Introducción

Misterio: humildad y camino

A principios del siglo XX, el periodismo vivía uno de sus mejores momentos literarios; los textos, escritos casi a modo de novela, hacían al lector sumergirse en las propias aventuras y vicisitudes del reportero, que se convertía también en parte de la noticia. No sólo importaba lo que se contaba, sino cómo se contaba. Uno de los mejores ejemplos de ese periodismo, por desgracia ya casi extinto, es Alardo Prats.

En 1929, Prats dejó todas las comodidades propias de un reputado periodista de la capital para emprender un viaje no sólo al fondo de las tinieblas, sino también al de su alma. Durante tres días convivió con los endemoniados que cada año acudían en masa para sanarse en el santuario de la Virgen de la Balma, en Castellón. Aquella expedición supuso una transformación en su forma de entender todo cuanto nos rodea, una variación que puede vislumbrarse en los textos que él mismo escribió durante aquellas setenta y dos horas. Los artículos, que dieron lugar a una serie de casi una decena de páginas completas en un periódico de importante crédito y prestigio como La Libertad, son hoy una verdadera joya para quienes amamos el periodismo de misterio, pues constituye una de las más importantes crónicas del siglo XX sobre los exorcismos en nuestro país.

Sin embargo, Alardo no se limitó a narrar objetivamente lo que iba sucediendo ante sus ojos. También contaba, asombrado, cómo dichos sucesos iban derrumbando a golpetazos los esquemas que él mismo se había forjado a base de prejuicios y escepticismo.

Ante la sorpresa de todos, los artículos gozaron de gran éxito y gentes de toda España acudieron al santuario tras la lectura de las crónicas de Prats.

Fue una de las primeras muestras de la fuerza que posee la llamada del misterio. Con el paso del tiempo muchos medios se dieron cuenta de su éxito e hicieron lo propio: informar sobre lo insólito. Las portadas y páginas interiores de importantes periódicos y semanarios como Estampa, Crónica, El País o ABC fueron, de forma habitual, dedicadas a personajes enlutados que aparecían en la oscuridad de algunos caminos para después desvanecerse, a duendes que revolucionaron a barrios enteros o a objetos luminosos que llegaron a perseguir a atormentados testigos. Algunos continuaron informando detalladamente sobre estos sucesos hasta bien entrado el siglo XX y muy pocos siguen haciéndolo hoy en día, siendo observados con recelo por quienes no aceptan la existencia de aquello que no pueden ver, tocar o leer en un libro de ciencia. Y yo me pregunto: ¿y si nunca nadie hubiera dedicado su esfuerzo a estudiar lo imposible? ¿Y si nunca hubiéramos aceptado la existencia de nuevos planteamientos y nos hubiéramos limitado a aceptar lo que nos contaban como único e inmutable? Quizá hoy seguiríamos creyendo en una Tierra plana, en el calor como un fluido o en la teoría geocéntrica. Sin embargo, los auténticos científicos, siempre en vanguardia, incorporaron nuevos elementos que, además, no por ser invisibles resultan inexistentes: las ondas de radio, los rayos gamma, las redes wi-fi… Todos ellos nos rodean cada día, conviven con nosotros y, en ocasiones, parece que llegan a influir en nuestra salud sin ser nosotros muy conscientes de ello.

Uno debe aceptar que no somos dioses dueños y conocedores de todo cuanto nos rodea. Por eso el misterio es una actitud de humildad ante la vida, una forma de reconocer nuestra ignorancia y estar dispuesto a aprender en la búsqueda, a disfrutar de las preguntas, como el niño de alma inquieta que a cada paso cuestiona todo cuanto lo rodea.

Durante mis investigaciones en busca de lo insólito, he escuchado a casi un centenar de testigos de todos los ámbitos sociales que en algún momento de sus vidas se han topado con algo que escapaba a la lógica y a los convencionalismos de lo que les enseñaron en la escuela. En ocasiones, incluso en compañía de varias personas que relataban lo mismo con pasmosa exactitud.

Este trabajo, que recoge más de 7.000 de kilómetros tras la pista de lo imposible, pretende dar voz a los testigos, pero también a los expertos. A veces nos han acompañado científicos de lujo e incluso hemos recurrido a la ayuda de laboratorios para el análisis de muestras, llegando así a obtener respuesta a algunos enigmas.

También era importante sentir el latido del misterio; por eso he caminado en soledad por diversos puntos de nuestra geografía donde una vez lo extraño pareció cobrar forma. En muchos de esos lugares he llegado a sentir auténtico pavor y no me avergüenza decirlo. He sentido el miedo, corazón galopante, perdido en el espesor de un bosque asturiano o al borde de un precipicio en la oscuridad de la noche ibicenca. También el latigazo de la incertidumbre en el interior de un cálido inmueble rodeado de gente o en las entrañas de un edificio aparentemente maldito. He sentido la inquietud tras pernoctar en la habitación encantada de un hotel y el latir de lo insólito en tierras de la Rioja. He sentido muy de cerca el golpetazo de la censura instaurada desde hace siglos por algunos a quienes no interesaba que la verdad saliera a la luz.

Pero también he sentido la esperanza. La esperanza de sentirse alejado de un mundo donde la política o el fútbol copan las portadas de nuestros periódicos, por vivir días inolvidables, con el privilegio que ofrece el alma inquieta e inconformista. Dicha sensación de esperanzado aislamiento aparece recogida a la perfección en el libro de un buen amigo: La noche del miedo, de Iker Jiménez. Seguro que me permitirá recoger sus palabras para explicarlo mejor:

En el exterior, a casi cuarenta grados, la vida seguía normal. Con sus preocupaciones de siempre. Con mucha gente pendiente de los debates de la tele. Del resultado del equipo. Del romance del famoso. Del cubata de fin de semana. Del bajarse de Internet. De las rebajas del hipermercado. De los gritos. De los poemas por móvil. De la apariencia. De la ropa de moda. Del coche más lujoso. Del sexo zafio omnipresente. De la película con efectos especiales y sin actores. De las cremas de belleza que rejuvenecen veinte años. De los nuevos ídolos de la nada. De los que marcan la tendencia. De los programas del corazón. De los tertulianos. De los políticos y sus mentiras. De los cedés piratas. De los periodistas y sus miserias. De la comida rápida. De las risotadas del ignorante. De la malicia del sabihondo. De las ansias. De la demagogia. De la falsedad. De lo prefabricado. De lo chabacano. De lo grotesco. De lo fácil

Los valores del siglo XXI, en definitiva. Yo me sentía feliz sin pensar en ninguna de esas cosas tan importantes. Aislado, como en otro mundo. Como si se me hubiese permitido entrar en una cápsula fuera del espacio tiempo, asistiendo a una historia de sentimientos

Muchas de estas historias han llegado a provocar en mí una sana obsesión; eran muchas las noches que, ya de madrugada, continuaba leyendo recortes y evidencias de las historias que investigaba en cada momento. Insomnio periodístico causado por las dudas y, en ocasiones, también por la sugestión. Tampoco fueron pocas en las que los sobrecogedores testimonios acudieron a mi memoria, desvelándome por completo y haciéndome casi brincar de la cama, con vívidas y terribles imágenes aún en la retina.

Por eso, aunque éste es un trabajo sobre algo tan humano como nuestras dudas más ancestrales, también es una aventura a la vieja usanza. Un recorrido por la España mágica, donde absolutamente cualquier cosa es posible. Sólo hay que abrir bien los ojos y dejarse llevar…

Javier Pérez Campos

En busca de lo imposible
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