CAPÍTULO I

TÍTULO II

 

Sobre las explicaciones que dieron 

La llegada de los dos grupos que habían ido a cazar a la Gran Charca, contando con la Matriarca y la Chamán, creó un gran revuelo en la cueva al verles llegar abatidos y sin caza.

Todos, inclusive los niños les rodeaban para enterarse de algo de lo que pasaba.

―¡Dime! ¿Qué ha pasado? ―preguntaban una y otra vez, tirando de las pieles de sus compañeros.

―¡Suelta! ¡déjame la piel! ―contestaban algunos.

En vista de la exaltación de todos, la Matriarca se vio obligada a poner orden y dijo:

―¡Escuchad todos!

―Cosas graves han sucedido que son extensas de contar, así que, todos os calmareis y en una o varias sesiones después de comer, como así tenemos por costumbre, iremos relatando lo que ha sucedido.

―¿Pero dinos algo ahora sobre lo que ha pasado, que aún falta tiempo para comer? ―dijo uno, que estaba delante de todos.

Después de meditar un momento la Matriarca dijo:

―¡Comamos pronto, y así comenzará más pronto la explicación!

A todos les pareció bien la explicación de la Matriarca y se distribuyeron más pronto que otras veces los trabajos de la preparación de la comida.

En el interior de la cueva, la fogata ya estaba encendida, que, aunque no hiciese mal tiempo como otras veces, tampoco lo hacía bueno como para estar en el exterior.

Los voluntarios, sacaron de la despensa: raíces, bulbos, algunos insectos y gusanos cabezones, que a todos gustaban. Prepararon las raciones para cada uno según la costumbre que tenían, y una vez la Matriarca indicó que podían comenzar a comer, con gran apetito devoraron los manjares. No esperaron, como otras veces, a que se asasen algunos de los gusanos al punto que a cada uno más le gustasen.

Durante la comida, nadie dijo nada, todos tenían prisa por terminar y saber lo que había pasado. Inclusive los que formaban los dos grupos, como si nada supiesen, estos, también tenían prisa por comer para que alguien contase lo que ellos ya sabían.

Las preguntas que quedaban en el aire eran:

¿Quién contaría las cosas? ¿Quién sería el relatador de las cosas que tenían que contar?

Todos, miraban a los compañeros que habían formado los dos grupos, escudriñaban sus caras buscando al relatador.

La Matriarca se puso en pie y dijo:

―¡Que dé comienzo el relato!

Un silencio invadió toda la cueva, nadie se levantó para hablar.

―¡Uhm…! ¿Quién va a ser el relatador? ―preguntó la Chamán a la Matriarca.

―¡Huy, huy…! ¡Es verdad!, nadie se presentó voluntario para relatar.

―¡Mejor será que empieces tú Matriarca! ―dijo la Chamán.

―Sí, creo que será lo mejor ―contestó.

La Matriarca se puso en pie, que era la costumbre que tenían para el que relatase, y dijo:

―¡Iniciaré yo el relato, ya que iba en la expedición!

―Los dos grupos salimos de madrugada, como todos sabéis, hacia la Gran Charca. Una vez allí, dejamos dos de las camillas porteadoras con el grupo para cargar sobre ellas lo que pudiéramos cazar. La otra camilla, la dejamos más apartada y la pensábamos utilizar si alguno se pinchase como otras veces había sucedido.
Yo, estaba preparando la distribución de los compañeros para ir a cazar, cuando uno del grupo, alertó sobre algo que de lejos venía hacia nosotros a buen paso. ¡Mirad!, nos dijo, todos miramos lo que el compañero nos indicaba, ante nosotros vimos un enorme brazo que de los más alto bajaba y que llegaba hasta el suelo.

―¿Un brazo? ―interrumpieron a la Matriarca algunos sin poderse aguantar.

―¿Cómo puede ser un brazo tan largo? ―dijeron otros, levantándose de su asiento de piedra.

―¡Callad! ¡Sentaos todos!, o no podré continuar ―dijo la Matriarca.

―Era un brazo tan largo que se perdía en las alturas, y formaba un gran remolino que giraba sin parar.

―¡Oh…!

―¡Ah…! ―decían muchos babeando.

―¿Qué hicisteis vosotros? ¿Qué hicisteis? ―dijeron otros, ansiosos por saber lo que pasó.

―¿Ese brazo tenía mano para agarrar? ―preguntó otro, queriendo saber más.

―¡Difícil va a ser poder explicar algo, si no dejáis de preguntar! ―dijo la Matriarca, más angustiada que antes.

―¡Shshsh…! ¡Callad ya de una vez! ―dijo la Chamán.

―¡Sí, sí!, continúa relatando, Matriarca ―dijeron muchos.

―El largo brazo se iba acercando hacia donde estaba todo el grupo, cada vez estaba más cerca y se veía mejor el gran remolino que lo formaba. Decidimos corriendo escapar hacia el lateral que el largo brazo parecía no querer ir. Y…, corrimos con ganas hacia esa parte de la orilla que parecía más segura.
Cuando llegamos, vimos que donde estábamos se habían quedado; la Chamán y Hulk, que era el aspirante a Chamán. Pero que hacen esos allí, nos preguntábamos todos, sin entender por qué lo hacían. Poco después, vimos llegar a la Chamán corriendo igual o más que corríamos nosotros. Y Hulk porqué no viene, le preguntamos. Parece que quiere hablar con los espíritus, respondió. Después, vimos cómo el gran remolino se paró delante de Hulk y los dos hablaron, después de hablar, el largo brazo cambió de dirección y se marchó hacia la parte opuesta que estábamos nosotros, no sin antes coger la camilla que estaba separada y engullirla hasta que desapareció

―Ahora que sea Hulk el que siga relatando, ya que solo él habló con los espíritus.

―¡Que hable Hulk! ¡Que hable Hulk! ―gritaban todos enardecidos por saber lo que pasó.

Hulk, se levantó y comenzó así su relato:

―Estábamos la Chamán y yo, tumbados sobre la tierra de la orilla de la Gran Charca cuando vimos a ese gran brazo que se acercaba cada vez más. Los demás compañeros, como bien han contado, estaban bastante lejos de donde nosotros estábamos. No había tiempo para escapar, eso pensé yo, por lo visto la Chamán no pensó igual que yo, ya que corriendo se escapó. Solo ante los espíritus que delante de mi tenía me quedé. Pensé que había llegado mi final, pero cuando el largo brazo llegó delate se mí se paró y me dio confianza para preguntar, le pregunté, si había algún lugar donde hubiese animales para cazar y frutos para comer, y que al cazar a los animales de agua no nos pinchásemos los pies. Me contestó diciendo que ellos iban hacia allí, que cuando lo pensásemos les siguiéramos.

―¡Oh…!

―¡Ah…! ―babeaban con la boca abierta.

Pasado un tiempo en el que nadie se atrevía a hablar, posiblemente, por estar pensando aun lo que habían escuchado la Matriarca preguntó:

―¿Qué creéis que debemos hacer?

Casi todos, se rascaban la cabeza intentando pensar sobre lo que habían escuchado. La Matriarca, decidió dar por concluidos los relatos y mandar a todos a dormir. Conocía bien a sus compañeros, y sabía que difícilmente pensarían algo que sirviese al grupo. Necesitaban más tiempo para reflexionar y prepararse mejor lo que querían preguntar.

―¡Vayamos a dormir!, en la jornada que viene sabremos mejor lo que queremos hacer ―dijo la Matriarca.

A regañadientes, todos se levantaron y formando corrillos hablaban entre ellos:

―¡Uf!, cuanto hay que pensar.

―¡Sí, sí!, son muchas las cosas que se han dicho, y a mí ya me da vueltas la cabeza de tanto pensar ―decía el compañero, mientras se iban al habitáculo para dormir.

―¿Pero…oye?, ¿qué dijo sobre un brazo? ―preguntaba otro a su compañero.

―Pues…, que apareció un gran brazo que venía de lo más alto y llegaba hasta el suelo ―contestó este.

―¿Más alto que van los animales que vuelan? ―volvió a preguntar.

―¡Uhm…!, tanto, no sé―decía mientras se tocaba el mentón de la cara.

―¡Huy, huy…!, esto es muy difícil de entender.

―¿Pero… no dijo que giraba sin parar? ―dijo otro de los que les acompañaban.

―¡Vámonos a dormir, que la cabeza ya me da vueltas de tanto pensar! ―respondió.

Esa noche, muchos dieron vueltas sin poder dormir pensando todo lo que se había contado.

En la jornada siguiente, muchos se quedaban recostados por no haber dormido bien durante la noche.

―¡Eh…!, despierta ya ―les decían a muchos, tirándoles de las pieles para que se despertaran.

―¡Uf, uf…!, apenas sí he dormido ―dijeron algunos, haciendo estiramientos con los brazos.

―¡Pues…yo, escuché cómo roncabas tú! ―dijo el que estaba a su lado.

―¡Seguro, seguro que tú, estabas despierto para escucharlo! ―contestó el otro, bostezando.

―¡Vamos, que ya están casi todos allí!

Cuando llegaron a la salida de la cueva, vieron que todos los compañeros estaban reunidos en la plaza y la Matriarca dispuesta para iniciar los grupos de trabajo.

―¿Bueno…y de lo que se habló anoche qué? ―preguntó uno a los que estaban los últimos.

―¡Habrá que comer también! ¿No? ―respondió, sin darle mayor importancia a lo que el compañero había preguntado.

―Sí, sí, es verdad, también hay que comer ―respondió resignado.

La Matriarca, subida sobre unas piedras, para que todos la viesen bien, dijo:

―¡Formaremos cuatro grupos, y todos irán al bosque!

―¡Voluntarios! ―gritó la Matriarca.

Los cuatro grupos, de a cinco componentes cada grupo, se formaron, y emprendieron distintas rutas para adentrarse en el bosque.

Uno de los grupos lo formaban: Aila, Beka, Cala, Bade y el jefe de grupo Ator. Grupo, al que solían apuntarse los mismos compañeros cada vez que se solicitaba. Eran adolescentes, y su misión era principalmente la de buscar bulbos y raíces comestibles.

Conocían bien el bosque, y sabían bien el lugar que ya estaba removido anteriormente ya que dejaban una señal que les indicaba el sitio desde el que debían de iniciar la nueva búsqueda. Esta vez, cuando llegaron al lugar que habían dejado señalizado en otra jornada anterior, vieron, que la marca que pusieron se había rebasado bastante más lejos de donde estaba.

―¡Eh! ¡Mirad eso!

―¿Alguien ha escarbado aquí?

Tenían buen olfato, así es que, olieron la tierra en busca del rastro del animal que hubiese sido.

―¡Lástima que no estén los cazadores para que persigan el rastro de ese animal! ―dijo el jefe del grupo.

―¿Por qué no lo seguimos nosotros, a ver si lo cazamos? ―dijo Aila, ingenuamente.

―¿Nosotros?

―¿Pero… Aila, te crees tú, que nosotros somos cazadores? ―contestó Bade, riendo.

Los demás, al escuchar a Bade, que era el gracioso del grupo:

―¡Je, je, je…! ¡Ja, ja, ja! ―reían todos estrepitosamente.

Aila, pensando que no se reían de ella, también empezó a reír:

―¡Ji, ji, ji…!

―¿De qué te ríes tú, Aila? ―le preguntó Cala.

―¿Yo…?, pues…, de lo mismo que tú ―respondió.

―¿Y…yo, de que me río? ―preguntó Cala.

―¡Ah…!, pues, no sé, ¡dímelo tú!

―¿Yo…? ―sin acordarse Cala porqué reía, lo preguntó a sus compañeros:

―¡Eh, vosotros! ¿Por qué nos reíamos nosotros?

―¿Por qué…? ―se rascaban la cabeza, pensando los motivos que tendrían para reír.

Hablando de estas cosas estuvieron entretenidos, mientras escarbaban la tierra en busca de raíces y bulbos comestibles.

Cuando tuvieron las bolsas llenas, las cargaron en las dos camillas porteadoras, que llenaron de tal manera que ya no cabían más.

Cargados y en fila regresaban cuando delante de ellos y a poca distancia vieron uno de los pocos animales que seguramente quedaban en el bosque.

―¡Eh! ¡Mirad allí! ―dijo el que iba delante vigilando.

―¿Pe…Pero si yo creí que no quedaban en el bosque? ―dijo el porteador que iba delante.

―¿Parece un animal con cuernos? ―dijo extrañado otro porteador.

―Sí, es un animal con cuernos de los que creíamos que no quedaban ―dijo Ator, que era el jefe de grupo y continuó diciendo:

―¡Dejad las camillas en el suelo e intentaremos darle caza!

―¿Pero si nosotros nada sabemos de caza? ―dijo Cala, dejando la camilla en el suelo.

Acordaron rodear al animal, y que cuando alguien lo tuviese cerca que le lanzase su vara con punta de piedra.

―¿Eso, todos lo sabéis hacer? ¿No? ―preguntó Ator.

―¡Sí! ― contestaron.

El animal, ajeno a lo que pasaba, caminaba mientras comía tranquilamente.

La suerte les acompañó, y una de las cinco varas que lanzaron acertaron en el animal, que herido cayó al suelo.

―¡Acerté! ―gritó Beka.

―¡Y, yo!

―¡Yo, también acerté! ―decía otro saliendo de su escondite.

La alegría por la caza les desbordó y decían algunos, que ellos eran mejores cazadores que los adultos que nada cazaban.

―¿Pero si solo tiene una vara clavada? ¿Cómo habéis acertado todos? ―dijo Ator cuando se acercó al animal que aún movía una de las patas, y siguió diciendo:

―¿De quién son estas dos varas clavadas en el suelo?, y esas otras dos de allí (?)

―¡Uhm…!, una es mía ―dijo Beka.

―¡Aquella es mía! ―dijo otro, y así salieron los dueños de las demás varas que no habían acertado. Únicamente, la vara de Ator había acertado al animal.

―¡Pues…, sí sois buenos cazadores vosotros, sí! ―decía riendo, Ator.

Ator, cogió del suelo una de las varas y la clavó en el animal que aún seguía vivo. Este, dejó de mover la pata como antes hacía.

―¡Yo, he matado al animal! ―dijo Aila socarronamente, era mi vara la que mató al animal, siguió diciendo:

―¡Mirad!, es mi vara la que esta clavada en el cuerpo del animal.

―¡Ja, ja, ja…! ¡Je, je, je! ―rieron todos los demás.

―¿Y, ahora cómo cargamos al animal, si llevamos las dos camillas repletas? ―preguntó uno.

―¡Uhm…! ¡Es verdad!, no cabe en las camillas ―dijo Ator, rascándose la cabeza.

―¡Vaciemos una de las camillas, y sobre ella carguemos al animal! ―dijo Aila.

―¡Aja!, pues tiene razón Aila, descarguemos una de las camillas y carguemos al animal ―dijo el jefe de grupo.

―¡Huy, huy…! ¿Qué raro es que Aila empiece a pensar? ―dijo Bade, que era el gracioso.

Ator, mandó que descargasen una de las camillas, y que las muchas bolsas que llevaba las subiesen a uno de los árboles para evitar que algún animal las pudiese comer. Luego, mandó que marcasen el lugar para más tarde regresar y llevarse lo que habían guardado en la parte alta del árbol.

Después, cargaron al animal sobre la camilla que habían vaciado y en fila regresaron a la cueva.

A su llegada, vieron que todos estaban alborotados y que muchos salieron a recibirles.

―¡Mirad! ¡Mirad, lo que traen! ―decían los niños, cogiendo al animal por los cuernos.

―¡Huy, huy…! ¿Pero…cómo lo habéis conseguido, si vosotros no sois cazadores? ―decían algunos, al ver al animal con cuernos.