CAPÍTULO III
TÍTULO I
Enfermedad de la Chamán
La llegada de los dos compañeros que se pincharon mientras cazaban en una parte de la Gran Charca, y el tiempo que estuvieron sin poder apoyar el pie que se habían pinchado en el suelo, determinó en el ánimo de la Chamán que aquello era cosa de los espíritus. Se preguntaba ¿qué esconderían los espíritus para que no quisiesen que nadie lo supiese? ¿qué secreto querían ocultar?
Aparte de las danzas y los canticos, la Chamán les preparó durante el largo tiempo que los dos compañeros estuvieron enfermos, unas cataplasmas de barro y hierbas especiales que mejoraron enormemente tanto los dolores que tenían como el tamaño de los pies.
Se veía a la Chamán cabizbaja y pensativa, en algunas ocasiones, hasta se la escuchó hablar sola. Fue después de una comida cuando se levantó de la piedra donde estaba sentada y dijo, que ella quería ir en la próxima expedición a la Gran Charca, y que allí le indicasen el lugar donde se pincharon los dos compañeros.
Unas jornadas después, la Matriarca dijo que en la despensa apenas quedaba nada y que en la jornada siguiente se formasen cuatro grupos de trabajo, dos que irían al bosque en busca de bulbos, raíces y lo que pudieren encontrar, y los otros dos grupos irían a la Gran Charca para cazar a los animales de agua que allí vivían.
En esta ocasión pasó lo contrario de lo que siempre pasaba, esto es, que antes, todos se apuntaban a los dos grupos de trabajo que debían ir a la Gran Charca, para los dos grupos que debían ir al bosque nadie se presentaba voluntario, y debía ser la Matriarca la que formase estos dos grupos.
―¡Voluntarios para ir a la Gran Charca! ―gritó la Matriarca, como siempre hacía.
Nadie levantó el brazo para presentarse voluntario.
―¡Es que no me oís! ―dijo la Matriarca.
―¡Voluntarios para ir a la Gran Charca! ―gritó nuevamente la Matriarca.
En esta ocasión fue la Chamán la única que levantó el brazo.
―¡Ah…! ―suspiró la Matriarca.
―¡Voluntarios para ir al bosque! ―dijo discretamente la Matriarca.
En esta ocasión, todos levantaron el brazo para apuntarse a estos grupos.
―¡Aquí veo muchos brazos! ―dijo la Matriarca contrariada.
―¿Por qué no queréis ir a la Gran Charca? ―preguntó a los primeros de la fila.
―¡Tenemos miedo que nos pase lo mismo que pasó a los dos compañeros! ―respondió el más atrevido de todos.
―Sí, sí, tenemos miedo a los espíritus ―respondieron los demás.
En vista que nadie voluntariamente se quiso apuntar excepto la Chamán, la Matriarca, optó por crear ella misma los dos grupos, igual que en algunas ocasiones había hecho al contrario que en esta ocasión.
Una vez creados los cuatro grupos de trabajo les despidió como siempre solía hacer en la entrada de la explanada.
Dos grupos de a cinco integrantes cada grupo marchó hacia el bosque, a los otros dos grupos de a cinco integrantes les acompañaba la Chamán.
En esta ocasión, también les acompañaban los dos que se pincharon en la anterior expedición para indicar el lugar exacto donde se habían pinchado.
Mientras caminaban un compañero les dijo a estos dos:
―¡Si vosotros dos no tenéis vara de tres puntas! ¿Cómo cazaréis?
―¡Ah…!, no sé ―respondían levantando los hombros.
―¿Por qué tirasteis la vara de tres puntas al agua? ―preguntó el compañero.
―¡Huy…!, pues no sé, seguramente lo dirían los espíritus respondió uno de los dos.
―¡Ah…! ―dijo el preguntón, rascándose la cabeza.
Los demás que andaban aburridos, al escuchar hablar a los compañeros preguntaron:
―¿Qué habláis vosotros?
―¡Uf!, pues que estos dos van a cazar sin vara de tres puntas.
―¡Oh…!, pues es verdad, ¿Qué, vais a cazar vosotros con las manos? ¡ja, ja, ja…!
―¿Qué pasa ahí con tantas risas? ―preguntaron otros.
―¡Estos dos, que van a cazar con las manos!
―¡¿Qué…?! ―respondieron algunos.
―¿Qué se puede cazar con las manos? ―preguntó otro que iba más adelantado.
Así con estas conversaciones se mantuvieron entretenidos durante el tiempo que duró el viaje.
―¡Eh, mirad! ¡Ya llegamos! ―dijo el que iba delante de todos.
La Chamán dijo:
―¡Vayamos al mismo sitio donde estuvisteis la última vez!
Poco después:
―¡Aquí dejamos las dos camillas para llenarlas con los animales cazados! ―dijo el jefe de grupo.
―¿A…ver?, vosotros dos, ¿dónde estabais cuando os pinchasteis? ―preguntó la Chamán.
―Yo…, me pinché allí ―decía mientras señalaba con el brazo extendido.
―¿Y, tú?
―Yo…, estaba cerca de donde dice mi compañero ―respondió.
―Y los demás, ¿dónde estabais?
El jefe de grupo le indicó a la Chamán, cada uno el sitio que ocupaba.
―¡Hum, hum!, sí parece cosa de los espíritus, sí ―murmuraba entre dientes la Chamán.
La Chamán preguntó a todos:
―¿Quién se presenta voluntario para ir allá a cazar?
Nadie respondió.
―¡Huy, huy!, tendré que ir yo a cazar allí ―y añadió.
―¡Dejadme una de vuestras varas de tres puntas!
Al acercarse uno del grupo a la Chamán para dejarle su vara de tres puntas dijo:
―¡Eh, mirad allí!
Todos miraron hacia el lugar que indicaba el compañero, allí vieron a las dos varas de tres puntas, que habían tirado al agua sus compañeros, en la misma orilla de la Gran Charca.
Corriendo los dos compañeros fueron a recoger sus varas de tres puntas que estaban sobre la suave tierra en la misma orilla.
Mientras regresaban cada uno con su vara las miraban atentamente buscando alguna señal especial que les indicase que fueron los espíritus los que las habían dejado a allí.
―¡Yo… no veo nada extraño en esta vara! ―dijo uno de los dos compañeros.
―¡Ni yo en la mía! ―contestó el otro.
―¡Oh…!, esto es cosa de los espíritus. Nos indican que vayamos a cazar a otra parte con nuestras varas de tres puntas ―dijo la Chamán, asombrada por este acontecimiento.
―¿Qué hacemos pues? ―preguntó el jefe de grupo a la Chamán, y siguió diciendo:
―¿O…, pretendes tú, ir a cazar allí?
―¡Chamán! ¿No tienes miedo en ir a cazar allí? ―preguntó uno del grupo.
―¿Cómo va a tener miedo la Chamán, si habla con los espíritus continuamente? ―dijo otro de los del grupo al escuchar a su compañero hablar.
―¡Es verdad en lo que dices tú!, iré a cazar allí, que los espíritus no me dañaran ―respondió la Chamán entrando en el agua con la vara de tres puntas.
―¡Huy, huy!, que fría está ―y siguió caminando hacia el lugar prohibido
Cuando llegó al lugar dijo:
―¿Es aquí donde os pinchasteis? ―gritó la Chamán desde lejos.
―¡Huy…!, que atrevida es la Chamán estando allí ―dijo una del grupo tapándose la boca.
―¡Yo…en su lugar tampoco tendría miedo! ―le contestó el que estaba a su lado.
―¡Ah! ¿No…?
―¡Pues…no!
―¿No sabía que eres tan valiente tú? ―le respondió el otro.
Estaban en estas conversaciones, cuando se escuchó gritar:
―¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay…!
―¡Eh! ¡Mirad cómo corre la Chamán! ―dijo uno al ver de qué modo corría la Chamán para salir del agua.
―Otra, que también tiró la vara de tres puntas en el agua ―dijo otro.
―Creía que no podía correr por la edad que tenía, y mira cómo corre, mira.
―¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay…! ―seguía gritando la Chamán mientras corría.
Cuando salió del agua se tumbó en el suelo gritando:
―¡Ay, ay, ay! ¿Qué dolor? ―decía.
Todos acudieron donde la Chamán tumbada en el suelo continuaba gritando.
―Y…, eso que tenía buena relación con los espíritus ―dijo uno del grupo.
―¡Que venga el que les sacó las espinas a los otros dos! ―gritaba la Chamán.
―¡Ah!, ese soy yo ―dijo uno de los que estaban allí.
―¡Mírame el pie!
Hulk, que así se llamaba el aspirante a Chamán levantó el pie de esta y dijo:
―¡Mirad, la tiene igual que la tenían los otros dos!
Con sus afiladas uñas y tras varios intentos consiguió sacar el pincho que la Chamán tenía clavado en el pie. Lo colocó sobre la palma de la mano y dijo:
―Es igual de pequeño que los otros dos que saqué, y ved como tiene el mismo color que los otros dos tenían ―dijo a todo el grupo.
―Por lo visto los espíritus tampoco quieren que tú estés aquí, Chamán ―dijo el jefe de grupo y siguió diciendo:
―Nada más podemos hacer para remediar el mal de la Chamán, así es que, los demás, con sus varas de tres puntas que vayan a cazar apartados del lugar prohibido.
Aún no había pasado un cuarto de jornada cuando ya tenían llenas de animales de agua las dos camillas porteadoras.
―¡No cacéis más que las dos camillas ya están llenas! ―dijo el jefe de grupo gritando.
―Y, ahora ¿cómo cargamos a la Chamán si las dos camillas están llenas? ―dijo el primero que salió del agua.
―¡Ah! ¡Pues es verdad lo que dices tú! ―dijo el jefe de grupo mirando las dos camillas cargadas de animales.
―¿Puede, que la Chamán con la ayuda de los espíritus pueda andar?
―¿Cómo la van a ayudar los espíritus, si son ellos los que la han puesto así? ―contestó el jefe de grupo.
―¡Oh…! ¡Es verdad! ―contestó.
Mientras, la Chamán tumbada en el suelo seguía quejándose.
No sabiendo lo que hacer el jefe de grupo le preguntó a la Chamán:
―Tú…, ¿podrías andar?
―¡Huy, huy…!, probaré a poner el pie en el suelo ―contestó.
Apenas el pie tocó el suelo:
―¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay…! ¡No puedo! ¡No puedo! ―y se dejó caer nuevamente sobre la tierra.
―¿Y qué podemos hacer para llevarte? ―preguntó el jefe de grupo.
―¡Vaciad una de las camillas, y en ella me subiré yo!
Los demás del grupo que ya habían llegado, al escuchar lo que la Chamán decía, dijeron:
―¡¿Cómo?!
―¿Qué… tiremos todo el montón que hemos cazado?
―¡Mejor la dejamos a ella aquí! ―dijo uno susurrando para que la Chamán no le escuchase.
―¿Qué dices tú? ―dijo la Chamán sin escuchar bien lo que el compañero decía.
―¡Yo…!, nada, nada ―contestó asustado.
―¡Algo dirías tú, ya que te escuché hablar bajito!
―¡Huy, huy…! ―decían algunos compañeros.
Rascándose la cabeza, se le ocurrió decir:
―¡Dije… de hacer otra camilla con las varas de tres puntas que tenemos!
―¡Ah!, gran idea has tenido tú ―dijo la Chamán, mandando que dejasen en el suelo cuatro de las varas que tenían y que las juntasen de dos en dos, luego, que las separasen entre ellas. Sobre estas, se sentó la Chamán y dijo:
―¡Vosotros dos, que parecéis más fuertes, haced de porteadores!
―¿Yo…? ―dijo uno de los dos.
―¡Sí!, y tú también ―señaló al otro.
Después de muchas paradas llegaron por fin a la entrada de la explanada de la cueva.
Los niños, aunque chispeaba por la poca lluvia que caía, fueron los primeros en salir corriendo al encuentro de los que llegaban.
―¡Eh…!, mira cuantos animales traen en las camillas porteadoras ―dijo uno de los niños, mientras los manoseaba.
―¡Estaos quietos o tumbareis la camilla! ―dijo el porteador.
―¡Oye tú! ¿Por qué la Chamán va sentada en esa camilla? ―preguntaban los niños al porteador que iba detrás.
―¿Por qué no lo preguntáis vosotros mismos? ―respondió el porteador socarronamente.
―¡Pregúntalo tú, Kati que eres mayor que yo! ―dijo la otra niña.
―Sí, pregúntalo, Kati ―dijo Brus, que era otro de los niños.
Brus dijo a los demás niños cuando Kati se fue:
―¡Uhm…!, lo que nos reiremos con Kati.
Kati, sonriente se adelantó, y colocándose al lado de la Chamán que iba sentada delante de todos le dijo:
―¿Estás enferma tú, que vas sentada en vez de caminar?
La Chamán le tocó la cabeza y dijo:
―¡Esta niña acertó que yo estaba enferma antes de decir nada sobre mi mal!
La niña contenta por el alago que la Chamán le había hecho, volvió con sus compañeros que en grupo esperaban reírse de ella.
―¡Está enferma, y por eso va en la camilla sentada! ―les dijo a sus compañeros.
―¡Oye Brus!, a mí esto no me hace reír como tú decías ―dijo uno de los niños.