El expediente Belchite
Pasaban las horas y lo cierto es que la oscuridad y el abandono de Belchite iban haciendo mella en el equipo. Aunque nadie decía nada, todos parecíamos mucho más desconfiados que durante la tarde anterior. En ocasiones, alguno miraba hacia atrás con el sigilo y disimulo.
Llevamos a cabo otra experiencia con perros especialmente adiestrados para el rastreo de cadáveres; según algunos testimonios, muchos seguirían hoy inhumados en el interior del pueblo por haber sido imposible el traslado de todos los cuerpos al cementerio, aunque también acudimos a él; un memorial a las víctimas escondido en un rincón del pueblo. Tras ascender una escalinata de piedra, nos topamos con la puerta de hierro negro, sobre cuyo arco de ladrillo alguien escribió: «En memoria a los caídos».
Los animales seguían olfateando, pero ninguno parecía encontrar nada extraño. Los guías ya nos habían avisado de que podía pasar, pues era bastante complicado que los canes pudieran encontrar huesos de más de cincuenta años de antigüedad.
Otra persona que nos acompañó aquella noche para contarnos su experiencia fue Óscar Parra, director de cine. Bajo la silenciosa mirada de los ángeles pétreos que coronaban los capiteles de la iglesia de San Martín, Parra nos contó cómo una noche todo el equipo de grabación tuvo que abandonar el lugar por miedo a lo que estaban viviendo.
Cuando estaban preparando una de las últimas escenas para terminar el rodaje de una cinta de terror titulada El expediente Belchite, el gran foco que llevaban para la grabación se apagó completamente solo.
Iglesia de San Martín de Tours siendo sobrevolada por una cámara hexacóptera, desde la que registramos una vista aérea de todo el pueblo de Belchite.
—Ocurrió varias veces, no sólo una. No había nadie junto al foco y todos escuchamos el «clac» que hace el botón de apagado. No fue una sobrecarga, porque el resto del equipo seguía funcionando. La primera vez no quisimos darle importancia, pero, cuando ocurrió de forma repetida, todos nos asustamos bastante.
—¿Y qué hicisteis en ese momento? —pregunté.
—Pues para evitar que la situación se descontrolara tuve que ponerme muy serio y decirles a todos: «Aquí no ha pasado nada. Vamos a seguir grabando y nos olvidamos del asunto». Para entonces, ya se había generado una situación muy incómoda, en la que ningún miembro del equipo quería quedarse solo en ningún momento. Pero, en ocasiones, el guión lo requería. Por eso, decidimos marcharnos de aquí. Yo no había vuelto nunca hasta ahora.
—¿Por falta de ocasión o de ganas?
—De ganas, más bien…
La temperatura iba descendiendo por momentos y había pasado la medianoche, por lo que decidimos cenar antes de continuar con el reportaje.
Mientras comíamos unos bocadillos junto al coche ante la única luz de sus faros, Sergio tuvo una idea que acabaría marcando los resultados de la investigación.
—¿Por qué no hacemos una experiencia de aislamiento? —propuso.
—¿En qué consiste y cómo lo hacemos? —le preguntó Iker.
—Se trataría de dejar a alguien del equipo solo en un lugar, para ver cómo responde, si siente algo, si la sugestión juega un papel importante… Para eso, podríamos dejar dos cámaras grabándolo constantemente y también unas grabadoras de sonido para ver si capta algo. Además, la persona que se quede puede tener un walkie para estar comunicado con el resto del equipo, por si pasa algo.
A todos nos pareció una gran idea y elegimos un lugar por unanimidad: la iglesia de San Martín de Tours, que a todos nos había parecido impactante desde el primer minuto.
El siguiente paso era elegir al miembro del equipo que iba a quedarse allí solo. Aquello me parecía una experiencia posiblemente irrepetible y algo me decía que vivirla en primera persona lo sería aún más.
Por tanto, tras meditar unos minutos, concluimos que yo sería la persona que se quedaría allí. En ese instante, no alcanzaba siquiera a imaginar que lo que ocurriría en las horas posteriores acabaría quitándome el sueño, no sólo durante esa noche, sino también en las sucesivas…