¡Me siento mal! ―dijo la Matriarca.
Todos se amontonaron alrededor de la Matriarca, y uno de ellos dijo:
―¿Será… que tiene hambre?
―¡Pues…yo también tengo y no tengo tan mal color de cara como la Matriarca tiene! ―respondió otro.
―¡Uf! ¡Uf!, dímelo a mí con el hambre que yo tengo ―respondió otro.
―¡Bueno, bueno! ¡No me atosiguéis más!
―¡Dejadme descansar!
―¡Continuad con lo que estabais haciendo antes! ―dijo la Matriarca.
―¡Ya…, ya va! ―respondió la Chamán.
―¡Uf! ¡Al fin respiro! ―dijo para sí la Matriarca.
―¡Oye tú! ¿Qué estábamos haciendo antes? ―preguntó uno a su compañero.
―¡Uhm…! ―decía, rascándose la cabeza.
―¿Sería que estábamos a punto para comer? ―preguntó el compañero después de meditarlo un rato.
Otros que escucharon lo de comer, se acercaron a sus compañeros para preguntarles:
―¿Qué, vamos a comer ahora?
―¡Creo que sí! ―respondió este otro.
―¡Huy, huy! ¡Me voy a sentar!
Pronto se corrió la voz de que iban a comer y todos sentados esperaban a que los voluntarios sirviesen la comida.
―¿Y…los voluntarios para servir? ¿Dónde están? ―se preguntaban unos a otros.
―¡Chamán! ¡Pregúntale a la Matriarca…!
El Chamán, se acercó a la Matriarca y le dijo:
―¿Te… estamos esperando todos para comer?
―¡¿Qué?! ―gritó la Matriarca, incorporándose.
―¿Pe…Pero esto? ¿Qué es?
―¡Ya se puso buena la Matriarca! ¡Seguro que no comemos! ―dijo uno, susurrándole a un compañero.
―¡Eh tú! ¿Qué estás susurrando por ahí? ―señaló la Matriarca al que susurraba.
―¿Yo…? ¡Nada, nada!, solo que tenía hambre, nada más.
―Bueno, pues en la próxima jornada, saldrás tú el primero para escarbar la tierra en busca de comida.
―¡Yo solo…! ―respondió este, muy asustado.
―¡No, no! ¡Otros más te acompañaran! ―respondió la Matriarca.
―¡Ah…bueno! ¡Menos mal!
Otro preguntó:
―¿Escarbar la tierra con esta tormenta?
―¿Entonces? ¿Qué quieres comer tú? ―preguntó la Matriarca bastante alterada y siguió diciendo:
―¡Tú, serás otro de los que saldrán a escarbar!
―¿Yo…?
―¡O sales, o no comerás! ―dijo la Matriarca.
―¡Bu…Bueno! ¡Saldré, saldré! ―respondió este.
Viendo la Matriarca que la estrategia funcionaba, decidió mejorarla y dijo:
―¡Como en la despensa apenas si hay comida, voy a hacer dos grupos con los que somos aquí, sin contar a los niños y a los más mayores!
―¡En esta parte que se coloquen los que quieran salir en la próxima jornada a escarbar la tierra!
―¡En aquella parte, que se coloquen los que no quieran comer a partir de la próxima jornada!
―¿Cómo, como dice? ―se preguntaban unos a otros antes de moverse de sus sitios.
―¡Dice!, qué si no quieres comer más, que te coloques allí ―respondió.
Después de mucho pensar, fueron casi todos los que se colocaron en el grupo que tendría que salir en la próxima jornada a escarbar la tierra. Solos tres de los compañeros se fueron al grupo de los que no querían comer.
La Chamán les preguntó:
―¡Vosotros tres! ¿No queréis comer más?
―¡Uf! ¿Qué cosas dices Chamán? ¡Con el hambre que tengo yo!
―Entonces… ¿Qué hacéis ahí vosotros, si ese grupo es para los que no quieran comer?
―¿Cómo…?
―¡Ah…!, ya me extrañaba a mí que fuésemos tan pocos como somos ―corriendo se cambiaron de grupo.
La Matriarca se frotaba las manos viendo el éxito que había tenido su estrategia, que no sería la última vez que la usaría.
Después de estos acontecimientos, pasaron varias jornadas más en las que muchos estaban decididos a abandonar la cueva.
Debía de ser un grupo no muy numeroso, evitando que en el grupo estuviesen quienes apenas pudiesen caminar, y así, se evitaba el retraso en el andar.
Se seleccionaron entre todos los voluntarios, aquellos, que estuviesen más convencidos en abandonar la cueva que en permanecer en ella. De esta forma, se evitaban quejas y lamentaciones por haber abandonado la cueva.
El grupo estaba formado por once miembros según detalle:
— Adultos, de edades entre los 24 a 26 años.
Mujeres — Bika
Hombres —Buck, Hulk
— Adolescentes, de edades entre los 18-20 años.
Mujeres —Aila, Beka, Cala
Hombres —Bade, Drako, Ator
— Jóvenes, de edades entre los 14-15 años.
Mujeres —Asca, Elsa
Todos ellos, una vez elegidos, mostraron sus ansias de partir, cuanto antes, hacia el camino que los espíritus habían señalado a Hulk cuando le hablaron allá en la Gran Charca. Antes, eligieron a Hulk como su futuro Chamán, ya que era a él a quien los espíritus se habían dirigido.
―¿Cuándo partiremos de aquí? ―preguntó Buck, que aparte de cazador, conocía bien la manera de tallar las distintas piedras que pudieran necesitar.
―¡Eso…, depende de las instrucciones que la Matriarca nos quiera dar! ―contestó.
―¿Cuándo das tu permiso para que abandonemos la cueva? ―preguntó Hulk a la Matriarca.
La Matriarca le dijo a Hulk, que antes de abandonar la cueva tenía que preparar las cosas necesarias para el viaje.
―¿Qué cosas nos aconsejas que llevemos? ―preguntó Hulk.
La Matriarca le respondió que debían llevarse: algo de comida, agua en cantidad por si no encontraban por el camino, tres camillas porteadoras, la vara de una punta y la de tres puntas; también, cuchillos varios y hachas rompedoras, las pieles que cada uno utilizaba y una de las dos tiendas de ocho palos que en la cueva había.
―¡Preparad todas estas cosas y cuando todo esté preparado podréis partir!, siempre que las tormentas os lo permitan, y parece que el tiempo no quiere cambiar.
Dos jornadas después ya estaba todo preparado y amontonado en uno de los habitáculos de la cueva.
La fuerte tormenta que desde hacía muchas jornadas les impedía el normal caminar por el exterior de la cueva, ahora parecía, que los espíritus habían calmado su furia ya que, aunque seguía cayendo agua desde lo más alto, esta, era escasa en comparación con la que antes caía.
La Matriarca, después de revisar todos los pertrechos que estaban amontonados en el habitáculo que le había indicado Hulk, les dio permiso para partir.
Esa jornada nadie quiso ir al bosque, todos querían despedir a sus compañeros en su salida de la cueva, eran muchas las cosas que les unían y querían darles su coscorrón de partida.
Al amanecer de esa jornada estaba todo dispuesto, los once compañeros que abandonaban la cueva tenían sus instrucciones de lo que cada uno debía cargar, y con todo ello salieron al exterior de la cueva.
Apenas una escasa luz iluminaba el horizonte, y agua no caía desde lo más alto, cosa que, extrañados, achacaban a que eran los espíritus quienes favorecían las cosas.
Todos formando fila esperaban a que los once compañeros pasasen por delante de ellos y que a cada uno se le diese un coscorrón y añadiesen:
―¡Ea!
―¡Ey! ―contestaba el que se marchaba.
Así, todos se despidieron de la única cueva que habían conocido, se enfrentaban a todos aquellos peligros tantas veces contados en los muchos relatos que después de la comida se solían hacer. Hulk, para dar ánimos dijo:
―¡Mirad! ¡Mirad, cómo los espíritus nos protegen apartando la tormenta de nuestro camino!