PREÁMBULO

 

 

Mientras recolectaban

 

―¡Eh, tú! ―gritó Draco, algo apartado.

―¡¿Es que no me oyes tú?!

―¿Me dices a mí? ―respondió Aila, extrañada por las fuertes voces que daba su compañero.

―¿A quién si no?

―¡Ah…no sé!, no he oído mi nombre.

―¡Huy, huy…!

―¿A ver…? ¿Cómo me llamo? ―preguntó Aila alterada.

―¡Tú, te llamas…! (?) ―por mucho que pensase, no se acoraba del nombre.

―¿Oye Cala? ¿Cómo se llama esta? ―preguntó a la compañera que tenía a su lado.

―¿Por quién dices? ¿Por Aila? ―respondió.

―¡Ah, sí…!

¡Te llamas Aila! ―gritó.

―¡Pues sí!¡Lo has acertado! ¿Qué querías tú, con tanto gritar?

―Quería saber…, si ahí donde estás escarbando hay bulbos comestibles, o no los hay.

―De momento no he visto ninguno, tengo la bolsa vacía, y mi compañera también.

Los gritos de otro compañero les interrumpieron.

―¡Aquí! ¡Aquí! ¡Venid todos, que aquí hay muchos! ―dijo Ator, gritando.

Ator era el jefe de grupo y con otro compañero escarban el suelo unos árboles más allá.

La intensa lluvia reblandecía la tierra y favorecía cavarla con los cuchillos. Sin embargo, les empapaba las pieles haciendo que les pesasen mucho más y les entorpecieran los movimientos.

―¡Uf!, apenas si me puedo mover ―dijo Draco, intentando levantarse del suelo.

―¡Pues mira que yo…! ―respondió Cala, resoplando mientras también intentaba levantarse.

A duras penas los cuatro compañeros se acercaron al lugar desde donde su compañero les gritaba.

―¡Escarbad por ahí! ―les dijo, señalándoles el lugar donde podían cavar.

Los seis compañeros; tres mujeres y tres hombres formaban el grupo de recolectores. Todos ellos adolescentes, cuyos nombres eran: Aila, Beka y Cala como mujeres; Bade, Draco y Ator como hombres. Entre todos, se distribuyeron la parcela de terreno que su compañero les había indicado.

―¡Ya tengo uno!

―¡Yo, tengo otro!

―¡Uf!, pues no veas los que aquí hay ―respondió Aila, levantando su bolsa “porta bulbos” medio repleta.

―Muchos veo ahí en esa bolsa, ¿serán buenos… todos? ―dijo sarcásticamente Bade, que era el más gracioso del grupo.

Los demás, al escuchar la ocurrencia de su compañero rieron fuertemente.

―Hay que llenar por lo menos una de las dos camillas que llevamos, y para eso faltan muchas bolsas, así es que…, hablad si queréis, pero seguid escarbando ―dijo Ator, que era el jefe de grupo.

―Los compañeros de la cueva se alegrarían más, si les trajésemos carne en vez de raíces comestibles, ¿no creéis? ―dijo Cala, que era poco habladora.

―¡Ja, ja, ja!¡Je, je, je…! ―rieron fuertemente algunos de sus compañeros.

―¿Qué graciosa es Cala?, ¿qué graciosa?, y eso que creí que no le gustaba hablar ―respondió Drako.

Aún no había pasado un cuarto de jornada cuando ya tenían una de las camillas porteadoras repleta de bolsas y colocaban otras más de las bolsas que no cabían, en la otra camilla.

La tormenta y la lluvia continuaba, de vez en cuando, una de las chispas que provenían desde lo más alto, iluminaba intensamente la parte del bosque donde recolectaban. A continuación, venía lo que más les asustaba:

―¡Boom!

―¡Huy, huy…! ¡¿Qué cerca cayó de aquí?!

Asustados, se tiraban al suelo sin atreverse a levantar la cabeza.

―¿Los espíritus nunca descansan? ―preguntó un compañero.

―¡Uhm, uhm…!, por lo visto, cuando se enfadan descansan menos ―respondió Drako.

―¡Uf! ¡Pues sí están bien enfadados…sí! ―dijo Ator, agitando la mano.

No muy lejos de donde estaban se escuchó:

―¡Uou, uou, uou…! ¡Hi, ji, ji! ¡Hi, ji, ji…!

―¡Shshshs!, ¡shshshs! ¡Callad todos!

―¿Escuchasteis eso? ―dijo el jefe del grupo.

Nuevamente se volvió a escuchar:

―¡Uou, uou, uou…! ¡Hi, ji, ji! ¡Hi, ji, ji…!

―¡Huy, huy!, lo que nos faltaba ―dijo Beka, sacudiendo la mano.

―Por lo visto, estos, tampoco tienen miedo del enfado de los espíritus ―contestó Ator, y siguió diciendo:

―¡Subamos a un árbol!

―¿Pero…si apenas puedo andar con tanto peso? ¿Cómo voy a subir a un árbol? ―dijo Aila.

―Pues… ¡Quédate ahí, y espera a que lleguen! ―contestó el jefe del grupo.

―¡Ah…, no!, que me da mucho miedo.

A duras penas y provistos de sus varas con punta de piedra, pudieron subir a uno de los árboles cercanos.

Desde arriba del árbol Aila dijo:

―¿A ver si se comen todas las raíces que hemos recolectado?

―¡Que… va!, a ellos solo les gusta la carne, y sobre todo la tuya Aila ―dijo el gracioso del grupo.

―¿La…mía? ¿Por qué?

―¡Porque tienes más que los demás! ―contestó Bade, sonriendo.

Los demás, aunque preocupados, empezaron a reír estrepitosamente:

―¡Ja, ja, ja!¡Je, je, je…!

―Pues…, yo no le veo la gracia por ninguna parte ―dijo Aila.

Mientras tanto, de la espesura del bosque salió uno de los animales que ríen.

―¡Eh! ¡Eh! ¡Mirad allí! ―dijo Beka, señalando con el brazo extendido hacia el lugar donde estaba la fiera.

―¡Solo hay uno! ―dijo Draco.

―¡Esperad a ver si aparecen más! ―dijo el jefe del grupo.

El animal olía el aire buscando a su presa, poco a poco se fue acercando hacia el árbol en el que los seis que formaban el grupo se agarraban a sus ramas.

Al lado del tronco estaban las dos camillas porteadoras; una, repleta de bolsas, y la otra, medio llena.

Aila, desde la copa del árbol dijo a sus compañeros:

―¡Mirad cómo se dirige hacia las camillas porteadoras! ―y siguió diciendo:

―¡Se comerá todas las raíces!

―¡Mucha hambre tendría que tener como para comer un bulbo comestible! ―contestó Ator.

―¿Entonces qué hace?

―Huele las bolsas por si hay carne, nada más.

―¡Ah!

Ator tenía razón, después de tirar algunas bolsas al suelo se apartó y continuó oliendo hasta que les vio.

―¡Mirad que contento está al habernos encontrado! ―dijo Aila.

―Aila, la fiera está contenta porque te ha visto a ti, que es a quien buscaba ―dijo sarcásticamente el guasón.

―¿Cómo dices tú?

Todos empezaron a reír fuertemente, hasta a la fiera pareció gustarle lo que Bade había dicho, ya que también empezó a reír:

―¡Uou, uou, uou…! ¡Hi, ji, ji! ¡Hi, ji, ji…!

―¡Oye, a esta también le gustó la gracia de Bade! ¡Mira, mira cómo se ríe! ―dijo Beka.

Al escucharlo, nuevamente todos se volvieron a reír.

La fiera, ansiosa levantaba la cabeza esperando que alguno se cayese desde la copa del árbol.

―¿Parece que no haya más fieras que esta que está aquí? ―dijo Ator.

―¿Entonces…? ¿Qué hacemos? ―preguntó Beka.

―¡Bajemos!, y seguro que al ver los muchos que somos se ira riendo ―dijo Draco.

―¡Huy, huy…!, pues baja tú primero ―respondió tiritando Aila.

―¿Yo…?, que baje Ator, que para eso es el jefe de nuestro grupo.

―¡Sí!¡Sí!, que baje Ator el primero ―respondieron los demás.

―Yo bajo la última, que estoy más arriba que los demás ―dijo Aila, sonriendo.

La fiera desde abajo al escuchar y ver los muchos movimientos que por arriba había, seguramente pensó que alguno se caería, y daba vueltas alrededor del tronco mirando hacia lo alto con la boca entreabierta, babeaba sin parar.

―¡Bajemos todos a la vez! ―dijo Ator, al ver la desesperación de la fiera.

De tres en tres se agarraron al tronco para bajar. La fiera, al ver los muchos que bajaban, frenó su ímpetu y se retiró por precaución, antes de lanzarse al ataque, unos pasos atrás.

Ya en el suelo, los seis compañeros con las varas con punta de piedra preparadas se enfrentaron a la fiera, que al ver la gran desventaja que tenía, dio media vuelta y riendo se marchó.

―¡Mirad!¡Mirad cómo corre! ―dijo Aila, adelantándose a los demás y moviendo su vara.

―¿A…ver si vuelve otra vez? ―dijo riendo Bade.

―¿Cómo? ¿Cómo dices tú? ―respondió Aila, colocándose detrás de los demás.

A lo lejos se escuchó:

―¡Uou, uou, uou…! ¡Hi, ji, ji! ¡Hi, ji, ji…!

―¡Mira!¡Mira!, ya vuelve a por ti ―dijo nuevamente Bade.

―¡Huy, huy…!, yo me subo nuevamente al árbol ―corriendo se volvió a subir al mismo árbol donde antes todos estaban.

Nadie se pudo aguantar las risas, y se tiraron al suelo revolcándose, mientras reían sin parar:

―¡Ja, ja, ja…!

―¡Je, je, je…!

―¡Ji, ji, ji…!

Aila, al ver a sus compañeros revolcándose y riendo estrepitosamente dijo:

―¡Si vuelve la fiera os pillará en el suelo!

Sus compañeros, al escucharlo dejaron de reír y de un salto se levantaron.

Desde la copa del árbol, Aila empezó a reír:

―¡Ji, ji, ji!¡Ji, ji, ji…!

Recuperados del sobresalto que las palabras de Aila les habían producido, dijo Ator:

―¡Baja de ahí, Aila!

La lluvia, mientras tanto, no dejaba de caer cuando retomaron nuevamente la búsqueda de los bulbos comestibles que era lo que buscaban.

Terminaron de llenar, un buen rato después, la segunda de las camillas porteadoras que llevaban. Después, dos porteadores en cada camilla se encargaron de transportarlas. Los que no eran porteadores, caminaban vigilando por lo que pudiere pasar. De vez en cuando se turnaban los porteadores, evitando el cansancio por la sobre carga que llevaban.

―¡Eh…tú! ¡Cámbiame!

―¡Pero… si es la tercera vez que te cambias!

―¡Todo me pesa, estoy cansada!

―¡Anda esta!¡Y…yo!

―¡Y…nosotros también! ―respondían los demás.

A duras penas llegaron a la cueva.

Cuando llegaron, vieron que de los cinco grupos de trabajo que se habían formado, ellos eran los terceros en llegar. Los dos grupos que habían llegado estaban sentados alrededor de la gran fogata que en el centro de la cueva estaba encendida.

―¡Ah…!¡Qué calentito se está aquí! ―dijeron algunos al llegar.

―¡Pasad!¡Pasad!¡Sentaos aquí! ―algunos compañeros se levantaron para ayudarles a descargar las dos camillas permitiendo que los seis recién llegados se pudiesen sentar y secar al lado del fuego.

―¡Uf!¡Buen trabajo habéis hecho!, son muchas las bolsas que habéis traído ―dijeron a los nuevos porteadores que llegaban.

―¿A ver, a ver? ―dijo Ari, que era la Matriarca.

―¡Oh!¡Muy buena recolección! ―contestó, poniéndose la mano en la boca.

La Chamán, con un cachivache en la mano salía de su habitáculo y acercándose a las dos camillas porteadoras, dijo:

―¡Hay comida para muchas jornadas aquí! ―continuó diciendo:

―Aunque…yo, lo que tengo son ganas por comer carne ―dijo, relamiéndose la boca solo con pensarlo.

Por unos momentos todo quedó en silencio, después se escuchó:

―¡Ja, ja, ja…!

―¡Je, je, je…!

―¡Ji, ji, ji…!

―¡Jo, jo, jo!¡Jo, jo, jo…!

Hasta los niños, sin saber por qué, reían también.

La Matriarca, que por la edad avanzada que tenía se apoyaba en un bastón, no se pudo sujetar y se tiró al suelo riendo sin parar.

Los demás, al ver a la Matriarca riendo en el suelo, se dejaron caer hacia atrás de las piedras donde estaban sentados, riendo fuertemente.

―¡Ja, ja, ja…!¡Je, je, je…!

―¡Ji, ji, ji…!¡Jo, jo, jo!¡Jo, jo, jo…!

Aún continuaban riendo, cuando llegaron los seis componentes del cuarto de los grupos que faltaban.

Entretenidos riendo no se percataron de la llegada de sus compañeros.

―¡Eh! ¿Qué ocurre aquí? ―preguntó uno de los recién llegados.

―¡Ah…!¡Ya estáis aquí! ―dijo la Matriarca, desde el suelo.

Apoyándose en un compañero la Matriarca se levantó, y sujetándose con el bastón se acercó a los recién llegados.

―¿A ver…, a ver lo que habéis traído? ―dijo la Matriarca, palpando las bolsas repletas de raíces comestibles.

―¿Han traído carne? ―preguntó la Chamán.

Al escuchar a la Chamán, nuevamente todos se tiraron por el suelo riendo sin parar:

―¡Ja, ja, ja…!

―¡Je, je, je…!

―¡Ji, ji, ji…!

―¡Jo, jo, jo!¡Jo, jo, jo…!

Los niños alterados al ver a los mayores reír sin parar, saltaban nerviosos riendo sin saber por qué.

―¡Je, je, je…!¡Ji, ji, ji…!

―¿Pero…? ¿Qué ocurre aquí? ―preguntaban los recién llegados.

Estaban tan entretenidos que no se percataron de la llegada del último de los grupos que faltaba.

―¡Uf!¡Uf!¡Cómo cae agua ahí afuera! ―decían, sacudiendo las pieles mojadas que llevaban.

―¡Eh! ¿Qué ocurre aquí con tanto alboroto? ―preguntó uno de los que acababan de entrar.

―¡Pasad!¡Pasad!¡No os quedéis en la entrada! ―dijo la Matriarca.

―¡Eh, tú! ¿Qué pasa? ¿Por qué todos se están riendo? ―preguntó a uno de los del anterior grupo.

―¡No sé!, cuando llegamos nosotros ya se estaban riendo.

―¡Ah!

―Vayamos a descargar las camillas en la despensa, y pongámonos junto al fuego, a ver si aparte de secarnos, también nos podemos reír ―dijeron los porteadores de los dos grupos.

Después de descargar las camillas en la despensa, y ya sentados alrededor del fuego les explicaron el motivo de las risas, y mientras lo hacían, seguían riendo sin parar contagiando con las risas a los recién llegados, que terminaron riendo también.

La Chamán, se sentía protagonista y repetía una y otra vez la misma gracia que antes había hecho.

―¿Qué graciosa es la Chamán? ¿Qué graciosa?

―No sabía que la Chamán tuviese esa gracia.

Estas y otras cosas la decían mientras reían.

Terminadas las risas, unos voluntarios prepararon el reparto de la comida que, como era habitual desde hacía mucho tiempo, consistía en: bulbos, raíces, hojas comestibles; pequeños animales y gusanos cabezones. Y, mientras entregaban a cada uno su ración, Bade, el gracioso del grupo, dijo:

―¡Eh, tú!, a la Chamán, dale un buen trozo de carne, que es lo que más le gusta.

Nuevamente las risas resonaron fuertemente en toda la cueva, algunos, se dejaban caer al suelo desde la piedra donde estaba sentado.

―¡No puedo más!¡Me duele la barriga de tanto reír! ―decían algunos, apretujándola para calmar los dolores.

 

Sobre el grupo que vivía en la cueva

 

El grupo estaba formado por cuarenta y siete miembros según detalle:

— Mayores, de edades entre los 30-34 años.

Mujeres —3

Hombres —1

— Adultos, de edades entre los 20 a 30 años.

Mujeres —4

Hombres —3

— Adolescentes, de edades entre los 16-20 años.

Mujeres —5

Hombres —6

— Jóvenes, de edades entre los 9-15 años.

Mujeres —7

Hombres —6

— Niños, de edades entre los 4-8 años.

Niñas —4

Niños —3

— Lactantes, hasta los 4 años.

Niñas —3

Niños —2

 

Esta cueva era la misma en la que terminó mi anterior novela “La Expulsión”. En esta cueva, llegaron a vivir al menos durante doce mil años ininterrumpidamente. Durante ese gran periodo de tiempo, acontecieron cataclismos que desembocaron en cambios estructurales provocadores de frío y desolación para los seres vivos, y muy concretamente para nuestro grupo de Homo sapiens, que se vieron obligados a soportar las penurias que estos nuevos acontecimientos trajeron.

La cueva estaba situada cerca de la frontera con la actual India y a menos de quince kilómetros de las costas del mar Arábigo, al que denominaban “la Gran Charca”. Estaba rodeada por un extensísimo bosque en el que pocas especies de animales vivían. La cueva en su interior tenía varios niveles y algunos habitáculos que les podrían servir para guardar utensilios y otras cosas de utilidad. Igualmente, al fondo de la misma se filtraba agua de las piedras que les servía para beber.

Nos situamos en esta cueva hace cincuenta y nueve mil años aproximadamente en la que un grupo de cuarenta y siete individuos habían sobrevivido. El grupo, estaba dirigido por una Matriarca cuyo nombre era Ari. Mujer, que ya se encontraba en edad avanzada, pues contaba con al menos los treinta y tres años. Con algo menos de edad, pero también de edad avanzada ya que contaba con un año menos que la Matriarca, estaba otra mujer, que era la mediadora entre los espíritus y sus compañeros de grupo, era la Chamán. Mujer que, por su relación con los espíritus, era temida más que respetada por todos. Evitaban que se enfureciese y castigase al posible provocador con castigos que provenían de los espíritus. Esta, también ejercía de consejera cuando la Matriarca así lo requería.

Nadie, por muy mayor que fuese, recordaba otra climatología que no fuese la que tenían. Las interminables tormentas con lluvias que impedían el buen caminar por el exterior de la cueva, los fuertes vientos y chispas que provenientes de lo más alto lo iluminaban todo y provocaban fuertes explosiones que, aunque acostumbrados, a todos asustaban. Todo ello hacía, que otros animales no existiesen, o escapasen posiblemente a otros lugares en busca de climas mejores.

Su comida habitual consistía en: hojas, bulbos, raíces varias, pequeños invertebrados; gusanos cabezones y otros de parecida índole. En alguna extraña ocasión probaban la carne de algún animal, o también la de aquellos que morían del propio grupo. Había jóvenes que por su edad nunca la habían probado.

Para la recolección de la comida, se formaban grupos de trabajo en los que todos o casi todos intervenían, exceptuando: a los menores, a los enfermos, a las que habían engordado y a los mayores. Para ello, aunque lloviese o hiciese mal tiempo cosa habitual, se formaban los grupos de trabajo de cinco a seis compañeros en cada grupo. Al frente de este pequeño grupo había un jefe, que era el más experimentado para que dirigiese a los demás.