Gracia Imperio: la primera víctima
La silueta del «edificio maldito» se recortaba contra un cielo oscuro y plomizo. Sus ocho plantas lo hacían erigirse como una gran torre en medio de una de las avenidas más transitadas de Valencia. En el centro sobresalía un enorme ventanal opaco que cortaba en dos aquella imponente figura. Como un gigante de ladrillo cuyas fauces pudieran devorarlo a uno sin la menor complicación. Como si un monstruoso corazón lo dotara de vida al caer la noche.
Había conseguido permiso para pasar la noche en el interior de uno de sus inmuebles, concretamente en el de la primera víctima que falleció en el lugar: Gracia Imperio. La mujer de los ojos musulmanes, como la había bautizado la prensa de la época, era una importante vedette que había debutado ya en La Zarzuela de Madrid y se codeaba con estrellas como Antonio Machín, además de haber triunfado en ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia. Su nombre real era Emilia Argüelles y fue así como firmó el contrato de alquiler que acabaría llevándola a la tumba.
Mercedes Viana, dueña de un importante club de cabaret valenciano llamado Mogambo y de la mayoría de los pisos del edificio de la entonces calle Cuenca, le ofreció uno de sus inmuebles para los meses en que la vedette iba a actuar en Valencia.
Mientras ascendía la extraña escalera del edificio, cuya forma hacía un triángulo perfecto, sentía que me adentraba en las entrañas de un monstruo agonizante. Aquellos peldaños eran testigos mudos de la fatalidad más absoluta: aquélla que rompe todos los esquemas y desorbita las cifras de las estadísticas objetivas. Tras cada puerta se escondía una historia; algunas amables y habituales, otras más propias de la historia negra del edificio. Como en una atracción de feria cuyas puertas ofrecen distintas sorpresas a quienes se adentran en ellas.
Por fin, me encontraba frente al inmueble donde iba a pasar la noche. Introduje la llave en la cerradura y tiré de la puerta para poder hacer girar el mecanismo. Una vuelta… Dos vueltas. Se abrió emitiendo un sordo graznido que se perdió en la oscuridad del pasillo.
Frente a mí se encontraba un pequeño recibidor con dos puertas; a la izquierda, un pequeño pasillo que se abría paso hacia el salón, el baño, la cocina y dos dormitorios. Todo en la más absoluta penumbra. Pude imaginar entonces el modo en que se desarrollaron los trágicos hechos en aquella noche de Todos los Santos de 1968…
Gracia Imperio había quedado a cenar con su modisto y con un antiguo novio, Vicente Alberto Artal. La cena se desarrolló con normalidad y, pronto, el sastre decidió marcharse a casa, dejando a solas a la vedette y a su ex pareja, sin saber que se convertiría en la última persona que los vería con vida…
A la mañana siguiente, el mismo modisto intentó entrar en la vivienda, pero nadie contestaba al otro lado. Nervioso por lo extraño de la situación pidió al portero del edificio que le acompañara al interior del hogar con una llave de la que él mismo disponía. Al entrar, lo primero que notaron fue un enorme olor a gas.[33] «¿Emilia?», la llamaba el modisto. Pero nadie contestaba. Un silencio sepulcral reinaba en la casa… Minutos después encontrarían los cuerpos sin vida en el interior del inmueble.
Caminaba haciendo el mismo recorrido que debieron hacer aquellos dos hombres. Sin embargo, toda la historia se encuentra llena de puntos no aclarados. Por ejemplo, el lugar del hallazgo. Hay quien habló de que sus cuerpos fueron encontrados en la cama y abrazados. Otros dicen que aparecieron en la bañera. Lo cierto es que el secreto de sumario silenció la respuesta.
Algunas habitaciones no tenían luz, por lo que era el haz de la linterna mi única guía en el escenario de aquella añeja tragedia. Me introduje en el cuarto de baño, de baldosines marrones, donde un fuerte olor a cerrado impregnaba la estancia, y corrí la puerta de la bañera, que crujió como si llevara meses sin ser abierta. Todo resonaba con especial fuerza en la soledad de aquel inmueble. El suelo de parqué también parecía quejarse ante algunas de mis pisadas, sobresaltándome y sacándome de la historia en que iba ensimismado. Por fin llegué a la cocina, el lugar donde fueron halladas abiertas las espitas del gas. Ante mí se encontraba la causa mortal de las primeras víctimas. El periódico Las Provincias fue uno de los primeros en cubrir la información, con un titular rotundo y directo como pocos: «Gracia Imperio, muerta por intoxicación de gas».
Se barajaron entonces tres vías de investigación para un misterio que, más de 40 años después, sigue sin resolver. ¿Suicidio, accidente o crimen? De tratarse de un accidente, era bastante extraño, pues el olor habría sido un buen aviso del descuido mortal. En cuanto a la hipótesis del suicidio, tampoco parecía cuadrar demasiado debido al buen momento profesional por el que estaba pasando la vedette. ¿Y la posibilidad del crimen? Parecía la única que se sostenía con mayor firmeza, aunque jamás pudo ser probada.
Seguí andando por la casa, como si allí fuera a encontrar las claves del misterio. Linterna en mano, era capaz de sentir un aislamiento muy especial, pese a encontrarme en el centro de una importante arteria valenciana. El edificio parecía completamente abandonado; los vecinos no daban señales de vida al otro lado de sus puertas.
Llegué entonces a una habitación llena de cajas, viejos muebles y libros esparcidos por el suelo. Como un improvisado trastero. Mi corazón dio un gran vuelco cuando, repentinamente, la linterna alumbró la cara de un payaso que me miraba fijamente desde el otro lado de la estancia. Su sonrisa, más como una mueca desencajada, parecía burlarse de mí con una enorme dentadura amarilla, mientras me mostraba las cuencas vacías de sus ojos. Su peluca naranja y su pálido rostro resplandecían en la oscuridad. Con el corazón aún galopante, me di cuenta de que sólo era una máscara enganchada a un caballete de madera. El ensimismamiento en que iba absorto me había jugado una mala pasada.
Retrocedí y volví a adentrarme en el oscuro pasillo, mientras mi mente viajaba por un túnel del tiempo cuyos altos eran las víctimas del edificio maldito…
La escalera de la «finca maldita» tenía una forma totalmente extraña para las construcciones de la época: un triángulo perfecto que han atravesado, cayendo al vacío, algunas de las víctimas del edificio.